Colón - Pedro Voltes

Colón

Pedro Voltes

Presentación
Cristóbal Colón (1451-1506)

001.jpg
Aunque no existe ningún retrato inequívoco de Colón, la tradición se ha centrado en los rasgos recogidos por este grabado romántico.

Cristóbal Colón nació en Génova en 1451 en el seno de una familia de tejedores de cierta posición. Muy pronto embarcó como marinero en diversos viajes por el Mediterráneo. Es probable que durante algún tiempo estuviera al servicio de un corsario francés. Naufragó cerca de Lisboa en 1476, donde su hermano Bartolomé se había establecido como cartógrafo, y colaboró intensamente con él. Viajó a Inglaterra, probablemente a Islandia, y es posible que llegara a Groenlandia. También conoció tierras africanas. Aprovechó el trato epistolar con Toscanelli, «príncipe de los geógrafos de su tiempo», y proyectó «navegar en las partes de Levante por las de Poniente». En 1484 presentó sin éxito su propuesta al rey Juan 11 de Portugal. Marchó a España en donde interesó al Padre Marchena, en La Rábida. Finalmente llegó a la reina Isabel de Castilla. Siete años después, el 3 de agosto de 1492, zarpó de Palos con tres carabelas y 90 hombres.

002.jpg
En el Monasterio de La Rábida, el pintor Daniel Vázquez Díaz creó unos frescos que describen la epopeya colombina.

El 12 de octubre de 1492 avistaron tierra firme, bautizada por Colón como San Salvador, donde bajó para tomar posesión en nombre de los monarcas de España. Después de un recibimiento triunfal todavía realizó tres viajes más. Pese a su título de Virrey no consiguió imponer sus planes de actividad comercial, se enfrentó y tuvo conflictos. Exagerado tanto en la confianza como en el recelo, no fue capaz de observar una conducta continuada y serena en aquel ambiente de gran dificultad. Individuo contradictorio, ha sido calificado de visionario, aventurero, científico y práctico. Fue considerado un ferviente cristiano. En sus últimos años se quejó de una trama de envidias, recelos e intrigas a su alrededor, y vivió una profunda exaltación mística, que avivaba su obsesión de reconquistar el Santo Sepulcro de Jerusalén. Víctima de la gota, murió en Valladolid en 1506. Su entierro fue modesto y escasamente concurrido, pese a que conservaba todos sus privilegios y títulos.

Capítulo 1
La oscuridad inicial. La patria de Colón

Contenido:
§. Niñez y juventud
Ya conoce el lector las discusiones que ha levantado el conflicto de la patria de Colón. Han proliferado hasta tal punto las ciudades y las naciones que han querido gloriarse con la paternidad del descubridor, que no ha faltado algún gracioso que haya dicho que quizá nació en tierras americanas. «Basta de tales tonterías», exclama con enfado el eminente colombista profesor Samuel Eliot Morison, de la Universidad Harvard, al referirse a esta maraña de suposiciones y teorías. «No existen más razones –prosigue para dudar de que Cristóbal Colón era oriundo de Génova, católico, cristiano, inmutable en su fe y orgulloso de su ciudad nativa, que las que existen para dudar de que George Washington lo era de Virginia, anglicano, de estirpe inglesa y orgulloso de ser americano.»
¿A qué se debe que, en contraste con esta evidencia, haya prosperado una selva de tesis que no han alcanzado otro resultado que sembrar la confusión en tomo al lugar de nacimiento del descubridor? El principal responsable de esta «Oscuridad inicial» es Fernando, hijo de Cristóbal Colón. Nacido en 1488, hijo natural del Almirante y de Beatriz de Harana, fue hombre culto, estudioso y cortesano, cuya vida dedicó especialmente a defender los derechos que le había legado su padre. Escribió con tal fin numerosos textos y, pasando de este propósito jurídico-polémico a la exaltación de su progenitor, compuso un libro, que vio la luz en Venecia en 1571, titulado Historia del Sr. D. Femando Colombo.
En el capítulo primero de esta obra, tendenciosa por demás, Fernando Colón ocultó con astuta coquetería el lugar de nacimiento de su padre: «Tanto quiso que su patria y origen fuese menos cierta y conocida. Por lo cual, algunos que, en cierta manera piensan oscurecer su fama, dicen que fue de Nervi; otros que de Cugureo y otros de Buyasco, que todos son lugares pequeños cerca de la ciudad de Génova, y en su misma ribera; y otros que quieren engrandecerle más, dicen que era de Savona; y otros que genovés; y aun los que más le suben a la cumbre, le hacen de Plasencia, en la que hay algunas personas honradas de su familia, y sepulturas con armas y letreros de Colombo.» Como dice graciosamente Ballesteros, «el enredo ya está planteado».
En este punto aspiramos a deslindar la cuestión del lugar de nacimiento de Colón, de la otra mucho más amplia del mérito del descubrimiento. Repudiamos tanto el nacionalismo o el localismo español que no se contenta con el honor del descubrimiento de América sino que además quiere la progenie del Almirante, como ciertas mascaradas que se reproducen cada año en diversos países y en las cuales se les ve pugnar por adquirir títulos en aquella empresa.
Los diversos forjadores de hipótesis contrarias al nacimiento genovés de Cristóbal Colón no suelen reparar en que sus esfuerzos han de conseguir un doble resultado: primero, el de demostramos que la enorme documentación que atestigua que Colón era genovés, es falsa de arriba abajo, empeño dificultoso; y segundo, convencemos de que sus argumentos particulares merecen algún interés.

003.jpg
Panorama del puerto de Génova a finales del siglo XV o comienzos del XVI, una de las épocas más esplendorosas del poderío naval de la ciudad.

Es improcedente abordar la segunda parte sin haber triunfado en la primera. Con todo, la Real Academia de la Historia y personas y organismos del mismo alto prestigio no han estado remisos en prestar atención a los argumentos anti genoveses y de modo general ha podido establecerse su falta de solidez, como veremos en seguida.

004.jpg
Reconstrucción ideal de la Puerta de San Andrés en la muralla de Génova.

Contrasta ésta con la seriedad que caracteriza a los volúmenes de la Raccolta di documenti e studi publicados por el Ministerio de Instrucción Pública de Italia con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América, donde se recogen numerosos documentos irrefutables, muchos de ellos acompañados de su reproducción fotográfica. Este conjunto fue robustecido por un estudio sobre la patria genovesa de Colón publicado por el municipio de dicha ciudad en 1932. De semejante arsenal sobresalen tres documentos de singular elocuencia. El primero es la declaración que formula el propio Colón de ser natural de Génova en el acto de instituir mayorazgo. El segundo es el libro de un genovés contemporáneo de Colón, Antonio Gallo, quien escribió en latín sobre las cosas memorables de Génova, entre las cuales menciona a Colón como descubridor de nuevas tierras y a su familia como residente en Génova. Lo mismo dice en otra obra de parecido estilo otro genovés de la época, Bartolomeo Senarega. En suma, reclama viva atención el hecho documentado de que en 1470 comparezcan .ante el notario de Génova, Jacopo Calvi, el genovés Domenico Colombo y su hijo Cristoforo para reconocer una deuda de 50 liras a Jerónimo del Puerto de la misma ciudad; y que en 1506, en trance de morir Colón, en Valladolid, disponga que se paguen veinte ducados o su equivalente a los herederos de Jerónimo del Puerto, a quienes los debe. Si éstas son las principales referencias genovesas a la patria de Colón, hay otras de origen español que testifican lo mismo, como en seguida veremos.
Tres autores notables han abordado en los últimos decenios la cuestión de la naturaleza de Colón. En 1929, Luis Astrana Marín publicó en Madrid el libro Cristóbal Colón. Su patria, sus restos y el enigma del descubrimiento de América, donde afirma la condición de italiano de Colón, observando, sin embargo, que nada sin España hubiera sido Colón, como fue hasta que llegó a España. Esta es su patria espiritual, la que importa. Así, no importa que haya nacido en un lugar de Génova si nació para España». En 1940 publicó en inglés su biografía de Colón Salvador de Madariaga, editada luego en castellano, y que volveremos a citar. Le supone de familia judía catalana emigrada a Génova y dice que por esto hablaba castellano, lo cual no acaba de cuadrar. También el profesor Eduardo Ibarra supuso que Colón era de familia judía escapada de España.
Como es sabido, la investigación más seria del idioma hablado por Colón corresponde a Ramón Menéndez Pidal, quien la publicó en 1942 bajo el título de La lengua de Cristóbal Colón. Empieza con el «interés inquietante» de la observación de que el descubridor escribiese en español por lo menos cuatro años antes de venir a esta monarquía, lo cual no le induce a seguir «la demasiado vulgarizada hipótesis de Colón español» ante la cual resuelve: «No perdamos tiempo en ella.» El lenguaje de Colón no se parece a los textos de los judíos españoles y constan además testimonios de quienes hablaron con él y apreciaron que el español no era la lengua materna del Almirante. Así lo dice repetida y categóricamente el padre Las Casas, y tanto él como otros conocidos de Colón excluyen al propio tiempo que éste fuese natural de algún otro reino de la península.
En tal punto, expresa Ramón Menéndez Pidal que no sabernos dónde pudo aprender Colón su español defectuoso antes de su venida a España, e ignoramos también mucho de su juventud, que el Almirante quiso ocultar o magnificar. «Como la raposa borra su rastro con el rabo, así Colón quiso borrar su juventud de oscuro lanero y mercader.» A tal propósito, señala el ilustre investigador que su español no parece haber sido aprendido en Andalucía, sino en Portugal. Así, incurre en portuguesismos y no en galleguismos.
Es igualmente digno de nota que Colón usa el español para escribir a Génova y a sus amigos italianos y cuando hace alguna anotación en italiano o traduciendo del italiano se le va la pluma hacia su español lleno de lusismos, lo cual ha menester la aclaración de que lo que Colón habló hasta los veinticinco años era el dialecto genovés, que no era lengua de escritura, y el italiano no sabía escribirlo bien, como tampoco supo escribir el portugués. «La primera lengua moderna que Colón supo escribir fue el español», dice Menéndez Pidal. Este hecho -motivado por la preponderancia internacional de tal idioma y por los propios intereses profesionales y culturales de Colón- no debe inducir a creer que Colón hubiera nacido en la península, como veremos que propugnan diversas hipótesis.
Las principales teorías acerca del problema son las siguientes: Colón, oriundo de Plasencia. Arranca esta tesis de la confusión entre la Plasencia italiana (Piacenza) y la extremeña. Su principal abogado es Vicente Paredes, quien en 1903 publicó dos artículos en la «Revista de Extremadura», titulados ¿Colón, extremeño?, donde sostuvo que Colón pertenecía a la estirpe del obispo Gonzalo de Santa María, que era de origen judío. Esta familia sustentaría el partido de Álvaro de Luna, y en la confusa época de Juan II emigraría a Plasencia. La madre de Colón, una Santa María, pasaría a Génova. La misteriosa firma de Colón, sobre la que volveremos repetidamente, declara su abolengo hebreo. El Descubridor todo lo hacía en nombre de Santa María: Iesus cum Maria sit nobis in via. Esta tesis lleva muchos años de descrédito y está hoy considerada enteramente fantástica.
Colón, natural de La Oliva de Jerez. Más gratuita es todavía la afirmación del párroco de La Oliva de Jerez, Adrián Sánchez; fundó éste sus lucubraciones en un epígrafe de difícil lectura de su iglesia, el cual consideró la estela de Colón. Descifróse luego la inscripción en sentido muy diverso, pero ello no ha retraído al entusiasta aficionado de seguir encontrando nuevos «vestigios» colombinos y de perseguir a los investigadores con redobladas afirmaciones del origen olivero de Colón.
Colón, gallego. La suposición de que el Almirante fuese natural de Galicia fue en su tiempo la más resonante y, seguramente, la más rodeada de simpatía. Se sumaron a su éxito las colonias gallegas de ultramar, y en un momento dado la tesis contó con multitudes adictas en varios países. Partió de los estudios de Celso García de la Riega, quien en 1892-98 empezó a difundir en escritos y conferencias el carácter español de Colón y, paulatinamente, el gallego. ¿En qué se fundaba? En una serie de documentos del archivo de Pontevedra, donde aparecían copiosos actos otorgados por unos Fonterosa y unos Colón, apellidos que coinciden con los de la familia del Descubridor. Se añadía a tales circunstancias la de que el Almirante, al bautizar diversos lugares geográficos americanos, les había dado nombres existentes ya en la comarca pontevedresa (Porto Santo, isla de la Gallega, etc.). Rafael Calzada reforzó la hipótesis con el argumento de que en su lenguaje Colón usaba locuciones y giros galaicos. La teoría estaba ya consolidándose cuando la Academia de la Historia examinó los documentos del Archivo de Pontevedra (1926-29) y dictaminó, con el apoyo de solventes peritos, que los escritos habían sufrido diversas correcciones, falsificaciones y enmiendas inspiradas por el deseo de hacerles decir lo que originalmente no decían.
Colón, catalán. Contrasta esta teoría con las anteriores por ser fruto de un historiador respetable en otros terrenos: Luis Ulloa, bibliotecario de la Biblioteca Nacional de Lima. En 1927 empezó a defender que el descubridor era catalán, fundándose: a) en que su apellido es castellanización de uno catalán corriente, el de Colom; b) en la existencia en el Levante catalán de diversas familias Colom desde el siglo XII; c) en la suposición, avalada por una anotación del catálogo de la biblioteca de Fernando Colón, de que el Almirante escribió en catalán su histórica carta a Luis de Santángel; d) en el uso de catalanismos en la prosa de Colón; e) en el fervoroso lulismo del descubridor; f) en una interpretación acorde con su tesis, de la firma de Colón; g) en que éste ocultó su origen aragonés para no ser víctima del «recelo de los castellanos» y del «propósito de Fernando de deprimir a los aragoneses en beneficio de aquéllos», así como para ocultar al rey que en lo pasado había sido corsario enemigo de Juan II, padre del monarca. Este conjunto de suposiciones se remata y culmina con la afirmación sorprendente de que en el curso de sus viajes de juventud Colón había estado en Groenlandia hacia 1476, dentro de una flota danesa; es decir, que había descubierto América antes de 1492 y por ello estaba tan seguro de la razón que lo asistía al acudir a los cosmógrafos y a los monarcas portugueses y españoles.
La tesis catalana evolucionó posteriormente en manos de Carreras Valls hacia la indicación más concreta de que Colón era de Tortosa, fundándose en que en la comarca dertusense existe una Terra roja, que coincide con la misteriosa afirmación de Bartolomé Colón en el sentido de que la familia procedía de Terra Rubra.
Colón, portugués. La hipótesis portuguesa, sostenida principalmente por Patrocinio Ribeiro y Pestana Junior, se funda: a) en una interpretación intencionada de la firma de Colón; b) en una fusión arbitraria de la persona de Colón con un Simón Palha, marino y corsario; e) en los portuguesismos del habla de Colón; d) en la desvinculación del Colón que aparece en los documentos genoveses del que actuó en la Península y descubrió el Nuevo Mundo, tesis, ésta, particular de Beltrán y Rózpide, quien, partiendo del cálculo de la edad, afirma que no puede tratarse de la misma persona.
Colón, corso. Los abates Casanova y Casablanca y Pablo Corbani defendieron esta oriundez, fundándose: a) en los Colombo existentes en la isla; b) en la circunstancia de haber en Calvi una calle de los Tejedores, oficio que se sabe profesó el padre de Colón; e) en el círculo de corsos que rodeaba a Colón en España. Las «harto estrambóticas afirmaciones» del abate Casanova -así las califica Ballesteros-- fueron recogidas y alentadas por el gobierno francés, lisonjeado por la falsa idea de que Colón hubiera nacido en su territorio. Y decimos falsa idea, porque, aun admitiendo el origen corso del descubridor, habría resultado que éste nació dentro de los dominios de Aragón, ya que a tal reino pertenecía Córcega a la sazón.
Teorías diversas. Al llegar a este punto acaba de perderse la poca seriedad científica que contenían las anteriores hipótesis y entramos de lleno en el reino de la arbitrariedad y la fantasía. Al calor de ésta nacieron las teorías de que Colón era griego y pirata (Goodrich), de que era inglés (Mollow), francés (Colomb), suizo (Colomb, de Ginebra), etc. Debe establecerse cierta distinción entre estos desvaríos y las pretensiones -ciertamente más razonables, aunque igualmente no lo bastante fundadas-- que esgrimen diversas ciudades italianas. Al hablar del origen extremeño del Almirante ya hemos aludido a que su afirmación se basaba en la confusión de la Plasencia italiana con la española. En la primera, ciertamente, vivieron en el siglo XV diversos Colombo, cuya huella personal ha quedado en documentos notariales. Con idéntico fundamento y sacando el apropiado partido de las oscuridades de la crónica y de la documentación, han reclamado la maternidad de Colón Cuccaro, Cogoleto, Savona, Albisola y otras localidades ligures.
El testimonio de los contemporáneos de Colón que le conocieron y hablaron con él echa por tierra la hipótesis de que hubiese nacido en el solar español: coinciden todos en estimarlo extranjero, como hemos dicho. Dentro de su extranjería, todos los indicios se inclinan en favor de su origen italiano, y dentro de lo último, se pronuncian abrumadoramente en pro de la tradicional atribución a Génova de la maternidad del héroe.

005.jpg
Fundándose en el Libro de Horas de Don Manuel, se ha elaborado esta reconstrucción del ambiente de la Rua Nova dos Mercadores de Lisboa

¿Por qué razones se viene ésta concediendo a Génova? Porque numerosos contemporáneos de Colón, que le conocieron, declararon en sus escritos que había nacido en Génova (Andrés Bernáldez, Pedro Mártir de Anglería, Antonio Gallo, Battista Fregoso, el obispo Giustiniani y tantos más); porque los cronistas españoles coinciden, si no absolutamente en darlo por genovés, por lo menos en diputarlo por ligur; porque existen documentos coetáneos, tan rotundos en sus afirmaciones como aquella carta del embajador de los Reyes Católicos en Escocia, Pedro de Ayala, quien escribiendo a los soberanos dice, «la fantasía deste ginovés». De esta serie de documentos descuellan por su elocuencia probatoria el ya citado de institución de mayorazgo, donde el propio Colón dice: «Siendo yo nacido en Génova»; y el llamado «documento de Assereto» (por el nombre de su descubridor), donde se advierte que Colón era agente comercial de la empresa Centurione de Génova, que viajaba frecuentemente a la ciudad ligur y que tenía en ella numerosos amigos. También aquí Colón se proclama genovés, como luego veremos.
Segundo problema: la fecha de nacimiento. Como resuelve Ballesteros, «combinando los datos que ofrecen los documentos, el nacimiento de Colón puede fijarse entre el 25 de agosto y el 31 de octubre de 1451».
Existen otras muchas suposiciones en tomo a tal fecha: fundándose en el testimonio de Bemáldez, según el cual Colón murió de setenta años, Navarrete, Humboldt, lrving y Fiske se inclinan a favor del año 1436; los editores de las Cartas de Indias y Paz y Melia se pronuncian en pro del año 1439; D'Avezac piensa en los años de 1445 a 1447; Lollis, en 1448; Peschel, en 1456; Harrise opina que Colón nació entre el 24 de mayo de 1446 y el 20 de marzo de 1447, porque veinticinco años después de la primera fecha no figura en un acto legal y de la segunda sí, lo cual quiere decir que en 1471 no tenía aún la mayoría de edad de veinticinco años y en 1472 sí. Un documento notarial hallado por Stagieno permite atribuir decididamente a Colón el nacimiento en 1451. En tal fecha abunda un acta notarial otorgada por Colón en Lisboa en 1479 donde declara tener más de veintisiete años.

006.jpg
A comienzos de este siglo se suponía que el primer edificio de la derecha de la foto era la casa donde nació Colón en Génova. Más tarde el inmueble se ha deteriorado considerablemente.

§. Niñez y juventud
Merced a los documentos de archivos notariales y municipales ligures se ha podido establecer con bastante certidumbre el perfil familiar de Cristóbal Colón: Giovanni Colombo, su abuelo paterno, era tejedor de lana en el pueblo de Moconesi, situado a unos 28 kilómetros de Génova. Fue padre de tres hijos: Domeneghino, Antonio y Battistina. El primero fue padre de Colón. Había sido enviado por su progenitor a aprender el oficio de tejedor al lado de un brabanzón que vivía en Génova. Hacia 1440, Domeneghino Colombo, maestro tejedor ya, vivía en una casa de la parte interior de la Porta dell'Olivella, entrada oriental de Génova. Cosa de cinco años más tarde contrajo matrimonio con Susanna Fontanarossa, hija de otro tejedor, la cual le trajo una dote de cierta consideración.
Es posible que por las mismas fechas se concediese a Domenico Colón la plaza de guardián de la citada puerta, dotada con ochenta y cuatro libras de oro de estipendio al año. En la casa inmediata a esta puerta debió de nacer Colón. Es probable que Cristóbal no fuese el hijo primogénito, pero de haber tenido hermanos mayores, éstos murieron jóvenes. Bartolomé, su hermano menor, era uno o dos años más joven que él. Aún menor, el otro hermano, Giacomo (o Diego), cuya personalidad fue tan corta y limitada que Cristóbal se vio en la necesidad de ampararlo hasta la edad adulta.
Domenico Colombo, según Eliot Morison, no era un tejedor dependiente que trabajase a jornal, sino un maestro que poseía uno o más telares; compraba la lana, enseñaba el oficio a los aprendices que tenía y vendía las telas terminadas. Alternaba el ejercicio de su profesión con un pequeño comercio de quesos. «Aunque mal sostén para su familia -prosigue este autor- debe de haber sido un hombre popular y apreciado para obtener, como obtuvo, tanta mercadería a crédito… Era esa clase de padre que cierra el comercio cuando los negocios no marchan y lleva a los muchachos a pescar, o esa suerte de vendedores de vino que se constituyen en sus mejores clientes.»

007.jpg
Un libro editado en Flandes en el siglo XVI representa así la navegación de Albuquerque en la costa indostánica, explorada por los portugueses

008.jpg
En el siglo XVII se había desarrollado ya con notable precisión el conocimiento geográfico de la China y el mundo índico, plasmados en cuidados mapas como el que reproducimos.

Desde otoño de 1470 hasta septiembre de 1484, la familia Colombo residió habitualmente en Savona. Los destinos del hogar se veían zarandeados por la inquietud y el espíritu irregular de su jefe. Domenico Colón era dado a los viajes, al cambio de negocios, a la iniciativa atrevida, al pleito y al enredo. Murió pobre alrededor del año 1500.
¿Qué elementos de su infancia entrarían así en la formación de la personalidad de Colón? Primero y principal, los efluvios del mar: Génova era el más importante puerto del Mediterráneo, y cualquier muchacho de sus circunstancias tenía que escuchar a diario de labios de los marineros que iban y venían relaciones de tempestades, viajes, ganancias fabulosas, alegrías y aventuras deslumbrantes. En segundo lugar, la aptitud para el discernimiento de la riqueza: la vocación mercantil de su padre y sus accidentadas vicisitudes llenarían el hogar de los Colón de chácharas de ganancias, pérdidas, deudas, pleitos, vencimientos e intereses, y aquel niño asimilaría desde sus primeros años estas nociones. En tercer lugar, es muy fácil que el carácter fantástico de su padre redundase en ciertas pretensiones de nobleza y de señorío: dentro de la modestia, la familia vivió, durante la juventud de Colón, con cierto desembarazo y su nivel social estaba claramente por encima del de los tejedores. Ello puede haber infundido en el joven Colón cierta altanera noción de hidalguía y de dignidad, que veremos retoñar en años posteriores considerablemente amplificada.

Capítulo 2
Anhelo del mar

Contenido:
§. Una importante actuación jurídica de Colón
«De muy pequeña edad -escribía Colón en 1501 a los reyes- entré en la mar navegando.» ¿Cuándo, exactamente? En 1492 consigna en el diario de a bordo: «Yo he andado veinte y tres años en la mar, sin salir de ella tiempo que se haya de contar.» El cómputo de Colón nos Jo presenta comenzando la vida marinera en plena infancia. Ballesteros se rebela contra este resultado; Eliot Morison, fundándose ingeniosamente en sus propios recuerdos de juventud, parece inclinarse a suponer que Colón contó como «navegación» las primeras travesuras marineras de niñez.
«Cristóbal vivía en una comunidad marinera en la que todo muchacho que se encontrase bueno navegaba cuanto le era posible», dice. Dentro de esta posibilidad caben por igual la pesca por afición, las escapadas y las excursiones en un bote y los viajes efectuados para comprar o vender los géneros del padre de Colón.
Es muy probable que Cristóbal, de joven, estuviese al servicio de un corsario francés llamado Guillaume de Casenove y, por apodo, Coulon o Coullon. Colón tenía entonces dieciocho años, no hay documento alguno que lo sitúe a la sazón en Génova y sí indicios más o menos rotundos de que formó parte de las fuerzas de Casenove. Operaba éste, alrededor de 1470, en la costa francesa del Atlántico y se cebaba en las naves venecianas que seguían la ruta comercial de Flandes. Fue, según dice el padre Las Casas, siguiendo el relato de Femando Colón, «Un famoso varón, el mayor de los corsarios que en aquellos tiempos había... Cristóbal Colón determinó ir y andar con él, en cuya compañía estuvo y anduvo mucho tiempo».
Este párrafo se refiere, en realidad, a otro corsario, llamado Colón el mozo, que era el griego Jorge Bissypat. Ballesteros cree mejor aplicarlo al Colón viejo (Casenove) por casar mejor con él las fechas y edades.
En contraste con las conjeturas que rodean este primer episodio marinero de Colón, el segundo aparece revestido ya de certidumbre. El propio Colón lo refiere con detalle en un fragmento epistolar recogido por su hijo Fernando: «A mí me sucedió dice- que el rey Reine! (Renato de Anjou), que ya lo llevó Dios, me envió a Túnez para tomar la galeota Fernandina, y habiendo llegado cerca de la isla de San Pedro, en Cerdeña, me dijeron que había dos navíos y una carraca con la referida galeaza, por lo cual turbó mi gente y determinó de no pasar adelante, sino de volverse atrás, a Marsella, por otro navío y más gente; yo, que con ningún arte podía forzar su voluntad, convine en lo que querían, y mudando la punta de la brújula hice desplegar las velas, siendo por la tarde, y al día siguiente, al salir el sol, nos hallamos dentro del cabo de Cartagena, estando todos en concepto firme de que íbamos a Marsella.»
Renato de Anjou había sido instituido heredero por la reina Juana de Nápoles y combatió por la posesión efectiva del reino contra Alfonso V de Aragón; aliados los genoveses con el angevino, le proporcionaron tropas y naves. Subleváronse los catalanes, .años después, contra Juan II y nombraron rey a Renato. Este guerreó constantemente contra el monarca aragonés, padre del Rey Católico.
Los eruditos convienen casi todos en que no hay razón alguna para dudar de la veracidad del Almirante en el relato de un episodio que sólo perjuicios podía traerle ante los ojos de Fernando. Eliot Morison formula la única enmienda de que Colón no debía de ser entonces capitán de aquella embarcación, dada su juventud, sino, «uno de los que descubrieron la treta que les fue jugada...Cuando relató el incidente a los reyes un cuarto de siglo después, promovióse a sí mismo a capitán, grado evidentemente más en consonancia con la dignidad de Almirante que ostentaba entonces.
A estos primeros episodios marineros de Colón conviene añadir la nota que da Carreras Candi de un documento donde consta que en 1473 un corsario llamado Colón atacaba las costas valencianas y amenazaba las de Cataluña, «Ese corsario ¿no pudiera ser nuestro Colón? -se pregunta Ballesteros-. No es absolutamente inverosímil.»
La república genovesa, en 1474 o 1475 envió una expedición en socorro de su isla de Quíos, amenazaba por los turcos, Colón tomó parte, sin duda alguna, de esta flota, y en tal viaje lo guió, junto a un propósito puramente marinero, la intención de comprar la goma que producían los lentiscos de la isla, riqueza peculiar de Quíos que el Almirante volvería a encontrar con alborozo en Indias. ·Fue en estos viajes, si no en el de René (de Anjou), cuando aprendió a "aferrar, arrizar y timonear", a calcular las distancias a ojo, levar anclas con oportunidad y todos los demás elementos de la navegación. Cristóbal aprendió náutica a la antigua usanza, en la escuela de la experiencia, la forma más dura pero más verdadera», comenta Eliot Morison, marino profesional.
En verano de 1476 partió de Génova una flota comercial destinada a vender en Francia, Portugal e Inglaterra la goma de Quíos. De ella formaba parte Colón, acaso como simple marinero. En agosto, cuando se encontraban estas naves ante el cabo portugués de San Vicente, fueron atacadas por aquel célebre corsario Casenove Coullon. Trabóse el combate: tres barcos genoveses abordaron a sus contrincantes, los otros dos atrajeron al resto del enemigo y la batalla se disputó durante todo el día ensañada y reñida. Al caer la noche se habían hundido tres barcos genoveses y cuatro del enemigo y cientos de hombres se habían ahogado. Entre ellos, quinientos caballeros portugueses de la flota de Casenove, que se hundieron abrumados por el peso de sus armaduras. De Colón dice su hijo Fernando, que era muy buen nadador y «Viéndose dos leguas, o poco más, distante de tierra, tomando un remo que le ofreció la suerte y agarrándose de él algunas veces, y otras nadando, quiso Dios (que para mayores cosas le había salvado) darle fuerzas para llegar a tierra, aunque tan débil y trabajado del agua y de la humedad que tardó muchos días en reponerse».
Colón mismo calificó de milagroso el modo como llegó a pisar la península ibérica y no dudó en ver en él un indicio de que la Providencia lo empujaba hacia España. Después de haber sido socorrido por las gentes de la costa, pasó a Lisboa, donde residía una numerosa y próspera colonia genovesa. Bartolomé de Las Casas lo explica: «Fuese a Lisboa, que así no estaba lejos donde sabía que había de hallar personas de su nación, y así que siendo conocido por de la nación genovesa y también quizás su linaje y sus padres, mayormente viendo su autorizada persona, le ayudaron a que pusiese casa y hecho con él compañía, comenzó a acreditarse y restaurarse.»
López-Portillo y Weber expresa que Colón hizo en este trance análisis de sí mismo, idea que también profesa Madariaga.

009.jpg
En la isla portuguesa de Madeira, la tradición señala esta casa de Funchal como la que habitó Colón.

