Primer viaje en torno al globo - Antonio Pigafetta

Primer viaje en torno al globo

Antonio Pigafetta

Nota biográfica acerca de Juan Sebastián del Cano

Juan Sebastián Elcano, o Del Cano, nació en Guetaria (Guipúzcoa) hacia 1476 (?) y murió (a bordo de la nave Santa María de la Victoria) en Malasia a 4 de agosto de 1526. 00.jpg En 1519 fue reclutado por Magallanes para la expedición que había convenido al Maluco, o islas de la Especiería, y nombrado maestre de la nao Concepción.
En 27 de septiembre de 1519 salía del puerto de Sanlúcar de Barrameda, y al mando de Magallanes, la escuadra siguiente: Trinidad, mandada por Magallanes; Concepción,por Gaspar de Que- sada; San Antonio, por Juan de Cartagena; Victoria, por Luis de Mendoza, y Santiago, por Juan Serrano, con un total de doscientas treinta y siete personas.
El relato de Pigafetta que en el texto se contiene, único descriptor de la expedición aparte de muy interesantes derroteros, como el de Albo —, contiene un diario bastante circunstanciado del viaje, y no hemos de repetir aquí cuanto ya nos dice el relator del Primer viaje en torno del Globo.
Muerto Magallanes en la isla de Mactán, fueron nombrados jefes de la expedición Duarte de Mendozamuerto en Cebúy Gonzalo Gómez de Mendoza, capitán de la Victoria, cuyo mando tomó Del Cano.

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Derrotero del primer viaje en torno del Globo por Magallanes y Juan Sebastián del Cano. Escala de 1:225.000.000.

Al cabo fue jefe de la expedición el propio Del Cano, que navegó los mares de las Molucas, el mar de las Indias, y con pericia sin par y valor indomable dobló el Cabo de Buena Esperanza, y a 6 de septiembre de 1522 entraba en Sanlúcar, para rendir su viaje en Sevilla dos días más tarde, regresando sólo diez y ocho hombres de los doscientos treinta y siete que embarcaran con Magallanes.

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Juan Sebastian Del Cano. Fragmento del cuadro que la Diputación de Guipúzcoa ha encargado al eminente pintor Elias Salaverría.

El emperador Carlos V recibió a Del Cano en Valladolid y le concedió uso de escudo de armas con atributos de las especias y encima yelmo cerrado y por cimera un globo terráqueo con la inscripción Primus circumdidisti me.
Fue Del Cano comisionado por el emperador para decidir con los del rey de Portugal acerca de la pertenencia de las Molucas conforme a la línea de demarcación trazada por Alejandro VI. Más tarde fue nombrado guía y piloto mayor de la expedición de Loaisa, y en 24 de julio de 1525 salió la expedición de La Corana con rumbo a las Molucas. Formábanla siete naves y cuatrocientos cincuenta hombres. Atravesar el estrecho de Magallanes costóles arduos trabajos, de resultas de los cuales Del Cano quedó en términos de tal desfallecimiento, que a 4 de agosto de 1526, y en pleno océano Pacifico, murió el primero que en la Historia diera la vuelta al mundo.

Nota biográfica acerca de Hernando de Magallanes

Hernando de Magallanes, marino portugués al servicio de España, acaso naciera en Oporto por el año de 1470, y murió en Mactán (Filipinas) a 27 de abril de 1521, en lucha con los indígenas. 01.jpg Estuvo varios años en las Indias orientales: con Alfonso de Alburquerque, en el ataque a Goa; con Diego de Sequeira (1509) , en su expedición a Malaca; con Dabreo y Serrano, en el descubrimiento de las Molucas.
Se trasladó después a África, y en la toma de Azamor una lanzada recibida en una pierna lo dejó cojo para toda su vida. Hondamente disgustado con el rey de Portugal, por entender que no estimaba debidamente sus servicios, renunció la nacionalidad portuguesa y pasó a España. Pensaba sería fácil, dada la redondez del Globo, hallar por el Oeste un camino para las islas de las Especias, siguiendo dirección contraria a la de los portugueses, que iban por el Cabo de Buena Esperanza.
Entrevistóse en Valladolid (marzo de 1518) con el emperador Carlos V. Firmó con el emperador y su madre, Dª. Juana, unas capitulaciones (22 de marzo de 1518), en que estaba en germen el proyecto y arreglo de la expedición. Se tardó año y medio en avituallarla, y, al cabo, en septiembre de 1519 salía de Sanlúcar de Barrameda. Pigafetta relata en su manuscrito las vicisitudes de esta expedición, y, admirador de Magallanes, lo sigue con detalle hasta que la vida del navegante portugués acaba, en 27 de abril de 1521.

Nota biográfica acerca de Antonio Pigafetta

Francisco Antonio Pigafetta, navegante y escritor italiano, nació y murió en Vicenza (1491-1534). Era de noble estirpe, originaria de Toscana. Vino a España en 1519 acompañando a monseñor Antonio_Pigafetta.jpgFrancisco Chiericato, que la corte de Roma enviaba de embajador a Carlos V, y noticioso de la expedición que en Sevilla armaba Magallanes, pidió permiso al embajador y al rey para embarcarse en ella. Concedido el permiso, Magallanes lo embarcó como sobresaliente en la nao Trinidad, fue Pigafetta uno de los diez y ocho que regresaron de esta expedición celebérrima. Pigafetta escribió el relato del primer viaje que los hombres realizaran en tomo del Globo. Nos hemos limitado a traducir la edición Amoretti, respetando igualmente sus notas.

Prefacio del traductor francés

§ I. En el siglo XV los italianos eran casi los únicos que comerciaban con los géneros que Asia suministra a Europa, particularmente especias, tales como pimienta, canela, clavo, jengibre, nuez moscada y otros productos vegetales, tan buscados siempre, y aun hoy solicitados, más por sus virtudes que por su agradable sabor. Dichas drogas provenían de ciertas islas situadas cerca del ecuador, desde las cuales sus habitantes o sus vecinos las transportaban a la parte de las Indias que está entre estas islas y Europa, y los mercaderes de Europa iban a recogerlas allí. Antes que los árabes hubiesen ocupado y devastado el Egipto, el comercio se hacía por el mar Rojo, como en tiempo de los fenicios. Desde las orillas de dicho mar se transportaban las mercancías a las riberas del Nilo a lomos de camellos, después de haber ensayado en vano el cavar canales navegables. Conducíanlas por el Nilo en barcos a los puertos del Egipto, donde ¡os navíos de Venecia, de Génova, de Amalfi y de Pisa iban a cargar; y cuando los árabes, por intolerancia religiosa, por despotismo político, o, mejor dicho, por una anarquía siempre favorable a los piratas, cerraron totalmente el paso al comercio en el golfo Arábigo, los mercaderes tuvieron que ir al golfo Pérsico, desde el cual, por el Éufrates, por el Indo y por el Oxus, llevaron los géneros de la India al mar Caspio o al mar Negro, y desde éstos al Mediterráneo, adonde los italianos iban a buscarlos para repartirlos por todas las costas de Europa y el interior, hasta las glaciares regiones de la Moscovia y de Noruega, donde tenían sus factorías.

§ II. Se comprende fácilmente que el precio de estos géneros debía de ser muy bajo originariamente, y que la necesidad de pagarlos muy caros era una consecuencia de los gastos de transporte y de los riesgos que se corrían, ya en el mar Rojo, ya en los desiertos, además de la ganancia con que se quedaban aquellos por cuyas manos pasaban. Sabemos por un tal Bartolomé Florentino, negociante, que residió veinticuatro años en las Indias, al fin del siglo XV, que pasaban por doce manos diferentes antes de llegar a nosotros, y que cada uno ganaba el décuplo por lo menos[1]; pero sobre todo el monopolio elevaba excesivamente el precio.
Cuando los insociables árabes hubieron anulado totalmente el comercio del mar Rojo, los genoveses se asociaron al emperador cismático de Constantinopla para establecer el comercio exclusivo en la parte del mar Negro, por Tartaria y Persia; y cuando el sultán del Egipto, después de haber sojuzgado a los árabes, abrió de nuevo el camino del Nilo, los venecianos, sus aliados, se apoderaron del comercio de los genoveses y fueron los únicos que suministraron a Europa entera géneros de la India. En fin, por un lado o por otro el monopolio hacía tributarias de los italianos a todas las naciones. Añádase a esto que hacia mediados del siglo XVI los moros, después de conquistado las islas que casi exclusivamente producían las especias, aumentaron el precio, pues conocían su valor mejor que los indígenas[2].

§ III. El afán de lucro y el deseo de disminuir las dificultades y los riesgos hicieron concebir diversos proyectos para encontrar medios de proporcionarse las mercancías de las Indias de primera mano. Esto sucedió en la época del renacimiento de las letras y cuando el arte de la imprenta, recién inventado, había ya esparcido más las luces que los antiguos nos transmitieron acerca de la navegación y de la figura de la Tierra. Se sabía que algunos navegantes fenicios, saliendo del mar Rojo, habían entrado en el Mediterráneo, con el mismo navío, por el estrecho de Gibraltar[3]; por consiguiente, se conjeturaba que del océano Atlántico se podía llegar por mar a la desembocadura del mar Rojo, y, navegando al Este, arribar a las islas de las Especias.
Sabíase, además, sin duda ninguna que los antiguos habían conocido la esfericidad de la Tierra y la existencia de los antípodas, que en el tiempo de la ignorancia habían sido consideradas, no sólo como un error antifilosófico, sino como una herejía. Los viajeros que, siguiendo las huellas del veneciano Marco Polo, habían recorrido todas las costas del Asia, se aseguraron de que la Tierra formaba una curva del Este al Oeste; y los portugueses, que al comienzo del siglo XV visitaron todas las costas de Guinea, añadiendo sus conocimientos a los de los navegantes del norte de Europa, habían demostrado, por la elevación y el descenso de la estrella polar y del Sol, que la Tierra formaba una línea curva del Norte al Sur; que, por consiguiente, tenía figura esférica, y que podía darse la vuelta. Todo ello estaba muy de acuerdo con las observaciones de los astrólogos, quienes, a pesar de proponerse el fin ridículo de adivinar el porvenir, habían hecho, sin embargo, grandes progresos en astronomía.
Asimismo había relatos, aunque obscuros y vagos, de algunos marineros que pretendían haber sido transportados a las islas situadas entre Europa y América y aun hasta un nuevo continente, del que, incluso el nombre, todo era todavía desconocido. He aquí las bases sobre las cuales se fundaba la esperanza de llegar, saliendo del estrecho de Gibraltar, inmediatamente a Malucho (así se llamaba entonces a las islas de las Especias, que hoy denominamos Molucas), costeando África y singlando en seguida al Este, o atravesando el océano Atlántico hacia el Oeste. Había tal persuasión de no encontrar ningún obstáculo en esta última ruta, que los más célebres geógrafos de este tiempo no separaban en sus mapas por ningún continente, sino simplemente por el Océano, sembrado de algunas islas, las costas occidentales de Europa y África, del Asia oriental. Aportaré pruebas en el párrafo XII. Era éste un error, sin duda, pero muy perdonable a los geógrafos de la época, porque aunque los antiguos habían medido con bastante exactitud la circunferencia de la Tierra[4] y dejado también reglas bastante ciertas para determinar la longitud de los lugares, se hacía de ellas muy poco caso por no entenderlas bien. A consecuencia de esta ignorancia del tamaño de la Tierra y de las longitudes, se imaginaba que deberían encontrarse en seguida al Occidente las islas, de las que sólo al Este y al Sur se conocía la distancia.

§ IV. Esta idea embargaba el espíritu de Cristóbal Colón, que acumulaba a los conocimientos teóricos y prácticos de la navegación las luces que había recogido de otros navegantes y todo el valor necesario para las grandes empresas. Convencido de la esfericidad de la Tierra, no hallaba la menor dificultad en atravesar el océano Atlántico con la ayuda de la brújula, de la que conocía no sólo la declinación, sino también el medio de corregirla[5]. Pidió a los genoveses, sus compatriotas, que no tenían otro medio que éste para reanimar su comercio, navíos para la ejecución de su proyecto; pero los genoveses, ocupados en pequeñas especulaciones y atormentados sin cesar por las facciones domésticas que les sujetaban tan pronto a los reyes de Francia como a los duques de Milán, rechazaron sus proposiciones. Se dirigió entonces al rey de Portugal, que tampoco le escuchó, porque no creía que se pudiera llegar a las Molucas sino doblando el África; y únicamente España, después de largas y repetidas solicitudes, se determinó a confiarle algunos navíos. No obstante, Colón no tocó más que en las islas de América, de la que sus sucesores descubrieron el continente, acariciando en vano la idea de encontrar un camino al oeste de Méjico y por el istmo de Panamá[6].

§ V. La navegación de Colón originó disputas entre los españoles y los portugueses sobre algunas de las islas descubiertas, y aun más sobre las tierras que se esperaba descubrir después. Los portugueses, cuando emprendieron sus navegaciones por las costas de África, habían tenido la previsión de aprovecharse de la opinión, generalmente admitida entonces, que el sucesor de San Pedro podía, como vicario de Jesucristo, disponer de los reinos que no pertenecían a potencias cristianas. Los papas Martín V, Eugenio IV y Nicolás V habían ya concedido a los portugueses el imperio de todo el territorio que acababan de descubrir en las costas de África. Alejandro VI, al cual, después del viaje de Colón, España y Portugal presentaron al mismo tiempo sus pretensiones, trazó una línea que, pasando por ios polos, cortaba en dos el globo terráqueo. La isla de Hierro, una de las Canarias, donde Ptolomeo había fijado el primer meridiano, era el punto por el cual pasaba esta línea, que se llamó línea de demarcación . Dio, pues, el papa a los portugueses todo lo que pudiesen conquistar al este, y a los españoles, todo Yo que descubrieran al oeste de esta línea. Pero cuando los portugueses se apoderaron del Brasil y quisieron comprender esta comarca en la parte oriental de la línea, se alejó 30º al oeste de la isla de Hierro.

§ VI. Mientras que España extendía al Oeste sus conquistas, tanto como los crímenes y crueldades de sus caudillos, los portugueses, guiados en 1497 por Vasco de Gama, doblaron el cabo de Buena Esperanza, que Díaz, acompañado del navegante veneciano Cadamosto, había descubierto en 1455[7]. Costearon el África oriental y las islas que están entre este continente y Asia, y llegaron a Calicut, que era la factoría del comercio de las especias. A continuación, no sin sostener combates y guerras, tanto con los indígenas como con los moros, que habían invadido una gran parte de este país, alargaron su navegación hasta las islas Molucas; y en 1510 fundaron un establecimiento para monopolizar casi exclusivamente el comercio de la pimienta y los clavos de especia, que no se obtenían apenas más que en estas islas[8].

§ VII. Los establecimientos portugueses en las Indias tenían entonces por gobernador y virrey al duque de Alburquerque, quien por su talento y su valor había sabido hacer abortar todas las empresas de los venecianos, los cuales eran los aliados de Solimán el Magnífico e hicieron grandes esfuerzos para conservar en el mar Rojo el comercio, que los portugueses querían transportar a Lisboa[9]. Después de este virrey fue cuando Magallanes emprendió su expedición para pasar cinco años en las Indias[10]. Era un hidalgo portugués, y había cultivado las ciencias, habiéndose ocupado preferentemente de todo lo relativo a la navegación, estudio muy de moda a la sazón entre los caballeros portugueses; y emprendió este viaje para darse a conocer en la corte y obtener un empleo adecuado a sus talentos. Desde Calicut fue a Sumatra, donde tomó a su servicio un esclavo. Parece ser que no alargó su viaje hasta las Molucas, aunque así lo dicen Angera, Ramusio y otros escritores[11], porque si hubiese llegado allí habría sabido que están bajo la línea equinoccial, y no hubiera ido a buscarlas, como lo hizo, a los 14º de latitud septentrional. De las Indias regresó a Lisboa. Durante este tiempo, Alburquerque había enviado a las Molucas a Francisco Serrano, pariente y amigo de Magallanes, con orden de erigir allí un fuerte, lo que no ejecutó porque todos los reyes de estas islas, con insensata ambición, pretendían que se levantase en su territorio[12]; y Serrano, queriendo someterlos a todos al mismo tiempo, se proclamó soberano, aunque sólo con el título de pacificador. Ya veremos de qué manera fue la víctima de su ambición.

§ VIII. Ignoro qué derecho podría tener Magallanes a las mercedes de la corte; pero sus acciones prueban que poseía tanto valor como conocimientos, a pesar de que diga lo contrario el jesuita Maffei, quien le acusa de tener más vanidad que mérito[13]. Si hemos de dar crédito a nuestro autor, debemos reconocer la moderación de las pretensiones de Magallanes, pues se limitaban a pedir al rey un aumento de paga de cien reis mensuales, según algunos autores, o de medio cruzado, según otros. Hay, no obstante, motivo para creer que durante su servicio a Portugal dio pruebas evidentes de valor y habilidad, puesto que el rey de España le hizo caballero de Santiago y le confió el mando de una escuadra.

§ IX. Según dice Maffei[14], Magallanes, durante su estancia en Portugal, estuvo en correspondencia, tan frecuente como la distancia le permitía, con su amigo Serrano, quien le invitó a volver a las Indias y aun a llegar hasta las Molucas, indicándole la distancia que les separaba de Sumatra, isla para él muy conocida. Pero si se nos permite hacer conjeturas y tratar de adivinar las causas por los efectos, hallaremos que es verosímil que Magallanes se quejase a Serrano de los pretendidos agravios recibidos en la corte de Lisboa; que Serrano, tal vez amenazado por el virrey, al cual no había obedecido en la construcción de la fortaleza, le propuso dar estas islas a España y le proporcionó al mismo tiempo los luminosos datos que pudo adquirir de los habitantes de las islas más orientales sobre la posibilidad de encontrar el cabo del continente descubierto por Colón, y de doblarle o quizás encontrar algún estrecho, pues ya los portugueses poseían el Brasil, descubierto por Cabral en 1500, en cuya comarca había pasado cuatro años Juan Carvajo, de quien habla frecuentemente Pigafetta, y en donde Juan de Solís, que buscaba un paso a las Indias, fue asesinado con sesenta hombres de su tripulación y comido por los caníbales[15].

§ X. Acaso no es improbable que Magallanes tuviese por estos medios algún conocimiento de un paso del mar Atlántico al mar de las Indias; pero, según comunicó confidencialmente a Pigafetta y a sus compañeros de viaje, fue de otra manera como él llegó al estrecho. Mientras que pretendía su ascenso en la corte de Lisboa continuó estudiando la geografía y la navegación, de manera que, según nuestro autor, llegó a ser uno de los más hábiles geógrafos y navegantes de su tiempo[16]. Por esta fama se le permitió examinar todo lo que hasta entonces se había coleccionado sobre dichas materias y que se guardaba cuidadosamente en la tesorería. El infante D. Enrique, el cual fue el primero que proyectó los viajes para el descubrimiento de países nuevos, y los príncipes que le sucedieron habían reunido todas las noticias y los mapas que era posible procurarse por medio de los geógrafos, los navegantes y los astrónomos, que con la esperanza de recompensas iban allí a depositar sus descubrimientos. En esta tesorería fue donde Magallanes encontró un mapa de Martín de Bohemia, sobre el que estaba dibujado el estrecho por el cual se pasaba del mar Atlántico al que en seguida fue llamado Pacífico.

§ XI. Para estar ciertos de que Magallanes buscó este paso porque lo había visto dibujado en el mapa de Martín de Bohemia, basta con leer lo que sobre el asunto dice Pigafetta. Anotamos sus propias palabras tal como se leen en nuestro manuscrito[17]. Es extraño que se haya negado esta verdad, que puede encontrarse en el extracto del libro de Pigafetta, publicado en francés por Fabre y en italiano por Ramusio[18]; pero aun es más extraño que esta verdad, tan honrosa para Martín de Bohemia, o, mejor dicho, Behaim[19], haya sido negada por Murr cuando se proponía hacer su elogio[20]. No está de más hablar aquí de esta cuestión, que tiene íntima relación con el punto más interesante de la navegación que me propongo publicar. Otto, en una memoria inserta en el segundo volumen de las Transactions philosophiques de la Société de Philadelphie, ha querido probar, entre otras cosas, que Colón no fue quien descubrió América, ni Magallanes quien encontró el estrecho, para llegar, atravesándole, a las Indias por Occidente, sino que el mérito de estos descubrimientos se debe únicamente a Martín Behaim, de Nüremberg. Efectivamente, este Martín Behaim era uno de los más grandes geógrafos de su tiempo, y fue uno de los primeros que en 1492 hizo un mapamundi terrestre, que legó a su patria, donde todavía se conserva; también fue uno de los primeros que pasaron la línea con el famoso navegante Santiago Cano, en 1484; estuvo casado con la hija de Huerter, feudatario de la isla de Fayal, una de las Azores, en donde pasó muchos años, haciendo de vez en cuando viajes a Europa; siendo estimado y consultado por los sabios de su tiempo, así como por la corte de Lisboa, tuvo todos los medios para adquirir los más raros y extensos conocimientos geográficos de su siglo. Sin embargo, se pretende, sin razón, probar que Colón descubrió América después de Behaim, como lo ha demostrado el conde de Carli, fallecido en 1795[21]. Apoya Otto su opinión en una Crónica de Nüremberg, en la que se dice «que descubrió las islas de América antes que Colón, y el estrecho que tomó en seguida el nombre de Magallanes antes que Magallanes mismo»; y en el testimonio de Hartmann Schedel, quien dice que Magallanes y Cano, navegando, se encontraron en otro mundo. Pero Carli hace notar que la Crónica de Nüremberg no es contemporánea, y Murr ha comprobado que las palabras de Schedel han sido intercaladas en su manuscrito por otra mano. En efecto, no se las encuentra en la primera edición de su obra, que tenemos en nuestra biblioteca. Hay que añadir que la frase In alterum orbem accepti sunt puede interpretarse en el sentido de que pasaron la línea.

§ XII. Con menos fundamento aún, Murr pretende que Martín Behaim no tuvo nunca la menor idea del estrecho de Magallanes. Habiendo tenido ocasión de visitar los archivos de sus herederos, no encontró, según dice, ningún rastro de este documento. Además, en su globo terráqueo, que donó a la villa de Nüremberg, puede verse claramente — añade Murr — que Martín Behaim no sospechó siquiera la existencia de América. Este globo, del que Murr ha publicado el hemisferio que comprende la parte occidental de Europa y de África y la parte oriental de Asia; este globo, digo, permite ver que en este tiempo se creía poder ir por mar directamente desde las islas Azores a los reinos de Tungut, de Cambalu y del Tibet, no encontrando más que la isla del Catay en todo el Océano que había de recorrerse. Se imaginaban que desde las islas Canarias podía llegarse a la isla de Antilia, y por esta razón Colón denominó Antillas a las islas que encontró más acá de América. De las islas de Cabo Verde, en el globo de Behaim, se iba, sin encontrar tierra ninguna, a Cipango (el Japón), que Marco Polo había dado a conocer en Europa, y del que también habla Pigafetta, que creía haber pasado a poca distancia de allí. Del Japón se iba a Cambaya, y, volviendo al Sur, a la grande y pequeña isla de Java, situadas sobre el mismo meridiano. Se ve, pues, que en el globo de que hablamos no hay detalle ninguno sobre América. Sin embargo, todo esto demuestra que en 1492 Behaim no conocía América, y que, por consiguiente, no podía facilitar datos a Colón, que partió este mismo año; pero no prueba en modo alguno que desde este período hasta el año 1506, que fue el último de su vida, no pudiese conocer todo lo que se había descubierto hasta entonces y trazarlo sobre un nuevo mapa. Sus viajes, su correspondencia con todos los sabios, sus cargos y empleos en la corte de Lisboa y, sobre todo, su estancia en las Azores le suministraron los medios, como ya hemos observado, de adquirir las luces que el azar o las investigaciones proporcionaban a los navegantes. Varenius[22] pretende que Núñez de Balboa conoció en 1513 la existencia del estrecho en cuestión por las corrientes que sólo se producen en un canal abierto por los dos extremos y nunca en una bahía. ¿Por qué cualquier otro navegante no pudo hacer la misma observación en tiempos de Behaim y comunicársela a éste? Murr opina que esto es muy posible, pero pretende que no sucedió, y que Marco Antonio Pigafetta fue quien difundió en su Itinerario, publicado en Londres en 1585, la fábula del descubrimiento de América por Behaim, y añade que ignora si se menciona a Martín Behaim en la Relación del Congo de Felipe Pigafetta. Puede juzgarse, por la manera en que se expresa, que apenas conocía Murr los nombres y los títulos de los otros dos Pigafetta (Marco Antonio y Felipe), y que no tenía la más remota idea de nuestro caballero Antonio Pigafetta, ni de su Relación del descubrimiento de las Indias, ni de los extractos que del mismo se publicaron, y que tampoco había leído el Itinerario de que habla, porque en él no se nombra para nada a Martín Behaim. Felipe Pigafetta no le cita ni en suRelación del Congo, impresa en Roma en 1591, ni en su Itinerario de Egipto, cuyo manuscrito se halla en la biblioteca de mi amigo el Sr. Malacarne, profesor de cirugía en Padua, según dicho señor me lo ha comunicado por escrito. No debe, pues, dudarse de que Magallanes hubiese podido ver dibujado el estrecho en el mapa de Martín Behaim; pero es preciso decir que no se fió por completo, o que el mapa en cuestión era bastante inexacto, pues de no ser así, ni hubiese destacado al navío Santiago para reconocer la costa en que naufragó buscando el estrecho en el grado 52, ni tampoco se hubiera determinado a remontarse hasta el grado 75 si aquél no le encontraba.

§ XIII. Volvamos a la historia de Magallanes y a nuestro autor. Sea por vengarse de las injusticias que él creía haber recibido, tal vez para conseguir el adelanto que solicitaba, Magallanes pasó a España para ofrecer sus servicios a Carlos V, con objeto de dirigir una escuadra corriendo siempre al oeste de la línea de demarcación hasta las islas de las Especias, que se conocían más por los relatos de los italianos que habían navegado por ellas al Este, que por las relaciones de los portugueses establecidos allí desde hacía diez años, pero que ponían extremo cuidado en tener ocultos los descubrimientos que habían hecho, hasta el punto que, según dice Castañeda, se habría ignorado andando el tiempo el viaje de Gama, si éste no se hubiera tomado el trabajo de escribirle y publicarle por su cuenta[23]. Carlos V, o, mejor dicho, el cardenal Cisneros, su primer ministro, regente de España en su ausencia, escuchó favorablemente el proyecto de Magallanes, quien le convenció de la posibilidad de ir por el Oeste, asegurándole al mismo tiempo que las islas de las Especias estaban en la parte del Globo perteneciente a España por la línea de demarcación, porque sin esto el cardenal virrey no hubiera nunca consentido que se invadiese un país que el papa había dado a otros. Para persuadirle de que las Molucas estaban en el hemisferio español, Magallanes no sólo tomó por testigo a Cristóbal Hara, quien, teniendo en las Indias casas de comercio, decía que estaba seguro por las instrucciones de sus factores de la verdadera posición geográfica de estas islas[24], sino que apeló a la autoridad del famoso astrólogo Ruy Faleiro, que compás en mano demostraba sobre el mapamundi que las islas estaban situadas más acá de 180º de longitud occidental de la línea de demarcación. Como aun dudase el cardenal Cisneros, Faleiro dio a Magallanes un método para calcular la longitud, a fin de no sobrepasar la línea[25]. Para desvanecer todo escrúpulo hubiera podido Faleiro embarcarse con Magallanes; pero como se preciaba de astrólogo, se excusó diciendo que preveía que esta navegación le sería fatal. Lo fue, efectivamente, para el astrólogo Martín de Sevilla que marchó en su lugar, sin prever que debía ser asesinado, como le acaeció en la isla de Zubu.

§ XIV. Tenemos una prueba de la importancia de las investigaciones sobre las longitudes hechas durante esta navegación, en la descripción que voy a publicar. Apenas la escuadra estuvo en el mar Pacífico cuando el caballero Pigafetta consideró como un deber el señalar en su diario, no solamente la latitud, sino la longitud de la línea de demarcación; y para evitar toda equivocación advirtió que ésta se hallaba a 30º al oeste del primer meridiano, situado a su vez a 3o al oeste de Cabo Verde[26]. Explicándose con tanta precisión, es extraño que Fabre, que dio un extracto de su relación, no le haya comprendido, y que en lugar de decir grados de longitud de la línea de demarcación, diga siempre de la línea de su partida, o grado de longitud del cual partieron; y allí donde debía indicar la posición de esta línea tal como la señaló nuestro autor, diga y XXX grados del meridiano, el cual está a tres grados más al oriente que el cabo de Buena Esperanza. Como se ve, carece de sentido semejante manera de expresarse. Al traducir Ramusio a Fabre, omitió todo esto con razón, y hay que perdonarle cuando, por seguir literalmente el texto, en lugar de decirlongitudine dalla línea di divisione, dice longitudine dal luogo donde si eran partiti; por consiguiente, aumenta en un error de 40º la longitud señalada por Pigafetta.