«Sentíase inteligente -dice-, ambicioso, capaz de grandes cosas y bien puede haber juzgado que si Dios le conservaba la vida allí donde tantos de sus compañeros la perdieron, era porque le reservaba para grandes cosas.
Como quiera que sea, el Cristóbal Colón que emergió de las ondas tenía propósitos muy distintos de los modestos de ganapán del mar que animaban al combatiente angevino.»
Apenas hubo restablecido la salud, Colón quiso reanudar su tarea de marino y mercader. En este momento de euforia Colón conoció a la mujer con quien acabaría casándose. ¿Cómo ocurrió tal cosa?
Llevado de la devoción, acudía el descubridor al monasterio de Santos a seguir los cultos. Este convento era de ciertas comendadoras, con una de las cuales vino a tener «plática y conversación», ayudadas de la «buena disposición y no menos gentil presencia» de Cristóbal, como dice su hijo Fernando. Llamábase la dama doña Felipa Moniz de Perestrello y era de familia noble y renombrada.
El padre de Felipa, Bartolomé Perestrello, era gentilhombre de la casa del infante don Juan, y cuando éste murió, pasó al servicio del infante don Enrique el Navegante, quien años después le conferiría por merced la capitanía de la isla de Porto Santo, donde vino a establecerse Perestrello. Cuando falleció, su viuda vendió los derechos a la capitanía y se retiró a Lisboa. Su hijo, llamado también Bartolomé, cuando llegó a la mayoría de edad, instó para que la operación fuese anulada y recabó de nuevo aquel grado. Así, como dice Eliot Morison, «dejó a la madre con flacos posibles para mantener su posición, y como doña Felipa era la mayor de las dos hijas -tendría ya unos veinticinco años cuando llamó la atención de los errantes ojos de Cristóbal-, quedó complacida al no tener que pagar más la pensión del convento y asegurarse como yerno a un joven activo y emprendedor, de modales gentiles y que no pedía dote».
Fernando Colón nos entera de que la suegra, al advertir el interés de Cristóbal por las cosas del mar, le participó curiosas historias de su difunto esposo: le contó así que Bartolomé Perestrello había desembarcado en Porto Santo una coneja con cría, que procreó con tal abundancia, que al año la isla estaba llena de conejos y éstos devoraban cuanta planta crecía en ella. Los portugueses se vieron obligados a salir de allí y pasar a Madeira en espera de que se mitigase la tiranía conejil en Porto Santo. «Daba mucho gusto al Almirante saber semejantes navegaciones y la historia dellas.»
Algún tiempo después de contraído el matrimonio, Colón y doña Felipa fueron a pasar una temporada a esa isla. En algunas ocasiones se trasladaría él a la de Madeira. En ambas trató sin cesar a marinos y exploradores, que le transmitirían la inquietud de los descubrimientos.
Durante estos años Colón se dedicó con intensidad al comercio. Parece seguro que colaboró con su hermano Bartolomé en un negocio de mapas que éste había abierto. Andrés Bernáldez lo describe, cuando lo conoció en España, como «mercader de libros de estampas». Este comercio de mapas es tanto más verosímil cuanto que es evidente que Colón estuvo profundamente familiarizado con la ciencia cartográfica de la época y dibujaba con notable perfección.
Contaría Colón en su desenvolvimiento económico con la facilidad de que buena parte del comercio exterior de Portugal estuviese en manos de genoveses como Paolo di Negro, el socio de Centurione, por cuya cuenta había estado Colón en la isla de Quíos.
Efectuó también Colón una expedición a la costa occidental de África incorporado a la flota de Diego d'Azambuja (1481). Él mismo dice: «Frecuentemente, navegando de Lisboa hacia el Sur, rumbo a Guinea... » El «frecuentemente» ha dado pie a la verosímil suposición de que efectuase más de un viaje. Lo positivo es que conoció bien estas tierras africanas, porque en sus escritos ulteriores las compara a menudo con las americanas.
Dice Ballesteros de este período de la vida de Colón: «Portugal era el país de los ensueños descubridores, de las esperanzas de tesoros inagotables que brotarían del mar, de islas maravillosas doradas por la munificencia real a los esforzados paladines de las empresas arriesgadas. Tenía hogar, una suegra cariñosa que lo animaba en sus proyectos, una dulce mujer unida a su destino, unos bienes, si no cuantiosos, suficientes, y en perspectiva un hijo que colmase sus alegrías. Y a todo ello se añadía el ensalzamiento. El plebeyo contemplaba con sorpresa su propio encumbramiento al enlazarse con las familias más nobles de Lusitania, allegadas a la Corte por los caminos del blasón y también por tortuosos senderos tan influyentes o más que los anteriores.»
En esta fase de la vida de Colón ha de insertarse un viaje que hizo a Inglaterra, el cual, aunque está indicado por su nombre en el diario de a bordo del Almirante, ha sido puesto en duda temerariamente por unos pocos autores. Ballesteros lo acepta y detalla, precisando que acaeció a finales de 1476 o principios de 1477. Consistió en una expedición de mercaderías desde Génova, la cual también se proponía recoger a los supervivientes del combate del cabo San Vicente. Los marinos genoveses estuvieron en Londres y Bristol y pasaron luego a la plaza irlandesa de Galway.
Todavía está más regateado y discutido que este viaje inglés, otro de Colón a Islandia, con todo y estar igualmente declarado por él. Probablemente se efectuó desde Inglaterra.
Él mismo afirma: «Yo navegué al año de cuatrocientos y setenta y siete en el mes de febrero, ultra Tile isla cien leguas, y a esta isla que es tan grande como Inglaterra, van los ingleses con mercaderías, especialmente los de Bristol, y al tiempo que yo a ella fui no estaba congelado el mar, aunque había grandísimas mareas.» En e1 curso de esta travesía hizo Colón una nueva escala en el puerto irlandés de Galway, si no es que lo visitó sólo esta vez. «El viaje que llevó a Cristóbal a Islandia -dice Eliot Morison- era probablemente intento de algún emprendedor capitán portugués que combinó el lucrativo comercio de bacalhau con una exploración ártica.»

010.jpg
Página del documento de 1479, llamado «de Assereto», donde se menciona a Cristóbal Colón (línea 14 de la segunda columna).

La interpretación de la frase «ultra Tile isla cien leguas» ha promovido hondas disensiones entre los eruditos: unos suponen que significa que Colón rebasó Islandia y llegó a la isla de Jan Mayen o a Groenlandia; otros (Caddeo) suponen que las cien leguas aluden al perímetro de la isla; Vignaud sostiene que Colón no conoció Islandia. Poca importancia tiene desde el punto de vista práctico, la cuestión de admitir que Colón completó su ciencia marinera con un largo viaje al Atlántico septentrional.
Junto a su interés técnico, esta travesía tenía también un evidente significado de llegar hasta el extremo del mundo conocido. Conforme luego veremos, Séneca había estimado a Thule como última tierra cógnita, según Colón había leído atentamente.
Queda, pues, establecido que Colón efectuó una serie de travesías de juventud por la costa ligur, un viaje de Génova a Marsella y Túnez, uno o dos de Génova a Quíos, otro a la costa atlántica que terminó en batalla naval, uno o varios viajes a la costa africana y otro al Atlántico Norte. «Ya estaba preparado -concluye Eliot Morison- para cosas de más aliento.»

§. Una importante actuación jurídica de Colón
El 25 de agosto de 1479 se nos muestra Colón compareciendo en Génova ante la banca de su patrono Luigi Centurione. En seguida indicaremos el motivo de este acto jurídico. Lo que nos importa más son las manifestaciones que en su ocasión hizo el Almirante, sin perjuicio de que el hecho mismo tenga también subido interés. Consta éste en el llamado «documento de Assereto», pliego suelto con dos escrituras que encontró Ugo Assereto y publicó en 1904 en el «Giornale Storico e Letterario della Liguria», dentro de un artículo titulado La data di nascita di Cristoforo Colombo, que Ballesteros resume extensamente.
El documento está motivado por un acaecimiento comercial registrado durante la estancia colombina en Porto Santo y Madeira1 con lo cual ayuda a ilustrarnos acerca de esta época de su vida. Colón había recibido en 1478 de la casa Centurione el encargo de comprar 2.400 arrobas de azúcar en Madeira, pero Paolo di Negro, representante en Portugal de la misma casa, sólo proporcionó a Colón la décima parte de la cantidad necesaria para el pago, lo cual creó una situación equívoca que Colón acudió a despejar en Génova. Allí se justificó de no haber podido embarcar todo el azúcar comprometido, con perjuicio de terceros, y-lo que a nosotros interesa más- añadió para identificarse que era civis Janue, es decir ciudadano de Génova, y que tenía veintisiete años.
Las dos afirmaciones son de primera magnitud para esclarecer biografía de Colón. Añadió éste que al día siguiente partiría de Génova para Lisboa. Colón salió airoso del interrogatorio recogido en este documento y continuó tratando con la casa Centurione, así como con Paolo di Negro y el factor Jerónimo Médicis. Unos y otros son también mencionados en el testamento de Colón, lo cual realza el significado de este episodio.

Capítulo 3
El anhelo científico

«El Almirante -afirma vanidoso su hijo Femando- era hombre de letras y de grandes experiencias, y que no gastó el tiempo en cosas manuales ni artes mecánicas.» La ciencia considera con grandes reservas estas manifestaciones y crece en sus sospechas al ver a Femando que asegura que su padre «aprendió las letras y estudió en Pavía, lo que le bastó para entender a los cosmógrafos, a cuya lección fue muy aficionado». Las Casas, además de seguir a Femando en la aseveración de estos estudios pavianos, observa que «Siendo niño, le pusieron sus padres a que aprendiese a leer y escribir y salió con el arte de escribir formando tan buena y legible letra... que pudiera con ella ganar de comer. De aquí le sucedió darse juntamente a la aritmética y también a dibujar y a pintar, que lo mismo alcanzara, si quisiera, vivir por ello».
La hipótesis de que Colón estudiase en Pavía goza de poco favor ante la crítica moderna, la cual pone en contraste con esta formación universitaria; a) la insuficiencia de medios económicos de la familia de Colón; b) el hecho de que Colón no hablase ni escribiese nunca el italiano literario; c) la afirmación, repetida por muchos de sus contemporáneos, de que, aunque dotado de talento y de cultura autodidáctica, el descubridor carecía de formación sistemática; d) Pavía no daba en aquella época los estudios más adecuados a la personalidad e intenciones de Colón. Esto nos prepara para comprender cuánto le aprovechó el trato epistolar que sostuvo con Paulo del Pozzo Toscanelli, príncipe de los geógrafos de su tiempo. Femando Colón dice a este respecto: «Porque siendo el referido maestro Paulo Toscanelli amigo de un Fernando Martínez, canónigo de Lisboa, y escribiéndose cartas uno a otro sobre la navegación que se hacía al país de Guinea en tiempo del rey Don Alfonso de Portugal, y sobre lo que podía hacerse en las partes de Occidente, llegó esto a noticia del Almirante, que era curiosísimo en estas cosas, y al instante, por medio de Lorenzo Giralda, florentino, que se hallaba en Lisboa, escribió sobre esto al maestro Paulo, y le envió una esferilla, descubriéndole su intento, a quien el maestro Paulo respondió en latín.»
En esta respuesta Toscanelli encerró todo el acervo de conjeturas y realidades acerca del viaje a Catay que se había venido acumulando hasta sus días. Parte importante de las noticias transmitidas por Toscanelli procedían del relato del viaje de Marco Polo.
Ballesteros, al estudiar esta correspondencia, señala que «desde el comienzo de la carta aborda Toscanelli el gran problema». Otras muchas veces tengo dicho del muy breve camino que hay de aquí a las Indias, adonde nace la especiería, por el camino del mar más corto que aquel que vosotros hacéis para Guinea.» El eje de las ideas de Toscanelli, que Colón abrazará y realizará en cierta forma, consiste en libertar al comercio oriental cristiano de la opresión de los turcos. Para demostrar el modo de conseguirlo, mandó Toscanelli una carta marina «en la cual está pintado todo el fin del Poniente, tomando desde Irlanda al Austro hasta el fin de Guinea, con todas las islas que en este camino son, enfrente de las cuales derecho por Poniente está pintado el comienzo de las Indias ... y en cuántas leguas podéis llegar a aquellos lugares fertilísimos y de toda manera de especiería y de joyas y piedras preciosas» ... «Y no tengáis a maravilla si yo llamo Poniente adonde nace la especiería, porque en común se dice que nace en Levante, mas quien navegare al Poniente siempre hallará las mismas partidas en Levante», según dice el padre Las Casas transcribiendo esta carta. Fusionando la reseña de Marco Polo con las noticias de islas ignotas en el Atlántico, dice Toscanelli categóricamente que de la isla de Antilla a la isla de Cipango (Japón) hay 2.500 millas.
En una segunda carta de Toscanelli a Colón le dice: «Yo veo el tu deseo magnífico y grande de navegar en las partes de Levante por las de Poniente», e insiste en asegurarle que si tal hace encontrará «reinos poderosos e ciudades e provincias nobilísimas».
Anota aquí López-Portillo y Weber que «como es característico de los autodidactos los conocimientos que entonces con tenaz empeño y estudio adquirió, tenían respecto de los profesionales la desventaja de carecer de base y de sistema, y en justa compensación la ventaja de buscar nuevos campos sin traba alguna, con criterio libre y con entusiasmo ardiente».
Observemos el proceso de germinación de la idea del descubrimiento en la mente de Colón. Merced a la instrucción primaria recibida está en condiciones de valorar y asimilar las noticias geográficas y cosmográficas que le van llegando. ¿Cuáles son éstas? Primeramente, los papeles y relatos de su suegra, que pone a su disposición la experiencia marinera de Bartolomé Perestrello; en segundo lugar, esta comunicación con Toscanelli.
Algunos estudiosos insinúan que Colón se interesaba por estas noticias y papeles porque estaba anheloso de encontrar datos que robusteciesen sus esperanzas. Más lógico es suponer, por el contrario, que Colón se interesase por tales informaciones llevado, al principio, de la mera curiosidad científica y del deseo de contrastar el parecer de los enterados con sus ideas de marino empírico. No echemos en olvido «la penetración y la seguridad del golpe de vista con el cual, aunque falto de instrucción y extraño a la física y a las ciencias naturales, abarcó y combinó los fenómenos del mundo exterior» (Rey Pastor). Ha sido frecuentísimo en la historia de la ciencia que las figuras dotadas de esta predisposición natural careciesen de formación científica y se sintiesen tanto más sedientos de ella cuanto que anhelaban que les facilitase el diálogo con la naturaleza.
Al titular el capítulo anterior El anhelo del mar, hemos querido grabar en la mente del lector la idea de que en Colón y en su empresa había una parte de esta hambre de aventura y ansia de expansión que se pueden resumir en la idea de espíritu marinero. Al desarrollar la evolución intelectual de Colón, hemos querido, bajo el epígrafe de El anhelo científico, poner de relieve su curiosidad científica, su avidez de saber. Hay en la empresa del descubrimiento un factor puramente intelectual, el deseo de probar la exactitud de determinadas tesis, que ha solido ser postergado en gracia de la interpretación conquistadora o evangelizadora del hecho. Volveremos a decir más adelante que el próximo V Centenario del Descubrimiento puede también abarcar y envolver este aspecto científico, y que la estimación fáctica del descubrimiento no debe sofocar y postergar su significación en el conjunto del progreso científico mundial, al cual España habría efectuado una aportación valiosísima con este solo hecho.

Capítulo 4
El ardor religioso

«Tuvo fe y perseverancia, dos cualidades que sostuvieron su espíritu. Colón, puro hombre de la Edad Media, no advierte las implicaciones racionalistas del Renacimiento. Su corazón se eleva al Hacedor, de Él espera la dicha y teme, por sus pecados, la adversidad. El creador ha fortalecido su ánimo con la perseverancia. Si desfallece alguna vez, el desfallecimiento es momentáneo y pronto se recobra», dice Ballesteros, al definir la personalidad de Colón al término de su estudio.
Colón fue un católico ferviente, que se consideraba directamente tutelado por el cielo y se tenía por obligado a corresponder a tal favor con la entrega de sus facultades al servicio de Cristo. «En 1as cosas de la religión cristiana -dice el padre Las Casas- sin duda era católico y de mucha devoción.» Anota luego que al comenzar cualquier empresa expresaba: «En el nombre de la Santa Trinidad haré esto, encabezaba todos los escritos con un Jesus cum Maria sit nobis in via» y con -estas mismas palabras probaba cua1quier pluma nueva que tuviese que usar. Se abstenía de juramentos, ayunaba fielmente en los tiempos señalados por la Iglesia, confesaba y comulgaba con frecuencia, rezaba las horas canónicas como los eclesiásticos y profesaba especial devoción a San Francisco. Daba inmediatamente gracias a Dios de cualquier ventura que 1e ocurriese, invitando a los presentes a acompañarle en la oración.»
Sea cual fuere su auténtico significado, lo que parece evidente es que la curiosa firma de Colón

. S .
S .A . S .
XMY
Xpo FERENS

es expresión de algún símbolo religioso, y quizá por esto tuvo tanto interés el Almirante en que sus sucesores se valieran también de ella. Esta firma ha sido interpretada de modo caprichoso; con todo, ninguna de las interpretaciones deja de contener alguna expresión religiosa. Paredes ve en la columna central, leída de abajo arriba, Matris, y de arriba abajo, Sanctae Mariae, y lo aprovecha en apoyo de su expuesta tesis del entronque de Colón con la familia judía de los Santa María. Ulloa hace notar que la forma triangular de la sigla alude a la Santísima Trinidad y en la A y la M ve el emblema de Ave María.
Con este enigma tiene algún punto de contacto la tesis de que Colón fuese de origen judío y que por tal razón encubriese celosamente su origen y linaje. Los partidarios del origen gallego de Colón -valedores principales de su hebraísmo- se agarran a algunos datos físicos y a otros morales del Almirante. Usan también mucho de la noticia de que Colón fuese profundo conocedor de la Biblia y dan una interpretación hebraísta al entusiasmo que sentía Colón por el rescate del Santo Sepulcro. «Los maliciosos ven hasta en esto -dice Ballesteros- un disimulo judaico, puesto que se piensa en Jerusalén, la Sión hebraica, pero es alambicar demasiado.» Bien claro está que Colón era católico firme y fervoroso, con la devoción rígida y sincera que se ha adquirido en la niñez.

011.jpg
En el Museo Lázaro Galdiano de Madrid se conserva esta tabla de la Virgen. Se supone que el personaje arrodillado representa a Colón.

Los aspectos de su ardor piadoso eran completamente afines a las costumbres de su patria (devoción por San Francisco) y de su época (repugnancia a los judíos conversos). Mucho más valor que las suposiciones que acabamos de exponer tiene la amistad de Colón con tantos eclesiásticos, incluyendo su correspondencia con los papas Alejandro VI y Julio II. Y, por supuesto, los testimonios de devoción del Almirante son tan manifiestos que nadie vacilará en darles interpretación apropiada, a poco objetivo que sea.
La fijación de esta tercera característica de la personalidad de Colón nos prepara ya para adentramos en el examen de la génesis del descubrimiento. Los motivos radicales de este proyecto serán, pues, en la mente de Colón: la afición y la aptitud para la aventura; la sed de saber y comprobar las nociones aprendidas y el ímpetu religioso.
Por escrúpulo de objetividad, no podemos omitir el énfasis que Madariaga dedica, al analizar los apetitos y propósitos de Colón, a la notoria inclinación que éste manifiesta hacia el oro y la pedrería, tema de anotaciones acaloradas que Colón formula en los márgenes de los libros que lee vorazmente. El Almirante, nacido y criado en un ambiente de marinos y mercaderes, había sido educado en la valoración y respeto de los símbolos de la riqueza, y nadie podrá negar que durante toda su vida testimonió aguda avidez de poseerla. En tal punto, las riquezas le servían también de testimonio y argumento en favor de la veracidad y trascendencia de sus teorías y ensueños, y de aquí su empeño, una vez hubo descubierto el Nuevo Mundo, en acopiar oro que presentar a los reyes cuando compareciera ante ellos. Donde es imposible seguir a Madariaga es en la conexión que establece entre la apetencia de oro sentida por Colón y su supuesta condición de judío, con frases tan chocantes como «Siempre han fascinado a los judíos el oro y las piedras preciosas, formas de la naturaleza que, aparte su valor comercial, parecen estar en armonía con el alma de Israel».

Capítulo 5
Génesis del descubrimiento

Contenido:
§. Antecedentes del conocimiento de América
§. Planteamiento del designio de Colón
§. La proposición a Portugal
§. La proposición a los Reyes Católicos
§. La madre de Femando Colón
§. Antecedentes del conocimiento de América
Escribe Ballesteros acertadamente que «la mayoría de los autores confunden dos cuestiones completamente distintas: la génesis de la idea descubridora y la ciencia de Colón. Una y otra tienen sus momentos y finales diversos. La segunda sigue ampliándose por etapas hasta su muerte; la primera debe pararse con el fenómeno del descubrimiento».
Vamos a desglosar en tres especies los diversos antecedentes del conocimiento de América que intervinieron generativamente en la idea descubridora.
1) Precedentes náuticos.
El descubrimiento del Nuevo Mundo no se produjo de modo fortuito, sino que, por el contrario, hizo culminar una larga serie de tentativas y proyectos que venían siendo incubados desde hacía siglos. Puede admitirse, sin que de ello redunde demérito para la empresa colombina, que los escandinavos habían llegado al continente americano, y de ello hay ecos en las sagas.

012.jpg
En Saint Paul, en el estado norteamericano de Minnesota, se erigió un monumento a Leit Eriksson, honrando su supuesta llegada a América en el siglo XI.

A partir del siglo IX, en que llegó a Islandia el pirata noruego Naddod, los viajes de los escandinavos a la isla fueron frecuentes. En Islandia existía una tradición, recogida en la saga de Erik el Rojo, que hablaba de otras tierras más occidentales, y este navegante se lanzó deliberadamente en su busca a finales del siglo X. Erik llegó a una gran isla helada. Al referir su descubrimiento, ilusionó a sus compatriotas con la falacia de que había encontrado «tierra verde» y fértil, a la cual había bautizado con el nombre de Groenlandia, alusivo a su esplendor vegetal. El descubridor empezó a colonizarla. Su hijo, Leit Eriksson, se vio arrastrado en cierta ocasión por una tempestad cuando se dirigía de Groenlandia a Noruega y fue a parar al litoral de América (año 999 o 1000). Denominó Vinlandia a aquella tierra, en honor de sus viñedos silvestres. Para colonizarla, salió de Groenlandia una expedición mandada por Thorfinn Karlsefni, quien dirigía tres barcos y ciento cuarenta hombres. Durante tres años Thorfinn recorrió el litoral americano y reconoció y bautizó las zonas llamadas Helulandia (tierra de rocas) y Marklandia (tierra de árboles, ¿Labrador?). Desde allí llegaron a un lugar desolado al que denominaron Kjalarnes (cabo de la quilla), donde el descubridor envió dos exploradores tierra adentro. Volvieron éstos con racimos de uvas y espigas de trigo silvestre. Los escandinavos pasaron luego al Mediodía y se detuvieron para invernar en una gran bahía que, por sus vivas corrientes, fue bautizada con el nombre de Straumfjord. Allí trabaron contacto con unas gentes de piel oscura, pelo erizado, ojos grandes y pómulos salientes (¿esquimales?), quienes les obligaron a salir del país.
Claramente se desprende la esterilidad de este viaje escandinavo a América. Ni sus más exaltados panegiristas -aquellos que en lisonja a la raza nórdica exaltan a Leit Eriksson por encima de Colón y le erigen monumentos-podrán afirmar que el viaje de los escandinavos a América tuviese consecuencias prácticas.
Un almirante chino, hacia 1424-25, estuvo a punto de descubrir el Cabo de Buena Esperanza y tampoco ha faltado quien supusiera que los chinos se pasearon por las costas americanas. ¿Qué resultado tuvieron estas estimables proezas?
En cambio, dentro del Occidente europeo en general y de la Península Ibérica especialmente, desde el siglo XIII van acumulándose motivos y fundamentos de su ulterior capacidad para derramarse sobre el mundo rompiendo sus comportamientos y divisorias. Y estos requisitos no son sólo científicos y técnicos. Son también el crecimiento de la población, de su densidad, sus comunicaciones, su comercio, y esto en forma tal que, según ha significado Braudel, las novedades se acumulan y superponen a los éxitos anteriores sin sustituirlos, los estimulan sin reducirlos.
Es importante establecer que el descubrimiento de América no es un acaecimiento casual y. aventurero con el que la suerte favoreció a España, empresaria de Cristóbal Colón. Si se atiende el desarrollo alcanzado por las exploraciones náuticas y por la ciencia geográfica, el descubrimiento no pudo ocurrir lógica y naturalmente muchos años antes de 1492. Viene a sugerir lo mismo la evolución política y económica de las potencias europeas: mucho tiempo antes del descubrimiento, estas no disponían de medios técnicos y materiales para la empresa y estaban absorbidas por otras iniciativas urgentes.

013.jpg
Miniatura del Libro de las Maravillas», de la Biblioteca Nacional de Paris, que representa la partida de Constantinopla de Marco Polo y su hermano.

Vale la pena también de reparar en que el hallazgo de América está precedido por varios siglos de trato y averiguación europeos de Asia y África, cuyo conocimiento representa un requisito previo al paso del Atlántico en busca de aquélla. Un acontecimiento sobresaliente había añadido motivaciones al deseo de conocer mejor Asia: el avance tártaro hacia el oeste, con su aplastamiento del poder turco. Europa comenzó, estimulada por este aliciente, un copioso repertorio de viajes y exploraciones en Asia cuyo capítulo más ilustre y sustancioso consiste en el viaje de Marco Polo. A este afán por acercarse a Asia no fue ajena Castilla, que envió a Ruy González de Clavija a saludar al soberano tártaro. Huelga recordar aquí que su avidez por comunicarse con el mundo oriental trastornó los criterios de Colón y le hizo vivir muchos años en la creencia de que había llegado a las Indias, y que indios eran los pobladores de la América descubierta.
2) Precedentes legendarios.
El poner en contraste la verdad con la leyenda puede resultamos instructivo para considerar varias consejas referentes a la existencia de un mundo atlántico.

014.jpg
Atlas de Cresques, también llamado de Carlos V, en reproducción antigua del conservado en la Biblioteca Nacional de París.

La primera, como el lector ya adivina, es la de la Atlántida misma, continente al que la antigüedad clásica suponía situado más allá de las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar), poblado por los descendientes de Atlas.
Aquella tierra llena de encantos desapareció en un día y una noche, quebrantada por los terremotos y devorada por las aguas. Platón recogió esta noticia, y otros escritores clásicos, como Plutarco, Diodoro Sículo, Estrabón y Macrobio coincidieron en hablar de continentes e islas maravillosas situados al otro lado del estrecho.
Los estudiosos modernos no tienen inconveniente en admitir que los navegantes fenicios y griegos llegaron al límite del mar de los Sargazos. Precisamente Avieno se refiere a cierta región del Atlántico donde las hierbas flotantes impiden el avance de los barcos. Esta tradición, unida a los eternos cuentos y fantasías marineros (como el de que en el año 62 antes de Jesucristo llegó a Germanía un barco tripulado por gentes de raza desconocida, transmitido por Pomponio Mela y Plinio), incubó en el mundo clásico un presentimiento de nuevas tierras, presentimiento cuya expresión más entusiasta consta en la Medea de Séneca, con aquello de «dentro de unos siglos, el océano abrirá sus barreras. Una vasta comarca será descubierta, un mundo nuevo aparecerá al otro lado de los mares y Thule (Islandia) no será la última de las tierras»[1]

015.jpg
En su célebre tríptico del Museo de Lisboa, Nuño Gonçalves retrató a don Enrique el Navegante

Durante la Edad Media continuó fermentando este tesoro de leyendas y conjeturas y a él siguió acumulándose la aportación de la imaginación marinera, plasmada en consejas como la de la isla móvil de San Brandán.
3) Precedentes científicos.
Los árabes y los hebreos habían recogido el saber clásico en materia astronómica y geográfica y lo habían desarrollado brillantemente. Ramón Llull añadió a sus profundos estudios matemáticos el esfuerzo de preparar un Arte de navegar que se ha perdido. La Mallorca de su tiempo era un vivero frondosísimo de desvelos científicos, como volveremos a decir. Recordemos también la obra de Alfonso X el Sabio y su escuela de traductores de Toledo, como difusores del saber árabe y judío. Otro de los puntos culminantes de este patrimonio es la Carta catalana de 1375, uno de los mapas medievales más bellos y completos, que fue obra del judío mallorquín Abraham Cresques.
En 1415 el príncipe portugués Enrique el Navegante, hijo del rey Juan I, estableció en Sagres un centro de estudios cartográficos y náuticos que empezó a fomentar y dirigir la exploración sistemática de la costa occidental de África. A este centro fue llamado el hebreo Jaime de Mallorca, destacada figura de la escuela cosmográfica de la isla. La actividad portuguesa, tanto en el estudio como en la exploración, dio por fruto más notable el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza (1487) y la apertura de la ruta africana de las Indias Orientales.
En orden a la aplicación de la cosmografía y la astronomía a la navegación el instrumental náutico no era aún abundante. Para las observaciones meridianas del sol era preciso conocer su declinación. A la altura cenital del sol obtenida por el astrolabio se añadía algebraicamente la declinación, y se deducía así la latitud geográfica. Hacía falta, pues, astrolabio y tabla de declinación solar. El astrolabio eran unos discos graduados circularmente con alidada giratoria que permitían tomar las alturas del sol.
Junto al astrolabio se usaba el bastón de Jacob, o ballestilla, precursora del sextante. El primero medía directamente el ángulo, y la segunda, la tangente de su mitad. Estaba formada por una regla o vara sobre la que se deslizaba una segunda pieza de menor longitud, de forma rectangular, en ángulo recto con la primera, llamada transversario. Para medir la hora se empleaba la ampolleta, o reloj de arena. Rey Pastor reseña los instrumentos usados para practicar la navegación.
Dos eran los sistemas de navegación: el de estima y el astronómico. Se navegaba siguiendo el sistema de estima cuando se determinaba el camino recorrido durante una singladura (veinticuatro horas) por medio de la brújula, que daba el rumbo, y la longitud del trayecto recorrido, que se apreciaba a ojo o estima. Estos datos, llevados a la carta náutica, facilitaban el lugar donde se encontraba el barco (punto de fantasía).
Cuando se empleaban a bordo instrumentos para obtener la latitud y llevarla a la carta marina, se practicaba la navegación astronómica. La misma tuvo dos fases, con un posible precedente en la volta de las Canarias, llamada vuelta de la Mina. Esta, entre otras, originó el problema de que el retomo no se podía hacer a la vista de la costa. Era preciso engolfarse en el océano y perder de vista el litoral, yéndose a parar casi a la altura de las Azores, desde donde con otra bordada se alcanzaba Portugal. Cuando se cruzó el ecuador y se perdió de vista la Estrella Polar, surgió la segunda fase de la navegación de altura, para la que era preciso recurrir a la astronómica (Morales Padrón).

016.jpg
Desarrollando instrumentos más antiguos usados desde la Grecia clásica se alcanzó en los siglos XV y XVI el perfeccionamiento del astrolabio que muestran estos ejemplos de dicha época. En sus discos se sitúan las constelaciones del Zodiaco, con diversas medidas del calendario y horario, y unas escalas para la medición de ángulos y visuales

El rey de Portugal Juan 11 (1481-95) constituyó la Junta dos Mathemáticos, la cual presenta unas tablas de navegación basadas en los trabajos del judío salmantino Abraham ben Samuel Zacuth, de la misma manera que buena parte de la cartografía portuguesa de estos años se inspiraba en la mallorquina anterior. «Las naves portuguesas que salían de Sagres -escribe Aguado Bleye- iban guiadas por una ciencia náutica cuyos orígenes eran hispano-mediterráneos, mallorquines y catalanes.»

017.jpg
En la primera página del “Livro dos Copos”, conservado en el Archivo Nacional de Torre do Tombo de Lisboa, figura esta miniatura que se considera, tradicionalmente, como retrato del rey Juan II de Portugal.

Con este núcleo portugués, y por tanto también cerca del pensamiento colombino, estuvo en comunicación el famoso Martín Behaim, autor de un globo terráqueo donde se resumen las nociones geográficas de la época.