§ XV. Pero los portugueses, interesados en determinar la verdadera longitud de las Molucas, acusaban a los españoles, no solamente de error, sino también de mala fe; y Pedro Mártir de Anglería, gentilhombre milanés e historiógrafo de la corte de España, contaba con bastante gracia en una de sus cartas[27], que habiéndose escogido veinticuatro astrónomos y pilotos, tanto portugueses como españoles, después de haber silogismado mucho, concluyeron que no se podía decidir la cuestión más que a cañonazos; sin embargo, Carlos V calculó que valía más vender a Juan III, rey de Portugal, en las 150.000 doblas que ofreció, sus pretendidos derechos sobre las Molucas, y se las cedió. Además, es cierto que estas islas, situadas por Pigafetta entre los 160º y los 170º de longitud al oeste de la línea de demarcación, están realmente más allá de 180º; por consiguiente, pertenecían a Portugal en virtud de la bula del papa Alejandro VI. Sea como fuere, el rey de España, persuadido de que Portugal le había usurpado lo que le pertenecía, y dispuesto ya a encomendar a Esteban Gómez unas carabelas para emprender nuevos descubrimientos, no en confiar a Magallanes una escuadra para esta importante expedición, quien, con el fin de salvar todos los obstáculos, escogió a Gómez para que mandase uno de los navíos, elección de la que pronto tuvo que arrepentirse.

§ XVI. Mientras se trataba de este importante asunto en la corte de Madrid, Antonio Pigafetta, gentilhombre de Vicencio, estaba en Roma, donde todos los italianos que tenían talento y aspiraban a hacer fortuna acudían, sobre todo en los buenos tiempos de León X. Era de familia hidalga originaria de la Toscana, y probablemente hijo del Mateo Pigafetta, doctor y caballero, que ocupó frecuentemente cargos en la administración pública de su patria[28]. Tan ávido de gloria como de fortuna, se propuso buscar una y otra en los países lejanos del nuevo mundo que Colón y Américo Vespucio acababan de descubrir, y donde muchos italianos habían ya adquirido renombre y riquezas. Siguió a España a su conciudadano Francisco Chiericato, enviado como orador o embajador a Carlos V, para comenzar desde aquí sus viajes. Todo salió a medida de sus deseos, y puede verse en la carta dedicatoria de su obra cómo obtuvo del emperador la licencia de embarcar en la escuadra de Magallanes.

§ XVII. Pigafetta no era ciertamente muy sabio, aunque Marzari, historiador vicentino, nos dice que era célebre en toda Europa por sus excelentes conocimientos en filosofía, matemáticas y astrología[29]; mas había estudiado la geografía y la astronomía necesarias para entender el manejo del astrolabio y determinar la latitud de los lugares; conocía también bastante la teoría de los fenómenos celestes para poder hacer las observaciones astronómicas, por las cuales se juzga sobre la declinación del imán, de la singladura de un navío y de las longitudes. Puede formarse idea de sus conocimientos en esta parte por su Tratado de navegación.

§ XVIII. El afán de instruirse igualaba al saber de nuestro autor y aun le sobrepujaba. Tenemos una prueba en el estudio que hizo, durante su viaje, de los diferentes idiomas de los pueblos que visitó, hasta el punto de formar vocabularios más o menos extensos a medida que encontraba ocasión[30].
Procuraba enterarse siempre de las cosas por sí mismo, y así lo demostró en frecuentes ocasiones durante la realización de las misiones particulares de que fue encargado cerca de los reyezuelos de las islas que la escuadra visitó. Veremos por su relato que nunca dejó de recorrer los campos para examinar el cultivo de las principales producciones del país, de las cuales escribió la historia natural lo menos mal que pudo, sin la precisión de un botánico, es cierto, pero con toda la exactitud de un hombre de buen sentido. No limitándose a lo que se presentaba ante sus ojos, se esforzaba en instruirse sobre las comarcas donde la escuadra no anclaba, por los indios que voluntaria o forzosamente navegaban con él. Es preciso, por tanto, convenir en que no tenía conocimientos bastante extensos de Historia natural y de Física para apreciar debidamente cuanto veía y para distinguir la verdad de las fábulas y mentiras que le contaron sobre cosas prodigiosas, sobre los orejones, sobre las amazonas, sobre los pigmeos, etc., de los que con la mayor buena fe hizo ridículas descripciones.

§ XIX. Pero aunque no fuese hábil físico ni buen naturalista ni excelente astrónomo, como lo son, generalmente, los navegantes de nuestros días, Pigafetta estaba lejos de merecer el injurioso desprecio con que le quiso cubrir De Paw, quien le llamaun exagerado ultramontano, crédulo e ignorante, que, sin empleo y sin carácter, hizo su excursión en el navío Victoria[31].
Pero ¿puede hacerse el menor caso de las injurias de De Paw? No hay más que leer sus Recherches sur les Américains para ver que es un escritor que, por las aserciones aventuradas, por no decir algo peor, y sin conocer los asuntos de que habla, como dice Pernetty[32], desde el fondo de su gabinete no se proponía más que escribir un libro que pudiera complacer a los seudofilósofos, ya por la novedad de un ilusorio sistema sobre América, ya por la maledicencia y la religión. Por otra parte, no conocía más que el miserable extracto de la obra de Pigafetta, hecho por Fabre, y condenó a la obra y al autor como si la hubiese examinado completa. Es verdad que otros escritores, entre los cuales está el célebre Tiraboschi, han hecho poco caso de la relación del viaje de Pigafetta; pero esto fue porque se imaginaron que no había escrito más que lo que Fabre y Ramusio publicaron.

§ XX. Pigafetta merece elogios, sobre todo por el cuidado que tuvo en anotar día por día todo lo que veía, todo lo que oía decir y todo cuanto les sucedía a él, a sus compañeros de viaje y a la escuadra; tuvo además la suerte de no estar nunca imposibilitado para escribir, y mientras toda la tripulación sufrió largas enfermedades, él disfrutó siempre de una salud bastante fuerte para hacer diariamente sus observaciones; de manera que cuando a su vuelta llegó a las islas de Cabo Verde y preguntó qué día era de la semana, no se podía persuadir de que se había equivocado un día entero, habiendo llevado con regularidad su diario. Pigafetta no es el único que se haya sorprendido de haber perdido un día al dar la vuelta al mundo; esta pérdida, de la que no había duda, parecía entonces tan inexplicable, que más bien se pretendía, dice Anglería[33], que nuestros navegantes no habían dado la vuelta a la Tierra, hasta que los astrónomos, y el cardenal Contarini el primero, demostraron que esto debía suceder a todos los que daban la vuelta al Globo singlando constantemente de Oriente a Occidente.

§ XXI. Al cabo de tres años, de los doscientos treinta y siete hombres que formaban la tripulación y de cinco navíos que componían la escuadra, no se vieron, dice Anglería[34], llegar de vuelta a Sevilla, de donde habían salido, más que diez y ocho hombres y un solo navío ruinoso y acribillado de vías de agua. Entre los diez y ocho hombres estaba Pigafetta. Cada uno se creyó en el deber de contar todo lo que le había sucedido, tanto más cuanto la corte de España quería publicar la relación de un viaje tan importante, porque nadie antes que estos navegantes había dado la vuelta al mundo. Pedro Mártir de Anglería, a quien acabamos de citar, del Consejo de Indias por el emperador, que había ya escrito la historia de la navegación de Cristóbal Colón[35], fue el encargado de recoger todos los datos que podían lograrse del mísero resto de la tripulación. Probablemente pondrían en sus manos todos los diarios que se encontraban a bordo del navío, sobre todo de los que habían perecido; mas parece ser que Pigafetta guardó el suyo, porque él mismo dice que fue a presentarse al emperador en Valladolid[36], y es presumible que le ofrecería una copia de su propia mano, guardando las notas originales.
A las órdenes que el emperador dio a Anglería para que escribiese la historia de esta expedición se unieron las peticiones del papa Adriano VI, al cual le unía gran amistad desde que éste ocupó en la corte la plaza de preceptor de Carlos V. Escribió, pues, Anglería esta historia, y él mismo dice que envió su manuscrito a Roma al papa, quien quería hacerlo imprimir a todo lujo; pero que no llegó a la Ciudad Eterna hasta después de la muerte del pontífice[37]. Ramusio[38] añade que este manuscrito fue pasto de las llamas o perdido para siempre en el terrible saqueo que la capital del mundo sufrió en 1527.

§ XXII. El mismo Ramusio, uno de los primeros y más sabios compiladores de navegaciones y viajes, dice, además, a este respecto, que casi se hubiera perdido el recuerdo de esta magna empresa si un hábil y gentilhombre vicentino, llamado el señor Antonio Pigafetta, no hubiera hecho una relación curiosa y detallada, de la que, como veremos en seguida, hizo un extracto en francés, que tradujo también al italiano, para insertarlo en su colección. Este libro existe en la biblioteca Ambrosiana de Milán, y, al parecer, no solamente es inédito, sino que ni aun ha sido conocido por los que escribieron la historia de la pasmosa expedición. No es el diario propiamente dicho tal como Pigafetta lo presentó al emperador, sino una relación muy extensa que escribió, estando en Italia, para obedecer los ruegos de Clemente VII, al cual se presentó en Monterosi a su vuelta[39], y a los del gran maestre de Rodas, De Villers Lisle-Adam, al que se dirige frecuentemente en la relación. Como en este libro añade Pigafetta a su nombre el título de caballero, puede deducirse que le escribió después del 3 de octubre del año 1524, día en que fue nombrado caballero[40]. Pero si tenemos pruebas de que la obra la escribió algunos años después de la vuelta de su viaje, hay también motivos para creer que el caballero Pigafetta tenía delante las notas originales mientras la redactaba, porque dice repetidas veces oggi (hoy) copiando lo que había escrito el mismo día del suceso. Además, no le hubiera sido posible, siguiendo el orden del tiempo más que el de las cosas, conservar la memoria de una infinidad de objetos para él nuevos y de acontecimientos extraordinarios, que algunas veces he unido, sin alterarlos, para dar más continuidad y conjunto a la relación del autor.

§ XXIII. Después de haber escrito su libro para el gran maestre de Rodas y de haber presentado al soberano pontífice una copia, de la que habla Paulo Jovio[41], envió otra a la reina Luisa de Saboya, regente del reino por su hijo Francisco I (ocupado entonces con la desdichada guerra de la Lombardía, donde fue hecho prisionero), a la cual se había presentado Pigafetta cuando regresó a Italia para ofrecerle algunos productos del otro hemisferio. La reina dio a traducir al francés el libro al parisiense Antonio Fabre, que tenía reputación de ser un excelente filósofo y de saber italiano porque había residido mucho tiempo en Padua; pero éste, por evitarse molestias (per fuggir la fatica, como dice ingenuamente Ramusio), hizo solamente un extracto, y omitió quizás lo que no entendía; el resto fue impreso en francés con muchas faltas[42]. A pesar de todos estos defectos, Ramusio, que, como ya he dicho, quería insertar en su gran colección esta primera navegación, la tradujo al italiano y la publicó con otras dos relaciones de menor importancia[43].

§ XXIV. No he podido averiguar lo que haya sido de las copias que el autor presentó a otros grandes personajes. El célebre presidente De Brosses, que ha recogido con tanto cuidado como inteligencia todo lo que ha llegado hasta nosotros relativo a los descubrimientos de los europeos en las tierras australes, hablando de la relación de Pigafetta, dice claramente que se perdió[44]. Parece que en tiempo de Montfaugon esta relación no existía entre los manuscritos de la biblioteca real, porque en su catálogo[45] no menciona más que el título de la obra francesa, esto es, del extracto de Fabre, y hubiera citado, sin duda, el título italiano si hubiese encontrado el original. El P. Ángel Gabriel de Santa María, que ha escrito en muchos volúmenes la historia literaria de Vicencio, dice decisivamente que hay una copia en el museo Saibanti, en Verona, y otra en la biblioteca del Vaticano, en Roma; pero lo mismo que la primera, no existe allí ni estuvo nunca, como me ha asegurado mi amigo el Sr. Delbene, secretario de la Sociedad italiana, que se ha tomado la molestia de investigar en los catálogos antiguos y modernos de este museo; en cuanto al segundo, acabo de recibir una nota de monseñor Marini, director de la biblioteca del Vaticano, en la cual me comunica que, después de haber hecho las buscas necesarias, no sólo no ha encontrado esta obra entre los manuscritos de esta biblioteca, sino que está seguro que tampoco existe en las bibliotecas Urbina, Palatina, Ottoboniana, Capponiana, etc.
Es preciso, además, conjeturar que las copias eran muy raras, y que ni aun la familia del autor poseía ninguna, puesto que Felipe y Marco Antonio Pigafetta, de los que hemos hablado en el párrafo XII, autor el último de una historia de las Indias orientales, no mencionan ni el viaje ni la obra de su hermano Antonio, lo que hace suponer que no la habían leído[46].
He visto en la historia de Castañeda[47] que este escritor consultó un diario de este viaje, en el que los grados de longitud estaban marcados muy diferentemente, por lo que dice, de lo que pretendían los españoles para extender sus derechos por la parte Oeste; y Maffei[48] nos enseña también que el español Barros había escrito la misma historia, basada en los relatos y diarios de los marineros. Ignoro la suerte de los diarios de que se sirvieron los historiadores; pero es muy cierto que no se publicaron nunca.

§ XXV. Podría suponerse que nuestro manuscrito es el mismo que presentó el autor al gran maestre de Rodas, porque está bastante bien escrito, en caracteres de la escritura llamada entonces cancilleresca[49], en buen papel, en folio menor; los mapas están iluminados, y está apropiadamente encuadernado. Podría creerse también que es la copia que ofreció al papa, pues, según dice Paulo Jovio, Pigafetta (al que por error llama Jerónimo) le ofreció, tanto por escrito como en pintura, las cosas más notables de los países que había visitado[50]. Añádase a esto que nuestro sabio bibliotecario Sassi, quien en 1712 hizo el catálogo de nuestros manuscritos, escribió en la portada de éste: «Es, quizás, el original.» Sin embargo, a pesar de todas estas conjeturas, opino que nuestro manuscrito no es más que alguna de las copias que fueron presentadas a las personas ilustres de que acabamos de hablar. He aquí en lo que fundamento mi opinión:

1. En la portada, y a la cabeza de la epístola dedicatoria, el nombre del autor está escrito Pigafetta; al final de la carta se leePagapheta, y al fin del Tratado de navegación pone Pigaphetta.
2. El manuscrito está tan plagado de faltas de ortografía, de lenguaje, de sintaxis y de lógica, que frecuentemente no tiene sentido ninguno, como podrá juzgarse por los pasajes que algunas veces citaré en las notas.
3. Un tercio del volumen está en blanco, lo que hace sospechar que esta copia estaba destinada a algún aficionado que deseaba añadir otras cosas, y que el caballero Pigafetta no la vio, pues al menos habría corregido las faltas más burdas y no hubiese, probablemente, añadido su Tratado de navegación; y, caso de hacerlo, no hubiera olvidado el poner en esta última parte la figura a la que remite al lector, y que no está.

§ XXVI. Pero aunque este manuscrito no haya salido directamente de manos de Pigafetta, no es menos precioso, puesto que fue escrito en la época en que vivió el célebre navegante, como acabamos de ver, y que, además, es auténtico, como puede juzgarse por su concordancia con todo lo que sabemos de esta navegación y de los países de que habla. Esta concordancia se nota particularmente en los vocabularios. Por otra parte, hasta los errores y las fábulas que en él se encuentran prueban la buena fe del escritor, que nos ha trasladado todos los relatos que se le hicieron y expuesto los fenómenos tal como se presentaron a sus sentidos. En fin, este manuscrito es único. No he podido descubrir de dónde el cardenal Federico Borro- meo (nombre siempre esclarecido para las ciencias, y sobre todo por la biblioteca que fundó) obtuvo este manuscrito. Diré solamente que en el interior de la cubierta se leen estas palabras, roídas en parte por la polilla: Ce livre est du chevalier de Fórrete; y como sabemos por la historia de Malta que en tiempos del gran maestre Villers Lisle-Adam y de Pigafetta había dos caballeros jerosolimitanos apellidados uno Forret y otro De la Forest[51], es probable que perteneciese a cualquiera de los dos.

§ XXVII. Ahora bien: la que voy a publicar es la traducción de este manuscrito. Le he traducido en buen italiano, por decirlo así, de su lengua original, que es una mezcla de italiano, de veneciano y de español, porque si le hubiese dado a la estampa tal y como está, en lugar de instruir deleitando, este viaje hubiera seguramente enojado y repelido al lector. Del italiano le he traducido al francés; pero en las notas frecuentemente he transcrito pasajes exactamente como están escritos en el manuscrito. He puesto los mismos nombres que el autor ha dado a los países nuevos que vio, indicando en las notas los que tienen actualmente. Por la misma razón he dejado en la obra los errores de Pigafetta sobre los objetos de Física y de Historia natural, contentándome con advertírselo al lector. He expuesto más decorosamente ciertas costumbres que el autor por sí mismo ha oído contar. No ignoro que en las narraciones de nuestro viajero hay frecuentemente cosas inútiles y algunas veces absurdas; pero diré, como el presidente De Brosses[52], que sobre todo se siente la curiosidad de saber cómo han sido vistas las cosas por el primero de todos que las ha visto , y que es necesario respetar las observaciones de los más antiguos viajeros y aunque a menudo carezcan de un recto juicio[53]; y como los autores célebres han hecho llegar hasta nosotros, aun en los extractos, las faltas e inexactitudes de sus escritores, pienso que era preciso seguir su ejemplo al publicar este viaje.

§ XXVIII. Falta hablar de los mapas que adornan nuestro manuscrito. Hay veintiuno, en los que Pigafetta delineó la América meridional y todas las islas del mar Pacífico y de las Indias orientales donde anclaron nuestros viajeros, las que vieron al pasar o, al menos, les fueron indicadas como situadas en su ruta. Estos mapas están coloreados: el mar, en azul; la tierra, en color de hollín; las montañas son verdes, y las casas o chozas, blancas. En uno de los mapas hay una piragua, embarcación usada por estos pueblos, con dos hombres, y en otro se ve el árbol que produce el clavo de especia. Para que el lector pueda formarse una idea de estos mapas, reproduzco cuatro, dibujados e iluminados fielmente según los originales. El primero representa la América meridional; el segundo, las islas de los Ladrones, junto a las cuales está la piragua que antes he mencionado; el tercero, la isla de Zubu, con casas, y la de Matam, donde pereció Magallanes; el cuarto, las islas Molucas, con una parte de Gilolo y un árbol de clavo de especia. El primero y el último están reducidos casi a la mitad de su tamaño; los otros, cerca de una tercera parte. Por estos mapas, así como por los otros, que he creído inútil hacer copiar, se ve que todo está falto de exactitud; pero también se ve que el autor ha puesto los objetos tal como los ha visto o como le han sido descritos. Esto nos revela por qué en sus mapas el Norte está abajo y el Sur arriba, de manera que sería necesario darles la vuelta para ver los lugares en la posición que los geógrafos les dan comúnmente[54].

§ XXIX. Para dar una idea del modo que el caballero Pigafetta dibujó sus mapas, y para hacer inteligible toda la obra, he añadido dos mapas y una vista del estrecho de Magallanes, tal como los han dado los modernos, con el fin de poder compararlos con el dibujo que hizo el autor. El primer mapa, que va al fin de esta obra, es un planisferio terrestre en el que está indicado por puntos el viaje de Pigafetta. El segundo mapa permite ver de una ojeada el conjunto de mapas del manuscrito, en los que nuestro viajero representó el archipiélago de las Filipinas y de las Molucas, desde las islas Marianas hasta la de Timor; e igualmente he indicado por puntos la ruta que el barco siguió en medio de tantas islas, que forman, por decirlo así, un laberinto en un mar que asusta, aun hoy, a los más atrevidos navegantes. A primera vista, los mapas de Pigafetta parecen dibujos faltos de sentido o, al menos, inútiles para la geografía, puesto que no se encuentra ninguna relación entre un mapa y otro y no tienen marcados los grados de longitud y latitud. Pero cuando se reúnen todos los mapas, colocándolos sucesivamente según el autor habla de las islas en ellos representadas, se ve que pueden formar uno solo, y que Pigafetta, con una exactitud mayor de la que puede esperarse para su tiempo, ha suministrado el primero de los materiales para la geografía de estos mares. Yo mismo he reunido, no sin paciencia, todos estos mapas, reduciendo sus dimensiones, conservando, no obstante, sus proporciones tanto como me ha sido posible, encerrando en un solo cuadro todo el archipiélago, no omitiendo más que las islas de los Ladrones y las islas Infortunadas, demasiado alejadas de las otras. Este mapa debe el lector tenerlo presente para seguir la ruta de Pigafetta desde el momento que abandona las islas de los Ladrones hasta que vuelve a entrar en el océano Asiático, que él llama Laut-Chidol, o mar Grande. Los puntos indican la singladura de los barcos y los sitios en que anclaron. Para colocar las islas en su verdadera posición geográfica he utilizado los mapas de Robert y de Bellin, en los que tienen frecuentemente los mismos nombres o, al menos, poco diferentes. No ignoro que hay errores en la posición de las islas, y que su arrumbamiento no está de acuerdo algunas veces con la latitud y la longitud dadas por el autor; pero sé también que estos errores no son raros ni aun entre los navegantes y los geógrafos de nuestros días, que tienen tantos medios para determinar la verdadera posición de los lugares. Es preciso observar, además, que de todas las islas que Pigafetta dibujó no vio más que una parte, y que trazó a menudo sus mapas siguiendo los datos de los isleños, y sobre todo de los pilotos indios que navegaban en el mismo barco que él. En una palabra, hizo alguno de sus mapas como el padre Cantova en 1722 trazó el de las islas Carolinas[55] y como el célebre Cook ha publicado actualmente el mapa de las islas del mar del Sur sobre las indicaciones del otaitiano Tupia[56].

§ XXX. Este método, por inexacto que sea, tiene la inapreciable ventaja de que las islas fueron indicadas por Pigafetta con los nombres que les daban los indígenas, lo cual es utilísimo para la geografía, casi ininteligible en seguida cuando cada navegante ha querido, ya por ignorancia de la verdadera denominación, ya por vanidad o por adulación, dar a las comarcas descubiertas un nuevo nombre tomado de los santos, sus reyes, sus amigos o protectores y su propio país; lo cual ha lanzado a la geografía en la confusión y en la incertidumbre, como puede comprobarse comparando los mapas publicados por los diferentes pueblos que se establecieron sucesivamente en las islas del Sur.
Muchas veces la diferencia del nombre sólo consiste en la pronunciación, lo que no sorprenderá a los que saben que el mismo nombre, pronunciado por las mismas personas, ha sido entendido y escrito diferentemente por los navegantes de nuestros días, tales como Bougainville[57], Cook, Anderson, Forster, etc. Sin embargo, para que se comprenda mejor a nuestro autor, he añadido a los nombres que cita los adoptados por otros geógrafos, tanto antiguos como modernos, lo que nos ofrece al mismo tiempo una prueba de la veracidad de su narración.

§ XXXI. Desde este punto de vista, para confirmar y esclarecer lo que dice Pigafetta he añadido en notas, a los nombres dados por el autor a los animales y a las plantas, los nombres adoptados por los naturalistas, y que he tomado, generalmente, de Linneo. He tratado también de rectificar las faltas en que frecuentemente ha incurrido, sobre todo cuando ha querido hablar de fenómenos que él había visto o de que le habían hablado.

§ XXXII. Pigafetta, como ya he dicho, procuró formar vocabularios de los pueblos nuevos a medida que los visitaba; pero he creído que sería más útil y menos enojoso para el lector encontrarlos todos reunidos al fin del viaje, de modo que pueda apercibirse de las relaciones entre las diferentes lenguas. (Véase el discurso que he puesto al frente de la colección.)
Doy de él un extracto, rogando que se lea el discurseo que le precede, para que se vea cuánto interesa a la historia de la astronomía y de la navegación, aun por sus errores.

§ XXXIII. Después de todo lo que acabo de exponer, pienso que no se juzgará inútil mi trabajo, aunque tengamos ya en otras colecciones una relación de este viaje. Todo lo que sabemos de éste ha sido generalmente por el libro de Fabre que ya mencioné en el párrafo XXIII. Pero Fabre no publicó más que un extracto, puesto que él mismo dice:Aquí acaba el extracto de dicho libro, traducido del italiano en francés.
Debo añadir que el extracto de Fabre es malo; que ha omitido muchas cosas para evitarse la molestia de traducirlas, como le dice muy bien Ramusio; que ha cometido muchos errores que no están en el original, así como ya lo he observado en el párrafo XIV con respecto a la línea de demarcación. Podría citar otras muchas notadas al comparar el extracto de Fabre con nuestro manuscrito. Daré una muestra, copiando la primera página del extracto:
«El viaje y navegación a las islas Molucas, descrito y hecho por el gentilhombre Antonio Pigafetta, vicentino, caballero de Rodas, comenzó dicho viaje el año mil quinientos diez y nueve, y la vuelta fue en mil CCCCCXXII, el octavo día de septiembre.

CAPÍTULO PRIMERO

El primer capítulo contiene la carta, y cómo cinco navíos salieron del puerto de Sevilla. El principal capitán era Fernando de Magallanes. Y los signos que hacían por la noche los navegantes, por medio de hogueras, los unos a los otros para que supiesen qué tenían que hacer. Y el orden que llevaban los navíos. Y de las guardias o centinelas que hacían en ellos.»
Comparando este pasaje con la traducción que yo publico, se verá que Fabre dice de una manera ininteligible y en pocas líneas lo que Pigafetta expuso claramente en nueve páginas. No pretendo, sin embargo, con este ejemplo hacer creer que el extracto está en todas partes tan reducido como en la primera página; pero, en general, es demasiado conciso, muy obscuro y poco exacto.
Fabre, y después Ramusio, dividieron la obra en muchos capitulitos; pero yo no los imitaré, pues esta división no se encuentra en nuestro viajero. No obstante, parece que Pigafetta cortó su narración según las estaciones de su viaje, y, siguiendo su ejemplo, dividiré igualmente en cuatro libros la traducción, la cual confío en que será mirada como una nueva obra, interesante, instructiva y honrosa para Italia.

VIAJE ALREDEDOR DEL MUNDO
por el Caballero
ANTONIO PIGAFETTA
Gentilhombre de Vicencio.
Publicado en italiano por primera vez, según un manuscrito de la Biblioteca Ambrosiana, de Milán; con notas, por
CARLOS AMORETTI
Bibliotecario y doctor del Colegio Ambrosiano; ex secretario de la Sociedad Patriótica de Agricultura y de las Artes; de los XL de la Sociedad Italiana; miembro del Instituto de Bolonia.
Y traducido en francés por el mismo.
NAVEGACION Y DESCUBRIMIENTO DE LA INDIA SUPERIOR
hecha por mí,
ANTONIO PIGAFETTA
Gentilhombre vicentino y Caballero de Rodas.
Dedicada al muy excelente y muy ilustre señor
FELIPE DE VILLERS LISLE-ADAM
Gran Maestre de Rodas.

Como hay personas cuya curiosidad no sería satisfecha oyendo contar simplemente las cosas maravillosas que he visto y las penas sufridas en la larga y peligrosa expedición que voy a describir, sino que querrían saber también cómo llegué a superarlas, no prestando fe al éxito de una empresa semejante si ignorasen los menores detalles, y creído que debía exponer en pocas palabras el origen de mi viaje y los medios por los que he sido lo bastante dichoso para realizarse.
El año 1519 estaba yo en España en la corte de Carlos V, rey de Romanos[58], con monseñor Chiericato, entonces protonotario apostólico y predicador del papa León X, de santa memoria, que por sus méritos fue elevado a la dignidad de obispo y príncipe de Teramo.
Por los libros que yo había leído y por las conversaciones que tuve con los sabios que frecuentaban la casa del prelado supe que navegando por el Océano se veían cosas maravillosas y me determiné a asegurarme por mis propios ojos de la veracidad de todo lo que se contaba, para a mi vez contar a otros mi viaje, tanto para entretenerles como para serles útil y lograr al mismo tiempo hacerme un nombre que llegase a la posteridad.
La ocasión se presentó en seguida. Supe que se acababa de fletar en Sevilla una escuadra de cinco navíos, destinada a descubrir las islas Molucas, de donde nos vienen las especias, y que D. Fernando Magallanes, gentilhombre portugués y comendador de la Orden de Santiago, que ya más de una vez había recorrido el Océano con gloria, había sido nombrado capitán general de esta expedición. Llegué inmediatamente a Barcelona para solicitar de su majestad el permiso de ir en este viaje, y me lo concedió. Desde allí, provisto de cartas de recomendación fui a Málaga en barco, y de Málaga me trasladé a Sevilla por tierra, donde esperé tres meses antes que la escuadra estuviese en situación de partir.
A mi vuelta a Italia, Su Santidad el soberano pontífice Clemente VII[59], al cual tuve el honor de presentarme en Monterosi y de contarle las aventuras de mi viaje, me acogió bondadosamente y me dijo que le daría un gran placer si quería regalarle una copia del diario de mi viaje; fue para mí un deber el satisfacer lo mejor que me ha sido posible la voluntad del Santo Padre, a pesar del poco tiempo de que entonces yo disponía.
Lo he escrito todo en este libro, y a vos, monseñor, os le ofrezco, rogándoos que lo hojeéis cuando los múltiples cuidados de la isla de Rodas[60] os dejen bastante vagar para ocuparos de él. Es la única recompensa a que aspiro, monseñor, quedando enteramente a vuestra devoción.