§. Planteamiento del designio de Colón
El conjunto de noticias clásicas y legendarias y las hipótesis de los sabios de la época, unidas a los informes de los navegantes, ofrecían a las mentes preocupadas por concebir una imagen total del globo -de las cuales Colón es, sin duda, la más sobresaliente- un doble problema: 1) El de la distancia que mediaría entre la costa occidental de Europa y la oriental de las Indias, distancia que cabía suponer que sería más corta que el rodeo de África y Asia y ofrecería una ruta más desembarazada que el camino terrestre de las Indias, oprimido por los turcos. 2) La posible existencia de nuevas tierras a Occidente.
Debe fijarse cierta atención en este último aspecto, para debilitar la creencia, muy difundida, de que Colón no se proponía otra cosa que abreviar el viaje a las Indias y dio con América inesperada y sorprendidamente. Colón, como cualquier marino docto de su época, sospechaba que en el Atlántico existían islas ignoradas y sentía la natural curiosidad por concretar esta creencia. Otro problema distinto -y en él anduvo Colón equivocado-- es el de la distancia que hubiera entre estas tierras y las de Catay y de las especias.
El doble aspecto de la cuestión queda claro en el texto de Fernando Colón: «Estando en Portugal empezó a conjeturar que, del mismo modo que los portugueses navegaban tan lejos al Mediodía, igualmente podría navegarse la vuelta de Occidente y hallar tierra en aquel viaje... » Y también: «Vino a creer por sin duda que al occidente de Canarias y de las islas de Cabo Verde había muchas tierras, que era posible navegar a ellas y descubrirlas.»

018.jpg
En la Carta Catalana atribuida a Cresques y conservada en la Biblioteca Nacional de París, aparece esta representación de una de las caravanas que cruzaban el Asia Central para traer a Europa especias y otras mercancías orientales.

A las noticias aportadas por este ambiente portugués de geógrafos y navegantes debemos sumar lecturas tales como la Imago Mundi, del cardenal Pedro de Ailly, en el que Colón halló la noticia errónea de la pequeñez de la esfera terrestre con la base que ello daba a la viabilidad del proyecto colombino.
En el mismo libro de Ailly encontró las citas de Aristóteles, Séneca, Plinio y el libro apócrifo de Esdras que confirmaban la cercanía de las playas occidentales y los Estados del Gran Khan y las ciudades de Zaitun y Quinsay y el espléndido Cipango y el maravilloso Catay.

019.jpg
La tradición posterior atribuyó esta imagen al cosmógrafo medieval Pedro de Ailly, uno de los inspiradores del proyecto colombino.

Dejo de lado por escrúpulo de brevedad dos sugestivos ensanchamientos que podían dársele al tema: por una parte, el conocimiento probable de América que parecen haber tenido los pescadores vascos de bacalao, antes de Colón; y por otra, la indicación, recogida por Cieza de León y por Álvar Núñez Cabeza de Vaca, de que los primeros conquistadores oyeron referir a los indios que antes habían llegado «Otros hombres que traían barbas como nosotros». Todo ello, para no metemos en los «descubrimientos» chino y escandinavo del Nuevo Mundo, ya mencionados antes.

020.jpg
En la Biblioteca Real de Bruselas se conserva la «/mago Mundi», de Pedro de Ailly, una de cuyas figuras esquematizadas ( el mundo conocido, situando la India a la derecha del grabado y España, con C6diz y las Canarias, a la izquierda del mismo.

Como se ha dicho, Colón, antes de su venida a España, realizó varios viajes a la Guinea, recién descubierta por los portugueses. Inserta en esta época se presenta la figura del piloto Alonso Sánchez de Huelva, de quien se dice que recibió Colón el diario de navegación en la isla de Madeira o en la de Cabo Verde. Según esta hipótesis, aquel piloto, estando moribundo, comunicó a Colón los datos de un viaje hacia Occidente y unas islas descubiertas. Se explica así la seguridad con que Colón mantenía su pensamiento, ya que poseía garantías de certeza en lo consignado por Alonso Sánchez. Es éste un asunto todavía no bien aclarado, pero que de entrada tampoco puede ser desmentido. Colón manifiesta también que un marinero, en el Puerto de Santa María, y un piloto, en Murcia, le aseguraron haber corrido con temporal hasta lejanas costas occidentales, donde tomaron agua y leña para volver.
Dentro de este conjunto de hipótesis coincidentes en la creencia en un «predescubrimiento», se halla también la conseja de que cierto navío portugués encontró en medio del Atlántico, más allá de las Canarias, una canoa donde iban embarcadas unas mujeres caribes. La leyenda en cuestión añade en alguna de sus versiones que en este barco portugués iba el propio Colón. Pérez de Tudela ha revalidado recientemente esta historia.
Desde que en 1437 Diego de Sevilla había encontrado las Azores cuando «iba buscando al poniente muchas tierras e islas que era fama que había», esta última frase se repite tan a menudo en la documentación que cabe estimar que refleja una creencia extendida. Tomemos, por ejemplo, de tal creencia el hecho de que en 1486 los hermanos Joao y Álvaro Fonte, de las Azores, se arruinasen tratando de alcanzar «las islas del poniente del Océano», otra vez mencionadas como realidad inequívoca e indiscutible.

§. La proposición a Portugal
En 1484 regresó de sus exploraciones por la costa occidental de África el piloto Diego Cao. El monarca portugués le colmó de honores y mercedes. Este ejemplo animó a Colón seguramente a concretar y perfilar su proyecto y someterlo al Trono. Acababa el rey de constituir la citada Junta dos mathemáticos. El historiador portugués Joao de Barros explica sucintamente: «El rey, al observar que este Christovao Colom era un gran hablador, al llevar adelante sus hechos y lleno de fantasías e imaginación con su isla Cipango, cuya certidumbre surgía de sus palabras, lo creyó poco.

021.jpg
Representación moderna de una nao portuguesa de finales del siglo XV

Sin embargo, por fuerza de su importunidad se ordenó que conferenciara con don Diego Ortiz, obispo de Ceuta, y maestro Rodrigo y maestro José, a quienes el rey había encargado estos asuntos de cosmografía y descubrimientos, y que ellos todos consideraron las palabras de Christovao Colom como vanas, fundadas simplemente en la imaginación o en cosas como esa isla Cipango de Marco Polo.»
¿Qué había solicitado Colón al rey de Portugal? 1) Que equipase tres carabelas tripuladas y aprovisionadas para un año y cargadas con mercaderías de trueque tales como cascabeles y otras baratijas con que ilusionar a los salvajes. 2) Que armase caballero a Colón, de modo que sus descendientes pudiesen usar el título de Don, lo nombrase Gran Almirante del Océano y virrey y gobernador perpetuo de las islas y tierra firme que descubriese. 3) Que Colón pudiese retener una décima parte de las ganancias y metales preciosos extraídos de esas tierras y tuviese el privilegio de participar con un octavo en todos los barcos que comerciasen con los países que descubriere. Estas peticiones fueron rechazadas por diversos motivos: el soberano portugués tenía la atención concentrada en los descubrimientos de Guinea y el camino de Indias; su tesoro estaba también volcado totalmente en esta empresa y no había caudal suficiente para iniciar otra de semejante envergadura; las desmesuradas peticiones de Colón acababan de prestar al viaje una magnitud incompatible con las posibilidades y la afición del rey.
En este punto se intercala la historia -nada segura- de que el rey de Portugal, al mismo tiempo que rechazaba las proposiciones de Colón, enviaba clandestinamente una carabela para que se adentrase en el Atlántico, siguiendo las indicaciones ofrecidas por el Almirante, y concretase la verdad que había en los ensueños de éste. La expedición volvió con las manos vacías, y Colón marchó de Portugal.
Parece que Colón saltó con sigilo del reino luso en los primeros meses del año 1485. ¿Motivos de esta partida encubierta? Se ha hablado de deudas contraídas; también de la participación de Colón en una intriga política. Lo cierto es que siguió siendo amigo del rey Juan 11 y pensó en volver a aquel reino si el monarca le daba salvoconducto. Por las mismas fechas, Bartolomé Colón, su hermano, debió de ir a Inglaterra para ofrecer el gran proyecto al rey Enrique VII. Pocos meses antes de la partida de Portugal pasó Colón por el trance de perder a su esposa, hecho que probablemente le reportó también algún perjuicio económico.

§. La proposición a los Reyes Católicos
Tras salir de Portugal, debió de preguntarse Colón cuál sería el lugar más apropiado para alentar el desarrollo de sus proyectos y brindarle ocasión de ponerlos por obra. No había otro mejor que Sevilla, centro náutico y comercial de primer orden. A él quería dirigirse el Almirante, pero antes de lanzarse a la gestión solo y quebrantado de dineros, quiso dejar en lugar seguro a su hijo Diego, que era entonces de corta edad. Para ello se detuvo en la villa de Palos y se dirigió al monasterio de La Rábida, próximo a ella. Ocurrió entonces aquel episodio, tan divulgado por el arte, que García Hernández, médico de Palos, refiere así: «A pie se vino a La Rábida, que es monasterio de frailes en esta villa, el cual demandó a la portería que le diesen para aquel niñico, que era niño, pan y agua que bebiese; y que estando allí ende este testigo, un fraile que se llamaba fray Juan Pérez, que es ya difunto, quiso hablar con el dicho don Cristóbal Colón, e viéndole disposición de otra tierra e reino ajeno en su lengua, le preguntó que quién era e dónde venía.»
Parece verosímil que, si desembarcó en Palos -y no en Huelva, donde residían sus cuñados- y visitó La Rábida, lo hizo por el afán de noticias del citado piloto Alonso Sánchez de Huelva. Vignaud es de parecer que Colón encontró en La Rábida lo que deseaba. Facilitaron noticias el prior, fray Juan Pérez, y el docto cosmógrafo fray Antonio de Marchena, y se supone que le fue entregada una carta de ruta del Consta que Colón expuso a fray Juan Pérez las vicisitudes de su proyecto portugués y que, con su apoyo, el monasterio le concedió hospitalidad y simpatía. Fray Antonio de Marchena trabaría pronto amistad con aquel extranjero que unía al brillo de su fantasía exaltada la experiencia de dilatados viajes. La orden franciscana llevaba ya varios siglos de labor exploradora, misionera y geográfica, y en una de sus casas tenía que resonar adecuadamente aquel nuevo proyecto difunto piloto, la cual fue utilizada por Colón en su primer viaje.
Después de haberse entrevistado con unos parientes que tenía en Sevilla, los Muliart, a quienes quizás hablaría de la guarda de su hijo, Colón entró en contacto con el banquero florentino Juanoto Berardi, quien le presentó a don Enrique de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, y a don Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, que tuvo de huésped a Colón, y escribió una carta poniéndole en relación con los Reyes Católicos.

022.jpg
La llegada de Colón al Monasterio de La Rábida con su hijo Diego está representada libremente por este dibujo inspirado en una pintura de Delacroix, conservada en la Galería Nacional de Washington.

Conócese otra carta de Medinaceli a su tío el cardenal de España, don Pedro González de Mendoza, influyente consejero de los Reyes. Es de 18 de marzo de 1493, esto es, de los días en que Colón estuvo en Palos y Sevilla, de retomo de su viaje de 1492. Por ella y por algunos testimonios, se sabe que el navegante pasó al lado del duque largo tiempo antes de conocer a los reyes y también después, y que éste lo escuchó con interés tan afectuoso que bien justo es atribuirle el honor de ser una de las primeras personas que creyeron en Colón.
En la carta citada decía el duque al cardenal Mendoza: «No sé si sabe Vuestra Señoría cómo yo tuve en mi casa mucho tiempo a Cristóbal Colombo, que se venía de Portugal y se quería ir al rey de Francia para que emprendiese de ir a buscar las Indias con su favor y ayuda, e yo lo quisiera probar y enviar desde el Puerto (de Santa María), que tenía buen aparejo, con tres o cuatro carabelas, que no me demandaba más, pero como vi que era esta empresa para la reina, respondióme que se lo enviase; yo se lo envié entonces y supliqué a Su Alteza, pues yo no lo quise tentar y lo aderezaba para su servicio, que me mandase hacer merced y parte en ello.»
El proyecto primero y completo de Colón refundía todos los grandes anhelos de la cristiandad medieval y los resolvía a la vez: el comercio directo con Oriente, el reencuentro con los misteriosos y evasivos cristianos antiguos de Asia del tipo del Preste Juan y la apertura de ésta a la fe, junto al acabamiento triunfal del ideal de las Cruzadas con el recobro de Jerusalén. Este programa es de una amplitud universal y un entusiasmo mesiánico que obligan a pensar en las visiones de los profetas de Israel. Y al decir esto, sólo califico cierto estilo de programación y dejo de lado la citada suposición de si Colón era de sangre hebrea.
Este plan magno de Colón está comprensiblemente reducido y simplificado en sus negociaciones finales con los soberanos españoles. Aunque el acento místico del almirante se avenía muy bien con el ambiente oficial de la España del momento, la decisión de apoyar el viaje era una inversión muy realista, prudente y conservadora. Por tanto, no hay por qué dar al gesto un aire heroico y singular. El proyecto de Colón, en su versión práctica, era recomendable, fundamentado y barato.
Nuestra época es la más preparada para comprender las grandezas y miserias de la gestación del descubrimiento. Nosotros vivimos la actual conquista del espacio y vemos que no podemos evitar trasladar a él las pequeñeces y los éxitos de los terráqueos presentes. Vendrán luego las gentes del año 3000 y dirán acaso que sus antepasados se instalaron en Júpiter, y reprodujeron allí las mismas miserias que desarrollaban en la Tierra. Y podremos decir los de hoy: ¿cómo pedir otra cosa a un grupo humano? Nadie puede saltar por encima de su propia sombra. Los españoles del siglo XV acababan una reconquista de estilo medieval y la empalmaron, en la ocupación de América, con otra empresa de estilo y montaje medievales.
Nuestro tiempo es propicio para comprender la expectación con que era acogida cualquier noticia de una tierra incógnita o de un mar misterioso, hace quinientos años. También ahora recibimos sin cesar repetidas puntualizaciones de la realidad cósmica y pensamos en seguida en acoplarlas a nuestros intereses diminutos y egoístas. La llegada a la Luna, la pisada humana en ella, el avizoramiento próximo de Marte, la nueva contemplación de Saturno, las rectificaciones a que se somete la sapiencia anterior, todo ello parece una repetición de la época de los descubrimientos.
Ahora se lanza al espacio una nave sideral con el talante con que en el siglo XV partía de un puerto atlántico una nao o una carabela hacia un horizonte tenebroso. Y reparemos aún en que nuestra sensibilidad y nuestra emoción son enormemente menores que las de aquellas gentes, que sabemos mucho mejor que ellas con los suyos las dimensiones trascendentales de cada uno de nuestros triunfos, y aun así los teñimos de conveniencias risiblemente episódicas.
El 20 de enero de 1486 Colón fue recibido por los Reyes Católicos en Alcalá de Henares. «Les hizo una relación de su imaginación -dice Bemáldez-, a la cual tampoco daban mucho crédito, y él les platicó y dijo ser cierto lo que les decía, y les enseñó el mapamundi, de manera que los puso en deseo de saber de aquellas tierras.» Al tiempo que Colón empezaba a insinuarse en la voluntad de los soberanos, la influencia de fray Juan Pérez le ganaría la adhesión del contador mayor, Alonso de Quintanilla; por mediación de este último conocería Colón al cardenal Mendoza, quien le concedió audiencia y estimación. Según algún historiador, fray Juan Pérez puso también al descubridor en contacto con fray Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel; éste consideró con más reservas, si no con hostilidad, las ideas de Colón.
Quizá partió de fray Hernando, que presidió la junta consultiva que se reunió en Córdoba, la decisión adversa al proyecto. En descargo del religioso puede muy bien creerse que influyeron en su negativa más bien las razones de Estado (la guerra de Granada, con la necesidad de dedicar todos los medios hábiles a terminar la campaña y la repugnancia por las desmesuradas peticiones de Colón) que no una animadversión arbitraria a éste.

023.jpg
En la fachada de la Universidad de Salamanca campea este medallón que representa a los Reyes Católicos.

Esta junta celebró sus sesiones en Córdoba y Salamanca, siguiendo con ello los viajes de la corte. Los miembros de la misma fueron seleccionados por fray Hernando entre las personas más peritas en cosmografía. Las sesiones se fueron celebrando de tarde en tarde y durante su curso Colón gozaba de auxilio económico de los reyes. Para no romper el hilo del tema, saltaremos por encima de otros episodios desarrollados en las deliberaciones de la junta. «Hombres sabios, astrólogos e astrónomos de la corte de la cosmografía, de quienes se informaron, e la opinión de los más dellos, oída la plática de Cristóbal Colón, fue que decía verdad, de manera que el rey y la reina se afirmaron a él...» dice Bernáldez. Y comenta Ballesteros: «Es decir, que si hubo una minoría discrepante, su parecer no se atendió. Quizá los argumentos de esos pocos influyeron en el ánimo susceptible de Colón y contara el incidente a su hijo... ¡Cuánto dislate se ha escrito con respecto a las opiniones de esta junta contrarias a los proyectos colombinos!» La reunión, en sustancia, no se opuso en principio a la idea de Colón, sino a la plasmación que éste le daba. Altolaguirre afirma que los consultados poseían un concepto mucho más aproximado a la realidad que el de Colón en cuanto a las dimensiones del globo y la repartición de tierras y aguas.
El espacio que media entre el 16 de junio de 1488 y el 12 de mayo de 1489 está vacío de noticias oficiales de Colón. En este lapso se produjo un intercambio epistolar entre él y el rey de Portugal, según antes hemos esbozado al hablar de la buena relación en que ambos habían quedado. Trátase en las cartas de la concesión de un salvoconducto que proteja a Colón contra algún peligro que le espera en Portugal (¿acreedores?) y el rey se presta a concedérselo de la manera más amplia, expresándole al mismo tiempo su mayor aprecio personal y su estimación por su doctrina científica.
Es posible que Colón estuviese de visita en Lisboa durante estos meses. Cabe incluso que fuese con noticia o permiso de los Reyes Católicos. ¿Para qué? Ballesteros conjetura que bien podía haber hablado a éstos de nuevos elementos de prueba que les traería de Portugal, adonde acababa de llegar Bartolomé Díaz, el descubridor del cabo de Buena Esperanza. Aun cuando no tuviese intención de mostrar sus datos ante los reyes, bastaba su propia curiosidad personal para decidirle a emprender el viaje. Cabe también pensar que el rey Juan pensase en pedirle consejo y que el descubridor se prometiese algún lucro o alguna merced a cambio de él; o, simplemente, que acudiese a darlo llevado de su amor al monarca portugués.
Mientras tanto, recordémoslo de nuevo, Bartolomé Colón efectuaba de parte de su hermano las gestiones conducentes a interesar en el proyecto al rey de Inglaterra; después de haber fracasado en Londres, empezó a exponerlo a Ana de Beaujeu, regente de Francia durante la minoridad de su hermano Carlos VIII. Estas gestiones podían obedecer al deseo de realzar el papel de Colón ante los Reyes Católicos o al de asegurarse una salida en el caso de que ésta fracasara en España.

024.jpg
En el códice Alberico conservado en Florencia figura este dibujo de Bartolomé Colón que describe la travesía del Atlántico, el mundo nuevo, y la supuesta continuación de éste hacia la China.

En el año 1487, según refiere Daniel J. Boorstin, en su brillante síntesis The discoverers (Nueva York, 1983), el rey Juan II de Portugal autorizó a dos de sus súbditos, Femao Dulmo y Joao Estreito, a intentar buscar la isla de Antilla, que andaba ya tanto de boca en boca. La expedición había de ser a sus propias costas y se les nombraría gobernadores hereditarios de cualquier tierra que descubriesen, condición esta última que aparecerá más tarde en los pactos de Colón con los soberanos españoles, y que podemos considerar usual en la época. Los expedicionarios portugueses tuvieron el desacierto de partir de las islas Azores y seguir una ruta por latitudes más altas que Colón, donde toparon con fuertes vientos contrarios. Habían zarpado con la premisa de que volverían el rumbo hacia casa al cabo de cuarenta días, tanto si encontraban tierra como si no, y en realidad no se supo nada más de la expedición.
Para retomar a las vicisitudes de Colón, observaremos que, muy a su pesar, esos fatigosos y enervantes años de espera en la corte española debieron de redundar en que recogiera más datos allegados por la gente de mar y en que madurara en su estudio del problema. Aun así, las nuevas noticias no eran suficientes para alterar su convicción de que la distancia que nos separaba de Catay, Cipango y las Indias era mucho menor de lo creído por sus oponentes, que resultaron tener razón.
La creencia de Colón tenía su apoyo, entre otros, en el libro apócrifo de Esdras que había afirmado que las seis séptimas partes del globo eran de tierra firme y sólo el resto estaba cubierto por las aguas, de suerte que las distancias por mar no podían ser enormemente grandes. En consonancia con este modo de pensar, se suponía que Asia fuera mayor de lo que es, de modo que quedaban empequeñecidos los mares que separan el Extremo Oriente del occidente europeo. Así pues, partiendo de que la Tierra se divide en 360 grados, la Carta Catalana ya citada atribuía 116 a la distancia entre Portugal y China; Ptolomeo, 177 y Martín Behaim, 234. Hoy sabemos que la distancia real es de 131 grados. A su vez, esta estimación dependía del tamaño que se atribuyera a la Tierra, que en la Carta Catalana era de 20.000 millas de circunferencia. Como deduce acertadamente Boorstin, las decisiones estaban condicionadas por los conjuntos de cifras que se adoptasen.
En tal punto, estamos harto documentados acerca de las ideas de Colón, porque se nos han conservado hasta 2.125 apostillas o anotaciones que formuló al margen de los libros de autoridad clásica. Conservamos así su propio ejemplar de las Vidas paralelas, de Plutarco, uno de la geografía de Ptolomeo, sin notas de Colón, pero sí su firma, y obras de geografía copiosamente anotadas de su mano, como son la Imago Mundi, de Pedro d'Ailly, y la Historia rerum ubicumque gestarum, del papa Pío II (Eneas Silvio Piccolomini).
No estaba Colón escaso de amigos y partidarios en la corte española, incluso dentro de la referida junta. Lo prueba la adhesión de fray Diego de Deza, catedrático de Prima de Teología y maestro del príncipe Juan. Fue persona grata en la corte y recibió subsidios. El texto del primero de estos mandamientos de pago dice de Colón «que está aquí haciendo algunas cosas complideras al servicio de Sus Altezas». Existe otro documento de 14 de mayo de 1489, en Córdoba, del que se desprende que los monarcas no sólo continuaron su relación con Colón, sino que además siguieron otorgándole protección. Este documento es una real orden de libre tránsito y subsidios de viaje, de la que debieron remitirse copias a autoridades del reino de Castilla, siendo la de Sevilla la única conservada.
Sin embargo, los reyes, ocupados en la toma de Granada, no concluían nada práctico. Pasó de nuevo Colón a Sevilla, en demanda de la protección de Medinaceli, que le tuvo durante dos años en su casa, como sabemos. Entonces fue cuando el duque deseó fugazmente emprender la expedición por su cuenta.
Volvió Colón a la corte, pero los soberanos no quisieron acceder a sus exorbitantes exigencias. Entonces decidió abandonar España y, habiendo emprendido el viaje, llegó a La Rábida a comienzos de 1492. En La Rábida se discuten los proyectos de Colón y éste celebra varias entrevistas con el médico de Palos, Garci Hernández, persona muy entendida en cosmografía. Asesorado por éste, el prior del monasterio, fray Juan Pérez, escribe a Isabel una carta y a los pocos días es llamado Colón a Santa Fe, donde comienzan las negociaciones.
A pesar del favor del cardenal Mendoza y de la amistad de Quintanilla y otros, los monarcas seguían creyendo desmedidas las pretensiones de Colón, y al no poder reducirlas, éste se apartó del trato. Intervino entonces Luis de Santángel, escribano de ración de la corona de Aragón, y persuadió a la reina de que no dejase escapar aquella ocasión de engrandecer España. Isabel convino en llamar al extranjero y Femando accedió. Un alguacil real alcanzó a Colón cerca del puente de los Pinos. Regresó a Santa Fe, y el rey, convencido por su camarero mayor, Juan de Cabrera, ordenó se otorgasen las capitulaciones que asentó el secretario de Estado, Juan de Coloma.
El 17 de abril de 1492 quedaron concertadas entre Colón y los reyes las llamadas capitulaciones de Santa Fe, donde se plasman las altivas y rígidas exigencias del descubridor.

024a.jpg
Página inicial de las capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de Abril de 1492, en cuya cabecera se dice: “Las cosas suplicadas a que Vuestras Altezas dan e otorgan a don Cristóbal Colón.” (A.CA., Barcelona).

Se concedía allí a éste y sus herederos el cargo de Almirante en todos los ámbitos que pudiese descubrir, con jurisdicción sobre los marinos, cobro del quinto de las mercancías y otros; se le nombraba virrey y gobernador de los territorios hallados, con facultad de proponer por medio de una tema el nombramiento de subalternos; se le reservaba una décima parte de todo el oro, plata, perlas y demás tesoros que se adquiriesen; él y su lugarteniente, junto con el almirante de Castilla, entenderían como jueces en los asuntos comerciales; se le reservaba el derecho de contribuir con una octava parte a los gastos de cualquier otra expedición que se enviase, garantía ésta de que le correspondería la octava parte de los beneficios. El mismo día se concedieron a Colón iguales privilegios que al almirante de Castilla, y su hijo Diego fue nombrado paje del príncipe don Juan.

§. La madre de Femando Colón
Cosa de siete años mediaron entre la llegada de Colón a España y el comienzo de su primer viaje. ¿Qué significado tiene este período dentro de la biografía personal del Almirante, dentro de su vida íntima?

025.jpg
En el Archivo de la Casa de Alba, en Madrid, se conserva esta carta de Colón a su hijo Diego. Antes de la firma dice: «Tu padre que te ama como a sí».

Ocurre en él un interesante episodio amoroso, propicio a todas las glosas artísticas: la relación del descubridor con doña Beatriz Enríquez de Harana, joven de distinción en la Córdoba cortesana y bulliciosa donde frecuentemente residían los reyes y con ellos Colón. Tendría éste a la sazón unos treinta y cinco años y Beatriz apenas veinte. Es lícito creer que ella quedó deslumbrada por los ensueños de aquel visionario, aureolados además por el favor con que se le miraba en la corte y el acceso que los Reyes le daban. En 1488 nació de aquellos amores un niño que vendría a ser Femando Colón, a cuyos trabajos históricos tantas veces hemos acudido.
El apellido Arana es vizcaíno y en el siglo XIV aparece en Córdoba, escrito con «H» y enlazado con el de Enríquez. Ana Núñez de Harana y Pedro de Torquemada, modestos labradores de Santa María de Trastierra, fueron padres de Pedro y Beatriz Enríquez de Harana. Muerto Pedro de Torquemada, la viuda trasladóse a Córdoba, en donde a poco pasó también a mejor vida, dejando huérfanos, aunque no desamparados de bienes y protección, a los dos hijos. De su tutela se encargaron la abuela, Leonor Núñez, y la tía materna, Mayor Enríquez de Harana, que dio a sus sobrinos cierta instrucción.

026.jpg
El Monasterio de La Rábida con el río Tinto al fondo.

Al morir la abuela y la tía, Pedro y Beatriz pasaron a la tutela de otro tío suyo, Rodrigo Enríquez de Harana, persona que lucía en Córdoba, pero cuyas costumbres no eran las más recomendables para dirigir a unos jóvenes criados en más sano ambiente. Pedro, juicioso y de buena índole, no quiso aguantar su tutela y se marchó de Córdoba; pero no así Beatriz, que, como menor de edad, quedó bajo el cuidado de su tío, en cuya casa vivía cuando llegó Colón a Córdoba, siguiendo a los reyes en uno de los viajes de la corte. El primo de Beatriz, Diego de Harana, y Cristóbal Colón se hicieron amigos y fue aquél quien puso a éste en relación con Beatriz al llevarlo a su casa.
Beatriz dio a luz el 15 de agosto de 1488. Es posible que el nacimiento coincidiera con una estancia de Colón en Córdoba, pero no es seguro. Al año siguiente se encontraba en Sevilla; después volvió a Córdoba, donde se hallaba de nuevo la corte, y como agregado a ella concurrió al asedio de Baza, que fue tomada el 4 de diciembre de 1489. A partir de esta fecha, apenas se tienen noticias del descubridor hasta las capitulaciones de Santa Fe. Fue entonces a Córdoba para ver a su pequeño Femando y reconciliarse con Beatriz y los agraviados parientes de ella, llevándose consigo a su primo, Diego de Harana, con el cargo de alguacil mayor de la armada.

027.jpg
Vázquez Díaz representó en uno de sus frescos de La Rábida las conversaciones de Colón con los frailes de aquel convento.

Antes de partir, fue Colón a La Rábida y recogió a su hijo Diego -habido en su matrimonio con Felipa Moniz- y lo encomendó a Beatriz.
Quizá pensó en legalizar su situación cuando volviese de su empresa, mas por el camino ocurrió algo que le hizo cambiar de parecer. El día 14 de febrero de 1493 consigna en su diario de a bordo una frase significativa. La tempestad ruge terrible y Colón expresa el temor de que sus dos hijos queden «huérfanos de padre y madre en tierra extraña». ¿Beatriz había sido infiel a su amor? Parece posible. Sobre todo si se tiene en cuenta que, desde entonces, la dio por muerta para él y para sus dos hijos. A su vuelta, fue a Córdoba, los recogió y nunca más volvieron al lado de ella. Su conciencia le acusó, sin embargo, del daño inferido a la honra de aquella mujer y quiso indemnizarla, señalándole una ayuda de 10.000 maravedís anuales sobre las carnicerías de Córdoba, renta que, con otros gajes, le habían concedido los reyes en recompensa por sus servicios.
No la olvidó Colón en su testamento, y en codicilo escrito de su mano encargó a su hijo Diego la víspera de su fallecimiento, 19 de mayo de 1506: «E le mando que haya encomendado a Beatriz Enríquez, madre de Femando mi hijo, que la provea que pueda vivir honestamente, como persona a quien yo soy en tanto cargo. Y esto se haga por mi descargo de la conciencia, porque esto pesa mucho para mi ánima. La razón dello non es lícito de lo escribir.»
Beatriz sobrevivió a Colón más de quince años. Se colige que la pensión de 10.000 maravedís que por encargo de su padre le señalara el segundo almirante de las Indias, no llegaba con puntualidad. El 19 de mayo de 1521 otorgó la última escritura conocida. Poco después debió de bajar al sepulcro, sin haber tenido el consuelo de ver a su hijo, que la tuvo abandonada. El despego que Femando sentía hacia su madre se pone de relieve en algunos documentos y sobre todo en la disposición, que dio en Sevilla en julio de 1539, en la cual sólo la cita una vez sin dar su nombre, y manda que se recen sufragios por su alma, agregando esta frase: «que nuestro Señor perdone».

Capítulo 6
El primer viaje

Contenido:
§. El presupuesto de la expedición
§. La tripulación
§. Las carabelas
§. La travesía
§. Las nuevas fronteras
§. La recepción
§. ¿Se puede hablar hoy de «descubrimiento de América»?
§. El presupuesto de la expedición
Ya hemos hecho mención de otra gran figura favorable a Colón en la corte de Fernando e Isabel, a la que queremos diferenciar de aquellas que le eran propicias por simpatía personal o adhesión intelectual. Nos referimos al escribano de ración de Aragón, Luis de Santángel, de origen hebreo, que consideró siempre el aspecto lucrativo de la expedición y miró sus problemas con ojos de cajero.
«Como buen jugador de banca, sabe que en ocasiones debe arriesgarse algo para ganar mucho. La cantidad es exigua si se compara con las fabulosas ganancias que se podrían lograr -dice Ballesteros-. Esto concuerda con la idiosincrasia del arrendador de tributos, del hebreo de cerebro sutil, que presta a la corona con el crecido interés de su influencia, que le proporciona negocios saneados y de enorme rendimiento. No se perdía Santángel en las especulaciones teóricas: no era hombre de letras y sólo entendía de las de cambio. Su propuesta, en medio de su aparente idealismo, es de un profundo sentido práctico. De aquí su coincidencia absoluta con su amigo el genovés.»
Con esta decisión de Isabel la Católica tiene contacto la conocida historia de que la reina ofreció empeñar sus joyas para pagar la expedición. Santángel se opuso a ello, alegando que no era necesario. La credibilidad de este pasaje padece por el hecho de que la reina las tenía ya empeñadas con anterioridad para rescatar la ciudad de Baza.

028.jpg
Supuesto retrato de Martín Alonso Pinzón (Museo Naval, Madrid).

Más cabe que se refiriese a otras joyas o que se olvidase de que no las tenía a su disposición y se adelantase a expresar un rasgo que no la honra menos porque no fuese realizable.
¿Cuánto costó descubrir América? Según Caddeo, dos cuentos, o sea, dos millones de maravedís, equivalentes aproximadamente a veinte millones de pesetas de 1986. ¿Quién los proporcionó? Luis de Santángel adelantó 1.400.000 maravedís en compañía del genovés Francisco Pinelo. Colón puso medio millón (Las Casas) o «la meytad del gasto», según dice su Memorial de agravios posterior; difícil es concretarlo. ¿De dónde lo sacó? Aun siendo imposible discernir exactamente quién le prestó dinero y en qué cantidad, pudo provenir éste de sus relaciones comerciales con casas genovesas, de doña Beatriz Enríquez de Harana y de los Pinzón, y lo más fácil es que en diversa cuantía entrasen todos en la suma.

029.jpg
Escudo heráldico de los Pinzones alusivo a su participación en la gesta colombina.

Ya es hora de indicar que la epopeya colombina no sólo fue ocasión de que se mostrasen todas las virtudes españolas sino también todos los defectos, y muy señaladamente el de la envidia. Ésta no sólo hizo presa en Colón en forma dolorosa y tristísima, como seguiremos viendo, sino que, ramificándose y disfrazándose, pasó luego a afectar a la fama de sus amigos y favorecedores. Así, inventó una serie de bandosidades, partidos y grupos que o no existieron nunca en la realidad o actuaron en forma mucho más ocasional y diversa. De este modo, no sólo salió quien presumiera de haber apoyado a Colón, sino que necesitó denigrar falsamente a otros por no haberle favorecido. Este es también achaque español antiguo: que cada celebridad haya de promover dos partidos, el de los adictos y el de los contrarios.
Dentro de esta óptica, no ha faltado quien menoscabase la intervención de Femando el Católico en la preparación de la empresa y, de rechazo, toda la actuación aragonesa en ella. Ha sido tópico frecuente el poner en contraste el idealismo de Isabel con la reserva fría de su esposo; al aplicarlo a la gestación del descubrimiento, ha venido a resultar que la soberana fuese protectora decidida de Colón, y Femando remolonease mirando solamente el gasto, o el cariz fantástico de la iniciativa. No hay tesis más inverosímil que ésta, porque lo cierto es que si el Rey Católico se hubiese mostrado más adverso al proyecto, éste o no habría prosperado o lo habría hecho muy a la larga tras dificultades mucho mayores; es indudable que en materia de tanta monta la reina habría tenido siempre muy en cuenta la opinión de su marido.
La intervención aragonesa en el descubrimiento no es insignificante. Además de la presumible simpatía de don Femando, Colón contó con la de tres aragoneses de nota, Luis de Santángel, Juan Cabrero, camarero del rey, y Gabriel Sánchez, tesorero general de Aragón, íntimos todos del monarca, con quien hablarían más de una vez del proyecto colombino. Del primero de ellos vemos, además, que proporcionó importante parte del presupuesto y aun quizá la mayor de él. Añadamos aún que Colón negoció las capitulaciones de Santa Fe con otro aragonés, delegado de los soberanos para ello, el secretario Juan de Coloma. Parece, pues, poderse concluir que la elaboración jurídica, administrativa y económica de la gesta colombina estuvo casi por entero en manos aragonesas. Es muy posible que la reina, harto enterada de las cualidades de su esposo para tales asuntos, confiase por entero a sus manos el planteamiento de la empresa.

§. La tripulación
En 30 de abril de 1492 los soberanos dirigieron a Diego Rodríguez Prieto y a los vecinos de Palos unas misivas que les ordenaban aplicar al servicio de la empresa de Colón dos carabelas; ello obedecía a que, por ciertas faltas anteriores, habían sido condenados a servir durante un año con dos de tales naves a la corona. Ésta decidía, pues, aplicar al descubrimiento aquellas embarcaciones, con las que podía contar a su gusto. ¿Por qué se eligió Palos para base y punto de partida del viaje? En parte por esta circunstancia y también porque las villas de Sanlúcar, Puerto de Santa María y Cádiz estaban enclavadas en los dominios de las casas de Medina-Sidonia, Medinaceli y Arcos. La corona deseaba que la empresa se realizase enteramente dentro de sus facultades y jurisdicción.
Una malévola interpretación ha conducido a la sospecha de que los tripulantes de las carabelas eran en su mayoría delincuentes y penados. No se puede deducir tal cosa del concepto de «damos seguro a todos e cualesquier personas que fueren en las dichas carabelas con el dicho Cristóbal Colón». El «seguro», que algunos han tomado como indulto o remisión de penas, se refiere a que «no les sea fecho mal ni daño, ni desaguisado alguno en sus personas ni bienes; ni en cosa alguna de lo suyo por razón de ningún delito que hayan fecho ni cometido» (citado por Ballesteros). Es decir, la frase tiene un sentido fundamental de garantía y sólo por vía accesoria y adicional se añade la suspensión de la persecución judicial.
Es positivo que Colón tropezó con grandes dificultades para encontrar tripulantes en Palos. La población lo había conocido menesteroso, recién llegado del extranjero, había sido testigo del quizá risible frenesí con que a su venida Colón explanaba sus proyectos, y la figura del Almirante no le parecía digna de confianza en empresa tan oscura y peligrosa. La oposición fue vencida con el apoyo de los monarcas, que no vacilaron en hacer ostentación de fuerza; con la suave persuasión de fray Juan Pérez, que conocía el lugar y la gente, y les fue convenciendo paulatinamente, y en suma, con la intervención de un nuevo factor que resulta decisivo en la gestación del descubrimiento: la actuación de los hermanos Pinzón. Martín Alonso Pinzón, el navegante más prestigioso de aquel litoral, fue puesto en contacto con el Almirante por aquel religioso. Pinzón favoreció el proyecto con su autoridad moral, con el ofrecimiento de equipar una carabela propia y sumó sus propios halagos y promesas a los de Colón y los reyes. Con él se añadieron a la elaboración de la empresa sus hermanos Francisco Martínez y Vicente Yáñez Pinzón y el piloto Juan de la Cosa, como veremos.

030.jpg
La nao Santa María, reconstruida en 1892, en ocasión del IV Centenario del descubrimiento de América

El 23 de junio comenzó el alistamiento de la gente y sólo acudieron unos cuantos. Únicamente cuando Pinzón interviene y dice a las gentes: «Venid con nosotros, en vez de quedar aquí misereando», los voluntarios comparecen en tal número que en pocos días quedan completas las tripulaciones. ¿Por qué? Porque Martín Alonso era «hombre muy sabio y agudo en cosas de navegación»; «marino áspero y sabio»; «no había navío portugués que le osase aguardar»; «e tenía grande aparejo para hacer el dicho descubrimiento».
Además, Pinzón tenía confianza en el éxito por haber estudiado de antiguo sus posibilidades, allegado noticias de otros navegantes y visto en la biblioteca pontificia mapas confirmatorios de sus supuestos.

031.jpg
En el puerto de Barcelona se exhibe otra de las diversas reconstrucciones de la nao Santa María que se han efectuado.

Tal era su fe, que arriesgó su crédito de mareante, buena parte de su hacienda y la propia vida. Por ello, hecha la escuadrilla a la mar, navegó siempre en vanguardia; y, cuando el desaliento cundió en la nave capitana y el Almirante le consultó sobre la decisión que tomar, respondió según el testigo Hernán Pérez Mateo: «Enforque vuesa merced a seis de ellos y échelos al mar..., que armada de tan altos príncipes no ha de volverse sin descubrir tierras.» «No me ha enviado el rey acá para que me vuelva. Tengo bastimento para un año e no me tengo que volver, que, con la ayuda de Dios, tengo que pasar adelante.»
En efecto, de la Pinta, siempre en cabecera, es de donde parte, confirmando observaciones del Almirante, el grito de «¡Tierra!», y se dispara el primer cañonazo de saludo a la realidad del Nuevo Mundo.
Tan pronto como Martín Alonso Pinzón se sumó a la empresa, obtuvo la adhesión de Juan de la Cosa, con su nave Marigalante, anclada en el puerto de Palos, y éste hizo que le siguieran casi todos los marinos vascongados que integraban su tripulación. La Marigalante fue llamada Santa María por voluntad de Colón y elegida como nave capitana. Juan de la Cosa no exigió pago, lo cual acredita su fe en la empresa.
Hay que destacar como merece la energía, la decisión de Martín Alonso. Cuentan algunos cómo Pinzón supo imponerse a los que comenzaban a hablar de desistir de la empresa; y el propio Colón, en su diario, refiere el caso como sigue, aunque sin darle la gravedad que algunos le han querido atribuir:
Preguntados los Pinzones el día 22 de septiembre -las carabelas habían salido de Palos de Moguer el 3 de agosto- sobre su parecer acerca de lo que debía hacerse, dijo Vicente Yáñez:
«Andemos, señor, hasta dos mil leguas, e si non falláremos lo que vamos a buscar, de allí podremos dar vuelta.»
A lo cual replicó Martín Alonso, dirigiéndose a Colón:
« ¡Cómo, señor! ¿Agora partimos de la villa de Palos, y ya vuesa merced se va enojando? Avante, señor, que Dios nos dará victoria que descubramos tierra, que nunca Dios querrá que con tal vergüenza volvamos.»
Alborozado, Colón contestó:
« ¡Bienaventurados seáis.»
Es bueno recordar lo que Gonzalo de Córdoba, «el Gran Capitán», contestara, pocos años después, a los que le instaban a que abandonase la conquista de Nápoles: «Nunca Dios quiera que baste ninguna fortuna ni adversidad para hacerme volver atrás. Yo determino, señores, de ganar antes tres pasos adelante, aunque sean para mi sepultura, que tomar dos solos atrás para mi salvación y remedio.»
Sin embargo, Colón sintió por Martín Alonso Pinzón, una vez descubierta tierra, antipatía profunda, reiteradamente demostrada. Con ocasión de haberse separado la Pinta en La Española de las otras dos embarcaciones, el Almirante concibió recelos y sospechas que, aunque disimuladas, estuvieron al alcance de muchos tripulantes.
Después, al separarse nuevamente de la Niña, en el viaje de regreso, a causa de una tormenta, Pinzón originó nuevos temores a Colón, que le creyó capaz de llegar antes a Castilla y mostrarse como descubridor de las nuevas tierras. El almirante llega, como veremos, a Lisboa de manera azarosa. En cambio, Pinzón arribó al puerto gallego de Bayona, desde donde se dirigió a Palos, entrando horas después de la carabela del Almirante.
A partir del regreso, pocas noticias de él han quedado para la posteridad. Se sabe, no obstante, que el marino paleño llegaba muy enfermo. Por engreimiento o por desquite de las amarguras sufridas, Colón excluyó a todos de los honores del triunfo y quiso centrar en su persona el portento logrado. Martín Alonso Pinzón falleció en La Rábida el 31 de marzo de 1493, pero esto suponía mayor motivo para asociar a su hermano Vicente Yáñez, compañero leal de toda la campaña, a los honores de la audiencia regia, y no se hizo así. Bartolomé Colón, más ecuánime que su hermano, dice que «Si no fuera por Martín Alonso, ni hallaren ni descubrieran tierras». El propio Almirante, aunque escribe en su diario «que le tiene hecho muchas», reconoce que «es hombre esforzado y de buen ingenio».
El citado «físico de Palos», García Hernández, asegura que, vuelto Colón de Santa Fe, con las reales cédulas ordenando las máximas facilidades para el viaje, «tomó concierto y compañía con los Pinzones, porque eran personas suficientes e sabidos en cosas de mar, los cuales, allende de su saber e del dicho Cristóbal Colón, le avisaron e pusieron en muchas cosas que fueron de provecho en dicho viaje»

§. Las carabelas
Observemos, primeramente, la impropiedad que existe en hablar de las tres carabelas de Colón, defecto a que cedemos en aras de la sencillez. Sólo eran carabelas dos de ellas, la Pinta y la Niña; la Santa María era una nao.

032.jpg
Maqueta de la carabela La Niña», que se expone en el Museo Marítimo de Barcelona.

De la Niña escribe Colón con amor: «Si no fuera la carabela muy buena y bien aderezada, temiera perderme.» Fue quizás el barco de más condiciones marineras de aquella flotilla y abunda en ello la circunstancia de que el Almirante volviese a emplearlo en el segundo viaje, comprase parte de ella y la mandase aún como avanzada del tercer viaje. La Niña, como señala Eliot Morison, recorrió por lo menos 25.000 millas bajo el mando del Almirante: «Uno de los más grandes entre los pequeños barcos de la historia del mundo.» Su nombre oficial era el de Santa Clara, pero su maestre y propietario, Juan Niño de Moguer, la conoció siempre con aquel apodo. Desplazaría unas 60 toneladas. Eliot considera, a ojo, que la Niña tendría unos 70 pies de eslora, unos 23 de manga, 9 de profundidad de la bodega y 6 de calado. Tenía una sola cubierta y fue seguramente re aparejada en las Canarias para darle un velamen más adecuado a la travesía.
La Pinta era una carabela redonda, propiedad de Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, de Palos. Eliot Morison calcula que tendría de 55 a 60 toneladas de desplazamiento, 73 o 75 pies de eslora, 25 de manga y unos 11 de puntal. Fue una buena velera y su capitán, Pinzón, tendía siempre a adelantarse a las demás. No se saben muchos más extremos de ella.
La Santa María ha sido estudiada con mucha mayor detención y, como es sabido, se han efectuado cuidadosas reconstrucciones de ella. Su maestre era Juan de la Cosa, y Colón la fletó aprovechando que se hallaba en Río Tinto en viaje comercial. «La nao -dice Colón- era muy pesada y no para el oficio de descubrir.» Fernández Duro le atribuye de 120 a 130 toneladas, 22,6 metros de eslora, 7,8 metros de bao, 3,8 de puntal de bodega en crujía, 3,2 de calado a popa y 27,25 de altura del palo mayor de quilla a perilla.
«La Niña, la Pinta y la Santa María -concluye Eliot Morison- estaban bien equipadas, bien construidas, bien aparejadas y bien manejadas; eran "muy aptas para semejante fecho", como el mismo Almirante escribió en el prólogo de su diario. Eran barcos adecuados para la tarea a que se los destinaba, de modo que debemos desechar la creencia de que Colón se hizo a la mar en "cáscaras de nuez", o en absurdos "barquichuelos".»

033.jpg
Este relieve del retablo del altar mayor de la iglesia de San Nicolás, en Burgos, muestra con suma expresividad el arduo trabajo de la tripulación en una embarcación de la edad colombina.

Morales Padrón detalla que los portugueses importaron de Oriente la carabela, y los árabes proporcionaron la vela latina, dos factores decisivos junto con el timón de codaste, en el desvelamiento del Atlántico. Ya por los años del XIII aparecen en los documentos portugueses esas embarcaciones de aparejo latino, dedicadas unas al pequeño cabotaje y otras a la pesca por las aguas costeras. Parecen originarse del «cáravo» o «caraba» árabe. Fueron navíos de alto bordo, por lo que no usaban los remos como propulsión principal, aunque en tiempo de calma, y sobre todo cuando navegaban por parajes difíciles, se ayudaban de ellos.

034.jpg
Este grabado de la Crónica de Nüremberg presenta las técnicas seguidas para la construcción de una nave. Se trata en este caso de una carraca, embarcación más chata que la carabela. Como era frecuente, los trabajos se efectúan en una playa.

En los comienzos del siglo XV solamente empleaban carabelas dos países; primero, Portugal, en gran escala, como embarcación muy adecuada para navegar a lo largo de la costa, remontar los ríos, navegar contra el viento, sobre todo cuando retomaban a la metrópoli desde Guinea. El segundo país fue España, donde copiaron a ojo una carabela portuguesa y así surgió la llamada carabela andaluza, por tener su origen en el condado de Niebla.
En España comienza a sonar este nombre hacia 1478, y se llamó carabela de armada, cuando por las continuas luchas con el moro, se le dio carácter militar, agregándole el castillo para guarecerse. Se decía que la estructura de la carabela obedecía a la fórmula «uno-dos-tres» que relaciona la manga (ancho), el puntal y la eslora (longitud de proa a popa), triple que la manga.
La proporción de uno a tres se mantuvo por muchos años con tendencia a llevarla a la de «Uno a cuatro» cuando aumentaron los palos y se logró mayor velocidad y mejor gobierno. Entre el palo mayor y el trinquete se alzaba en proa el castillo o tilla, de cuyo extremo se desprendía el bauprés. Del palo mayor hacia la popa se alzaba otra cubierta, llamada tolda o alcázar, y en su extremo la chupeta o chopa, alojamiento principal. Sobre ·ella se extendía la toldilla, la parte más elevada de la carabela, de donde arrancaba el palo de mesana.
El casco tenía pocas aberturas al exterior: el escobén por donde se cobraba el ancla, los ojos de buey de las cámaras, algún que otro ventanuco para paso de aire o boca de salida para alguna eventual pieza de artillería, y la lemera, o abertura de popa por donde se introducía la caña del timón. Para reforzar el casco exteriormente se afirmaban sobre la tilla o alcázar unos cintones de madera dura en sentido horizontal y sobre éstos, en sentido vertical, se elevaban otros listones gruesos. Estos contrafuertes constituían una característica de la carabela.
Sobre la cubierta principal, se situaban dos embarcaciones: el batel y la chalupa. El batel, lancha fuerte, de unos ocho metros de eslora con siete u ocho bancos para remar y un aparejo para izar una vela, rara vez permanecía a bordo, pues debido a su tamaño casi cubría la cubierta. Se la dejaba a flote y se la llevaba a remolque.
El batel constituía un elemento imprescindible durante los viajes de exploración, pues precedía a la carabela en los pasos y estrechos de difícil o simplemente desconocida navegación; también servía para remolcar a la carabela en períodos de calma o para entrar en el puerto.
La chalupa era menor que el batel, de popa ancha y poco calado, con cuatro o cinco bancos para remos. Servía, junto con el chinchorro, aún más reducido, para la pesca. Tanto la chalupa como el chinchorro se metían dentro de la carabela, cuando ésta se hacía a la mar (Morales Padrón).
El material de orientación con que contaba la Santa María era la aguja náutica o brújula, que daba la derrota con respecto al norte, la ballestilla y, finalmente, el astrolabio, que indicaba la altura meridiana del Sol. Como complemento contaba con unas tablas astronómicas de basta hechura.
La Casa de Contratación hizo en 1519 un curioso inventario que nos proporciona una idea aproximada de lo que eran estos instrumentos náuticos. El inventario en cuestión contiene:
«Un tablón de nogal con un círculo dividido en él, en 360, etc. el cual sirve para las longitudes. »
«Una cuarta de círculo grande, de una vara de largo dividido por 90 partes iguales». «Más de dos reglas de latón de una vara de largo, que ha de servir para tomar la latitud de los lugares a cualquier hora del día. »
«Un nivel pequeño de madera de peral. »
«Item, más, una regla de vara y media y con ella un círculo de nogal de media vara de largo, todo de cerezo o de nogal, y en otra tablilla, un círculo hecho de a palmo y en ella una alidada de peral o de cerezo, con una aguja encajada, lo cual todo sirve para tomar la línea meridiana, etc.»
El más modesto de los instrumentos de a bordo era el escandallo, o sonda o plomada, con que se conocía la profundidad de las aguas para tantear el sitio por donde navegaban los descubridores.

§. La travesía
El viernes 3 de agosto de 1492, a las ocho de la mañana, las tres naves de Colón partieron del puerto de Palos, salvaron la barra de Saltes -en la desembocadura del Odie! y el Tinto-y tomaron rumbo a las Canarias. En este tramo de la travesía se rompió el timón de la Pinta, que fue luego reparado en las Canarias, de la misma manera que se reajustó el velamen de las dos carabelas. De la Gomera partieron las embarcaciones hacia el oeste.
A finales de septiembre empieza ya a consignar Colón en su diario de a bordo la aparición de diversas aves marinas y observa en el agua «tanta hierba que parecía ser la mar cuajada de ella». Días después, para aquietar la alarma de la tripulación, efectuó Colón aquel conocido engaño suyo: «El piloto del Almirante temía hoy, en amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí quinientas setenta y ocho leguas al Oeste.

035.jpg
En la Biblioteca Colombina, de Sevilla, se conserva este retrato fantástica de Cristóbal Colón, pintado en el siglo XVII.

La cuenta menor que el Almirante mostraba a la gente eran quinientas setenta y ocho leguas, pero la verdadera que el Almirante juzgaba y guardaba eran setecientas siete.» El diez de octubre consigna el diario la vigorosa resistencia de la tripulación contra lo largo del viaje.
No les faltaba razón a los revoltosos, porque al zarpar Colón les había prometido que encontrarían tierra antes de 750 leguas al oeste de las Canarias, lo cual supone unas 2.250 millas.
Para evitar ocasiones de malhumor y decepción en su gente, Colón adulteró maliciosamente el cuaderno de bitácora, como vemos, consignando en él que se habían navegado distancias menores de las reales, de modo que los tripulantes no se enterasen de que estaban mucho más lejos de lo hablado.

036.jpg
El grabado de Théodore de Bry pretende representar la llegada de los descubridores a la isla Española (Haití}, vestidos con la indumentaria española de ceremonia que conocían los flamencos y franceses del siglo XVI.

Los estudiosos actuales estiman que, aun así, Colón no se apartó mucho de la realidad, puesto que tenía el defecto de hacer estimaciones exageradas de las distancias. En algún momento, ciertos tripulantes concibieron la idea de echar a Colón por la borda y volver a casa. El Almirante contraatacó sugiriendo que el llegar a España sin él no dejaría de causar problemas a los marineros, y mezcló esta amenaza con ponderaciones de los tesoros americanos y las bienandanzas que les reservaba el futuro.
Una de las tradiciones colombinas más conocidas es la del motín de los tripulantes contra el Almirante, en protesta contra lo lejos que, sin fruto, estaba llevando a las naves. Es difícil encontrar en la copiosa documentación noticia concreta de este hecho. Sin embargo, cabe pensar que semejante sublevación fue permanente y que el Almirante la entretuvo de continuo con buenas palabras. Lo más parecido a una insubordinación concreta está en unas declaraciones de los tripulantes Pedro de Bilbao y Manuel Baldobinos dentro de un interrogatorio, cuando más adelante Colón entró en pleitos con la corona. Dice el primero de estos embarcados: «Oyó muchas veces que algunos pilotos y marineros querían volverse si no fuera que el Almirante les prometió dones y les rogó esperasen dos o tres días, y antes del término ser cumplido descubrieron tierra.» Parecidas son las razones del segundo declarante.
Es interesante recoger las propias palabras del diario de navegación en el punto en que se avecina el descubrimiento.
«Jueves, 11 de octubre. Después del sol puesto, navegó a su primer camino al este; andarían doce millas cada hora; y hasta dos horas después de medianoche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señales que el Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fuese cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del rey, e díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola; díjolo también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el rey y la reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar do pudiese ver. Después que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como una candelilla que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos parecería ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbran a decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestóles el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de medianoche, apareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amañaron todas las velas y quedaron en el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vieron gente desnuda y el Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la Y y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra y a Rodrigo de Escobedo, escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio cómo él ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de dicha isla por el rey y la reina, sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escripto. Luego se ayuntó mucha gente de la isla... los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos nadando y nos traían papagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nosotros les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todos tomaban y daban de aquello que tenían buena voluntad. Más me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras; los cabellos gruesos casi como cerdas de cola de caballos e cortos; los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos de atrás que traen largos que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto (negro) y de ellos son de la color de los canarios, ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos sólo los ojos, y de ellos sólo la nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro; sus azagayas son unas varas sin hierro y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura, de grandeza y buenos gestos bien hechos... Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a V. A para que deprendan hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos en esta isla.»

037.jpg
Diseño de la costa Norte de la Española (Haití}, trazado por la mano de Colón (Archivo de la Casa ducal de Alba)

Después del descubrimiento y de haber bautizado aquella isla con el nombre de San Salvador, Colón pasó tres meses recorriendo los mares de las Lucayas y las Antillas. Visitó otras dos islas del mismo grupo, a las que denominó Fernandina e Isabela. Llegó luego a las costas de Cuba (nombre indígena), a la cual bautizó, en homenaje a la princesa castellana, con el nombre de Juana, sin prever el triste destino que aguardaba a ésta.
Recorrió parte de la costa septentrional cubana y luego retrocedió hasta Haití, a la cual denominó La Española.
En la exploración de esta isla pasó Colón buena parte de noviembre y diciembre de 1492 y allí fue donde se concretaron sus noticias de la tierra y sus gentes, aun cuando él continuó refiriéndolas todas a la idea fija de lo próximo que se encontraba el Gran Khan. En 21 de noviembre Martín Alonso Pinzón se insubordinó y con la Pinta se fue por su cuenta a explorar la isla fantástica de Babeque. El 11 de diciembre anota Colón en su diario que le han hablado de unos indios antropófagos llamados caniba, y una vez más relaciona esta palabra con el Gran Khan.
El 22 de diciembre se entrevistó Colón por vez primera con un jefe indígena, el cual puede ser el mismo que más tarde aparece con el nombre de Guacanagari, o ser otro. Las Casas dice que era «Uno de los cinco reyes grandes y señalados desta isla.» Guacanagari regaló a Colón un cinto del cual pendía una carátula de oro.

038.jpg
Portada y primera página de la edición, traducida al latín, de la carta de Colombina a Rafael Sánchez en que se anuncia el descubrimiento de América

El Almirante, desde el 12 de octubre, apenas si había reposado. Tanta negociación con los indígenas, tanto navegar por costas desconocidas evitando escollos y bajíos, lo habían extenuado. Ahora creía poder descansar. Los indios estaban definitivamente ganados por los seres semidivinos que habían brotado del mar. Les habían traído y prometido oro. Colón llevaba sesenta horas sin dormir y estaba rendido en la Nochebuena de 1492. Un marinero experto entregó el gobernalle a un muchacho y se fue a dormir.
Pocas horas después despertaba a Colón un bandazo y un griterío. Subió al puente desalado. La Santa María se hallaba escorada y un gorgoteo denotaba la presencia de una vía de agua. Una imprudencia del grumete había encallado a la nao contra un banco de arena. El buque se desguazaba por minutos.
No hubo tiempo para recriminar a nadie. El mar estaba tragándose a la nave que lo había vencido. La tripulación sólo pensó en su salvación. Gracias a que de tierra acudieron piraguas, pudieron salvarse todos los enseres y no se perdió ni un solo hombre. Los indios lloraban sinceramente al ver tan apenados a los cristianos. La Santa Maña estaba totalmente perdida.
Separada hacía días de las otras dos la Pinta, quedaba la Niña como única nave con que emprender el cada vez más urgente regreso. Era de las tres naves la mejor y ahora habrían de acomodarse en ella los tripulantes de la Santa María. Colón lo hizo al momento y pasó la noche madurando un plan ya antiguo, que acabó de adoptar cuando el día 26 Guacanagari subió a bordo y, consolándole, le dijo «que no tuviese pena que él le daría cuanto tenía».
Pensó Colón entonces dejar un grupo de españoles con Guacanagari para que estrechasen la amistad con los indios durante su ausencia, explorasen La Española y recogieran todo el oro y mercancías preciosas que pudieran. Cuando Colón y los suyos regresaran se encontrarían así con una colonia sólidamente asentada. Expuso el plan a los suyos, que lo aceptaron con tanto mayor gusto cuanto que Guacanagari les prometió al saberlo «cobrir todo de oro».
Colón designó como jefe a Diego de Arana, alguacil mayor del rey y hombre de toda su confianza, capaz de resolver cualquier situación difícil. Puso a sus órdenes a gente escogida, hasta 39 hombres. Figuraban entre ellos Pedro Gutiérrez, repostero de estrados del rey; Rodrigo de Escobedo, segoviano y sobrino de Fray Rodrigo Pérez; el físico o cirujano maestre Juan Sánchez, que quedaba para curarles las llagas y otras necesidades, y menestrales útiles, un calafate, un carpintero de ribera, un bombardero y un tonelero. Se quedarían con la barca de la Santa María. Dispondrían de bizcocho, vino y bastimentes «para se sustentar un año» y de simientes para sembrar.
Además, y teniendo presente su finalidad de exploradores comerciales, les dejó asimismo todas las mercaderías, que eran muchas, que los reyes mandaron comprar para que las trocasen por oro.
Confiaba Colón en que nada habría de sucederles, pues les recomendaba tener prudencia con los indios, pero, precavido, pensó en erigir un refugio desde el que pudieran imponer su ley a los indios y protegerlos, en su caso, contra los feroces caribes, tal como se lo había prometido a Guacanagari. Servirían para ello los despojos de la Santa María, que el mar había arrojado a la playa, y aun el maderamen del casco, que acabaron de desguazar con tal objeto. Hízose, pues, un gran foso, y erigióse sobre él una empalizada y un fortín, en cuya torre se emplazó la artillería de la nao perdida. Quedaba así el fuerte de tal solidez que Las Casas lo compara a la fortaleza de Salses «para defenderse de los franceses». El reducto se llamaría fuerte de la Navidad en memoria del día en que sucedió la catástrofe.
En esta labor habíanse empleado menos de ocho días. Los indios se habían desvivido por la erección del fuerte. Colón entregó a los colonos a su protección a la vez que les prometían que habrían de defenderlo contra cualquier enemigo. Y el 2 de enero de 1493 hízose a la mar, después de cambiar con su fortín una salva de despedida.

§. Las nuevas fronteras
No corresponde a este libro filosofar sobre la triste paradoja de que apenas se hubo operado el encuentro de dos mundos gracias a España y a Colón, comenzase, entre Portugal y España, el recelo y el pique sobre la repartición del orbe conocido. Una vez más, es adecuado comparar aquel estado de espíritu con el que ahora percibimos a propósito de la conquista del espacio cósmico: las querellas siguen de cerca a los descubrimientos.

040.jpg
Página final del tratado de Tordesillas con las firmas de los reyes Femando e Isabel, a continuación del texto.