Libro I
Partida de Sevilla hasta la salida del estrecho de Magallanes.

1519 — Proyecto de Magallanes.
El capitán general Fernando de Magallanes[61] había resuelto emprender un largo viaje por el Océano, donde los vientos soplan con furor y las tempestades son muy frecuentes. Había resuelto también abrirse un camino que ningún navegante había conocido hasta entonces; pero se guardó muy bien de dar a conocer su atrevido proyecto, por temor a que se tratara de persuadirle por los probables peligros que tendría que correr y por no desanimar a su tripulación. A los peligros anejos naturalmente a esta empresa podía añadirse una desventaja más para él: los capitanes de los otros cuatro navíos que debían estar bajo su mando eran sus enemigos por la única razón de que ellos eran españoles, mientras que Magallanes era portugués. Señales. Antes de partir redactó algunos reglamentos, tanto para las señales como para la disciplina.
Para que la escuadra navegase siempre de conserva[62] estableció para los pilotos y contramaestres las reglas siguientes:
Su navío debía siempre preceder a los otros, y para que no se le perdiese de vista durante la noche llevaba una antorcha de tea, llamada farol, atada a la popa de su buque; si además del farol encendía una linterna o un trozo de cuerda de esparto[63], los otros barcos debían hacer otro tanto, a fin de asegurarse por ello de que le seguían.
Cuando encendía otros dos fuegos, sin el farol, los navíos debían cambiar de dirección, ya para moderar su marcha, ya por ser el viento contrario.
Cuando se encendían tres fuegos, era para quitar la boneta, que es una parte de vela que se coloca sobre la vela mayor cuando hay mar bella para aferrar mejor el viento y acelerar la marcha. Se quita la boneta cuando se teme la tempestad, porque entonces es necesario arriarla para que no estorbe a los que deben cargar la vela.
Si encendía cuatro fuegos era señal de que había que arriar todas las velas; pero cuando estaban plegadas, las cuatro luces ordenaban desplegarlas.
Muchos fuegos o algunos bombardazos[64] advertían que estábamos cercanos a tierra o en bajos fondos y que teníamos, por consiguiente, que navegar con mucha precaución. Había otra señal que indicaba cuándo se debía arrojar el ancla.
Guardias. Se hacían tres cuartos cada noche: el primero al anochecer; el segundo, llamado raedora, a media noche, y el tercero, a la madrugada. Toda la tripulación estaba dividida en tres cuartos: el primero, a las órdenes del capitán; el segundo, a las del piloto, y el tercero, a las del contramaestre. El comandante general exigía la más severa disciplina a la tripulación, a fin de asegurar con ella el éxito del viaje.

10 de agosto. — Salida de Sevilla.
El 10 de agosto de 1519, lunes por la mañana, la escuadra, llevando a bordo todo lo necesario, así como su tripulación, compuesta de doscientos treinta y siete hombres, anunció su salida con una descarga de artillería, y se largó la vela de trinquete. Descendimos por el Betis hasta el puente de Guadalquivir, pasando cerca de San Juan de Alfarache, antiguamente ciudad de moros muy poblada, en la que había un puente, del que no quedan vestigios, excepto dos pilares bajo el agua y de los que hay que guardarse, y para evitar el riesgo se debe navegar por este lugar con pilotos, aprovechando la marea alta.

Agosto de 1519. — Sanlúcar.
Continuando descendiendo por el Betis, se pasa por cerca de Coria y de otros pueblos, hasta Sanlúcar, castillo que pertenece al duque de Medina Sidonia, y puerto en el Océano, a diez leguas del cabo San Vicente, a 37º de latitud septentrional. De Sevilla a este puerto hay de diez y siete a veinte leguas[65].

El capitán a bordo.
Algunos días después, el capitán general y los capitanes de los otros navíos vinieron de Sevilla a Sanlúcar en chalupas, y se acabó de aprovisionar a la escuadra. Todas las mañanas se saltaba a tierra para oír misa en la iglesia de Nuestra Señora de Barrameda, y antes de partir, el capitán ordenó que toda la tripulación se confesara; prohibió además rigurosamente que embarcase en la escuadra ninguna mujer.

20 de septiembre. — Partida de Sanlúcar.
26. — Tenerife.
El 20 de septiembre partimos de Sanlúcar, navegando hacia el Suroeste, y el 26 llegamos a una de las islas Canarias, llamada Tenerife, situada en los 28º de latitud septentrional. Nos detuvimos tres días en un sitio a propósito para hacer aguada y carbonear; en seguida entramos en un puerto de la misma isla al que llaman Monterroso, en donde pasamos dos días. Árbol que da agua. — Nos contaron un fenómeno singular de esta isla, y es que en ella no llueve nunca, y que no hay ninguna fuente ni tampoco ningún río; pero que crece un gran árbol cuyas hojas destilan continuamente gotas de un agua excelente, que se recoge en una fosa cavada al pie del árbol, y allí van los insulares a tomar el agua, y los animales, tanto domésticos como salvajes, a abrevarse. Este árbol está siempre envuelto en espesa niebla, de la que sin duda absorben el agua las hojas[66].

3 de octubre. — Islas de Cabo Verde.
El lunes 3 de octubre nos hicimos a la vela directamente al Sur. Pasamos entre Cabo Verde y sus islas, situadas en los 14º 30' de latitud septentrional.

Sierra Leona.
Después de haber navegado muchos días a lo largo de la costa de Guinea, llegamos al grado 8 de latitud septentrional, donde hay una montaña llamada Sierra Leona. Tuvimos vientos contrarios, calmas chichas y lluvia hasta la línea equinoccial; y el tiempo lluvioso duró sesenta días, contra la opinión de los antiguos[67].
Hacia los 14º de latitud septentrional sufrimos muchas ráfagas impetuosas que, unidas a las corrientes, nos impidieron avanzar. Cuando las ráfagas soplaban, teníamos la precaución de amainar las velas, y poníamos en facha el navío hasta que el viento cesaba.

Tiburones.
Durante los días serenos y calmosos, unos peces grandes a los que llaman tiburones (perros marinos) nadaban cerca de nuestro navío. Estos peces tienen varias hileras de dientes terribles, y si por desgracia encuentran un hombre en el mar, le devoran en el acto. Pescamos muchos con anzuelos de hierro; pero los grandes no son del todo comestibles, y los pequeños no valen gran cosa[68].

Fuegos de San Telmo.
Durante las tempestades vimos frecuentemente lo que se llama Cuerpo Santo, esto es, San Telmo. Una noche muy obscura se nos apareció como una hermosa antorcha en la punta del palo mayor, en donde flameó por espacio de dos horas, lo que fue un gran consuelo en medio de la tempestad. Al desaparecer, proyectó una lumbrarada tan grande, que nos dejó, por decirlo así, cegados. Nos creímos perdidos; pero el viento cesó en aquel instante[69].

Pájaros raros.
Vimos pájaros de muchas especies. Algunos parecía que no tenían cola; otros no hacen nido porque no tienen patas, pero la hembra pone y empolla sus huevos en la espalda del macho, en medio del mar[70]. Hay otros, llamados cagacela o cacauccello (el estercorario), que viven de los excrementos de otros pájaros; he visto muchas veces a uno de estos pájaros perseguir a otro insistentemente hasta que el otro expelió al fin un excremento, sobre el que se arrojó ávidamente[71]. He visto también peces voladores, y otros pescados apiñados en tan gran cantidad que parecían formar un banco en el mar.

El Brasil.
Después de pasar la línea equinoccial, al aproximarnos al polo antártico perdimos de vista la estrella polar. Dejamos el cabo entre el Sur y el Suroeste y enfilamos la proa hacia la Tierra del Verzino[72] (el Brasil), en los 23º 30' de latitud meridional. Esta tierra es una continuación de la en que está el cabo San Agustín, a los 8º 30' de la misma latitud.

Ananas, azúcar, anta.
Aquí nos aprovisionamos abundantemente de gallinas, de patatas, de una especie de fruto parecido a la piña de pino, pero que es dulce en extremo y de un gusto exquisito[73], de cañas dulces[74], de carne de anta, la cual es parecida a la de la vaca[75], etc.

Cambios, patatas.
Hicimos también ventajosísimos cambios: por un anzuelo o por un cuchillo nos dieron cinco o seis gallinas; por un peine, dos gansos; por un espejito o un par de tijeras, el pescado suficiente para comer diez personas; por un cascabel o por una cinta los indígenas nos traían un cesto de patatas, nombre que dan a los tubérculos que tienen poco más o menos la figura de nuestros nabos, y cuyo sabor es parecido al de las castañas[76]. Cambiamos asimismo a buen precio las figuras de los naipes: por un rey de oros me dieron seis gallinas, y aun se imaginaban haber hecho un magnífico negocio.

13 de diciembre
Entramos en este puerto[77] el día de Santa Lucía, 13 de diciembre.
Estaba entonces a mediodía el Sol en nuestro cénit, y sufríamos con el calor mucho más que al pasar la línea.
La tierra del Brasil, abundante en toda clase de productos, es tan extensa como España, Francia e Italia juntas; pertenece al rey de Portugal.

Los brasileños.
Los brasileños no son cristianos, pero tampoco son idólatras, porque no adoran nada; el instinto natural es su única ley.

Su longevidad:
Viven muchísimo tiempo; los viejos llegan ordinariamente hasta los ciento veinticinco años, y algunas veces hasta los ciento cuarenta[78].

Sus costumbres:
Van desnudos del todo, lo mismo las mujeres que los hombres.

Sus casas:
Sus habitaciones consisten en anchurosas cabañas, a las que llamanboi, y se acuestan sobre mallas de hilo de algodón llamadas hamacas, colgadas por los dos extremos de gruesas vigas. La chimenea está en la tierra. Uno de estos bois alberga algunas veces hasta cien hombres con sus mujeres y niños, y, por consecuencia, hay en ellos siempre mucho ruido.

Sus barcos:
Los llaman canoas y están hechos de un tronco de árbol ahuecado por medio de una piedra cortante, usada en vez de las herramientas de hierro, de las cuales carecen. Son tan grandes estos árboles, que en una sola canoa caben treinta y aun cuarenta hombres, que bogan con remos parecidos a las palas de nuestros panaderos. Al verlos tan negros, desnudos completamente, sucios y calvos, se les hubiera tomado por marineros de la laguna Estigia.

Antropófagos.
Los hombres y las mujeres son tan recios y están tan bien conformados como nosotros. Comen algunas veces carne humana, pero solamente la de sus enemigos. No es por apetito ni por gusto por lo que la comen, sino por una costumbre que, según nos dijeron, empezó entre ellos de la manera siguiente: Una vieja no tenía más que un hijo, que fue muerto por los enemigos; algún tiempo después el matador de su hijo fue hecho prisionero y conducido a su presencia; para vengarse, la madre se arrojó como una fiera sobre él, y a bocados le destrozó la espalda; tuvo el prisionero la doble suerte de escapar de manos de la vieja y evadirse y de volver entre los suyos, a los cuales mostró las huellas de las dentelladas en su espalda, y les hizo creer (tal vez lo creyó él también) que los enemigos habían querido devorarle vivo. Para no ser menos feroces que los otros, se determinaron a comerse de verdad a los enemigos que aprisionaban en los combates, y los otros hicieron otro tanto; sin embargo, no se los comen en el campo de batalla, ni vivos, sino que los despedazan y los reparten entre los vencedores; cada uno se lleva la parte que le corresponde, la seca al humo, y cada ocho días se come un pedazo asado. Esto me lo contó nuestro piloto Juan Carvajo[79], que había pasado cuatro años en el Brasil.

Tinte y tatuaje.
Los brasileños, hombres y mujeres, se tiñen el cuerpo y sobre todo la cara de un modo extraño y de diferentes maneras. Tienen los cabellos cortos y lanudos y no tienen pelo sobre ninguna parte del cuerpo, porque se depilan[80].

Vestidos.
Llevan una especie de chaquetilla tejida con plumas de papagayo, y dispuestas de forma que las plumas más grandes de las alas y de la cola forman un círculo sobre los riñones, lo cual les da una apariencia pintoresca y ridícula. Adorno de los labios.
Casi todos los hombres tienen el labio inferior horadado con tres agujeros, por los que pasan cilindritos de piedra de dos pulgadas. Ni las mujeres ni los niños llevan este incómodo adorno[81]. Añádase que van completamente desnudos por delante. Su color es más aceitunado que negro. Su rey se llama cacique.
Hay en este país infinitos papagayos; por un espejito nos daban ocho o diez. También hay gatos monillos muy lindos, amarillos, parecidos a leoncitos[82].

El pan.
Comen un pan blanco y redondo, que no nos gustó, hecho con la médula o con la albura que hay entre la corteza y la madera de cierto árbol[83] y que tiene alguna semejanza con la leche cuajada.

Animales.
Hay cerdos, que nos parecieron tener el ombligo sobre la espalda[84], y unos pájaros grandes cuyo pico parece una cuchara, pero que carecen de lengua[85].

Libertinaje de las muchachas.
Algunas veces, para conseguir un hacha o un cuchillo de cocina, nos ofrecieron por esclavas una y aun dos de sus hijas[86].