Colón, a su regreso, llegó a Lisboa de arribada forzosa y no quiso privarse del gusto de visitar .al rey Juan II y enterarte de su descubrimiento.
Contestó el rey afirmando que las islas descubiertas le pertenecían, por su proximidad a las Azores, según el tratado de Alcáçobas (1479) y la bula Aetemi Regís de Sixto IV.
Como era natural, le faltó tiempo a Colón para informar a los Reyes Católicos de la actitud del monarca luso, dice Amando Melón. Fernando, ante esto, reaccionó con una gestión veloz, pues era necesario salir al paso de las pretensiones portuguesas. Cinco bulas relativas a la empresa de Colón se expidieron en el año 1493: el pontífice Alejandro VI responde cumplidamente a la urgencia fernandina. De las cinco bulas aludidas, la lntercaetera, del 28 de junio de 1493, tiene especial importancia, porque fija la primera línea de demarcación que separa las zonas de influencia portuguesa y española, y sale al paso de las pretensiones lusitanas. Atribuye a España las islas y tierra firme descubiertas y por descubrir más allá de un determinado meridiano alcanzado con rumbo este. El pontífice dona, concede y asigna a los reyes de Castilla y León y sus sucesores «todas las islas y tierras firmes, descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar hacia el occidente y mediodía, haciendo y construyendo una línea desde el polo ártico, es decir, el septentrión, hasta el polo antártico, o sea, el mediodía... la cual línea diste de cualquier de las islas que se llaman vulgarmente de los Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y mediodía».
Esta línea que con su correspondiente antimeridiano demediaba la Tierra no fue elegida al azar por la sede pontificia, sino que fue de inspiración colombina. Pretende asentar en circunstancias físicas de máxima categoría la demarcación política, reforzar el artificio de ésta con un hecho natural del mayor significado, dice Melón.
En su primera travesía atlántica Colón había descubierto la Raya a cien leguas al oeste de las Azores. La coincidencia de la línea alejandrina y la Raya no es casual, sino debida a la intención del Almirante de proveer de calidad perfecta a la línea separatriz. ¿Y qué es la Raya, qué significa esta expresión en el «Diario» colombino? Es la línea cero de nuestros mapas magnéticos; la línea de nula declinación magnética, o la que separa las zonas de declinaciones magnéticas de signos oriental y occidental; la línea desde la que comenzó a observar Colón el «noroestear» de la aguja, o sea, el desviarse la brújula hacia el occidente del norte geográfico, como luego volveremos a decir.
La Raya como círculo máximo, que forma el meridiano cruzado por Colón y su correspondiente antimeridiano, separaba, a tenor de la concepción colombina, dos hemisferios distintos: el uno semiesférico perfecto; el otro, de forma peraltada, con su cima o parte culminante en latitud ecuatorial, allí donde situaba Colón el Paraíso Terrenal.
Con relación a esto, dice Cristóbal Colón lo que sigue: «Yo siempre leí que el mundo, tierra e agua, era esférico a las autoridades y experiencias que Tolomeo y todos los otros escribieron de este sitio, daban e mostraban para ello, así por eclipses de la luna y otras demostraciones que hacen de Oriente fasta Occidente, como de la elevación del polo de Septentrión en Austro.

039.jpg
Diagrama de las líneas cosmográficas fundamentales trazado por Colón. En el centro sitúa el Circulus articus y, en medio de la figura, el Circulus equinoxialis. (Biblioteca Colombina, Sevilla).

Agora vi tanta disconformidad, como ya dije, y por esto me puse a tener esto del mundo, y fallé que no era redondo en la forma que escriben; salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón que allí tiene más alto, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en un Jugar della fuese como una teta de mujer allí puesta, y que esta parte deste pezón sea la más alta y más propinca al cielo, y sea debajo la línea equinocial, y en esta mar Océana el fin del Oriente; llamo yo fin de Oriente, adonde acaba toda la tierra e islas, e para esto allego todas las razones sobreescriptas de la raya que pasa al Occidente de las islas de los Azores, que en pasando de allí al Poniente ya van los navíos hacia el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave temperancia y se muda el aguja de marear por causa de la suavidad <lesa cuarta de viento, y cuanto más va adelante e alzándose más noruestea, y esta altura causa el desvariar del círculo que escribe la estrella del Norte con las guardas, y cuanto más pasare junto con la línea equinoccial, más se subirán el alto, y más diferencia habrá en las dichas estrellas, y en los círculos dellas.»
Juan II de Portugal no aceptó la definición pontificia de límites y reclamó que la frontera entre los dos ámbitos de exploración consistiese en el paralelo de las Canarias, de lo cual habría resultado que a España correspondería la América del Norte.
La tensión entre ambos países amenazaba con una guerra, pero se llegó a una avenencia en el tratado de Tordesillas que reseñaremos luego.
El presente apartado ha sido puesto bajo el título de «Las nuevas fronteras» aludiendo básicamente a las de carácter estatal que resultan de las diversas particiones entre España y Portugal. Sin embargo, también es válida una segunda lectura que se refiera al ensanchamiento grandioso de las áreas de actuación de España y Portugal, que vienen a extenderse legalmente hasta tierras exóticas que eran poco antes inimaginables. En este sentido ambos países experimentan una dilatación gigantesca de sus esferas de responsabilidad histórica, que no opera menos gravemente porque en la época no se la valore del todo a la vez. Es obvio que de 1492 en adelante cambió irremisiblemente la vida de los americanos, pero no es menos cierto que españoles y portugueses vieron también transformarse su vida histórica de modo radical y manifiesto.

§. La recepción
Tras una arribada forzosa en Lisboa, como ya se ha dicho, Colón tocó en Palos el 15 de marzo de 1493.
Los soberanos, que se encontraban en Barcelona, llamaron a ella a Colón. Gonzalo Fernández de Oviedo explica así la recepción del descubridor en la Ciudad Condal. «El mismo año, viernes, siete días del mes de diciembre, un villano natural de remensa, del principado de Cataluña, llamado Juan de Cañamares, dio en Barcelona una cuchillada al Rey Católico en el pescuezo, tan peligrosa que llegó a punto de muerte; del cual traidor fue hecha muy señalada justicia, no obstante que, según pareció, él estaba loco, y siempre dijo que si le matara, que él fuera rey. Y en aquel mismo año descubrió Colón estas Indias, y llegó a Barcelona en el siguiente de mil cuatrocientos noventa y tres años, en el mes de abril, y halló al rey, asaz flaco, pero sin peligro de su vida.
»Aquestos notables se han traído a la memoria para señalar el tiempo en que Colón llegó a la corte, en la cual yo hablo como testigo de vista...
»Después que fue llegado Colón a Barcelona, con los primeros indios que de estas partes a España fueron o él llevó, y con algunas muestras de oro y muchos papagayos y muchas cosas de las que acá estas gentes usaban, fue muy benigna y graciosamente recibido del rey y de la reina. Y después que hubo dado muy larga y particular relación de todo lo que en su viaje y descubrimiento había pasado, le hicieron muchas mercedes aquellos agradecidos príncipes y le comenzaron a tratar como a hombre generoso y de Estado, y que por el gran ser de su persona propia tan bien lo merecía ... Seis indios llegaron con el primer Almirante a la corte de Barcelona, cuando he dicho; y ellos de su propia voluntad, o aconsejados, pidieron el bautismo, y los Católicos Reyes por su clemencia se lo mandaron dar; y juntamente con Sus Altezas, el serenísimo príncipe don Juan, su primogénito y heredero, fueron los padrinos, y a un indio que era el más principal de ellos, llamaron don Femando de Aragón, el cual era natural de esta isla Española y pariente del rey o cacique Guacanagari. Y a otro llamaron don Juan de Castilla, y a los demás se les dieron otros nombres, como ellos lo pidieron, o sus padrinos acordaron que se les diese, conforme a la Iglesia Católica. Mas a aquel segundo que se llamó don Juan de Castilla quiso el príncipe para sí y que quedase en su real casa, y que fuese muy bien tratado y mirado como si fuera hijo de un caballero principal, a quien tuviera mucho amor. Y le mandó dotrinar y enseñar en las cosas de nuestra santa fe, y dio cargo de él a su mayordomo Patiño; al cual indio yo vi en estado que hablaba ya bien la lengua castellana, y después de dos años murió.
»Todos los otros indios volvieron a esta isla en el segundo viaje que a ella hizo el Almirante; al cual aquellos gratísimos príncipes católicos hicieron señaladas mercedes, y en especial le confirmaron su privilegio en la dicha Barcelona a veintiocho de mayo de mil cuatrocientos noventa y tres.

041.jpg
Vista de Barcelona en el siglo XVI. Obsérvense las Atarazanas, conservadas hasta hoy, en el vértice de la muralla con la playa

Y entre otras, además de le hacer noble y dar título de Almirante perpetuo de estas Indias a él y a sus sucesores, por vía de mayorazgo, y que todos los que de él dependiesen, y aun sus hermanos, se llamasen don, le dieron las mismas armas de Castilla e de León, mezcladas y repartidas con otras que asimismo le concedieron de nuevo; aprobando y confirmando de su autoridad real las otras armas antiguas de su linaje. Y de las unas y las otras formaron un nuevo y hermoso escudo de armas con su timbre e divisa...

042.jpg
Escudo de armas de los duques de Veragua, descendientes de Colón. Deriva del blasón concedido por los reyes a éste.

»Y con muy hermosa armada y lucida y noble compañía de gente... se partió el mesmo año el Almirante de la corte desde la ciudad de Barcelona para la provincia de Andalucía.»
El hecho del descubrimiento fue comprendido cabalmente por la corte española, por los contemporáneos y las naciones extranjeras. Quedaron ocultas, claro está, las inmensas consecuencias geográficas que entrañaba el hallazgo, pero fueron cabales, en cambio, su valoración científica y la estimación de su trascendencia espiritual. Pedro Mártir de Anglería, en una carta del 14 de mayo, da noticia del regreso de Colón como de un hecho especialmente notable, y en otra del 13 de septiembre se lanza a una exaltada glosa del mismo: «Elevad el espíritu -empieza-. Oíd un nuevo descubrimiento... » Tales noticias se difundieron rapidísimamente por Europa. La literatura de relaciones, las cartas, los versos noticiosos no dejaron rincón por enterar del magno suceso.
En Barcelona, y el 24 de mayo de 1493, los reyes expidieron unas instrucciones a Colón. En ellas se expresa, entre otros preceptos sobresalientes, que «Sus Altezas, deseando que nuestra santa fe católica sea aumentada y acrecentada, mandan o encargan al Almirante, Visorrey y Gobernador, que por todas las vías y maneras que pudiere, procure e trabaje atraer a los moradores de dichas islas y tierra firme a que se conviertan a nuestra santa fe católica, y para ayuda de ello Sus Altezas envían allí al devoto padre fray (Bernardo) Boyl, juntamente con otros religiosos que el dicho Almirante consigo ha de llevar». El 25 de junio del mismo año 1493 el papa Alejandro VI otorgó al padre Boyl, antiguo ermitaño de Montserrat, facultades extraordinarias, como de vicario apostólico.

§. ¿Se puede hablar hoy de «descubrimiento de América»?
He aquí ante nosotros un motivo de duda y polémica: planteamos si sigue siendo correcto llamar «descubrimiento» a la hazaña de Colón. Los contrastes y discusiones sobre ello no son cosa de hoy. Ya Madariaga expresa: «Reina alguna confusión sobre las palabras "descubrir" y "descubrimiento"; se les suele dar un sentido tan exclusivo que parece como que, si un marino o cosmógrafo habla de descubrir un país, este país tiene por fuerza que ser salvaje y primitivo. Pero no era así. Para los hombres de los siglos XV y XVI, descubrimiento quería decir incorporación en la sociedad cristiana de hombres y naciones. No hay nada que prejuzgue que los países descubiertos, es decir, recobrados o salvados de su aislamiento y vertidos a la comunidad del mundo occidental, fuesen civilizados o salvajes.»

043.jpg
Autógrafo de Colón anotando «las cosas que hay que llevar a las Indias». (Biblioteca de la R. Academia de la Historia, Madrid).

Después de tantos años, este enfrentamiento de opiniones rebrota, con algunas variantes, en la actitud de quienes deploran que se hable del «descubrimiento» como si el ser descubierto entrañase una situación disminuida, desairada, pasiva, respecto del descubridor a quien se aplaude por su genio, su dinamismo y su tesón. En la América actual se perciben opiniones que ansían ante todo nivelar las posiciones del que es descubierto y del que efectúa el descubrimiento, estableciendo que tan importante es el uno como el otro.
Semejante modo de pensar, ya expresado en algunas ocasiones, se ha puesto de manifiesto de modo oficial y notorio en una de las primeras reuniones que celebraron los presidentes de las comisiones nacionales del V Centenario del Descubrimiento, en el mes de julio de 1984, en Santo Domingo. México levantó la voz acaso más rotunda en contra del concepto tradicional del mismo y en defensa de aquella tesis revisionista, y la comisión española, encabezada por Luis Yáñez, entonces presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana, rechazó aquella doctrina.
Miguel León Portilla, presidente de la comisión mexicana, sostuvo que en 1492, con la llegada de los españoles, se iniciaba el encuentro de dos mundos que tenían muy diferentes culturas, encuentro que luego revolucionaría «para bien o para mal el orbe entero, lo mismo el llamado Nuevo Mundo que el definido como Viejo». El mismo historiador prestigioso señaló que si este encuentro de gentes produjo en América una radical transformación de estructuras, también fueron muchos los cambios que la presencia americana introdujo en el Viejo Mundo. Por su parte, Alberto Vasconcellos de Costa, de Brasil, afirmó: «Estamos completamente convencidos de que en el momento de la llegada de Colón a América hubo un encuentro de culturas.» La representante panameña, Susana Richard Torrijas, manifestó que su país rechaza la palabra «descubrimiento» y pidió que esa historia y ese pasado permitan vivir un futuro más armonioso, conforme lo merece todo país civilizado. El canciller venezolano, Isidro Morales Paul, expuso que las civilizaciones que encontraron los colonizadores poseían un alto nivel intelectual que se manifestaba en sus conocimientos matemáticos y de astronomía, así como en forma de una organización social superior. El mismo representante venezolano aseguró que la gran cultura aborigen fue transformada por el mestizaje, producto de culturas amerindias españolas, portuguesas y africanas. También que la historia ha sido testigo del descubrimiento de una nueva raza sobre tal base.
Alejandro Carrión, del Ecuador, sostuvo que los españoles que por vez primera desembarcaron en América, encontraron realidades socioculturales extraordinarias y se pusieron en contacto con seres plenamente humanos. América, pues, tuvo dos protagonistas, siempre según Carrión: el conquistador europeo y el indio conquistado. A éstos luego se añadirían los esclavos africanos.
Escribo estas páginas cuando apenas está esbozada la polémica que despertarán estas actitudes. Como suele suceder cuando se manejan conceptos muy amplios, es difícil que la razón esté monopolizada enteramente por una sola parte y la otra aparezca como destituida por completo de ella. Dentro de lo movedizo y arbitrario de muchos juicios que pueden concebirse sobre tal cuestión, es creíble que sirvan para algo las siguientes reflexiones:
La palabra «descubrimiento» puede ser legítimamente entendida como el día en que comenzó la prolongada, diversa y accidentada epopeya de «conocer América» (que se puede entender que está en pleno curso) y admite ser entendida también la acepción con que en la ciencia se habla del descubrimiento del plutonio, de la penicilina, o de la ley de Ohm. Si vemos las implicaciones científicas del hecho colombino, esta interpretación del mismo no puede sorprender a nadie. Por el contrario, está muy justificada su colocación en el seno de un proceso de conocimiento que iba evolucionando desde siglos antes y llegó en 1492 a su punto crítico, y precisamente entonces.
Las ideas de «descubrimiento geográfico» y de «descubrimiento» a secas no están generalmente aclaradas. Descubrimiento acostumbra confundirse con «invención». Y es corriente leer que la antigüedad inventó a América, pero Colón la descubrió, como escribe Morales Padrón, el cual añade que «descubrimiento supone acto o hecho de «desvelar o destapar» -descubrir- una realidad cubierta o tapada, preexistente, ajena al hombre y desconocida; en tanto que la invención -no en sentido técnico- viene a ser una idea existente en el hombre, pero no en la naturaleza por el momento. Por eso es por lo que se ha escrito (Ebner) que los antiguos inventaron al Nuevo Mundo; es decir, que con su imaginación lo crearon, suponiendo su existencia. Y por eso mismo los Reyes Católicos decían al Almirante en agosto de 1494: "Una de las principales cosas porque esto -se refieren al primer descubrimiento nos ha placido tanto es por ser inventada, principiada, habida por vuestra mano, trabajo e industria." Todo el proceso está sintetizado en estos tres participios de pasado -inventada, principiada, habida-, que no quieren decir otra cosa que Colón, como los antiguos, inventó, es decir, supuso una nueva ruta, pero no se quedó en eso, sino que la descubrió.»
Acudiendo a la etimología de las palabras hallaríamos que el valor es el mismo, puesto que invención procede de invenire, cuyo significado es el de encontrar. Pero la invención en su sentido actual supone una especulación previa, que se encuentra en el hombre; en cuanto descubrimiento no es engendro de la imaginación, puesto que supone un objeto singular, que ha estado cubierto y que el hombre ha destapado.
Hay dos tipos de descubrimiento geográfico: 1) casual y 2) preparado. Casuales fueron muchos de los hallazgos fenicios, cartagineses, tartesios, griegos o romanos, con que encontraron mares, costas y países que ignoraban, y que obligaron a cambiar la concepción geográfica que se tenía y hasta el mismo rumbo de la historia.
Está claro que el hecho colombino corresponde al grupo de los descubrimientos preparados y que pone en marcha los siguientes procesos, según el mismo Morales Padrón:
1) Conocimiento de que lo encontrado es un continente distinto del Lejano Oriente buscado.
2) Conocimiento del litoral atlántico de América.
3) Conocimiento de un paso terrestre por Panamá y hallazgo de un gran mar al otro lado. A la par se instalan los primeros núcleos para la penetración continental.
4) Conocimiento de un paso marítimo por Magallanes y convencimiento de que la Tierra es redonda.
La consecución de todos estos propósitos deja perfilada e identificada América y el concepto de ella surge nítido y entero, tal como una figura se destaca con gesto y perfil del bloque en que ha trabajado el escultor.
Acaso esta última comparación haga fruncir el ceño a quienes reclaman más y más atención hacia el papel de «los vencidos». Dentro de un nivel de discurso donde se valore ante todo el encuentro de dos mundos (tesis favorita de los historiadores franceses), será preciso considerar con fina justeza cada una de ellos. Miguel León Portilla ha combatido, como veíamos, una caracterización de los pueblos del Nuevo Mundo que se reduzca sólo a haber sido descubiertos y conquistados. Igualmente el ilustre estudioso mexicano se ha interesado por la conciencia que tuvieron y los testimonios que dejaron los que, por la confusión colombina, se conocieron como indios. Sobre todo entre los mayas y los nahuas (mexicas o aztecas) hubo quienes expusieron en sus libros o códices su propia interpretación de los hechos.
El encuentro visto ahora en el espejo de una historia en verdad universal y abierta representa un acercamiento de todos los pueblos del planeta, concluye León Portilla.
En este debate introduce una tercera voz interesante Fernand Braudel, el cual viene a sugerir que en cierta forma y dosis América se descubrió a sí misma. Escribe así: «No es, pues, Europa la que va a descubrir América o África, ni la que va a violar los continentes misteriosos. Los exploradores europeos del interior del continente africano en el siglo XIX, tan alabados, en un pasado reciente, viajaron a hombros de portadores negros y su gran error, el de la Europa de entonces, "fue creer que descubrían una especie de Nuevo Mundo...". De la misma manera los descubridores del continente sudamericano, incluso aquellos bandeirantes paulistas (cuyo punto de partida fue la ciudad de Sao Paulo, fundada en 1554, y cuya epopeya fue admirable, en el curso de los siglos XVI, XVII y XVIII) no hicieron más que redescubrir las viejas pistas y ríos de piraguas utilizados por los indios, y por lo general fueron los mestizos (de portugueses y de indios), los mamelucos, quienes les guiaron. Lo mismo ocurrió, en beneficio de los franceses, en los siglos XVII y XVIII, gracias a los mestizos canadienses, a los "bosques quemados" de los Grandes Lagos al Misisipí. Europa ha redescubierto al mundo muy a menudo con los ojos, las piernas y la inteligencia de los demás.»
En cambio Braudel diferencia como hecho aparte «el dominio del Atlántico, la afirmación de la soberanía sobre esos difíciles espacios con sus corrientes y sus vientos, que puso desde entonces al servicio del hombre blanco la unidad marítima del universo. La Europa gloriosa la constituyen las flotas y barcos y más barcos, estelas en el agua de los mares; son pueblos de marinos, de puertos, de astilleros».

Capítulo 7
Viajes posteriores

Contenido:
§. El segundo viaje
§. El cuarto viaje
§. La creación de un mundo único
§. El segundo viaje
Dada la resonancia del primero, es comprensible que el segundo viaje de Colón fuese una empresa de grandes proporciones, a cuyo servicio se colocó una flota de diecisiete buques, provista con largueza de todos los medios necesarios para una colonización en gran escala.
A ella se debe en puridad la introducción en tierras americanas de palomas, gallinas, patos, perros, gatos, vacas, caballos, toros, asnos, cabras, ovejas; del trigo, el arroz, los garbanzos, las naranjas, el azafrán, la vid, el centeno, la caña de azúcar y los fríjoles. A cambio de estos beneficios, el Nuevo Mundo proporcionó al Viejo, a través de España, el maíz, el cacahuete, la coca, la pita, el tomate, la quina, la patata, el nopal, el fresón, el tabaco y la batata. Es curioso observar que las exportaciones americanas a Europa son hoy mucho más cuantiosas y económicamente valiosas en aquella línea de productos que los españoles llevaron allá que en la de las riquezas propiamente americanas.
La tripulación sumaba unos mil quinientos hombres, pertenecientes a todas las clases sociales, entre los cuales figuraban personas de distinción, tales como el hermano menor del Almirante, Diego;· el ya mencionado padre Bernardo Boyl; el doctor Chanca, de Sevilla; fray Antonio de Marchena, el ilustre cosmógrafo; Juan Ponce de León, futuro descubridor de Florida; Alonso de Ojeda, continuador de los descubrimientos colombinos; el cartógrafo Juan de la Cosa; el cortesano aragonés Pedro Margarit y otros muchos.

044.jpg
En la serie de panoramas urbanos de las «Civitates orbis terrarum», figura esta representación del Cádiz del siglo XVI.

La flota partió de Cádiz el 26 de septiembre de 1493 y permaneció algún tiempo en la isla de Hierro, de donde zarpó el 14 de octubre. El 3 de noviembre, después de haber descubierto una tierra desprovista de fondeaderos, que fue denominada La Deseada, se desembarcó en una isla bautizada con el nombre de Dominica, por haberse llegado a ella en domingo. De aquí pasó la expedición a la de Marigalante, nombrada así en honor de una de las carabelas, y luego a la serie de islas que en honor de diversos santos y Jugares de devoción españoles fueron bautizadas con los nombres de Guadalupe, Montserrat, Santa María la Redonda, Santa María la Antigua, San Bartolomé, San Martín, Santa Cruz y el grupo de las Once Mil Vírgenes. Estos descubrimientos culminan con el de la isla de Puerto Rico, cuyo nombre indígena era Borinquén.
En el curso de esta travesía trabaron los españoles el primer contacto con los caribes, navegantes atrevidos que salteaban las islas antillanas y se llevaban a los niños y a las mujeres para devorarlos. Valíanse como únicas armas del arco y la clava. En sus viajes usaban canoas, nombre que en su idioma se daba a unos pequeños faluchos de una sola pieza. En sus poblados hallaron los españoles carne humana cociéndose y prisioneros que fueron restituidos a sus lugares de origen. Algunos marinos de Colón resultaron heridos en estos lances y uno murió.
Pensó luego Colón en visitar el fortín de la Navidad, que le habíamos visto establecer en la isla Española, y llegó ante él en la noche del 27 al 28 de noviembre. Mandó hacer salvas y no obtuvo respuesta alguna; cosa que entristeció a la flota, la cual imaginó ya la suerte que habrían corrido aquellos españoles. A la mañana siguiente se descubrieron las cenizas del fortín y se comprobó que su guarnición había sido muerta por los indios.
Puede deducirse que aquellos hombres no habían estado a la altura de su misión y que la primera colonia de blancos tomóse plantel de bajas pasiones. Rompióse la unidad, surgieron las facciones, y muy pronto los colonos semejaron hatajo de bandidos: «Parece -dice Ballesteros- que hubo pendencias entre los vizcaínos y los demás y las referencias coincidían en aludir a un crimen, cometido por Pedro Gutiérrez y Escobedo, que mataron a Jácome, el rico genovés, probablemente para arrebatarle su caudal.»

045.jpg
En el mapa de Juan de la Cosa, conservado en el Museo Naval de Madrid, aparece este dibujo de unas carabelas, representadas con más conocimiento técnico que gracia artística, lo cual subraya el valor informativo del apunte. Es de observar el alto puntal de la embarcación y la aptitud para una copiosa carga.

Los asesinos y otros nueve «Con las mujeres que habían tomado y su hato», se fueron a la comarca del reyezuelo Caonabó, donde les contaron que había minas de oro. Allí estaban los terribles caribes que tanto temían Guacanagari y los suyos.
No los temían los marineros, sin embargo, razonando como Chanca, cirujano de Colón: «Sus armas son fechas en lugar de hierro, porque no poseen ningún hierro -escribe-; ponen unas puntas fechas de huevos de tortugas los unos; otros de otra isla ponen unas espinas de un pez fechas dentadas, que ansí lo son naturalmente a manera de sierras bien recias, que para gente desarmada como son todos es cosa que les puede matar e hacer daño: pero para gente de nuestra nación no son armas para mucho temer.» Y, sin embargo, «la costumbre desta gente de caribes es bestial».
De quienes marcharon en busca del oro de Caonabó no quedaron huellas. Acaso unos huesos inidentificables, testimonio de una comida canibalesca. «Dicen que la carne del hombre es tan buena, que no hay tal cosa en el mundo; y bien parece, porque los huesos que en estas casas hallamos -prosigue estremecido Chanca- todo lo que se puede roer todo lo tenían roído, que no había en ellos sino lo que por su mucha dureza no se podían comer.»
Tampoco tuvieron mucha suerte quienes permanecieron en el fuerte. ¿Traición? ¿Sorpresa? Quizá también enfermedades. El fuerte apareció incendiado y nada pudieron saber Colón y los suyos de sus pobladores. Fueron quizá víctimas de sus exigencias y seguramente del doblez de los indios. En todo caso su suerte debió de ser atroz, tras un ataque que imaginamos semejante al del cacique Pocorosa contra Santa Cruz en el Darién, que nos describe así Méndez Pereira: «Una vez forzada la fortaleza, los indios no dieron cuartel ni tuvieron compasión. Profanaban a los muertos, torturaban a los vivos, mutilaban los labios y las lenguas de los heridos, y luego, les introducían oro fundido por las gargantas: "Hártate de oro, hártate de oro" -les decían.» Y el oro sería la causa del fin del fuerte que, nacido de una catástrofe, desaparece misteriosamente en silencio.

046.jpg
En el castillo de Windsor se conserva este retrato anónimo de Isabel la Católica, suegra de Enrique VIII de Inglaterra.

El hallazgo de las ruinas del fortín con los cadáveres de sus defensores advirtió a Colón de modo supremo acerca de los peligros que se entrañaban en algunos de los pueblos de la isla, y que no era prudente adelantar la acción descubridora y colonizadora sin tomar medidas de seguridad. Junto con la fatiga de vivir en los buques que sentía la gente, tal consideración cristalizó en el propósito de fundar una ciudad.
Durante el mes de diciembre de 1493 hizo reconocer la isla La Española, hasta que creyó hallar el sitio ideal para fundar dicha ciudad. Tratábase de la llamada «Vega Real», en la ensenada de Monte Cristo, lugar rico en pesca.

047.jpg
Retrato fantástico de Bartolomé Colón, hermano del Almirante y adelantado de las Indias. Figura en la portada de las «Décadas•, de Antonio de Herrera.

Como dice Las Casas, había allí buena piedra de cantería «y para hacer cal y tierra buena para ladrillo y teja: y todos buenos materiales». Y tanto le gustó a Colón que «después de haber asentado allí daba infinitas gracias a Dios por la buena disposición que para la población por aquel sitio hallaba», según cuenta en su diario.
La ceremonia de su fundación verificóse el día de Reyes de 1494. Cuenta Pedro Mártir que se celebró una misa en que oficiaron trece sacerdotes y cantóse un Te Deum, que fue el primero del Nuevo Mundo, en conmemoración del aniversario de la entrada de Los Reyes Católicos en Granada, dos años antes. La ciudad había de llamarse Isabela en honor a la reina, «a quien él singularmente tenía en singular reverencia, y deseaba más servirla y agradarla que a otra persona del mundo». Fabricóse primero una iglesia, Juego un hospital, una fortaleza para morada del Almirante y un almacén de bastimentos de la armada, edificios que se construyeron de piedra.
El Almirante estableció un cabildo y repartió solares entre sus acompañantes según una traza previa de calles y plazas. Las casas levantadas en ellas no fueron tan sólidas, pues edificáronse de paja, madera y barro. El conjunto se cercó de murallas. «Cada día -escribe Colón a los Reyes Católicos- se entiende en cerrar la población y meterla en alguna defensa, y los mantenimientos en seguro, que será hecho en breves días, porque non ha de ser sino albarradas, que no son gente los indios que si dormiendo non nos fallasen, para emprender cosa ninguna, aunque la toviesen pensada, que así hicieron a los otros que aquí quedaron por su mal recabdo, los cuales, por pocos que fuesen, y por mayores ocasiones que dieran a los indios de haber e de hacer lo que hicieron, nunca ellos osaran emprender de dañarles, si los vieran a buen recabdo.»
Sin embargo, la Isabela se reveló como un lugar malsano. Aparecieron enfermedades y escasez. Ocurrió también que no estaba tan cercana al oro de Cibao como creyeron en un principio. Hubo que trabajar en la edificación y en la agricultura. Surgieron entre los habitantes querellas y murmuraciones contra el Almirante. La colonia no prosperó. Y cuando dos años más tarde, en 1496, Bartolomé Colón resolvió trasladarla a otro lugar y fundó Santo Domingo, todos los habitantes iniciales de Isabela se alegraron de marcharse.
Para continuar sus prevenciones militares y de seguridad, constituyó el Almirante una vigorosa expedición de doscientos hombres y puso a su frente al enérgico y astuto Alonso de Ojeda. Éste, adentrándose en la isla, llegó a una región dominada por el sanguinario cacique Caonabó, que, en palabras de Colón, «es hombre muy malo y muy más atrevido». De esta comarca trajo Ojeda alguna cantidad de oro, recogido en las arenas de los ríos. Luego Colón recorrió personalmente algunas zonas del interior y estableció puestos de vigilancia para la seguridad de las comunicaciones. El 2 de febrero de 1494, el Almirante ordenó al piloto Antonio de Torres que partiese hacia España con doce navíos para solicitar ropas, medicamentos y víveres y llevar noticias de la fundación de la ciudad de la Isabela.

048.jpg

Carta autógrafa de Colón a los reyes. El último párrafo comienza así: «Las Indias son de SA. Descobriósilas y ganó el Almirante contra la opinión de todo el mundo.
Conocemos en su integridad la carta que entregó Colón a Antonio de Torres, que está encabezada así: «Lo que vos, Antonio de Torres, capitán de la nao Marigalante y alcalde de la ciudad de Isabela, habéis de decir y suplicar de mi parte al rey y la reina nuestros señores, es lo siguiente: Primeramente, dadas las cartas de creencia que lleváis de mí para Sus Altezas, besaréis por mí sus reales pies y manos y me encomendaréis en Sus Altezas a rey y reina, mis señores naturales, en cuyo servicio yo deseo fenecer mis días, como esto más largamente vos podréis decir a Sus Altezas, según lo que en mí visteis y supisteis... Las cosas de especiería en solas las orillas de la mar, sin haber entrado dentro en la tierra, se halla tal rastro y principios de ella, que es razón que se esperen muy mejores fines, y esto mismo en las minas de oro, porque con solos dos que fueron a descubrir cada uno por su parte, sin detenerse allá porque era poca gente, se han descubierto tantos ríos tan poblados de oro que cualquier de los que lo vieron cogieron solamente con las manos por muestra, vinieron tan alegres y dicen tantas cosas de la abundancia de ello, que tengo empacho de las decir y escribir a Sus Altezas... (Explica a continuación el Almirante que buena parte de su gente ha caído enferma.) Confiando en la misericordia de Dios... esta gente convalecerá presto, como ya lo hace, porque solamente les prueba la tierra de algunas secciones y luego se levantan; y es cierto que si tuviesen algunas carnes frescas para convalecer, muy presto estarían todos en pie, con ayuda de Dios, y aun los más estarían ya convalecidos en este tiempo. Con estos pocos sanos que acá quedan, cada día se entienden en cerrar la población y meterla en alguna defensa y los mantenimientos en seguro... De cameros vivos y aun antes corderos y cordericas, más hembras que machos y algunos becerros y becerras pequeños son menester, que cada vez vengan en cualquier carabela que acá se enviare, y algunas asnas y asnos y yeguas para trabajo y simiente, que acá ninguna de estas animalías hay de que hombre se pueda ayudar ni valer.»
Los buques volvieron a la isla con todos los materiales solicitados por Colón. Al recibo de esta flota, el Almirante preparó un viaje de exploración, dejando a su hermano Diego al frente de un consejo que constituyó en la colonia para que ejerciese autoridad en su nombre y emprendió un segundo reconocimiento de la isla de Cuba, a la cual consideraba todavía el extremo de la tierra asiática. Esta exploración se efectuó en la primavera de 1494 y en el curso de ella recorrió la costa meridional cubana y la septentrional de Jamaica. Sin haber terminado de explorar la primera, volvió a la Isabela en septiembre.
Durante este lapso de tiempo habían acaecido en la isla sucesos desagradables. Bartolomé Colón, a quien los reyes dieron el título de Adelantado, había llegado a la isla con tres carabelas. Inmediatamente implantó un régimen opresivo y ávido de lucro, ideó exportar a España indios como esclavos, con cuyo precio pensaba adquirir animales domésticos.

049.jpg
La «Santa María», según las trazas de Fernández Duro y Manleón.

El Almirante se esforzó en pacificar la isla y reajustar aquel desorden. También le dio que pensar la reducción de la amenaza de Caonabó, quien finalmente cayó prisionero de Alonso de Ojeda, merced a una divertida estratagema de éste: le invitó a montar en la grupa de su caballo, animal que Caonabó no había visto nunca y lo llenaba de curiosidad, y cuando lo tuvo encima, picó espuelas y se llevó al reyezuelo al campo español.
Otra causa de preocupación de Colón era la pereza de los indígenas, a los cuales no había modo de inducir al trabajo regular. Intentó lograrlo repartiéndolos entre una especie de tutores españoles (repartimientos) que los adiestrasen y dirigiesen, pero el sistema se prestó a abusos lamentables y a enconar las divisiones entre los españoles. La autoridad de Colón y sus hermanos empezaba a perder prestigio.
Se había introducido en el segundo viaje un pícaro redomado, Francisco Roldán, hidalgüelo arruinado, nacido en Torredonjimeno, que llegaba a La Española con la misión de vigilar a trabajadores y capataces. Colón le nombró alcalde mayor de la Isabela, y, más tarde, de toda La Española. Después el Almirante regresó a España sin imaginar el conflicto que dejaba en germen.
En plena ola de descontento, Bartolomé Colón partió de la Isabela para visitar el fuerte de Concepción y cometió el error de ceder el mando a su hermano Diego Colón, postergando a Francisco Roldán, a quien, como alcalde mayor, le correspondía sustituir al Adelantado.
Roldán pensó en enviar una carabela a España para pedir justicia, pero su natural vengativo le impelió a tomársela por su mano. Juntó una tropa de 60 hombres y marchó para asaltar inopinadamente la Concepción, pero la sorpresa no se produjo, por lo que Francisco Roldán, después de una inútil entrevista con el Adelantado, se volvió.
Ya en rebeldía, entró en la Isabela, se apoderó de todos los víveres y armas que pudo y se dedicó a excitar y sublevar a los indígenas, que lo acogieron con entusiasmo.
El padre Boyl y Margarit retomaron a España y elevaron quejas a los reyes contra el desorden de la colonia. El trono envió un visitador, Juan de Aguado, para investigar la verdad de tales denuncias, quien llevó consigo al hijo de Colón, Diego. El 10 de marzo de 1496, Colón, junto con Aguado, regresó a España para informar a los reyes. Es notable que en esta flota de retomo figurase la Santa Cruz, la primera nave construida en América. El 11 de junio llegó a Cádiz la expedición trayendo consigo a doscientos españoles y unos treinta indios.
A pesar de que el buen nombre de Colón había padecido quebranto, más por las intrigas envidiosas de sus subordinados que por la culpa que le cupiese en los desórdenes, los reyes lo recibieron en Burgos con afecto y dejaron de lado las quejas presentadas contra él.
En las primeras frases de la carta donde Colón refiere el tercer viaje a los Reyes Católicos, hace historia de este movimiento que se suscitó contra él al regresar del segundo: «Nació mal decir -expresa- y menosprecio de la empresa comenzada en ello, porque yo no había enviado luego los navíos cargados de oro, sin considerar la brevedad del tiempo y lo otro que yo dije de tantos inconvenientes; y en esto, por mis pecados o por mi salvación creo que será, fue puesto en aborrecimiento y dado impedimento a cuanto yo decía y demandaba. Por lo cual acordé de venir a Vuestras Altezas y maravillarme de todo y mostrarles la razón que en todo había, y les dije de los pueblos que yo había visto, en qué o de qué se podrían salvar muchas ánimas, y les truje las obligaciones de la gente de la isla Española, de cómo se obligaban a pagar tributo y les tenían por sus reyes y señores, y les traje bastante muestra de oro, y que hay mineros y granos muy grandes, y asimismo de cobre; y les traje de muchas maneras de especierías, que sería largo de escribir, y les dije de la gran cantidad de brasil y otras infinitas cosas. Todo no aprovechó para con algunas personas que tenían gana y dado comienzo a mal decir del negocio.»
Es lícito sorprenderse de que los soberanos permitiesen que las cábalas y enredos contra Colón alcanzasen dimensión bastante para preocupar a éste, y semejante resultado no redunda en honor de Fernando e Isabel, a quienes nada hubiera costado desvanecer de un manotazo toda aquella neblina de envidia, recelo y miseria. En ella entraban a barullo todos los temas susceptibles de perjudicar a Colón: que si ambicionaba alzarse con el dominio de las Indias, que si éstas no valían para nada y costaban más dinero que el que daban, que si todos los éxitos de Colón debían atribuirse a los colaboradores, o si, por el contrario, no había ninguno de éstos que tuviese talento alguno. Todo se aprovechaba en tanto que fuese dañino e innoble. Que los reyes se dejasen decir semejantes especies y les diesen cobijo en la corte será, en el más piadoso de los supuestos, fina prudencia política, pero no actitud justa ni noble. Más aún, los oídos prestados a las primeras manifestaciones adversas a Colón estimularon a muchos a creer en ellas, como si fuesen cosa grata a los reyes y tenida como servicio.

050.jpg
Palacio del Capitán del Pueblo, en Génova. El edificio, iniciado en el siglo XIII, se transformó en banco de San Jorge en el XV.

No contradice esta actitud regia la puntualidad en cumplir obligaciones pactadas y la generosidad con que se añadieron mercedes y gracias a aquellos pagos, ni tampoco –naturalmente van en contra de lo dicho la simpatía y el afecto con que era tratado Colón cuando estaba presente en la corte. Podría acaso presumirse que los reyes eran más abiertos en lo dinerario y más reservados y ceñudos en lo político y lo administrativo, dentro de la gama de asuntos pendientes con Colón. Estos dos campos últimos eran, por supuesto, los más propicios a juicios de valor y a maniobras descalificadoras.
Puede estimarse que entre las muchas penas y trabajos que Colón pasó, no hubo ninguna a la que tanto temiera y que le apesadumbrara tan gravemente como las intrigas que se movían en la corte contra él, sacando partido de la menor incidencia que se registrase. El caso entristece hasta el lector común, porque suena como prueba de la venenosa fuerza de la envidia y su capacidad de confusión y destrucción. En una corte llena de espíritus maliciosos, el destino de Colón debió de ser doloroso, lo cual no equivale a profesar que su conducta fuese siempre acertada e impecable.
Otro de los asuntos que darían pie a que el nombre del Almirante anduviese en lenguas es el problema de la esclavitud de los indios, que habría de crear tensiones entre los reyes y Colón, y abrir uno de los capítulos más discutidos de la obra de España en América. El planteamiento que hace el Almirante de esta novedad está completamente inserto en la mentalidad de la época, con arreglo a la cual hemos de analizar sus actitudes, puesto que sería un desatino enjuiciarlas conforme a la nuestra.
No se aparta, pues, Colón de los criterios de su tiempo, cuando en el Memorial que escribe a Antonio de T arres, para que éste exponga diversos temas a los soberanos, dice así: «Diréis a Sus Altezas que el provecho de las almas de los dichos caníbales y aun de estos de acá ha traído el pensamiento que cuantos más allá se llevasen sería mejor, y en ello podrían Sus Altezas ser servidos de esta manera: que, visto cuánto son acá menester los ganados y bestias de trabajo para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar y bien de todas estas islas, Sus Altezas podrán dar licencia e permiso a un número de carabelas suficiente que vengan acá cada año y traigan de los dichos ganados y otros mantenimientos cosas para poblar el campo y aprovechar la tierra, y esto en precios razonables a sus costas de los que las trujieren, las cuales cosas se les podrían pagar en esclavos de estos caníbales, gente tan fiera y dispuesta y bien proporcionada y de muy buen entendimiento, los cuales, quitados de aquella inhumanidad, creemos que serán mejores que otros ningunos esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su tierra ... Y de esto traeréis e enviaréis respuesta porque acá se hagan los aparejos que son menester con más confianza, si a Sus Altezas pareciere bien.»
Este segundo viaje de Colón culmina con el reconocimiento completo de la isla Española y la exploración de Cuba, Jamaica y las islas vecinas.
Ballesteros comenta: «Colón ensalza la mercancía y precisamente en el elogio hace más intolerable el bárbaro concepto.» Los reyes no contestaron nada concreto.
En este lugar de la exposición debe insertarse noticia del tratado de Tordesillas, firmado en 7 de junio de 1494 entre los embajadores de Portugal y de Castilla para llevar 270 leguas a occidente la línea demarcatoria señalada por el papa Alejandro VI, lo cual suponía situarla a 370 leguas de Cabo Verde.

051.jpg
Utillaje indígena cubano, clasificado por los etnógrafos como propio del «Complejo III Taina», correspondiente a una sociedad agrícola, de creencias animistas y autora de abundantes manifestaciones artísticas.

El tratado no tuvo efectividad; no se observó ni en Jo tocante a limitar la expansión portuguesa Brasil adentro, ni en lo que redundaba en privar de las Malucas a Portugal si se hubiera establecido el antimeridiano correspondiente a la línea de Tordesillas.

052.jpg
Este retrato de Colón, de autor desconocido, recoge las descripciones de su fisonomía dejadas por quienes le conocieron en persona.

Estima Ballesteros que los reyes recibieron a Colón en Burgos, a finales de octubre o principios de noviembre de 1496, y que en el acto se desvanecieron las intrigas malévolas forjadas contra él y el clima de recelo contra sus actuaciones a que antes nos habíamos referido. «A las pocas palabras -dice el ilustre historiador se deshacía la maraña forjada por los contrarios de Colón. Los reyes le acogieron con el cariño de siempre. Volvió a resonar en los aposentos reales el verbo cálido del extranjero que explicaba las riquezas de las Indias.»
Dentro de esta misma etapa biográfica y sin que se entibiara el favor regio, Colón otorgó, el 22 de febrero de 1498, en Sevilla, la célebre escritura de institución de mayorazgo, tras obtener permiso de los soberanos. En la escritura hace un breve resumen de sus servicios y glorias y ordena luego su sucesión llamando en primer término a su hijo legítimo Diego y su estirpe, luego a su hijo natural Femando y la suya, y luego, sucesivamente, a los hermanos Bartolomé y Diego. Como hemos dicho antes, uno de los puntos de más interés del documento estriba en las reiteradas frases de amor a Génova, «pues que de ella salí y en ella nací», como también dice rotundamente. Otro extremo importante es el recuerdo insistente de haber suplicado a los reyes que gastasen lo obtenido en las Indias en reconquistar Jerusalén y el Santo Sepulcro.
Durante esa estancia de Colón en Sevilla, que fue prolongada, su devoción, acendrada siempre, le llevó a tratar con la cartuja de Santa María de las Cuevas, y dentro de ella con un fraile italiano, el padre Gaspar Gorricio, natural de Novara, con el cual sostuvo amistad cada vez más estrecha, plasmada en una extensa correspondencia.
La flota con que Colón partió, rumbo a América por tercera vez (30 de mayo de 1498), se componía de seis carabelas e iban en ella seiscientos hombres, sin contar la dotación de cada barco. Al llegar a La isla de Hierro, en el archipiélago canario, el Almirante formó dos grupos por mitad con ella y envió directamente uno a La Española, mientras que el otro emprendía nuevas rutas de descubrimiento que algunos han creído inspiradas por los estudios del cosmógrafo Jaume Ferrer, de Blanes. Partió el 4 de julio de las islas de Cabo Verde y se encaminó hacia el Sudoeste, en búsqueda del Quersoneso Aureo (Malaca). El día 31 del mismo mes, Alonso Pérez, marinero de Huelva, dio la voz de «tierra» ante una isla rematada por tres picos, a la cual se dio el nombre de Trinidad. En una bahía de su costa occidental anclaron las naves e hicieron aguada. En esta ocasión conocieron los españoles a una raza de indios de color más claro y aspecto físico más gallardo. Los naturales de Trinidad vestían una túnica corta de algodón, llevaban el pelo recortado y una especie de turbante hecho de telas de colores; todos ellos se armaban con arcos, flechas y escudos.
Pasando luego hacia el Sur, Colón divisó tierra -era ya el continente americano-- y la bautizó con el nombre de Tierra de Gracia. Exploró luego toda la costa del golfo de Paria. De sus moradores dice Colón: «Esta gente es muy mucha y toda de muy buen parecer, de la misma color que los otros de antes y muy tratables. La gente nuestra que fue a tierra los hallaron tan convenibles y los recibieron muy honradamente; dicen que luego que llegaron las barcas a tierra que vinieron dos personas principales con todo el pueblo; creen que el uno era el padre y el otro era su hijo, y los llevaron a una casa muy grande hecha a dos aguas y no redonda como tienda de campo, como son estas otras, y allí tenían muchas sillas adonde los hicieron asentar y otras donde ellos se asentaron; y hicieron traer pan y de muchas maneras frutas y vino de muchas maneras blanco y tinto, mas no de uvas, uno de una fruta y otro de otra, y asimismo debe ser de ello de maíz, que es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de que llevé yo allá y hay ya mucho en Castilla y parece que aquel que lo tenía mejor lo traía por mayor excelencia y lo daba en gran precio. Los hombres todos estaban juntos a un cabo de la casa y las mujeres en otro.»
Saliendo de nuevo a la alta mar, descubrió Colón las islas de la Asunción (Tobago) y de la Concepción (Granada), y luego la Margarita y Cubagua, donde los indígenas se dedicaban a pescar perlas. «Grandes indicios son éstos del Paraíso Terrenal --comenta el Almirante al describir el apacible paisaje de aquellas tierras porque el sitio es conforme a la opinión de estos santos y sanos teólogos y asimismo las señales son muy conformes, que yo jamás leí ni oí que tanta cantidad de agua dulce fuese así dentro y vecina con la salada» (aludiendo a la desembocadura de un gran río, ¿Orinoco?).
En los escritos de Colón semejantes éxitos se mezclan con el recuerdo de sus enemigos que intrigan en la corte: «Vuestras Altezas hayan mucho placer y cierto débenlo de haber, porque acá tienen cosa tan notable y real para grandes príncipes, y es gran yerro creer a quien les dice mal de esta empresa, salvo aborrecerles.» En todo este tiempo el Almirante sufrió una afección en la vista que le incomodó mucho, y que era parte del quebranto físico que llevaba padeciendo.
A estos disgustos se añadió el de enterarse que habían llegado a La Española las tres carabelas que tenían que ir derechas a ella, y que el pícaro Roldán estaba excitando a las tripulaciones y conspirando con algún capitán para que se saliesen de la obediencia de Colón y se librasen a una vida regalada, disfrutando de todas las indias que quisieran. Colón, conocedor de que abundaban en la corte gentes malévolas que se gozaban en repetir y amplificar cualquier nota infausta que llegara de Indias, se desazonó con la perspectiva de tener la isla Española en confusión, y pensó con más ahínco que antes en procurarse oro y esclavos que por lo menos demostrasen que la empresa era lucrativa. Hacía ya tiempo que el padre Bartolomé de las Casas consideraba con severidad la pertinacia de Colón en querer hacer ganancia con esclavos.
Tanto su estado físico como el entrecruzamiento de estos problemas indujeron a Colón a suspender la exploración de la tierra firme y volver a La Española, donde encontró a Roldán más soberbio que nunca. Colón se resignó a avenirse con él a toda costa, aun aceptando las condiciones más desairadas, como fue la de devolver a Roldán el cargo de alcalde mayor. Apenas se aquietó éste, comenzó Ojeda a desmandarse, y dentro de su inclinación a la aventura y el bullicio, entró en conflicto también con Roldán como el propio Almirante. De aquí se pasó a otra composición de fuerzas en la cual Roldán y Colón estuvieron unidos contra otros conspiradores y rebeldes, como Hernando de Guevara, hombre del bando de Ojeda, y Adrián de Mújica. Empieza con esto una actuación represiva de Colón que dispone varias ejecuciones y prisiones, de las que tiempo después se le pedirían cuentas. Ya lo preveía Colón, que no era cosa conforme a su genio, y así se expresa en cartas a los reyes. En una dice: "Yo he sido culpado en el poblar, en el tratar con la gente y en otras muchas cosas, como pobre extranjero envidiado.»

053.jpg
Representación imaginaria del suplicio infligido a un indio según grabado de la obra del P. Las Casas en una de las ediciones europeas difamatorias de España.

Queda clara, por lo pronto, la ineptitud de Colón para el gobierno de una colectividad y que su carácter, lleno de irregularidades geniales, no convenía en absoluto a una tarea gestora y administradora como tocaba a la fase siguiente a la del descubrimiento.
Exagerado tanto en la confianza como en el recelo, Colón se equivocó muchas veces en adjudicar una y otro, y no fue menos incapaz de observar conducta continuada y serena, por lo propenso que fue siempre a liquidar los problemas con soluciones precipitadas y facilonas. ¡Qué duda cabe de que el cuadro humano que le rodeaba era de singularísima dificultad! Desde caníbales por un lado hasta ex presidiarios por otro, pasando por caballeros, mozos, eclesiásticos, buscavidas y soñadores, allí había un poco de todo lo que contenían las Indias y las calles de la España de la época, y aún peor.
Viciados por la esperanza de encontrar oro con sólo alargar la mano, la mayoría de aquellos aventureros se sentirían defraudados y perjudicados y, si volvían a España, engrosarían el cortejo de los adversarios de Colón. Constan algunos incidentes de que fueron protagonistas en los aledaños de la corte, y en verdad apena tanto el fracaso personal de los resentidos de América como su ruindad y su pereza. No menos lamentable es que una epopeya tan colosal como el hallazgo y colonización de un mundo hubiera de ser vivida por un tropel de gentes diversas donde se daba tan alta proporción de desaprensivos, revueltos, claro está, con personas de las mejores prendas. Como es de suponer, no fueron estas últimas las que dieron que hablar, sino las contrarias.
El mismo Colón enteró a los reyes de esta crítica situación y para remediarla envió la corona como juez investigador el arrogante comendador de Calatrava Francisco de Bobadilla. Colón se negó a obedecerle, por lo cual Bobadilla mandó prenderle, junto con sus hermanos, ponerles grilletes y mandarlos a la metrópoli. Se ha especulado mucho y muy malignamente sobre la imagen de Colón encadenado. Para la valoración de este hecho lamentable, pero de uso rutinario, conviene tener presente: 1) que Alonso de Vallejo, encargado de la custodia de Colón, se propuso librarle inmediatamente de los grilletes y que el Almirante no consintió; 2) que los reyes ordenaron en el momento de conocer su llegada en tales condiciones la libertad de los tres hermanos y recibieron con el afecto de siempre a Colón; 3) que se prescindió de los informes de Bobadilla y se le relevó en el acto por Nicolás de Ovando, quien partió hacia La Española con treinta naves y dos mil quinientas personas.
El propio Colón retrata elocuentemente la nobleza de ánimo con que los Reyes Católicos consideraban la empresa americana. Refiriendo esta acogida que le hicieron al término del viaje, dice: «Vuestras Altezas me respondió (sic) con aquel corazón que se sabe en todo el mundo que tienen, y me dijo que no curase de nada de eso, porque su voluntad era de proseguir esta empresa y sostenerla, aunque no fuesen sino piedras y peñas y que el gasto que en ello se hacía que lo tenía en nada, que en otras cosas no tan grandes gastaban mucho más, y que lo tenían todo por muy bien gastado lo del pasado y lo que se gastase en adelante, porque creían que nuestra santa fe sería acrecentada y su real señorío ensanchado, y que no eran amigos de su real estado aquellos que les maldecían de esta empresa.»
A pesar de esta benévola reacción de los reyes, queda en pie y es de mucha meditación la acertada frase que Ballesteros dedica al nombramiento de Nicolás de Ovando: «Daba por lo general la casualidad que las personas más allegadas a la corte y que formaban parte del círculo palatino más íntimo, cuando se encargaban de mandar o comisiones en relación con el descubridor, demostraban su animadversión al nauta.» El ilustre historiador lo explica por un rechazo aristocrático contra el advenedizo, y no añade menos la recordación del «pecado capital, tan humano y por desgracia tan español: la envidia». El comentario es acertado, pero incompleto. ¿Habrán de quedar Femando e Isabel exentos de la culpa de haber nombrado a un tipo como Bobadilla, y de insistir tanto en esta costumbre de dar oídos a los enemigos natos de Colón? La cuestión admite opiniones muy variadas.
Cuando empezaron a arreglarse sus problemas de la corte, Colón comenzó un nuevo trabajo, llevado sin duda por la ágil inquietud de su espíritu, incapaz de permanecer en reposo. La tarea que emprendió tenía cariz místico, causado, sin duda, por su sempiterna inclinación a lo sobrenatural, pero especialmente explicable en esta temporada de tensión y desengaño. Se trató de la concepción y comienzo del llamado Libro de las profecías, donde retomaba a su vieja obsesión por recobrar la «Casa Santa» de Jerusalén, por medio de una cruzada donde se empleasen las riquezas obtenidas en las Indias. En esos afanes literarios y visionarios le alentó su amigo el padre Garrido, de la cartuja sevillana de las Cuevas.

§. El cuarto viaje
Es notable que en la cédula real de 14 de mayo de 1502 en que se le encomendaba el cuarto y último viaje, los monarcas prohibiesen a Colón que se acercase a la isla Española, se temía que su presencia había de redundar en que se desbaratase la precaria tranquilidad que había empezado a establecer Ovando. Es notable que en la cédula real de 14 de mayo de 1502 en que se le encomendaba el cuarto y último viaje, los monarcas prohibiesen a Colón que se acercase a la isla Española, se temía que su presencia había de redundar en que se desbaratase la precaria tranquilidad que había empezado a establecer Ovando.
Colón emprendió la travesía con dos carabelas y dos naves menores, en las que embarcó con su hermano Bartolomé y su hijo Femando. Iban con él ciento cuarenta hombres y causa extrañeza en los cronistas que en ningún viaje había habido tanta proporción de genoveses. Partieron de Cádiz el 11 de mayo de 1502 y, tras tocar, como siempre, en las Canarias, se dirigieron a las islas Caribes, visitando Santa Lucía o la Martinica, la Dominica, Santa Cruz y Puerto Rico. Llevado de la nostalgia o deseoso de intervenir en su vida interna, quiso Colón acercarse a La Española, pero Ovando se lo prohibió. De allí pasó la flota a Occidente y tocó en Honduras (14 de agosto); más tarde siguió recorriendo la costa continental y reconoció señaladamente Portobelo, la punta de Nombre de Dios, el puerto de Bastimento y la bahía del Retrete, desde donde la marinería obligó a Colón a volver hacia Portobelo y de allí dirigirse a Belén, cerca de Veragua. Se supone el abatimiento que le producirían aquellas prohibiciones, la rebeldía de la tripulación y la adversidad de los elementos.
En el ámbito personal de los sucesos de este cuarto viaje tuvo también Colón su cáliz de amargura que beber, tal como en los anteriores había habido las desavenencias con Aguado o la arrogancia avasalladora de Bobadilla, entre otras adversidades.
Esta vez fueron los hermanos Francisco y Diego de Porras, quienes se pusieron al frente de los amotinados con tanta mayor desenvoltura cuanto que se trataba de individuos con influencia en la corte, donde darían su propia versión de los hechos. Estos inconvenientes, a los que se sumó una gran tormenta, eran tanto más dolorosos cuanto que el cuarto viaje igualaba a los anteriores en pretensiones, si no es que los superaba, puesto que Colón partía de la tesis de que Cuba era tierra firme y entre ella y la costa de Paria había de haber un paso hacia las soñadas Indias, que él situaba en el paraje donde luego se abrió el canal de Panamá. Se proponía incluso el Almirante, tras hallar tal abertura, entrar en el nuevo mar y regresar a España por oriente. Todo ello, puesto al servicio de aquel propósito de liberar el Santo Sepulcro que había expresado en el Libro de las profecías. Por el contrario, el viaje resultó fecundo para la exploración de la costa centroamericana, con penalidades y disgustos múltiples, de los cuales no fue el menor que Colón cayera enfermo. Algo le animó conocer la tierra de Veragua, con fama de rica en oro, y que Bartolomé Colón fundase una población en tierra firme, junto al río Belén.
Corresponde a la etapa final del cuarto viaje la conocida anécdota de que Colón sacó provecho de su conocimiento de que en una fecha concreta había de haber un eclipse de luna para anunciarlo a los indios como muestra del castigo que el cielo les enviaría por no dar suministros bastantes a los españoles. Los indios se llenaron de terror cuando comenzó el eclipse y se apresuraron a reunir víveres y ofrecerlos a los españoles. Luego expresaron la mayor gratitud a Colón porque accedió a rezar a su Dios para que se dignase restaurar el orden del universo.
Colón tenía que estar aturdido, como lo acredita la prisa en la relación de este viaje, lleno de fatiga y de vacilación. «Digo que no pueden dar otra razón ni cuenta -escribe- salvo que fueron a unas tierras adonde hay mucho oro y certificarle; mas para volver a ella el camino tiene ignoto. Sería necesario para ir a ella descubrirla como de primero. Una cuenta hay y razón de astrología y cierta; quien la entiende, esto le basta. A visión profética se asemeja esto.»
A tal descorazonamiento vino a acumularse el mal estado de las naves, comidas por el molusco marino llamado broma, que las quebrantó tanto que dos de ellas se perdieron. Con las otras dos quería Colón dirigirse a La Española, pero tuvo que detenerse en Jamaica (Junio de 1503), porque las embarcaciones estaban destrozadas. Allí pasaron sus naves penalidades sin cuento, hasta que, avisado Ovando de su triste situación, mandó recogerlos.
Especialmente dramático es el párrafo final de la carta que, desde Jamaica, en medio de tales tribulaciones, dirigió Colón a los reyes: «No estoy tan perdido como dije; he llorado hasta aquí a otros; haya misericordia ahora el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo solamente una blanca para la oferta; en el espiritual he parado aquí en las Indias de la forma que está dicho. Aislado en esta pena, enfermo, aguardando cada día por la muerte y cercado de un cuento de salvajes y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia, que se olvidará de esta ánima si se aparta acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no vine este viaje a navegar por ganar honra ni hacienda; esto es cierto, porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine a Vuestras Altezas con sana intención y buen celo, y no miento. Suplico humildemente a Vuestras Altezas que, si a Dios place de me sacar de aquí, que haya por bien mi ida a Roma y otras romerías.»
El Almirante regresó a España tristemente el 4 de noviembre de 1504. En carta a los reyes, durante el viaje, había escrito: «Poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo, salvo el mesón o taberna, y las más de las veces falta para pagar el escote.»