Castidad conyugal
Pero no nos ofrecieron nunca a sus mujeres; además, no hubieran éstas consentido entregarse a otros hombres que no fuesen sus maridos, porque, a pesar del libertinaje de las muchachas, su pudor es tal cuando están casadas, que no toleran nunca que sus maridos las abracen durante el día. Están encargadas de los trabajos más penosos, y se les ve frecuentemente bajar de la montaña con cestos colmados de carga sobre la cabeza; mas no van jamás solas; les acompañan sus maridos, que son muy celosos, armados, con las flechas en una mano y el arco en la otra. Armas: Este arco es de madera del Brasil o de palmera negra. Si las mujeres tienen hijos, los llevan suspendidos del cuello por medio de una cuerda de algodón. Podría decir otras muchas cosas acerca de sus costumbres, pero las pasaré en silencio para no ser demasiado prolijo.

Credulidad.
Estos pueblos son extremadamente crédulos y buenos, y sería fácil convertirlos al cristianismo. La casualidad hizo que concibieran por nosotros veneración y respeto. Reinaba desde hacía dos meses una gran sequía en el país, y como en el momento de nuestra llegada el cielo se desató en lluvia, la atribuyeron a nuestra presencia. Cuando desembarcamos para decir misa en tierra, asistieron en silencio y con aire de recogimiento, y viendo que botábamos al mar nuestras chalupas, que estaban amarradas al costado del navío, o que le seguían, se imaginaron que eran los hijos del buque y que éste les alimentaba.

Robo extraño de una muchacha
El capitán general y yo fuimos un día testigos de una extraña aventura. Las jóvenes venían frecuentemente a bordo del navío a ofrecerse a los marineros, para obtener algún regalo; un día, una de las más bonitas subió, sin duda, con dicho objeto; pero habiendo visto un clavo de un dedo de largo y creyendo que no la veían, lo agarró y se lo introdujo prestamente entre los dos labios de sus partes naturales. ¿Quiso esconderlo? ¿Quiso adornarse? No lo pudimos adivinar[87].

27 de diciembre de 1519.
Pasamos trece días en este puerto[88]; en seguida emprendimos de nuevo nuestra ruta y costeamos el país hasta los 34º 40' de latitud meridional, donde encontramos un gran río de agua dulce.

Caníbales
Aquí habitan los caníbales o comedores de hombres. Uno de ellos, de figura gigantesca y cuya voz parecía la de un toro, se aproximó a nuestro navío para dar ánimos a sus camaradas que, temiendo que les queríamos hacer mal, se alejaban del río y se retiraban con sus efectos al interior del país. Por no perder la ocasión de hablarles y de verles de cerca, saltamos a tierra cien hombres y les perseguimos para capturar algunos; pero daban tan enormes zancadas, que ni corriendo ni aun saltando pudimos llegar a alcanzarlos.

Cabo de Santa María.
Este río contiene siete islitas; en la mayor, que llaman cabo de Santa María, se encuentran piedras preciosas. Antes se creía que no era un río, sino un canal por el cual se pasaba al mar del Sur; pero pronto se supo que no era más que un río que tiene diez y siete leguas de ancho en su desembocadura[89].

Muerte de Juan de Solís
Aquí es donde Juan de Solís, que, como nosotros, iba al descubrimiento de tierras nuevas, fue comido por los caníbales, de los cuales se había fiado demasiado, con sesenta hombres de su tripulación.

Pingüinos.
Costeando esta tierra hacia el polo Antártico, nos detuvimos en dos islas[90] que encontramos pobladas solamente de gansos y de lobos marinos. Hay tantos de los primeros y tan mansos, que en una hora hicimos una abundante provisión para la tripulación de los cinco navíos. Son negros y parecen estar cubiertos por todo el cuerpo de plumitas, sin tener en las alas las plumas necesarias para volar; y, en efecto, no vuelan y se alimentan con peces; son tan grasosos, que tuvimos que desollarlos para poder desplumarlos. Su pico parece un cuerno.

Vacas marinas.
Los lobos marinos son de diferentes colores y del tamaño casi de una vaca, asemejándose su cabeza a este animal. Sus orejas son cortas y redondas, y sus dientes muy largos. No tienen piernas, y sus patas, unidas al cuerpo, se parecen a nuestras manos y tienen uñas pequeñas; pero son palmípedos, esto es, que sus dedos están unidos por una membrana como las patas de un ánade. Si pudiesen correr serían temibles, porque mostraron ser muy feroces. Nadan muy deprisa y no comen más que pescado.

Enero de 1520.
Sufrimos una terrible tempestad en medio de estas islas, durante la cual los fuegos de San Telmo, de San Nicolás y de Santa Clara se dejaron ver muchas veces en la punta de los mástiles, y al desaparecer, al instante se notaba la disminución del furor de la tempestad.

19 de mayo 1520. — Puerto de San Julián.
Alejándonos de estas islas para continuar nuestra ruta, llegamos a los 49º 30' de latitud meridional, donde encontramos un buen puerto, y como el invierno se aproximaba, juzgamos a propósito el pasar allí la mala estación.

Un gigante.
Transcurrieron dos meses sin que viéramos ningún habitante del país. Un día, cuando menos lo esperábamos, un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros. Estaba sobre la arena casi desnudo, y cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza[91]. El capitán envió a tierra a uno de nuestros marineros, con orden de hacer los mismos gestos, en señal de paz y amistad, lo que fue muy bien comprendido por el gigante, quien se dejó conducir a una isleta donde el capitán había bajado. Yo me encontraba allí con otros muchos. Dio muestras de gran extrañeza al vernos, y levantando el dedo, quería sin duda decir que nos creía descendidos del cielo. — Su figura: Este hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura[92]. De hermosa talla, su cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados con un círculo amarillo, y dos trazos en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, escasos, parecían blanqueados con algún polvo.

Su traje
Su vestido, o, mejor dicho, su manto, estaba hecho de pieles, muy bien cosidas, de un animal que abunda en este país, como veremos a continuación.

Animal extraño.
Este animal tiene cabeza y orejas de muía, cuerpo de camello, patas de ciervo y cola de caballo; relincha como este último[93]. Llevaba este hombre también una especie de zapatos hechos con la misma piel[94].

Armas.
Tenía en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, algo más gruesa que la de un laúd, estaba hecha con un intestino del mismo animal; en la otra mano empuñaba unas cuantas flechas de caña pequeñas, que por un extremo tenían plumas como las nuestras y por el otro, en lugar de hierro, una punta de pedernal blanco y negro. Con pedernal hacen también instrumentos cortantes para labrar la madera.

Se le hacen regalos.
El capitán general mandó darle de comer y beber, y entre otras bagatelas y baratijas, le regaló un espejo grande de acero. El gigante, que no tenía la menor noción de este utensilio, y que, sin duda, veía por primera vez su figura, retrocedió tan asustado que derribó a cuatro de nuestros hombres que le rodeaban. Se le regalaron cascabeles, un espejito, un peine y algunas cuentas de vidrio; en seguida, y acompañado por cuatro hombres bien armados, se le volvió a poner en tierra.

Ceremonias.
Su camarada, que había rehusado subir a bordo, viéndole volver, corrió a avisar y a llamar a los otros, quienes, al apercibir que nuestros hombres armados se aproximaban, se pusieron en fila, sin armas y casi desnudos; pronto comenzaron su danza y su cántico, levantando el dedo índice hacia el cielo, para darnos a entender que nos consideraban como a seres descendidos de lo alto; nos enseñaron también unos polvos blancos en pucheros de arcilla, no teniendo otra cosa que darnos de comer. Los nuestros les invitaron por señas a que pasasen a los navíos, y ofrecieron ayudarles a transportar lo que quisieran llevar consigo. Vinieron, en efecto; mas los hombres, que no tenían más que su arco y sus flechas, habían cargado todo sobre sus mujeres, como si fuesen acémilas[95].

Las mujeres.
Las mujeres no son tan grandes como los hombres, pero, en compensación, son más gordas. Sus tetas, colgantes, tienen más de un pie de longitud. Van pintadas y vestidas del mismo modo que sus maridos, pero se tapan sus partes naturales con una piel delgada. Nos parecieron bastante feas; sin embargo, sus maridos mostraban estar muy celosos.

Cacería.
Trajeron cuatro animales de los que he mencionado, atados con una especie de cabestro; mas eran pequeños y de los que utilizan para atrapar a los grandes, para lo cual atan a los pequeños a un arbusto; los grandes vienen a jugar con ellos, y los hombres, ocultos en la espesura, los matan a flechazos. Diez y ocho habitantes del país, hombres y mujeres, habiéndoles invitado nuestros hombres a acercarse a los navíos, se dividieron en dos grupos, diseminándose por las cercanías del puerto, y nos divirtieron cazando de este modo.

Otro gigante.
Seis días después, estando nuestra gente atareada en hacer leña para la provisión de la escuadra, vieron a otro gigante vestido como los que acabábamos de dejar y armado igualmente con arco y flechas. Al aproximarse se tocó la cabeza y el cuerpo, elevando en seguida las manos al cielo, gestos que imitaron los nuestros. El capitán general, al que se avisó, envió el esquife a tierra para conducirle al islote que había en el puerto, y en el que se había construido una casa para establecer en ella una fragua y un almacén para algunas mercaderías.

Amigos de los españoles.
Este hombre era más grande y estaba mejor formado que los otros; tenía también los modales más dulces; danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza, que sus pies se elevaban muchas pulgadas en la arena. Pasó algunos días con nosotros. Le enseñamos a pronunciar el nombre de Jesús, el padrenuestro, etc., y llegó a recitarlo tan bien como nosotros, pero con voz fortísima. En fin, le bautizamos, poniéndole el nombre de Juan. El capitán general le regaló una camisa, una chaqueta, unos calzones de lienzo, un gorro, un espejo, un peine, algunos cascabeles y otras bagatelas. Se volvió con los suyos muy contento, al parecer, de nosotros. A la mañana siguiente trajo al capitán uno de estos grandes animales[96] de los que hemos hablado y recibió otros regalos, por los que nos trajo a su vez más animales; pero después no le volvimos a ver, y sospechamos que sus camaradas le mataron por haber estado con nosotros.

Otros gigantes.
Al cabo de quince días vimos venir hacia nosotros otros cuatro gigantes; venían sin armas, mas supimos en seguida que las habían dejado escondidas entre la maleza, en donde nos las mostraron dos de ellos que aprisionamos. Todos estaban pintados, pero de diversas maneras.

Junio de 1520. — Dos de los gigantes son capturados por la astucia.
El capitán quiso retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros durante nuestro viaje y conducirlos después a España; pero viendo que era difícil prenderlos por la fuerza, se valió de la astucia siguiente: les dio una gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas de vidrio, de manera que tuvieron las dos manos llenas; en seguida les ofreció dos grillos de hierro, de los que se usan para los presos, y cuando vio que los codiciaban (les gusta extraordinariamente el hierro), y que, además, no podían cogerlos con las manos, les propuso sujetárselos a los tobillos para que se los llevasen más fácilmente; consintieron, y entonces se les aplicaron los grillos y cerraron los anillos, de suerte que de repente se encontraron encadenados. En cuanto se dieron cuenta de la superchería, se pusieron furiosos, resoplando, bramando e invocando a Setebos, que es su demonio principal, para que viniese a socorrerlos.

Se intenta aprisionar a las mujeres.
No contento con tener a estos hombres, el capitán deseó coger a sus mujeres, para llevar a Europa esta raza de gigantes, a cuyo efecto ordenó arrestar a los otros dos para obligarlos a guiar a nuestra gente al lugar en que vivían sus mujeres; apenas bastaron nueve hombres fortísimos de los nuestros para atarlos y ponerlos en tierra; uno de ellos consiguió libertarse, y el otro hizo tan grandes esfuerzos, que para sujetarle tuvieron que herirle ligeramente en la cabeza; mas al fin les obligaron a conducirles donde estaban las mujeres de los dos prisioneros. Estas mujeres, al saber lo que les había sucedido a sus maridos, lanzaron tan estridentes gritos que las oímos desde muy lejos. El piloto Juan Carvajo, que capitaneaba a los nuestros, viendo que se hacía tarde, no se preocupó de prender entonces a la mujer a cuya mansión le condujeron; pero puso centinelas y se quedó allí vigilando toda la noche, durante la cual llegaron otros dos gigantes, los cuales, sin manifestar asombro ni disgusto, pasaron con ellos el resto de la velada; pero al alba, después de cuchichear algunas palabras con las mujeres, en un instante todos emprendieron la fuga, hombres, mujeres y niños, corriendo éstos aún más ligeramente que los otros, abandonando su choza y todo lo que contenía; uno de los hombres se llevó consigo a los animalitos que les servían para la caza, y otro, escondido entre la maleza, hirió en el muslo con una flecha envenenada a uno de los nuestros, que murió en seguida[97].
Aunque nuestros hombres dispararon sus armas de fuego contra los fugitivos, no pudieron atraparlos, porque no corrían en línea recta, sino zigzagueando, y con la velocidad de un caballo desbocado; nuestra gente quemó la choza de los salvajes, y enterró al muerto.

La medicina de los gigantes.
Aun siendo salvajes, tienen estos indios una especie de medicina. Cuando están enfermos del estómago, por ejemplo, en vez de purgarse, como nosotros, se introducen una flecha en la boca todo lo que pueden, para excitar el vómito, y arrojan una materia verde mezclada con sangre[98].
El color verde proviene de una clase de cardos de que se alimentan. Si les duele la cabeza, se hacen una cortadura en la frente, y hacen lo mismo en cualquier parte del cuerpo en que sienten dolor, con el fin de que salga una gran cantidad de sangre del sitio donde sufren. Su teoría, explicada por uno de los que aprisionamos, explica su práctica: el dolor, dicen ellos, le causa la sangre que no quiere permanecer en tal o tal parte del cuerpo; por consiguiente, haciéndola salir, el dolor debe cesar.

Sus costumbres.
Llevan los cabellos cortados en aureola como los frailes, pero más largos y recogidos por un cordón de algodón alrededor de la cabeza, y en el cual colocan sus flechas cuando van de caza. Si hace mucho frío, se atan estrechamente contra el cuerpo sus partes naturales.

Su religión.
Parece que su religión se limita a adorar al diablo. Pretenden que cuando uno de ellos está muriéndose, aparecen diez o doce demonios cantando y bailando a su alrededor. Uno de los demonios, que alborota más que los otros, es el jefe o diablo mayor, y le llaman Setebos; los pequeños se llaman Chelele. Los pintan y representan como a los habitantes del país. Nuestro gigante pretendía haber visto una vez un demonio con cuernos y pelos tan largos, que le cubrían los pies, y que arrojaba llamas por la boca y por detrás[99].