§. La creación de un mundo único
Para buscar terreno firme en que apoyar el siguiente comentario retrocedamos hacia una evidencia notoria: el 12 de octubre de 1492 termina una época de la historia en que medio mundo no conocía al otro medio, y se abre otra época en la cual el mundo comienza a unificarse, y en cuyo transcurso va mejorando hasta tal punto la comunicación entre todas sus regiones que progresivamente éstas van teniendo más cosas en común que en exclusiva, a la vez que se universalizan los gozos y los pesares de los países y no sólo como noticia sino también como emoción. Para este logro, que se ha completado en nuestros últimos decenios, ha constituido un precedente valiosísimo la comunidad de pueblos que en su mejor momento estableció la monarquía hispánica de ambas orillas del Atlántico iniciada por el hecho colombino, la monarquía «trans europea», como la califica Julián Marías.
Ahora bien, esta condición transcontinental no deriva sólo del dominio del Atlántico, ni tampoco de la peculiar liberalidad con que el colonizador español se sitúa ante la nueva tierra, sino que también proviene de un positivo universalismo que distinguía a España antes de la propuesta de Colón. Universalismo en el ser -con su típica aptitud para la convivencia de culturas y razas- y universalismo en el saber, con una apertura hacia unas ciencias generales que no se daba en otros parajes.
No son gratos todos los aspectos de esta reunión de las partes del mundo hasta entonces incomunicadas. Destaquemos una penosa faceta de ellas: la que Le Roy Ladurie llama gráficamente «Unificación microbiana del mundo»; es decir, la puesta en común de gérmenes de enfermedades que hasta entonces habían sido exclusivas de cada continente, con el catastrófico resultado de que las poblaciones respectivamente nuevas no estaban inmunizadas ni preparadas para sufrirlas, y así se registraron en América enormes mortandades causadas por la viruela, el tifus y por afecciones respiratorias de ámbito hasta entonces europeo.
No son gratos todos los aspectos de esta reunión de las partes del mundo hasta entonces incomunicadas. Destaquemos una penosa faceta de ellas: la que Le Roy Ladurie llama gráficamente «Unificación microbiana del mundo»; es decir, la puesta en común de gérmenes de enfermedades que hasta entonces habían sido exclusivas de cada continente, con el catastrófico resultado de que las poblaciones respectivamente nuevas no estaban inmunizadas ni preparadas para sufrirlas, y así se registraron en América enormes mortandades causadas por la viruela, el tifus y por afecciones respiratorias de ámbito hasta entonces europeo.
Ya se indicará poco más allá, que de modo casi tan devastador como la difusión de estas enfermedades se aplica a la población americana de súbito el deber de trabajar al estilo del Viejo Mundo, cual otro de los resultados de esta implosión unificadora de culturas y sociedades que antes habían vivido aisladas en compartimentos incomunicados. Es conocida la repartición desigual que había adoptado la población del globo concentrándose en polos determinados donde se disponía de mayores medios de subsistencias. Entre estos lugares de condensación había extensos vacíos que separaban unas comunidades de las otras: tanto distaba el mundo vikingo del árabe como el azteca del inca. El mundo americano está inclusive más fraccionado que el eurasiático.
«La dispersión amerindia -ha escrito Chaunu- es la más radical, la que plantea más problemas.» Detalla que en el seno de sus diversas culturas se logra proporcionar a la población respectiva alimento en abundancia, salvo la escasez en proteínas animales. En efecto, las bestias de labor no existen, y tampoco son frecuentes las destinadas a la nutrición de sus dueños. La asociación de la agricultura a la ganadería es una conquista típicamente europea que no se da ni en América ni en Asia, donde se registran, en cambio, concentraciones enormes de trabajadores en zonas concretas, en las que viven aglomerados a ras del nivel de subsistencia, sin disponer apenas de nada cambiable o comunicable con otra zona, sin idea alguna más extensa que los propios límites de la colectividad. De este modo, las culturas creadas en América son de una fragilidad asombrosa y se desmoronan al primer embate.
Esta embestida contra los «Universos-islas», como ha llamado Chaunu a tales sociedades singulares, acontece en el momento del «desenclavamiento planetario» que efectúan los españoles y los portugueses en el curso de una serie de descubrimientos geográficos cuya concatenación no puede ser más lógica ni rigurosa, y cuyos medios y fines no se dan en ninguna otra nación de Occidente, como se ha dicho antes.
La universalización de las culturas-compartimento entraña una doble victoria sobre el mar, el cual queda suprimido como espacio separador entre aquéllas. La doble victoria consiste en este primer éxito de transitar de un lado a otro del desierto líquido, triunfo que tiene primordialmente el basamento técnico y científico que vamos viendo y unos ingredientes geniales evidentes. En segundo lugar, la victoria sobre el océano ha menester una justificación provechosa para no quedar en mera proeza deportiva, y esta motivación estriba en algo tan perogrullesco como es que las flotas de ida y vuelta vayan siempre llenas; es decir, que tenga sentido y provecho mandar barcos a Indias. Y para que se logre este beneficio, va a ocurrir una terrible y entristecedora novedad: que los indígenas de América y muchos negros de África se habrán de poner a trabajar duramente y que millones de europeos habrán de cambiar de trabajo o de posición o de costumbres para bien o para mal, por causa del reflujo colosal que produce su entrada en contacto con el Nuevo Mundo.
Dentro de este cambio de vida, un aspecto especialmente grave: el cambio de velocidad y de medida del tiempo, el cambio del ritmo de las vidas: cinco años son ahora un viaje de ida y vuelta a Filipinas: un año y medio, la ida y vuelta de América. A partir de la colonización de ésta, regirá en el mundo un nuevo calendario: el de partida y llegada de las flotas, que suplantará en numerosas áreas al calendario tradicional de cosechas, ritmos del ganado, edades de la vida, fiestas creadas por la estructura colectiva.
Ha escrito agudamente Mariano Picó-Salas que acaso no se ha conocido nunca en la historia un encuentro entre pueblos de tan opuestos modos de vida como el suscitado por la conquista hispánica de América; choque de razas, actitudes económicas y maneras contrapuestas de existir, que sigue complicando los problemas de relación social en todas las naciones hispanoamericanas, y observa que los anglosajones lo tuvieron más fácil en la América septentrional porque sólo hubieron de poblar las tierras vacías tras la eliminación de los desdichados indios nómadas.

Capítulo 8
La oscuridad final

Contenido:
§. La actitud española ante Colón
§. Muerte de Colón
§. Los restos de Colón
§. La actitud española ante Colón
Ha cundido en el vulgo la impresión de que al regresar Colón a España tropezó con la hostilidad y la envidia generales; por efecto de ellas, se le regatearon los frutos de su esfuerzo; se le relegó al olvido y el descubridor pasó los últimos años de su vida en la miseria. ¡Incalificable ingratitud española para el hombre que había regalado un mundo a la corona!, se concluye. Vamos a considerar en un momento cuánto hay de verdad y cuánto de tópico maligno en este cuadro.
Los documentos existentes no dan muestra de tal ingratitud, sino más bien de lo contrario. El hijo del Almirante, Diego, es incorporado a la corte de Isabel la Católica con una posición honrosa y brillante y se le señalan cincuenta mil maravedís de sueldo anual. Ello ocurre en noviembre. de 1502. Poco después, en febrero de 1503, la reina expide una cédula dirigida a Ovando, donde le exhorta a velar y respetar los derechos económicos de Colón. Un año más tarde, en febrero también, se nacionaliza a Diego Colón, hermano del Almirante, con frases lisonjeras y puerta abierta a que goce de cualquier honra y gracia de las propias de los reinos españoles. El 14 de octubre se expide otra merced en favor del hijo, Diego, que no sabemos en qué consistió, porque el original se ha perdido. Todo ello acontece antes de la vuelta de Colón a España; es decir, sin que medien apremios ni solicitudes del Almirante, sino por modo espontáneo y gracioso. Cuando regresó Colón tuvo la pesadumbre de saber enferma a su gran protectora, la reina Isabel, y ello no ayudó en nada a su suerte futura. Sin embargo, hay mucha distancia entre que Colón perdiese una valedora entusiasta y que ganase un enemigo cerrado en Fernando.

054.jpg
El pintor Rosales creó con esta versión del otorgamiento del testamento de Isabel la Católica una de las piezas culminantes de la pintura histórica española. (Museo de Arte Moderno. Madrid).

No hay muestra de tal cosa, sino, una vez más, de la contraria: el Rey Católico, muy aficionado al joven Diego Colón, le habló de su padre con afecto en muchas ocasiones. Con el mismo respeto y consideración trataban al Almirante autoridades y corporaciones españolas. Así, por ejemplo, el cabildo de Sevilla no tiene inconveniente en prestarle las andas «en que se trajo el cuerpo del señor cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, para que vaya a la corte». Mientras prepara este viaje, del cual le aparta el rigor del clima, se cartea frecuentemente con su hijo, que está junto al trono. No es muestra de rencor contra Femando, ya viudo, sino de vivo afecto el que aconseje a Diego que se desvele y esfuerce en su servicio. «Su Alteza es la cabeza de la cristiandad», le dice. En este tiempo está Colón en Sevilla enfermo y abatido. Ballesteros se pregunta si padecía reuma, gota o anquilosis; el escribir causaba a Colón gran dolor.
En este tiempo de soledad y de inquietud por la marcha de sus asuntos, Colón se alivió con la amistad del padre Gorricio, el cartujo de Sevilla, y con la redacción del Libro de las profecías, que envió a su docto amigo, que le había ayudado en ella. Como ya hemos dicho, la exaltación mística, avivada con la edad, otorga en él caracteres providenciales a la empresa que ha realizado; Colón, a las puertas de la muerte, cree dialogar con el más allá y usa de las citas sagradas con frecuencia y desenvoltura aplicándolas de cualquier manera a su obsesión por reconquistar el Santo Sepulcro.
Las reclamaciones al rey Femando se van encrespando en estos años en las cartas de Colón a su hijo y, consiguientemente, en las peticiones que Diego haría personalmente al monarca. El descubridor se queja de no recibir la participación que le toca en los beneficios de Indias. ¿Hay animadversión en ello? No es de creer: con palabras benignas y afectuosas el rey escribe en 1505 a Colón autorizándole a usar mula para emprender el viaje hasta su corte. En mayo se puso en camino hacia Segovia, donde estaba el rey, y, demorado por el quebranto de la enfermedad y la fatiga del viaje, no llegó allá hasta finales de verano. El recibimiento fue afectuoso, quizá no tanto como habrían imaginado los partidarios acérrimos de Colón, pero acorde con el viejo cariño que se le profesaba. El rey no se apresuró a satisfacer las reclamaciones de Colón. Sin embargo, no puede afirmarse que desatendiese su sustento, porque en estas mismas fechas manda librar a Diego su sueldo de cincuenta mil maravedís.
Las Casas refiere: «Hablando con el rey otra vez en Segovia, le dijo, a cierto propósito, que no quería pleito ni pleitear, sino que Su Alteza tomase sus privilegios y escrituras, y de lo que por ellas le pertenecía, le diese lo que mandase, y porque él estaba muy fatigado y se quería ir a un rincón que pudiese haber, a descansar; el rey, reconociendo que él le había dado las Indias, él dijo que no se fuese, porque él estaba de propósito no solamente darle lo que por sus privilegios le pertenecía, pero que de su propia y real hacienda le quería hacer mercedes. Favorecíale también mucho el arzobispo de Toledo, don Fray Francisco Jiménez (Cisneros), fraile de San Francisco, y otras personas principales de la corte. Remitieron su negocio al Consejo de los descargos de la conciencia de la reina, ya muerta, y de la del rey mismo; hubo dos consultas y no salió nada; creyó el Almirante que por ser su negocio de tan gran importancia, no quería el rey determinar sin la reina su hija (doña Juana), que cada día la esperaba con el rey don Felipe, y con esta creencia tuvo un poco de esperanza, pero no cesaba de dar peticiones al Rey.»
En este párrafo de Las Casas están concretados todos los aspectos de la relación entre Colón y el soberano y tan definidos quedan, que pasa incluso a insinuarnos la actitud pedigüeña y hasta importuna de Colón en estas palabras finales. La razón que él mismo expresa de la lentitud y la vacilación de don Fernando era justa y poderosa sobremanera, máxime cuando se añadía en su real ánimo a las enormes preocupaciones que pesaban sobre él desde la muerte de su esposa y al fundado temor de que la venida de Felipe el Hermoso desbaratase toda su obra de gobierno. Colón no tropezó, pues, en sus relaciones con el Rey Católico con la animadversión o la ingratitud de éste, sino con unas circunstancias en extremo inoportunas que impidieron al monarca hacerse cargo de sus solicitudes. «Años después -añade Ballesteros-, cuando el rey fue dueño de sus actos, muerto su yerno, restablecerá el estado de don Diego sin vacilaciones. ¿Por qué no hemos de creer en la recta intención del soberano?»
En octubre pasó don Fernando a Salamanca y con él fue Colón incorporado a la corte. A pesar de que la corona siguió favoreciendo de palabra y obra a Colón y a su familia, estos últimos meses fueron para el Almirante de melancolía y desilusión. Ello se deberá también unir a la tristeza de ánimo que le inspiraría la vecindad de la muerte y al contraste entre el enfoque grandioso que él daba a su gesta y la frialdad escéptica e impasible con que la burocracia la consideraba.

§. Muerte de Colón
Agobiado por la gota y otros achaques, el Almirante iba sospechando que se acercaba su última hora, y así determinó otorgar testamento, el cual lleva fecha de 25 de agosto de 1505, en Segovia. Recuerda en él, primeramente, que en 1502 instituyó el mayorazgo con su patrimonio, y pasa luego a reiterar sus servicios y méritos y ponerlos en contraposición con lo incierto y mísero que considera él que es el porvenir de su familia.

055.jpg
La muerte puso fin a la melancólica etapa final de la biografía de Colón, en Valladolid (Cuadro de Ortega, en el Museo del Prado).

Recuerda en el testamento al primogénito Diego, su hijo legítimo; a su hijo natural, Femando, y a sus hermanos Bartolomé y Diego, y, como se ha dicho antes, dispone una manda en favor de doña Beatriz Enríquez de Harana, «porque esto pesa mucho para mi ánima». También hace numerosos encargos en favor de personas varias de Génova, mencionadas exactamente, con sus nombres y oficios. El testamento fue ratificado en Valladolid ante el escribano de cámara y notario público Pedro de Hinojedo, el 19 de mayo de 1506.
Este documento tiene más índole apologética que jurídica, puesto que sus párrafos esenciales son una proclamación solemne de la grandeza de la empresa que su autor realizó: «El rey y la reina, nuestros señores, cuando yo les serví con las Indias; digo serví, que parece que yo por la voluntad de Dios nuestro Señor se las di como cosa que era mía; puédolo decir, porque importuné a Sus Altezas por ellas, las cuales eran ignotas, y escondido el camino a cuantos se habló de ellas y para las ir a descubrir, allende de poner el aviso a mi persona, Sus Altezas no gastaron ni quisieron gastar para ello salvo un cuento de maravedís y a mí me fue necesario de gastar el resto; así plugo a Sus Altezas que yo hubiese en mi parte de las dichas Indias, islas y tierra firme...

056.jpg
La tradición señala como aquélla donde murió Colón esta casa de Valladolid.

Al día siguiente, 20 de mayo de 1506, víctima de la gota y agravado también con otros males, murió en Valladolid. Muerte devota fue la de Colón, como devota había sido su vida.

§. Los restos de Colón
Henos aquí con el problema más tenebroso entre los temas ya oscuros y sujetos a discusión que hemos desarrollado en estas páginas: el del auténtico paradero de los restos de Cristóbal Colón. Con acierto se ha dicho que sus idas y venidas y la incertidumbre de su situación exacta parecen símbolo de que ni tras la muerte tenía que encontrar reposo el Almirante. Como es de suponer, en tomo a la propiedad de los restos mortales se ha desencadenado el mismo temporal de vanidades de campanario que acompaña a la atribución del nacimiento de Colón. Además, en asuntos macabros como éste suele introducirse siempre la inspiración de los noveleros, que se gozan en explicar historias fantásticas situadas en escenarios sepulcrales, trátese de Colón, del niño Luis XVII, del mariscal Ney, del zar Alejandro I o de cualquier otro personaje que les dé el mínimo pie.

057.jpg
Este panorama de la Sevilla antigua detalla, junto a una de las puertas occidentales de la ciudad, las “Casas de Colón”, con su huerta, y al otro lado del Guadalquivir, el monasterio de las Cuevas.

«Ignórase -escribe Eliot Morison- en qué lugar de Valladolid murió Colón y el entierro hubo de ser evidentemente modesto y escasamente concurrido; tanto, que ningún cronista local o de la corte da noticia de él. La casa que se muestra en Valladolid como aquella donde murió Colón no tiene ninguna relación con el Almirante. Su cuerpo fue enterrado primero en la iglesia de San Francisco en Valladolid.»

058.jpg
Monumento alzado en Valladolid para conmemorar la estancia y defunción de.... Cristóbal Colón en la ciudad del Pisuerga.

A partir de tal momento se conocen con alguna precisión las vicisitudes que experimentó el féretro: entre 1507 y 1513 los restos fueron trasladados a la Cartuja de las Cuevas de Sevilla y enterrados en la capilla de Santa Ana, transporte, éste, que evocaba la época en que Colón había residido en el monasterio y la confianza que en él y en su ilustre religioso, el padre Gorricio, había tenido. El segundo traslado se efectuó alrededor de 1541 atendiendo a la voluntad testamentaria de Diego Colón (1523), en que se disponía la construcción de un monasterio de Clarisas en la ciudad de la Concepción, para que en su capilla mayor reposasen su cuerpo y el de su padre, junto con el de Felipa Moniz y el de Bartolomé Colón. En la fecha citada, pues, se procedió al traslado del féretro a la isla Española. Al llegar a la misma, se le dio sepultura delante del altar mayor de la catedral, junto con los restos de Diego y, probablemente de Bartolomé y otros deudos y descendientes del Almirante. «Se construyó, al parecer, un monumento o inscripción cerca o sobre la bóveda, pero fue retirada o cubierta en 1655 cuando se temía que una fuerza expedicionaria inglesa, al mando del almirante Penn, capturase y saquease la ciudad» (Eliot). Ello queda corroborado por el hecho de que, cuando el viajero Moreau de Saint Méry visitó la seo en 1780, no halló dato alguno que indicase la situación exacta del sepulcro.
En 1795, a tenor del tratado de Basilea, España entregó a Francia la parte que le quedaba de la isla Española. Antes de evacuar la posesión, el teniente general de la Armada Gabriel de Aristizábal, que mandaba la flota española en aquellas aguas, decidió llevarse consigo el féretro, contando con el permiso del cabildo de la catedral. La exhumación se efectuó el 30 de diciembre de aquel mismo año, con asistencia de representantes de la casa ducal de Veragua, descendiente del Almirante, y, al abrir la caja de metal que contenía los restos, sólo se encontraron «pedazos de huesos como de canillas» y otros pequeños fragmentos. Se los recogió cuidadosamente, se los encerró en un arca de plomo dorada y se los trasladó con solemnidad a la catedral de La Habana, donde quedaron colocados en un nicho del lado del Evangelio. De la catedral cubana el féretro fue trasladado a la de Sevilla, cuando se extinguió la soberanía española en las islas, en 1898.
El conflicto crítico surge de la circunstancia de que en 1877, al efectuar ciertas obras de ampliación del presbiterio de la catedral de Santo Domingo, se encontró una bóveda cerca de la pared del lado del Evangelio y en su interior un cajón de plomo de 42 por 21 centímetros. Al examinarse su contenido, se encontraron huesos, polvo y una balita de plomo. En el frente y extremos del cajón se leían las letras C C A, que fueron interpretadas como Cristóbal Colón, Almirante y encima de la tapa figuraba la inscripción:

Iltre. y Esdo. Varón
Dn. Criztoval Colón.

y en la parte de arriba,

D. de la A., Per. Ate.

Esta última puede ser leída: Descubridor de la América, Primer Almirante. En 1878 volvió a ser reconocido el cajón y se encontró en su fondo una chapa de plata que había pasado inadvertida antes. Pertenecía evidentemente al ataúd original de plata y en un lado de ella se leía:

Ua. pte. de los r.tos.
del p.mer Al.te D
Cris. to val Colon Desr.

Y al otro lado:

U. Cristoval Colón

Fray Roque Coccia, obispo de Orope, delegado y vicario apostólico, autor de la exhumación, deslumbrado por la elocuencia de estas inscripciones, pasó de inmediato a sostener que en la catedral se encontraban todavía los restos del Almirante y forjó la explicación de que en 1795 los españoles se habían precipitado al llevarse el primer cajón que encontraron, el cual contenía los restos de su hijo Diego y no los del descubridor. Los despojos fueron depositados en un nuevo monumento a Colón, erigido en el extremo oriental de la nave de la catedral de Santo Domingo, en los primeros años de este siglo.
Con todo, la Real Academia de la Historia emitió un informe al año siguiente de este resonante hallazgo, y en él se pronunció resueltamente en contra de que correspondiese a los verdaderos restos de Colón, considerando insuficientes las pruebas aducidas por los escritores dominicanos. La ciencia española cree, pues, que Cristóbal Colón descansa en Sevilla desde aquella solemne jornada del 19 de enero de 1899 en que el yate real Giralda, tremolando la bandera a media asta y ostentando las armas del Almirante, remontó el curso del Guadalquivir, recibiendo los honores de ordenanza, para traer a España aquellos restos, dando así fin al último viaje del Almirante de las Indias y de la Mar Océana.
En los últimos años, ha continuado la inquietud acerca de los restos de Colón, y se han expresado multitud de hipótesis y cábalas acerca de ellos. Vamos a resumir a continuación algunas de las afirmaciones o matizaciones más interesantes:
1. El catedrático e historiador sevillano profesor Jiménez Fernández no ve claro el traslado de los restos desde la cartuja hispalense a la isla de Santo Domingo, y argumenta que no existe el menor rastro documental de un embarque tan sobresaliente y singular, en una época en que se tomaba nota del envío de los cargamentos más minúsculos.
2. El literato Torcuato Luca de Tena ha referido que en esa misma cartuja sevillana de Santa María de las Cuevas, convertida desde la desamortización en fábrica de cerámica, le fue mostrado el enterramiento, delante del altar mayor, de un hombre, cuyo esqueleto estaba perfectamente conservado y mostraba datar de la época de Colón. Es de notar que le faltaban los pies, dato que se compagina con el carácter fragmentario de los restos conservados en Santo Domingo. De esta hipótesis resultaría que los restos conservados en el gran monumento de la catedral de Sevilla son de un Colón, pero no del Almirante, y que los de éste no se movieron nunca de la cartuja de Sevilla.
3. Inversamente, José de la Peña y Cámara, ilustre americanista, que fue director del Archivo de Indias, supone que los restos de Colón están divididos entre el enterramiento sevillano y el dominicano puesto que en 1795, con malicia (o precipitación, añadimos nosotros), no fueron entregados todos los restos a Aristizábal para su traslado a La Habana y quedaron algunos fragmentos en Santo Domingo.
4. El 10 de julio de 1985 el investigador estadounidense Jonathan Edward Ericsson efectuó unas pruebas sobre los restos conservados en Santo Domingo valiéndose de los isótopos de estroncio, elemento que se incorpora a la estructura corporal a partir de su existencia en el área donde se ha vivido. El profesor Ericsson había efectuado también un análisis del estroncio existente en el sistema ecológico de Génova. Tanto las garantías que ofrece el procedimiento como su aplicación al caso concreto distaron de merecer aplauso unánime, y el experimento en cuestión no dio resultados inequívocos. Queda a salvo en todo caso la buena fe con que se publicó el hallazgo dominicano de 1877 y la honestidad y pulcritud de las figuras dominicanas que han defendido la autenticidad de aquellos restos tan fragmentarios.

Capítulo 9
¿Cómo era Colón?

Contenido:
§. La figura
§. El marino
§. La personalidad
§. Colón y la denuncia del padre Bartolomé de las Casas
§. La fama de Américo Vespucio
§. La figura
Según nos refiere su propio hijo, Cristóbal Colón era de estatura más que mediana y constitución proporcionada; la cara, larga; las mejillas, un poco altas; la nariz, aguileña; los ojos, claros; el cabello, que había sido rubio, precozmente encanecido; modesto y mesurado en el comer y el beber; afable con los extraños y muy agradable con los íntimos; muy religioso; ajeno a los juramentos y votos. Las Casas corrobora lo de la aventajada estatura del Almirante, su rostro largo y grave, las canas y la nariz aguileña y los ojos claros: «Representaba en su persona y aspecto venerable persona de gran estado y autoridad y digna de toda reverencia.» Comentando estas y otras fuentes, Eliot Morison advierte en él con sagacidad la falta de aprecio por la labor de sus subordinados, terquedad para admitir lo inepto que era para la colonización y cierta propensión a tener lástima de sí mismo. «No era como un Washington, un Cromwell o un Bolívar, instrumento elegido por las multitudes para expresar sus voluntades y dar rumbos a una causa; Colón era un hombre con una misión, y tales hombres tienden a ser irrazonables y hasta ásperos para con aquellos que no alcanzan a entenderla... Era un hombre solo con Dios contra la estupidez y depravación humanas, contra la codicia de los conquistadores, la cobardía de los navegantes, inclusive contra la naturaleza y el mar.»
Los retratos de Colón suelen pecar de fantásticos e infundados y su propia diversidad es argumento de la falta de base que se padece para afirmar en redondo cuál fuese el semblante del descubridor. Con todo, después de haber visto muchos retratos suyos, se llega a un común denominador que abarca la mayoría de ellos y que nos reproduce la imagen de un Colón gallardo, de porte majestuoso, de mirada penetrante y ávida de infinito, frente despejada, gesto voluntarioso, facciones nobles y tocadas de cierto aire bondadoso. Al margen de esta línea general, hay que colocar, claro está, a los grotescos Colones con barba y bigote, ataviados con toda clase de vestiduras o aderezados grandilocuentemente para expresar con todo el aparato la grandeza de su personalidad. En cuanto a lo último, parece bien seguro que Colón era de aquella sobriedad y sencillez de las personas altaneras y convencidas de su jerarquía.

§. El marino
«Hombre de muy alto ingenio, sin saber muchas letras», dice Andrés Bemáldez que fue Colón. «De muy pequeña edad entré en la mar navegando y lo he continuado hasta hoy -expresa el mismo Almirante-. La misma arte inclina a quien la prosigue a desear saber los secretos de este mundo. Ya pasan de cuarenta años que soy en este uso. Todo lo que hasta hoy se navega todo lo he andado... » El énfasis con que Colón insiste aquí y en otros lugares acerca de su experiencia marinera parece indicar que hacía gravitar su principal orgullo en su pericia náutica. Ballesteros afirma: «La posterioridad justiciera debe proclamarle como uno de los marinos más excelsos de todas las edades.» A él se deben el descubrimiento de la declinación de la aguja magnética, el del mar de los Sargazos, el de los vientos alisios y el de la corriente del Golfo. Sus observaciones acerca de la posición de las estrellas, del régimen de los vientos y de la variedad de climas; las mañas que nos transmite para sortear tempestades, bajíos o peligros diversos pueden ser aún hoy repasadas con provecho por cualquier marino. Julio Guillén, el ilustre historiador de nuestra Marina, estima que «es indudable que en arte de marear, al menos, y en cosmografía poseía una cultura superior a muchísimos de los pilotos contemporáneos». Este autor aplaude, además, en Colón, no sólo la propiedad del vocabulario marinero, sino el feliz invento de algunos términos nuevos y exactísimos.
De la misma curiosidad e interés son para los astrónomos muchas de las observaciones formuladas por Colón en materia de la altura de las estrellas, coordenadas geográficas, eclipses, magnetismo terrestre y otros temas. Observaciones plagadas de errores, si se quiere, pero de errores debidos a la imprecisión de la literatura científica que estudió Colón y a la grosería de los instrumentos de medida más que a su posible torpeza. Ya hemos señalado anteriormente, a tenor de las palabras de Rey Pastor, la admirable agudeza con que el Almirante captaba los fenómenos naturales.

059.jpg
Retrato de Colón en una edición de Paulo Jovio.

En una materia donde éste permaneció más suelto de iniciativa y más desprendido de errores ajenos, cual fue el trazado de cartas geográficas, acreditó tanta habilidad manual como esmero científico. Partiendo de las bases que le proporcionó la escuela portuguesa, Colón dibujó excelentes mapas, entre los cuales se cuenta quizás un notable planisferio existente en la Biblioteca Nacional de París.
Amando Melón ha subrayado adecuadamente que, aunque el fenómeno de la declinación magnética fuera familiar entre los nautas medievales, sus observaciones se referían a la desviación de la aguja imantada hacia el oriente de la línea norte-sur, el llamado «nordestear» de la aguja, y que el almirante fue el primero en descubrir el «noroestear» de la brújula.

060.jpg
Portada de uno de los volúmenes de la obra de Jerónimo Bezoni, ilustrada con grabados de Teodoro de Bry.

«Júzguese su sorpresa ante el fenómeno imprevisto, sorpresa que claramente se refleja a través de las líneas de sus diarios y cartas. No sólo sorpresa, sino hasta terror le infunde el nuevo rumbo, fuera de lo acostumbrado y conocido, de la aguja imantada», dice sobre las primeras observaciones del noroestear de la aguja, iniciadas al anochecer del día 13 de septiembre de 1492, fecha que califica de trascendental en la historia de la ciencia Alexander von Humboldt.
A partir de ella, las observaciones magnéticas menudearon en los cuatro viajes de Colón, y en la práctica de ellas se educaron los navegantes españoles.
Cristóbal Colón descubrió, pues, la declinación con rumbo occidental y la constante variación de este elemento magnético; sobre esto, la línea cero o de nula declinación, la que separa las variaciones de la declinación con respecto a un sentido u· otro, prosigue Amando Melón:
«A tal línea atribuye Colón importancia extraordinaria, como se ve en la Relación del tercer viaje, enviada a los reyes desde la isla Española: "Cuando yo navegué de España a las Indias fallo luego en pasado cien leguas a Poniente de las Azores grandísimo mudamiento en el cielo e en las estrellas y en la temperancia del aire, y en las aguas del mar, y en esto he tenido mucha diligencia en la experiencia. Fallo que de Septentron en Austro, pasando las dichas cien leguas de las dichas islas, que luego en las agujas de marear, que fasta entonces nordesteaban, noruestean una cuarta de viento todo entero, y esto es en allegando allí a aquella línea, como quien traspone una cuesta, y así mesmo fallo la mar toda llena de yerba de una calidad que parece ramitos de pino y muy cargada de frutas como de lentisco, y es tan espesa que al primer viaje pensé era bajo, y que daría en seco con los navíos, y hasta llegar allí la mar muy suave y llana, y bien que vente recio nunca se levanta. Asimismo hallo dentro de la dicha raya hacia Poniente la temperatura del cielo muy suave, y no discrepa de la cantidad quier sea invierno". Estas últimas frases describen el mar de los Sargazos, que, como hemos dicho, Colón descubrió y reseñó.»
Continuando el elogio de sus excelencias técnicas, escribe con realista acierto Daniel J. Boorstin, que ni el empeño de Colón ni los medios que le proporcionaron los reyes hubieran servido para nada, si él no hubiera contado con vientos favorables y no hubiera sabido valerse de ellos para ir y volver. Ya vamos viendo que si Colón andaba equivocado por lo que tocaba a la situación y tamaño de las tierras, en cambio no lo estaba nada en lo tocante a los mares, a los cuales conocía en todos sus aspectos. En el día de hoy, según recuerda el autor citado, los yachtsmen que emprenden regatas con rumbo a América no pueden mejorar ni en lo más mínimo la ruta de Colón, por más que se hayan acumulado desde entonces cinco siglos de experiencia náutica. Este talento -cabe preguntarse- ¿era fruto de un conocimiento sólido de los vientos, o de la intuición instintiva de un marino genial? Autores como Eliot Morison, acreditados conocedores del mar, se inclinan en favor de lo segundo, añadiendo, empero, que esta intuición contaba con el apoyo de decenios de experiencia marinera y de lecturas acerca de tales materias.

§. La personalidad
En Colón hay un problema psicológico superior en oscuridad al de otro cualquier gran hombre, como escribió Fernández Almagro. Sin ser, como evidentemente fue, un visionario, un aventurero, no habría dado los primeros pasos al servicio de una iniciativa que todos rechazaban por absurda. Pero de no ser también un espíritu práctico, no hubiera sido capaz de realizar su quimera. De igual suerte que en Colón coexistían el ensueño y el cálculo, convivieron en su ánimo la piedad y la violencia, el desprendimiento y la rapacidad, aspectos de un carácter variado en todas sus caras. Para descubrir un mundo, casi mitológica tarea, había que sentir dentro de sí todos los matices de las pasiones.
La grandeza de la obra permite creer en la grandeza personal de quien la realizó. Pero queda en la oscuridad el hombre que fue Colón, y apenas si puede ensayarse otra cosa que conjeturas. Ninguna mejor que la basada en la realidad de la grandeza y la miseria humanas. El hombre, todo hombre, es contradictorio de suyo, y así hay que tomarle. Cualquiera que sea, por ejemplo, el valor que asignemos a antecedentes como los proyectos de Toscanelli, Colón ganará siempre admiración por la impresionante mezcla que en su vida logran lo fabuloso y lo experimentado, la alucinación y la realidad, conquistada, palmo a palmo, por medios al parecer contraindicados.