Julio de 1520 —Usos.
Estos pueblos se visten, como ya he dicho, con la piel de un animal, y con esta piel cubren también sus chozas, que transportan aquí y allá, donde más les conviene, no teniendo punto de residencia fijo, estableciéndose, como los bohemios, tan pronto en un sitio como en otro. Se mantienen ordinariamente de carne cruda y de una raíz dulce que llaman capac. Son muy glotones; los dos que cogimos se comían cada uno un cesto de bizcocho por día, y se bebían medio cubo de agua de un trago; devoraban las ratas crudas sin desollarías. Nuestro capitán llamó a este pueblo patagones. Pasamos en este puerto, al que llamamos de San Julián, cinco meses, durante los cuales no nos sucedió ningún accidente, salvo los que acabo de mencionar. Complot contra Magallanes.
Apenas anclamos en este puerto, cuando los capitanes de los otros cuatro navíos tramaron un complot para asesinar al capitán general. Los traidores eran Juan de Cartagena, veedor[100] de la escuadra; Luis de Mendoza, tesorero; Antonio Coca, contador, y Gaspar de Quesada. El complot fue descubierto: el primero fue descuartizado, y el segundo, apuñalado. Se perdonó a Gaspar de Quesada, que algunos días después meditó una nueva traición. Entonces, el capitán general, que no se atrevió a quitarle la vida porque había sido nombrado capitán por el mismo emperador, le expulsó de la escuadra y le abandonó en la tierra de los patagones, con un sacerdote[101], su cómplice[102].

Naufragio de un navío.
Nos sucedió en este sitio otra desdicha. El navío Santiago, que se había destacado para reconocer la costa, naufragó entre los escollos; sin embargo, toda la tripulación se salvó de milagro. Dos marineros vinieron por tierra al puerto en que estábamos para hacernos saber el desastre, y el capitán general envió inmediatamente algunos hombres con sacos de galleta. La tripulación permaneció durante dos meses en el sitio del naufragio para recoger los restos del navío y las mercancías que el mar arrojaba periódicamente a la orilla, y todo este tiempo se les envió víveres, aunque la distancia era de cien millas y el camino incomodísimo y fatigoso, entre espinas y malezas, entre las que había que pasar la noche, no teniendo más bebida que el hielo, al que había que machacar, cosa que costaba gran trabajo.

Animales del país.
En cuanto a nosotros, no estábamos mal en este puerto; había una clase de mariscos muy largos, mas no son comestibles; otros contenían perlas, pero pequeñísimas. Encontramos también en las cercanías avestruces[103], zorros, conejos, mucho más pequeños que los nuestros, y gorriones. Asimismo hay árboles de los que se extrae incienso.

Toma de posesión.
Plantamos una cruz en la cima de una montaña cercana, a la que llamamos Monte-Cristo, y tomamos posesión de esta tierra en nombre del rey de España.

21 de agosto de 1520.
Salimos, en fin, de este puerto, y costeando a los 50º 40' de latitud meridional, vimos un río de agua dulce[104], en el que entramos.

Septiembre de 1520.— Tempestad.
Toda la escuadra estuvo a punto de naufragar a causa de los furiosos vientos que soplaron y de la mar gruesa. Pero Dios y los cuerpos santos (esto es, los fuegos que resplandecían en la punta de los mástiles) nos socorrieron, salvándonos.

21 de octubre de 1520.
Pasamos allí dos meses para repostar a los navíos de agua y de leña; nos aprovisionamos también de peces muy cubiertos de escamas y de dos pies y medio de largo, comestibles y sabrosos; pero no pudimos pescar la cantidad que hubiéramos necesitado[105]. Antes de abandonar este lugar, el capitán ordenó que todos y cada uno confesásemos y comulgásemos como buenos cristianos.

Cabo de las Once mil Vírgenes .— Estrecho.
Continuando nuestra ruta hacia el Sur, el 21 de octubre, hacia los 52º de latitud meridional, descubrimos un estrecho que llamamos de las Once mil Vírgenes, porque fue en el día que la Iglesia les consagra. Este estrecho, como pudimos apreciar en seguida, tiene cuatrocientas cuarenta millas de largo, o sean ciento diez leguas marítimas de cuatro millas cada una, y media legua de ancho, poco más o menos, y desemboca en otro mar, al que llamamos mar Pacífico. Está el estrecho rodeado de montañas muy elevadas y cubiertas de nieve; es muy profundo, hasta el punto de que, aun estando bastante cerca de tierra, no encontraba el ancla fondo en veinticinco o treinta brazas.

Mapa del estrecho por Martin de Bohemia.
Toda la tripulación creía firmemente que el estrecho no tenía salida al Oeste, y que no sería prudente el buscarla sin tener los grandes conocimientos del capitán general, el cual, tan hábil como valiente, sabía que era preciso pasar por un estrecho muy escondido, pero que había visto representado en un mapa hecho por el excelente cosmógrafo Martín de Bohemia[106] y que el rey de Portugal guardaba en su tesorería.
En seguida que entramos en sus aguas, que se creía que no eran más que una bahía, el capitán envió dos navíos, el San Antonio y la Concepción, para averiguar dónde desembocaba, mientras que nosotros, con el Trinidad y la Victoria, les esperamos a la entrada.

Borrasca.
Por la noche sobrevino una terrible borrasca que duró treinta y seis horas y nos obligó a abandonar las anclas, dejándonos arrastrar a la bahía a merced de las olas y del viento[107]. Los otros dos navíos, tan sacudidos como nosotros, no pudieron doblar un cabo[108] para venir a reunírsenos, de modo que, abandonándose a los vientos que les impelían continuamente hacia el fondo de lo que suponían bahía, esperaban encallar de un momento a otro; pero en el instante en que se creían perdidos vieron una pequeña abertura[109], que tomaron por una ensenada de la bahía, en que se internaron; y viendo que este canal no estaba cerrado, continuaron recorriéndole y se encontraron en otra bahía[110], en la cual prosiguieron su ruta hasta que se encontraron en otro estrecho[111], del que pasaron a otra bahía mucho más grande que las precedentes. Entonces, en vez de ir hasta el fin, juzgaron conveniente de volverse para dar cuenta al capitán general de lo que habían visto.
24 de octubre de 1520.
Dos días habían pasado sin que viéramos reaparecer a los dos navíos que se enviaron para que buscasen el fondo de la bahía, por lo que creímos que habían naufragado a causa de la tempestad que acabábamos de soportar; y viendo una humareda a lo lejos en tierra, conjeturamos que los que habían tenido la fortuna de salvarse encendían hogueras para anunciarnos su existencia y su angustia. Pero mientras estábamos en esta incertidumbre sobre su suerte, los vimos venir hacia nosotros, singlando a toda vela y con los pabellones desplegados, y cuando estuvieron más cerca tiraron bombardazos y prorrumpieron en exclamaciones de júbilo. Hicimos nosotros lo mismo, y al saber que habían visto la continuación de la bahía, o, mejor dicho, del estrecho, nos juntamos todos para seguir la ruta, si era posible.

Gómez abandona la escuadra.
Al entrar en la tercera bahía de que acabo de hablar, vimos dos desembocaduras o canales: uno al Sureste y otro al Suroeste[112]. El capitán general envió los dos navíos, el San Antonio y la Concepción por el del Sureste para reconocer si salía a mar abierto. El primero zarpó en seguida, y reforzó las velas sin querer esperar al segundo, pues quería adelantarle, porque el piloto tenía la intención de aprovecharse de la oscuridad de la noche para deshacer el camino recorrido y volverse a España por la misma ruta que acabábamos de hacer. Este piloto era Esteban Gómez, que odiaba a Magallanes por la única razón de que cuando éste vino a España para proponer al emperador el ir a las islas Molucas por el Oeste, Gómez había pedido, y estaba a punto de conseguir, para una expedición el mando de unas carabelas. La expedición tenía por objeto el hacer nuevos descubrimientos; mas la llegada de Magallanes dio lugar a que se rehusara su petición y que no pudiese conseguir más que una plaza subalterna de piloto; pero lo que más le irritaba era estar a las órdenes de un portugués. Durante la noche se concertó con los otros españoles de la tripulación. Encadenaron y hasta hirieron al capitán del navío, Álvaro de Mezquita, primo hermano del capitán general, y así le condujeron a España. Contaban también con llevar vivo a uno, de los dos gigantes que habíamos aprisionado y que estaba a bordo de su navío; pero supimos a nuestro regreso que murió al acercarse a la línea equinoccial por no poder soportar el calor.
El navío la Concepción, que no podía seguir de cerca al San Antonio, no hizo más que cruzarse en el canal para esperar en vano su vuelta. Rio de las Sardinas.
Habíamos entrado en el canal Suroeste con los otros dos navíos, y continuando nuestra navegación, llegamos a un río que llamamos de las Sardinas[113], a causa de la inmensa cantidad que vimos de estos peces. Anclamos allí para esperar a los otros dos navíos, y pasamos cuatro días; pero durante este tiempo se envió una chalupa muy bien equipada para que reconociese el cabo de este canal que desembocaría en otro mar. Los marineros de la chalupa volvieron el tercer día, y nos comunicaron que habían visto el cabo en que terminaba el estrecho y un gran mar, esto es, el Océano. Todos lloramos de alegría.

Cabo Deseado[114].
Este cabo fue llamado el Deseado porque, en efecto, deseamos verle largo tiempo.
Viramos en redondo para reunimos con los otros dos navíos de la escuadra, y no encontramos más que la Concepción. Se preguntó al piloto Juan Serrano qué le había sucedido al otro barco, y nos respondió que le creía perdido, porque no le había vuelto a ver desde el momento en que embocó el canal.

Busca del navío «San Antonio».
El capitán general mandó entonces buscarle por todas partes, pero particularmente en el canal donde había penetrado; envió a la Victoria hasta la desembocadura del estrecho, ordenando que si no le encontraba plantasen en un sitio alto una bandera[115], al pie de la cual debían poner, dentro de una olla, una carta que indicase la ruta que íbamos a llevar, para que pudiese seguir a la escuadra. Esta manera de avisarse en caso de separación había sido convenida en el momento de nuestra partida.

Más señales para el navío perdido.
Pusiéronse otras dos señales semejantes, en sitios elevados, en la primera bahía y en una islita de la tercera[116], en la cual vimos muchos pájaros y lobos marinos. El capitán general con la Concepción esperó el regreso de la Victoria cerca del río de las Sardinas, e hizo plantar una cruz en otra islita, al pie de dos montañas cubiertas de nieve, en donde el río tiene su origen.

Proyecto de Magallanes.
En caso de que no hubiéramos descubierto el estrecho para pasar de un mar a otro, el capitán general había determinado continuar su ruta al Sur hasta los 75º de latitud meridional, donde durante el estío no hay noche, o, al menos, muy poca, como no hay día en el invierno. Mientras estuvimos en el estrecho no tuvimos más que tres horas de noche, y fue en el mes de octubre.

Noviembre de 1520. — Descripción del estrecho.
La tierra de este estrecho, que a la izquierda se vuelve hacia el Sureste, es baja. Le dimos el nombre de estrecho de los Patagones[117]. Cada media legua se encuentra un puerto seguro, con agua excelente, madera de cedro, sardinas y abundantísimos mariscos. Había también yerbas, algunas de las cuales eran amargas, pero otras eran comestibles, sobre todo una especie de apio dulce que crece junto a las fuentes, del que comíamos a falta de mejores alimentos[118]. En fin, yo creo que no hay en el mundo mejor estrecho que éste.

Peces voladores.
En el momento que desembocamos en el Océano, fuimos testigos de la caza curiosa que algunos peces daban a otros peces. Los hay de tres clases, esto es, doradillas, albícores y bonitos, que persiguen a los llamados golondrinas, especie de peces voladores[119]. Estos, cuando son perseguidos salen del agua, despliegan las aletas natatorias, que son bastante largas para servirles de alas, y vuelan a la distancia de un tiro de ballesta; en seguida vuelven a caer en el agua. Durante este tiempo sus enemigos, guiados por su sombra, los siguen, y en el momento en que se zambullen de nuevo en el agua los cogen y se los comen.
Estos peces voladores tienen más de un pie de largo y son un alimento excelente.

Vocabulario patagón.
Durante el viaje entretuve lo mejor que pude al gigante patagón que llevábamos en nuestro navío, y por medio de una especie de pantomima le preguntaba el nombre patagón de muchos objetos, de manera que llegué a formar un pequeño vocabulario[120]. Estaba ya tan acostumbrado, que apenas me veía coger la pluma y el papel, venía en seguida a decirme los nombres de los objetos que alcanzaba su vista y de las operaciones que veía hacer. Nos enseñó, entre otras cosas, el modo de encender lumbre en su país, frotando un pedazo de madera puntiagudo contra otro, hasta que el fuego prende en una clase de médula de árbol que se coloca entre los dos pedazos de madera. Un día que le mostré la cruz y que la besé delante de él, me dijo por señas que Setebos entraría en mi cuerpo y me haría reventar.

Muerte del gigante
Cuando se sintió en las últimas en su postrera enfermedad, pidió la cruz, la besó, y nos rogó que le bautizáramos, lo que hicimos, poniéndole el nombre de Pablo.

Libro II
Desde la salida del estrecho hasta la muerte de Magallanes, y nuestra partida de Zubu.

28 de noviembre de 1520. — Salida del estrecho.
El miércoles 28 de noviembre desembocamos del estrecho para entrar en el gran mar, al que en seguida llamamos mar Pacífico, en el cual navegamos durante tres meses y veinte días sin probar ningún alimento fresco.

Mala alimentación en el mar Pacifico
La galleta que comíamos no era ya pan, sino un polvo mezclado con gusanos, que habían devorado toda la substancia y que tenía un hedor insoportable por estar empapado en orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber era igualmente pútrida y hedionda. Para no morir de hambre llegamos al terrible trance de comer pedazos del cuero con que se había recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas. Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que había que remojarle en el mar durante cuatro o cinco días para ablandarle un poco, y en seguida lo cocíamos y lo comíamos.

Penuria extrema
Frecuentemente quedó reducida nuestra alimentación a serrín de madera como única comida, pues hasta las ratas, tan repugnantes al hombre, llegaron a ser un manjar tan caro, que se pagaba cada una a medio ducado[121].

Escorbuto.
Más no fue esto lo peor. Nuestra mayor desdicha era vernos atacados de una enfermedad por la cual las encías se hinchaban hasta el punto de sobrepasar los dientes, tanto de la mandíbula superior como de la inferior, y los atacados de ella no podían tomar ningún alimento[122]. Murieron diez y nueve, entre ellos el gigante patagón y un brasileño que iban con nosotros.