061.jpg
Monumento a Isabel la Católica y Colón en la Avenida de las Américas de Bogotá. Es obra de César Sighinolfi.

Julio Rey Pastor, cuyo precioso libro La ciencia y la técnica en el descubrimiento de América detalla muchos puntos que sólo hemos podido rozar, termina con una aguda indicación de lo complejo de la personalidad de Colón, «crédulo y desconfiado, dotado del más moderno sentido científico e imbuido de los más irracionales prejuicios medievales». A este propósito recuerda el empeño de Colón por situar en las fuentes del Orinoco el paraíso terrenal, y su seguridad en haber visto tres sirenas durante el viaje.
En un capítulo anterior hemos hecho especial hincapié en la curiosidad científica del Almirante. Sólo nos cabe añadir que a medida que se fue concretando en él la ilusión del descubrimiento, redobló los estudios, en forma que los años últimos contienen mucha mayor experiencia intelectual que los primeros. En esta época ulterior consultó Colón la literatura cosmográfica de la época y la anotó minuciosamente con su caligrafía menuda y ordenada, y buscó argumentos favorables en las letras clásicas y en la Biblia. Humboldt concluye: «Colón ha servido al género humano ofreciéndole a la vez tantos nuevos temas para la reflexión; agrandó la masa de las ideas y gracias a él progresó el pensamiento humano.»
La moralidad de Colón ha sido el aspecto más atropellado por sus detractores, muchos de los cuales apuntan, al propio tiempo, hacia la difamación de toda la obra española en el Nuevo Mundo. Otra razón ayudó al menoscabo y al regateo de las prendas morales del Almirante. Hasta época moderna su figura había sido ensalzada con tanto extremo que no faltó quien propusiera su canonización. La crítica moderna se sintió espoleada por la tentación de demoler esta pirámide de exageraciones y se pasó tanto de la raya que vino a transmitimos la imagen de un Colón ignorante, malvado, avaricioso o fanático.
De tal momento de detracción de su figura es símbolo aquella actitud de Carlos Pereyra: «¿Cuándo hubo gente buena para Colón? ¿Cuándo no abandonó sus empresas? ¿Cuándo no las desgobernó, achacando a los demás sus propias faltas? Jamás confiesa sus yerros, ni reconoce sus defectos, ni los enmienda, ni deja de ser egoísta, irascible, injusto, imprevisor, iluso y, sobre todo, carente de ecuanimidad en la firmeza, razón de que sus justicias fuesen muchas veces venganzas, sus órdenes gritos de cólera y de que todo acto de energía acabase en desmayo, como acontece con el impulso pasional que se agota.» En este párrafo, que sintetiza bastante los problemas que plantea el juicio moral de Colón, hay elementos fundados y otros que no lo son. Los tres primeros interrogantes, por ejemplo, parecen pecar de algún arrebato y exageración. En cambio, la crítica serena y reposada, de la que es personificación Ballesteros, no tiene reparo en admitir la falta de tacto para el gobierno, la desigualdad de carácter, la testarudez en las ideas, la destemplanza de Colón.
La conocida y reiterada acusación de codicia contra Colón es, posiblemente, la más fácil de despejar y justificar, si se aplica a examinarla el sentido común. La presunta codicia se advierte, sobre todo, en dos momentos: en el extremo de minuciosidad con que fija ante los reyes las condiciones del descubrimiento y en la avidez con que, después de haberlo realizado, persigue en tierras americanas el oro y los productos valiosos. En cuanto a lo primero, es fácil comprender que cualquier extranjero que tuviese que proponer un negocio a un poderoso monarca dentro del territorio de éste, negocio, además, al que tuviera dedicadas alma y vida, se vería en el caso de puntualizar por menor todos los términos de la relación, temeroso de que se burlasen sus derechos, caso de salir bien la empresa. A pesar de tanto celo detallista de Colón, entre sus herederos y la corona se suscitaron pleitos, no lo olvidemos.
Respecto de lo segundo, está claro también que el hallazgo del oro y de materias preciosas constituía, según lo expresan los escritos de Colón que hemos citado, el argumento más poderoso en favor del acierto y el provecho de la expedición. Bien podían los reyes estar animados a ella, aunque en América sólo hubiese piedras, como dicen, pero es indudable que Colón habría sido víctima de una rechifla general si, tras tantos trabajos, hubiese descubierto sólo un desierto improductivo. Añadamos que el Almirante sentía además la obsesiva preocupación de dedicar el oro americano al rescate del Santo Sepulcro.
Es muy posible que, como ha ocurrido en tantas otras personalidades históricas, Colón fuese, a pesar de su enorme talla humana, inferior a las circunstancias del momento. Ya ha quedado claro que no fue capaz de administrar serenamente las tierras halladas. También parece cierto que no digirió bien la exaltación vertiginosa a su alta posición nobiliaria y económica. Las incidencias que en todos los casos provoca una subida fulgurante a tal estado le parecieron insoportable hostilidad, que le hizo prorrumpir en aquellas lamentaciones a que era propenso y, por manía persecutoria, a extremar el rigor en todos los terrenos en que podía desarrollarlo.
Más despejado es el panorama afectivo de Colón, en el cual se advierten muchas de sus facetas más nobles. El Almirante fue hombre propenso a enamorarse, y ello no es frecuente que se dé en un malvado esencial. Se casó enamorado de su mujer y no consta que su vida conyugal tuviese gran cosa reprochable; se enamoró luego de doña Beatriz de Harana y el desvío posterior que manifestó respecto de ella se puede explicar muy bien por la absorbente preocupación de preparar su empresa, junto con aquella mala digestión de la prosperidad que acabamos de señalar. Fue amigo de sus amigos y su prolongado contacto con los genoveses que tenían relación comercial con él lo acredita; dentro de la amistad, fue exacto y probo en cuestiones de dinero, según acreditan los documentos de Assereto. En las cartas a sus hijos, Colón es tierno, delicado, cariñoso y hay en sus expresiones notas inesperadas de gran sensibilidad y dulzura que sorprenden tanto como, en muy otro orden de cosas, las frases afectuosas de Felipe 11 a sus hijas.
«Colón -concluye Ballesteros- fue el hombre genial de la proeza venturosa que inmortalizó su nombre. Descuellan en su vida virtudes excelsas de religiosidad y perseverancia. Leal a sus reyes, entrañable con los suyos, amigo sincero y constante..., sujeto a las flaquezas de la naturaleza humana, sus mismos defectos, bien patentes, nos lo presentan como una de las individualidades más poderosas e interesantes de la historia de la humanidad.»

§. Colón y la denuncia del padre Bartolomé de las Casas
Hemos hecho uso repetidamente de los escritos del padre Bartolomé de las Casas como testimonio próximo y bien informado de los hechos de Colón. Nos quedaba por indicar qué lugar asignaba el polémico y combativo dominico al Almirante dentro de su tonante denuncia de la actuación española en las Indias. Es interesante repasarlo someramente, porque el discurso del padre Las Casas se hace especialmente sutil y significativo al referirse a esta cuestión.
Huelga recordar que para el fogoso defensor de los indios todo cuanto les acontece es resultado de la providencia, la cual busca y prepara su salvación. Dentro de este plan, la figura y la tarea de Colón son creadas por la providencia y Las Casas no vacila en decir que la ciencia náutica le fue dada a Colón para que pudiera cumplir la misión providencial que se le encomendaba como elegido.

062.jpg
El P. Bartolomé de Las Casas, según un retrato más moderno, ajustado a las descripciones de su fisonomía.

Colón supo que había sido tomado por instrumento de la providencia y tal creencia le llenó de confianza y optimismo. Las Casas estima que Colón se proponía dilatar la difusión de la doctrina de Cristo, y considera que su fracaso en la corte de Portugal fue también providencial para que el designio fuese a parar a los pies del trono de los Reyes Católicos. Las primeras dificultades con que Colón tropezó en la corte española no fueron más que el requisito que la providencia establece necesariamente antes de conceder algún bien. De este modo, el dominico va estructurando y preparando un razonamiento que le conduce a afirmar que Dios quería que los Reyes Católicos poseyeran las Indias por mediación de Colón. De este modo la voluntad de Dios estuvo presente, según él, en numerosas incidencias de la travesía, tanto para favorecer aquel resultado como para perfeccionar las virtudes del alma de Colón.
Ahora bien, el padre Las Casas está atento a denunciar el pecado en cuanto aparece y, como ha señalado el jesuita Juan Villegas no hace muchos años, al conmemorarse el quinto centenario del nacimiento de aquél, en 1474, la alusión a la providencia va entremezclándose con la denuncia. Podría opinarse que el primer factor compensa al segundo en la parte de su obra en que Las Casas trata de Colón, y que la denuncia pasa a primer plano cuando trata de Cortés y otros conquistadores.
Es doctrina de Las Casas que una empresa cuyo móvil principal era evangelizar infieles se desvirtuó y emponzoñó por efecto de la codicia de los conquistadores, que pusieron lo secundario por delante de lo principal. La ingenuidad del dominico es tanta que en cierto momento censura a Juan de Grijalba porque, al interrogar a unos indios, lo primero que les preguntó fue si tenían oro, en vez de comenzar manifestándoles las verdades fundamentales de la fe. A partir de aquí, ¿qué no dirá Las Casas de los atropellos y las violencias padecidas por los indios, sus bienes, sus mujeres? Que estas obras fuesen coronadas por Dios con el éxito no demuestra que le fueran gratas, sino que Dios saca buenos frutos de las malas obras, sin perjuicio de castigar también en esta vida a quien las comete, dice.
Centrando este razonamiento sobre Colón, resuelve Las Casas que su intención era buena, y que era fiel a los reyes, no menos deseosos de obrar bien, pero que exageró el propósito de ser agradable a los reyes, llevándoles riquezas, para lo cual tuvo que atropellar los derechos de los indios. Los reyes permanecieron ignorantes de los estragos padecidos por éstos. «¡Oh, reyes y cuán fáciles sois de engañar!», decía Las Casas, excusando su responsabilidad y cargándosela a los consejeros.

§. La fama de Américo Vespucio
Vespucio no tenía necesidad alguna de entrar en comparación con Colón, para que su nombre se perpetuase en la historia de la navegación. Ambos personajes, por lo demás, fueron amigos en vida y harto ajenos al estropicio que resultó consolidado años más tarde.
Jean Descola, en Los conquistadores del Imperio español, dice: «No todo está en descubrir: hay que dar un sentido al descubrimiento. Los increíbles esfuerzos, las lágrimas y el sudor de sangre del Almirante de la mar océana no habrían servido de nada si un sabio sereno no hubiera borrado el nombre de "Cipango" para escribir otro: "Mundus Novus''. Colón atravesó de parte a parte el mar de las tinieblas, forzó una barrera tenida por infranqueable, tocó en orillas maravillosas, sin ver en ellas más que el reflejo de su sueño interior. Aquel vagabundo sublime miró el Nuevo Mundo con unos ojos ciegos. Américo Vespucio lo miró de verdad y lo reconoció. De todos modos, el genio visionario y el florentino lúcido pueden darse la mano. Cristóbal Colón sigue siendo el descubridor de América, y Américo Vespucio el que la explicó.»
Todos estos triunfos resplandecerían sin tacha si Vespucio no hubiera tenido la desgracia de que un clérigo y poeta, aficionado a la cosmografía, Martín Waldseemüller, canónigo de Saint-Dié, en Lorena, publicara en 1507 el comentario a una edición de Ptolomeo atribuyendo el nombre de América a las tierras descubiertas, según él malentendió, por Vespucio. Unos autores copiaron a otros y difundieron el error.
Surgió pronto la reacción contraria. Situado, sin proponérselo, Vespucio entre las ruedas trituradoras de la crítica, ha sido víctima de unos descuentos exagerados que se proponen corregir sus créditos, también inflados.
Nadie duda de que dar su nombre al continente significó un galardón equivocado y traspuesto. Merecen desdén, dicho sea de paso, las diversas teorías que pretenden que «América» sea palabra autóctona, independiente de Vespucio, y la dan por emparentada con «Ameriscas» (cordillera e indios de Nicaragua, según Marcou), «el imperio de Amaraca» de Lambert de Saint-Bris; la ciudad de Ameracapana, según Pinart, y otros.
Dice Henry Vignaud que Vespucio «es de todos los navegantes de la época de los descubrimientos el que recorrió mayor zona costera del Nuevo Mundo. En el primer viaje, la comprendida entre el cabo de Honduras y la Florida, o quizá Georgia; en el segundo exploró el perímetro costero comprendido entre el cabo del San Roque y el golfo de Venezuela. En el tercero, la costa de Brasil entre el cabo de San Roque y La Plata. En el cuarto se movió dentro de la zona recorrida en el anterior. Llegó a tierra firme antes que Colón (ésta es una afirmación, observamos, que otros valoran con más precauciones), y fue el primero en defender con conocimiento de causa la existencia de una gran tierra continental al sur de la descubierta por Colón en sus últimos viajes. La obra del Almirante y la de Vespucio son complementarias: la gloria del primero no se merma un ápice con la indiscutible del segundo».
La suprema proclamación de sus méritos técnicos está contenida en que se crease para Vespucio, mediante Real Cédula de 22 de marzo de 1508, el cargo importantísimo de piloto mayor de la Casa de la Contratación de Sevilla, algo así como -para decirlo en lenguaje moderno-, director técnico del tráfico por el Atlántico, con las preeminentes derivaciones de cuidar de la enseñanza y el examen de aptitud de los pilotos que iban a Indias, y la preparación de mapas de las áreas descubiertas.
Vespucio toma ciudadanía castellana y se abre para él la más esplendorosa etapa de su vida, aquella en que, entre los muros del Alcázar sevillano -donde tenía su sede la Casa de la Contratación- prepara y mantiene al día el «Padrón Real», o carta de las tierras y mares atlánticos donde señorea España.

063.jpg
Fragmento de la obra de Waldseemuller, creador del nombre de América, con una representación imaginaria de Américo Vespucio

De cuan estimada era su tarea por la corona da idea la disposición que dio el rey Femando en 1511, en ocasión de visitar la Casa de la Contratación, para que sus mapas y papeles fuesen guardados en un arca de tres llaves, igual que los caudales ordinarios. No lo aseveran menos las sucesivas pensiones regias que disfrutaron la viuda, la hermana y aun el sobrino de Vespucio, una vez fallecido éste.

Capítulo 10
Trascendencia literaria de la figura de Colón

Ya se ha señalado en el capítulo inicial que el descubridor es, ante los ojos del vulgo, la figura más popular de los tiempos modernos y hemos indicado la profusión de retratos, monumentos y obras diversas inspiradas por su memoria. Enumerar los primeros constituiría un empeño fatigoso, cuyo resultado apenas tendría mayor trascendencia que la erudita; no menos penoso sería formular una lista de monumentos al Almirante; el examinar la música inspirada por el tema colombino, en suma, no sólo requeriría una mano especialmente perita, sino el citar partituras y entrar en tecnicismos ajenos al caso. Más inclinados nos sentimos a repasar brevemente algunos aspectos de la resonancia literaria del Almirante, indicio del poder emotivo de su persona y su gesta.
Prescindamos de la índole literaria que puedan tener crónicas e historias inspiradas por el afán historiográfico y entremos ya en la literatura pura. De transición entre lo histórico y lo literario nos valdrán las Elegías de varones ilustres de Indias, donde Juan de Castellanos describe la llegada de Colón a Barcelona:
«Pues el aumentador de la Corona,
en continuación de esta porfía
llegó con los demás a Barcelona
adonde nuestro Rey Cortes tenía
y donde recibieron su persona
con nunca jamás vista cortesía,
porque los altos reyes de Castilla,
en su presencia mandan darle silla.»
El mismo suceso puso en escena después Lope de Vega en la famosa comedia: El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón:
FERNANDO: Colón, Señora, ha venido;
Hoy ha entrado en Barcelona
Con una nueva corona
De un mundo nuevo adquirido.
Ya le ha visto mucha gente,
Esto sin duda es verdad.
ISABEL: Es la mayor novedad
Que ha visto el siglo presente.»
Campoamor dedicó a la empresa del descubrimiento su poema Colón, la más endeble de sus creaciones, con un estilo chato y llano que, en vez de provocar el entusiasmo, suscita la hilaridad:
« ¿Que quiénes son? Nadie su nombre ha oído.
¿Qué adónde van? Adonde nadie ha ido.»
En el ámbito americano, Justo Sierra escribió, en México, el poema dramático Colón, y en Cuba, Francisco Iturrondo, un canto épico. Gertrudis Gómez de Avellaneda compuso el himno con que celebró la villa de Cárdenas, en la mayor de las Antillas, la inauguración del primer monumento erigido al insigne descubridor en América:
«Esparcid flores, ninfas de Cuba,
y al cielo suba canto marcial,
pues ya la efigie del Almirante
pisó triunfante su pedestal.»
Ramón de Palma y Romay, cubano, escribió en colaboración con Botessini la opereta intitulada Una escena del descubrimiento del Nuevo Mundo. Narciso Foxá escribió en Puerto Rico un Canto épico, que fue premiado por el Liceo de La Habana. En 1849, Rafael María Baralt publicó en Madrid su conocida oda en liras reales, con una inspirada pintura del continente descubierto:
« ¿Qué tardas? ¡Lleva a Europa
de tamaño portento alta presea!
¡Hiera Céfiro en popa,
o rudo vendaval, que pronto sea,
y absorto el orbe tu victoria vea!»
José Heriberto García de Quevedo, colaborador de Zorrilla y del marqués de Auñón, cantó la empresa de Colón en robustas octavas:
« Yven allá do el horizonte cierra,
densa faja de nieblas blanquecinas
cual suelen elevarse de alta sierra
a la ribera de la mar vecina:
y al alegre clamor de "¡Tierra! ¡Tierra!"
la aguda proa el rumbo ya encamina.»
En Caracas escribió Evaristo Fombona La conquista de América por los castellanos, versos y disertación que publicó su hijo Manuel Fombona, en la colección de «Poetas españoles y americanos». Más tarde Julio Calcaño cantó al descubrimiento en una oda, y Felipe Tejera escribió La Colombíada, que consta de una introducción y doce cantos.
El presbítero Esteban Muñoz Donoso escribió en Chile otra Colombíada; Pedro Neira de Acevedo, en el Ecuador, en Nueva Granada, el poema épico Cristóbal Colón; Leónidas Pallares Arteta, un soneto, y Clemente Althaus una oda, en el Perú. Ricardo Bustamante habla en sus Pensamientos de los viajes de Colón. En La Atlántida, el argentino Olegario Víctor Andrade entona un canto de alabanza a la Madre Patria.
Sin duda, la manifestación literaria más grandiosa del tema colombino es la considerable fracción del poema La Atlántida, que le dedica el eximio Jacinto Verdaguer. Que aquel pasaje está inspirado en convicciones profundas lo remacha el autor en el prólogo al decir: «Oré ante las sagradas cenizas de Colón que desde su tumba miserable, vergonzosa para nosotros a quienes regaló un continente, parece guardar todavía la perla de las Antillas», refiriéndose al enterramiento de Colón en La Habana.
Colón aparece en la introducción del poema como náufrago en el combate entre el navío genovés que le llevaba y otro buque veneciano. Logra salvarse llegando a tierra y en ésta encuentra a un anciano anacoreta que le cuenta el incendio de los Pirineos, las andanzas de Hércules y el cataclismo de la Atlántida. La narración del ermitaño enciende la fantasía de Colón y le incita a concluir el designio descubridor que cobra realidad tras obtener el apoyo de Isabel la Católica. El poema verdagueriano dio origen a la partitura comenzada por Manuel de Falla sobre la Atlántida y acabada por el maestro Halffter.
Dentro del repertorio de obras engendradas por el tema colombino recordemos también algunas producciones extranjeras: una Colombíada por Madame du Bocage; el Nuevo Mundo de F. Stigliani; el Océano de Alejandro Tassoni; el poema latino Colón; Madoc, por Southey; la Oceánida, del danés Baggesen, y otra Colombíada, de Joel Barlow. Tasso dedicó unas octavas a Colón en la Jerusalén libertada.
La indicación de estas obras de altos vuelos literarios acerca del tema colombino sugiere que también es magna la inspiración artística que promueve, como grande es la sustancia histórica que atesora. La primera fue, como acabamos de ver, elaborada por una legión de poetas ilustres; la segunda ha sido dilucidada por una cohorte de meritorios investigadores. La humanidad, que debió a Colón el encuentro de sus dos mitades, le ha honrado por el doble camino de la poesía y el estudio.

Cronología

1451En una fecha indeterminada entre el 25 de agosto y el 31 de octubre nace Cristóbal Colón.
1469Axayacalt sucede a Moctezuma l. Construcción del gran calendario de piedra.
1470Comienza la supremacía chibcha sobre las demás tribus que ocupan Colombia.
1470-84La familia Colón reside en Savona.
1470-73Expediciones corsarias de Casenove Coullon.
1474Isabel, reina de Castilla. Cristóbal Colón escribe a Toscanelli.
1474-75Expedición a la isla de Quíos.
1475Nace en Trujillo Francisco Pizarro.
1476Combate del cabo de San Vicente y llegada de Colón a Portugal.
1477Viaje a Inglaterra e Islandia.
1481Viaje a Guinea.
1483Visita de Cristóbal Colón al rey Juan 11 de Portugal.
1484Cristóbal Colón sale de Portugal para España. Lleva a su hijo Diego al convento de La Rábida. Diego Cao descubre el Congo. Nacimiento de Hernán Cortés en Medellín.
1486Los Reyes Católicos reciben a Cristóbal Colón. Este conoce a Beatriz Enríquez de Harana.
1486-87Conferencias de la Junta de Cosmógrafos.
1487Bartolomé Díaz llega al Cabo de Buena Esperanza.
1488Nace en Córdoba Fernando Colón, hijo de Cristóbal Colón y de Beatriz de Harana.
1489Nuevos contactos de Colón con Portugal.
1491Cristóbal Colón va a ver a los Reyes Católicos en el campamento de Santa Fe.
14922 de enero: Los Reyes Católicos toman Granada.
31 de marzo: Edicto de proscripción contra los judíos.
17 de abril: Capitulaciones de Santa Fe.
12 de mayo: Cristóbal Colón va a Palos.
3 de agosto: Colón leva anclas.
9 de agosto: Cristóbal Colón hace escala en Canarias para reparar una avería del timón de la Pinta.
6 de septiembre: Cristóbal Colón sale de Canarias.
12 de octubre: Colón descubre Guanahaní.
15 de octubre: Cristóbal Colón descubre la Isabela
28 de octubre: Colón descubre Cuba.
21 de noviembre: Martín Alonso Pinzón se separa de la flotilla.
6 de diciembre: Cristóbal Colón descubre La Española (Haití).
24 de diciembre: Encalla la Santa Marra. Construcción del fuerte de la Navidad.
14934 de enero: La Niña sale del fuerte de la Navidad.
16 de enero: Cristóbal Colón vuelve a España.
15 (?) de abril: Los Reyes Católicos reciben a Cristóbal Colón en Barcelona.
2 de mayo: Bula del papa Alejandro VI fijando las zonas de Portugal y de España.
25 de septiembre: Segunda salida de Cristóbal Colón, de Cádiz.
Del 12 al 15 de noviembre: Cristóbal Colón descubre las Pequeñas Antillas: Dominica, Marigalante, Guadalupe, Once Mil Vírgenes, Montserrat, Santa María la Redonda, y la Antigua, la Deseada y Puerto Rico.
7 de diciembre: Fundación de Isabela.
149413 de mayo: Cristóbal Colón descubre Jamaica.
7 de junio: Tratado de Tordesillas entre España y Portugal fijando los límites de influencia de los dos países.
149610 de marzo: Cristóbal Colón regresa a España.
11 de junio: Colón desembarca en Cádiz de regreso de su segundo viaje.
Agosto: Cristóbal Colón es recibido en Burgos por los Reyes Católicos.
149830 de mayo: Colón inicia en Sanlúcar de Barrameda su tercer viaje.
Julio: Cristóbal Colón descubre la isla de Trinidad.
4 de agosto: Colón entra en el golfo de Paria, se encuentra ante el delta del Orinoco y pone en pie en el continente americano.
15 de agosto: Cristóbal Colón descubre la isla Margarita. Vasco de Gama dobla el Cabo de Buena Esperanza.
1499Alfonso de Ojeda, Juan de la Cosa y Américo Vespucio descubren Venezuela. Vicente Yáñez Pinzón descubre la costa del Brasil.
24 de febrero: Nacimiento de Carlos V.
27 de agosto: Bobadilla llega a La Española.
25 de noviembre: Llegan a Cádiz Cristóbal Colón, encadenado, y sus dos hermanos.
17 de diciembre: Cristóbal Colón es recibido en Granada por los Reyes Católicos.
1502Febrero: Sale para La Española Nicolás de Ovando.
11 de mayo: Sale de Cádiz Cristóbal Colón para emprender su cuarto viaje.
15 de junio: Cristóbal Colón descubre la isla Santa María y la Martinica.
1503Moctezuma II sucede a Axayacatl.
1504Muere Isabel la Católica.
7 de noviembre: Cristóbal Colón entra en Sanlúcar de Barrameda.
15062 de mayo: Muerte de Cristóbal Colón.
1507Juan Díaz de Solís y Vicente Pinzón descubren Yucatán.
1512Ponce de León descubre La Florida.
151326 de septiembre: Balboa descubre la Mar del Sur.
1515Pánfilo de Narváez funda La Habana.
1516Muere Fernando el Católico.

Testimonios

Pedro Mártir de Angleria
En el nombre de Dios Todopoderoso, ovo un hombre de tierra de Génova, mercader de libros de estampa, que trataba en esta tierra de Andalucía, que llamaron Cristóbal Colón, hombre de muy alto ingenio sin saber muchas letras, muy discreto en el arte de la cosmografía y en el repartir del mundo.
Bartolomé de Las Casas
Ayunaba los ayunos de la Iglesia observantísimamente; confesaba muchas veces y comulgaba; rezaba todas las horas canónicas como los eclesiásticos o religiosos; enemicísimo de blasfemias y juramentos; era devotísimo de Nuestra Señora y del seráfico Padre San Francisco; pareció ser muy agradecido a Dios por los beneficios que de la divinal mano recibía, por lo cual, cuasi por proverbio, cada hora traía que le había hecho Dios grandes mercedes, como a David. Cuando algún oro o cosas preciosas le traían, entraba en su oratorio e hincaba las rodillas, convidando a los circunstantes, y decía: "Demos gracias a Nuestro Señor que de descubrir tantos bienes nos hizo dignos", celosísimo era en gran manera del honor divino; cupido y deseoso de la conversión destas gentes, y que por todas partes se sembrase y ampliase la fe de Jesucristo, y singularmente aficionado y devoto de que Dios le hiciera digno de que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro; y con esta devoción y la confianza que tuvo de que Dios le había de guiar en el descubrimiento deste orbe que prometía, suplicó a la serenísima reina doña Isabel que hiciese voto de gastar todas las riquezas que por su descubrimiento para los reyes resultasen en ganar la tierra y casa santa de Jerusalén.
Jaime Ferrer de Blanes
Si en esta mi determinación y parecer será visto algún yerro, siempre me referiré a la corrección de los que más de mí saben y comprenden, especialmente del Almirante de las Yndias, el cual, tempore existente, en esta materia más que otro sabe; porque es gran teórico y mirablemente plático como sus memorables obras manifiestan, y creo que la Divina Providencia le tenía por electo por su grande misterio y servicio en este negocio, el cual pienso es disposición y preparación de que para delante la misma Divina Providencia mostrará a su gran gloria, salut y bien del mundo.
Alexander von Humboldt
Entre los rasgos característicos de Cristóbal Colón, merecen señalarse sobre todos la penetración y la seguridad del golpe de vista, con el cual, aunque falto de instrucción y extraño a la física y a las ciencias naturales, abarcó y combinó los fenómenos del mundo exterior. A su llegada a un nuevo mundo y un nuevo cielo, observó atentamente la configuración de las comarcas, la fisonomía de las formas vegetales, las costumbres de los animales, la distribución del calor y las variaciones del magnetismo terrestre.
Llamados a consignar cuánto contribuyó la gran época de las expediciones marítimas a ensanchar las miras sobre la naturaleza, nos consideramos felices con poder referir nuestra narración a la individualidad de un gran hombre, dándole con ello mayor vida. En el diario marítimo de Colón y en sus relaciones de viaje publicadas por primera vez desde 1825 a 1829 se encuentran planteadas ya todas las cuestiones hacia las cuales se dirigió la actividad científica en la última mitad del siglo XV y durante todo el XVI.
Antonio Ballesteros
Lo más interesante de la personalidad de Colón es su psicología, las modalidades de su carácter, los pliegues de su espíritu. Escudriñar en lo recóndito de lo anímico tiene un encanto irresistible. Los caminos seguros para llegar a deducciones aproximadas y a veces incontrovertibles son los episodios de su vida, sus actos, sus palabras; en ocasiones, la impresión de quienes le trataron y el juicio de los mismos.
Su vida constituye un conjunto de peregrinas aventuras que no lograría crear y reunir deliberadamente la volcánica fantasía de un novelista de folletín. Siempre la historia supera en novedad y riqueza a lo imaginado
Antonio Ballesteros
Colón fue el hombre genial de la proeza venturosa que inmortalizó su nombre. Descuellan en su vida virtudes excelsas de religiosidad y perseverancia. Leal a sus reyes, entrañable con los suyos, amigo sincero y constante, no era el santo que imaginara Roselly de Largues. Sujeto a las flaquezas de la naturaleza humana, sus mismos defectos, bien patentes, nos lo presentan como una de las individualidades más poderosas e interesantes de la historia de la humanidad.
Julio Rey Pastor
Es oportuno citar la alta opinión que sus conocimientos merecieron a sus contemporáneos, los elogios que le tributan algunos historiadores por estas teorías, por sus cálculos de la relación entre la superficie de los mares y los continentes, por sus hipótesis sobre la formación de los archipiélagos y por su constante preocupación de estudiar en todos sus aspectos las tierras aportadas a la corona española.
Carlos Pereyra
¿Cuándo hubo gente buena para Colón? ¿Cuando no abandonó sus empresas? ¿Cuándo no las desgobernó, achacando a los demás sus propias faltas? Jamás confiesa sus yerros, ni reconoce sus defectos, ni los enmienda, ni deja de ser egoísta, irascible, injusto, imprevisor, iluso y, sobre todo, carente de ecuanimidad en la firmeza, razón de que sus justicias fueran muchas veces venganzas, sus órdenes gritos de cólera, y de que todo acto de energía acabase en desmayo, como acontece con el impulso pasional que se agota. Estas notas son imprescindibles para comprender la obra de Colón, pero no constituyen una biografía del gran explorador. Está virgen el campo para un estudio de sus viajes desde el punto de vista psicológico individual

Bibliografía

Obras generales Biografías del Descubridor Viajes de Colón
Notas:
[1]
«Venient annis saecula seris quibus
Oceanus vincula rerum
axet, et ingens pateat tellus
Tethysque novas detegat orbes
nec sit terris ultima Thule...