Enfermedades
Además de los muertos, tuvimos de veinticinco a treinta marineros enfermos, que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo; pero curaron. En cuanto a mí, nunca daré demasiadas gracias a Dios porque durante todo este tiempo, y en medio de tantas calamidades, no tuve la menor enfermedad.

Mar Pacífico
Durante estos tres meses y veinte días recorrimos cuatro mil leguas poco más o menos en el mar que llamamos Pacífico, porque mientras hicimos nuestra travesía no hubo la menor tempestad[123].

Islas Infortunadas
No descubrimos en este tiempo ninguna tierra, excepto dos islas desiertas, en las que no encontramos más que pájaros y árboles, por cuya razón las designamos con el nombre de Islas Infortunadas. No encontramos fondo a lo largo de estas costas, y no vimos más que muchos tiburones. Están a doscientas leguas una de otra. La primera está a los 15º de latitud meridional; la segunda, a los 9º[124]. Según la singladura de nuestro navío, que tomamos por medio de la cadena de popa (la corredera), recorrimos cada día de sesenta a setenta leguas; y si Dios y su Santa Madre no nos hubiesen concedido una feliz navegación, hubiéramos todos perecido de hambre en tan vasto mar. Pienso que nadie en el porvenir se aventurará a emprender un viaje parecido[125].

Enero de 1521.
Si al salir del estrecho hubiéramos continuado corriendo hacia el Oeste por el mismo paralelo, hubiéramos dado la vuelta al mundo, y, sin encontrar ninguna tierra, hubiésemos llegado, por el cabo Deseado, al cabo de las Once mil Vírgenes, puesto que los dos están en el 52º de latitud meridional.

El polo Antártico
El polo antártico no tiene las mismas estrellas que el Ártico; se ven allí dos aglomeraciones de estrellitas nebulosas, que semejan nubéculas, a poca distancia una de otra[126]. En medio de estas aglomeraciones de estrellitas se descubren dos muy grandes y muy brillantes, mas cuyo movimiento es poco aparente; las dos indican el polo Antártico. Aunque la aguja imantada declinase un poco del verdadero Norte, sin embargo buscaba siempre el polo Ártico, pero no giraba con tanta fuerza como cuando está hacia su propio polo. Cuando estuvimos en alta mar, el capitán general indicó a todos los pilotos el punto adonde debían ir, y les preguntó qué ruta puntuaban[127] en sus cartas. Todos respondieron que puntuaban según las órdenes que les había dado; replicó que puntuaban falsamente, y que era preciso ayudar a la aguja, porque, encontrándose en el Sur, para buscar el verdadero Norte no tenía tanta fuerza como cuando estaba dirigida hacia el Norte mismo.

Constelación de la Cruz
Estando en alta mar descubrimos al Oeste cinco estrellas muy brillantes, colocadas exactamente en forma de cruz[128].
Navegamos entre el Oeste y el Noroeste cuarto Noroeste hasta que llegamos bajo la línea equinoccial a 122º de longitud de la línea de demarcación[129]. Esta línea de división está a 30º al oeste del meridiano[130], y el primer meridiano está a 3º al oeste del cabo Verde.

Cipangu.
En nuestra ruta pasamos cerca de las costas dos islas muy elevadas, una de las cuales está en los 20º de latitud meridional y la otra en los 15º. La primera se llama Cipangu, y la segunda, Sumbdit- Pradit[131].
Después que pasamos la línea navegamos entre el Oeste y el Noroeste cuarto Oeste. En seguida corrimos doscientas leguas al Oeste, después de lo cual cambiamos de nuevo de dirección, corriendo a cuarto de Suroeste hasta que estuvimos en el 13º de latitud septentrional[132]. Esperábamos llegar por esta ruta al cabo de Gatticara, que los cosmógrafos han situado bajo esta latitud; pero están en un error, porque este cabo se encuentra 12º más al Norte. Es preciso, sin embargo, perdonarles este error, puesto que ellos no han visitado estos parajes como nosotros[133].

6 de marzo de 1521.— Islas de los Ladrones.
Después de haber corrido setenta leguas en esta dirección, estando hacia el 12º de latitud septentrional y por el 146º de longitud, el 6 de marzo, que fue un miércoles, descubrimos al Noroeste una islita, y en seguida otras dos al Suroeste. La primera era más elevada y mayor que las otras. El capitán general quería detenerse en la mayor para aprovisionarse de víveres y refrescos[134]; pero no fue posible, porque los isleños venían a nuestros barcos y robaban tan pronto una cosa como otra, sin que pudiéramos impedirlo. Pretendieron también obligarnos a amainar velas y conducirnos a tierra, y con gran destreza nos arrebataron el esquife, que estaba atado a nuestra popa. Entonces el capitán, irritado, saltó a tierra con cuarenta hombres armados, quemó cuarenta o cincuenta casas, así como muchas de sus canoas, y les mató siete hombres[135]. De esta manera recobró el esquife, pero no juzgó conveniente detenerse en la isla después de estos actos de hostilidad.
En el momento en que saltamos a tierra para castigar a los isleños, nuestros enfermos nos rogaron que si matábamos a alguno de los habitantes de la isla les llevásemos sus intestinos, pues estaban persuadidos de que les servirían para curarse en poco tiempo.

Perfidia de los isleños.
Cuando los nuestros herían a los isleños con sus flechas (que éstos no conocían), atravesándoles de parte a parte, los desdichados intentaban arrancárselas de sus cuerpos, lo mismo por un lado que por otro, después de lo cual mirábanlas con sorpresa, y frecuentemente morían de la herida, lo que nos causaba compasión. Sin embargo, cuando vieron que partíamos nos siguieron con más de cien canoas, enseñándonos pescado como si quisieran vendérnoslo; pero cuando estuvieron cerca de nosotros nos tiraron piedras y huyeron. Pasamos a toda vela por en medio de ellos, pero supieron esquivar con gran habilidad el choque con nuestros navíos. Vimos también en las canoas algunas mujeres que lloraban y se arrancaban los cabellos, probablemente porque habíamos matado a sus maridos.

Costumbres.
Estos pueblos no conocen ninguna ley y no siguen otra norma más que su propia voluntad. No tienen rey ni jefe. No adoran a nada y van completamente desnudos. Algunos llevan larga barba, los negros cabellos anudados sobre la frente cayéndoles hasta la cintura. Llevan también sombrerillos de palma. Son fornidos y recios. Su tez es de color aceitunado, pero nos dijeron que nacen blancos y se vuelven morenos con la edad. Se colorean con arte los dientes, pintándoselos de rojo y de negro, lo que pasa entre ellos por una belleza[136].

Las mujeres
Las mujeres son pálidas, de buena talla y menos morenas que los hombres. Tienen los cabellos muy negros, lacios y tan largos que arrastran sobre la tierra. Van desnudas como los hombres, aunque a veces cubren sus partes sexuales con una tira estrecha de tela, o, mejor dicho, con una corteza blanda como el papel, que se extrae del tallo de la palmera. No trabajan más que en sus casas y hacen esteras y cestas con hojas de palmera y otras labores semejantes para los usos domésticos. Unos y otras se untan los cabellos y todo el cuerpo con aceite de coco y de séseli[137].
Este pueblo se nutre de aves, de peces voladores, de patatas, de una especie de higos de medio pie de largo[138], de cañas de azúcar y de otros frutos parecidos. Casas
Sus casas son de madera, cubiertas de tablas sobre las que extienden hojas de sus higueras de un largo de cuatro pies[139]. Tienen habitaciones bastante decentes, con vigas y ventanas, y sus lechos, muy cómodos y blandos, son de esteras de palma finísimas, extendidas sobre paja. Armas
No tienen más arma que unas lanzas guarnecidas en la punta con una espina de pescado puntiaguda. Los habitantes de estas islas son pobres, pero muy diestros, y, sobre todo, hábiles salteadores, por lo cual les llamamos islas de los Ladrones[140].

Canoas
Su diversión favorita es pasearse con sus mujeres en canoas semejantes a las góndolas de Fusina (cerca de Venecia)[141], pero son más estrechas; todas están pintadas en negro, en blanco o en rojo. La vela es de hojas de palmera cosidas, y tiene la forma de una vela latina. Está siempre colocada a un costado, y al opuesto, para equilibrarla, y al mismo tiempo para sostener la canoa, sujetan una gruesa viga puntiaguda por un extremo con pértigas entrecruzadas[142]. Así navegan sin peligro. El gobernalle semeja a una pala de panadero, puesto que es una pértiga al extremo de la cual sujetan una tabla. No diferencian la proa de la popa, y por ello tienen un timón en cada punta. Son buenos nadadores y no temen aventurarse en alta mar como los delfines[143].
Tan maravillados y sorprendidos quedaron al vernos, que pensamos que hasta entonces no habían visto otros hombres que los habitantes de sus islas.

16 y 17 de marzo de 1521.
El decimosexto día del mes de marzo, a la salida del Sol, nos encontramos cerca de una tierra elevada, a trescientas leguas de la isla de los Ladrones. Nos apercibimos pronto de que era una isla, a la que llaman Zamal[144]. Detrás de esta isla hay otra deshabitada, y en seguida supimos que la llamaban Humunu[145]. El capitán general decidió tomar tierra a la mañana siguiente para hacer aguada con más seguridad y disfrutar de algún reposo después de un tan largo y penoso viaje. Hizo armar en seguida dos tiendas para ¡os enfermos y ordenó que se matase una marrana[146].

18 de marzo de 1521. — Visita de los isleños.
El lunes, 18 del mes, por la tarde vimos venir hacia nosotros una barca con nueve hombres. El capitán general mandó que nadie hiciese el menor movimiento ni dijera la menor palabra sin su permiso. Cuando saltaron a tierra, su jefe se dirigió al capitán general, testimoniándole por gestos el placer que tenía al vernos. Cuatro de los más adornados de entre ellos permanecieron cerca de nosotros; los demás fueron a llamar a sus compañeros, que estaban ocupados pescando, y volvieron con ellos.
El capitán, viéndolos tan pacíficos, hizo que les diesen de comer y les ofreció al mismo tiempo algunos gorros rojos, espejitos, cascabeles, bocacíes[147], algunas joyas de marfil y otras bagatelas semejantes. Productos de la isla
Los isleños, encantados con la cortesía del capitán, le dieron pescado, un vaso Heno de vino de palmera, que ellos llaman uraca, bananas de más de un palmo de largo, otras más pequeñas y más sabrosas y dos frutos del cocotero[148]. Al mismo tiempo nos indicaron por gestos que entonces no tenían nada más que ofrecernos, pero que al cabo de cuatro días volverían y nos traerían arroz, que ellos llaman umai, nueces de coco y otros víveres.

Cocoteros.
Las nueces de coco son los frutos de una especie de palmera de la que obtienen su pan, su vino, su aceite y su vinagre. Para conseguir el vino hacen en la copa de la palmera una incisión que penetra hasta la médula, de donde brota gota a gota un licor parecido al mosto blanco, pero un poco más agrio. El licor cae en un recipiente de caña del grueso de la pierna, que se ata al árbol, y que es preciso vaciar dos veces al día, por la mañana y por la tarde. El fruto de esta palmera es tan grueso como la cabeza de un hombre y a veces más. La primera corteza es verde, tiene dos dedos de espesor y está compuesta de filamentos que usan para trenzar cuerdas con las que amarran sus barcas. Después hay otra segunda corteza más dura y más espesa que la de la nuez, la cual queman para extraer un polvo que usan. Hay en el interior una médula blanca, de un dedo de espesor, que se come a guisa de pan con la carne y el pescado. En el centro de la nuez y en medio de esta médula se encuentra un licor límpido, dulce y corroborativo. Si después de haber echado este licor en un vaso se le deja reposar, toma la consistencia de una manzana. Para obtener el aceite se deja pudrir la médula con el licor, en seguida se cuece, y de ello resulta un aceite espeso como la manteca. Para conseguir el vinagre se deja reposar el licor sólo, y exponiéndole al sol se vuelve ácido y semejante al vinagre que se hace con vino blanco. También nosotros hicimos un licor que se parecía a la leche de cabra[149], raspando la médula, remojándola en su mismo licor y pasándola en seguida por un lienzo. Los cocoteros se parecen a las palmeras que producen los dátiles[150]; pero sus troncos no tienen tantos nudos, aunque tampoco son lisos. Una familia de diez personas puede subsistir con dos cocoteros, haciendo agujeros alternativamente cada semana en uno y dejando reposar el otro, a fin de que un derrame continuo no le seque haciéndole perecer. Nos dijeron que un cocotero vive un siglo completo.
Los isleños se familiarizaron tanto con nosotros, que por este medio pudimos aprender los nombres de muchas cosas, y sobre todo de los objetos que nos rodeaban. Por ellos supimos que su isla se llamaba Zuluán. No es muy grande. Eran corteses y honrados.

Productos de la isla
Para demostrarnos su amistad llevaron en sus canoas a nuestro capitán a sus almacenes de mercancías, tales como clavo de especia, canela, pimienta, nuez moscada, macias[151], oro, etc., etc., y por sus gestos nos dieron a comprender que los países hacia los cuales dirigíamos nuestro rumbo suministraban abundantemente todos estos géneros. El capitán general les invitó a su vez a que subiesen al navío, en el que instaló todo lo que asombrarles podía por la novedad. En el momento en que iban a marcharse mandó disparar una bombarda, lo cual les espantó sobremanera, de tal modo, que muchos estuvieron a punto de arrojarse al mar para huir, pero fácilmente se les persuadió de que no tenían nada que temer, y así nos dejaron tranquilamente y satisfechos, asegurándonos que volverían repetidas veces, como antes habían prometido. Oro
La isla desierta en la que nos habíamos establecido la llamaban Humunu los isleños, pero nosotros la denominamos la Aguada de las Buenas Señales (Acquada da li buoni segnali), porque en ella encontramos dos fuentes de agua excelente y descubrimos los primeros indicios de oro en este país. Frutos
Se encuentra también coral blanco, y hay árboles cuyos frutos, más pequeños que nuestras almendras, semejan a los piñones del pino. También hay muchas especies de palmeras, de las que unas dan frutos comestibles y otras no producen nada.

17 de marzo de 1521. — Archipiélago de San Lázaro
Habiendo notado a nuestro alrededor el quinto domingo de Cuaresma, que se llama de Lázaro, unas cuantas islas, les dimos el nombre de archipiélago de San Lázaro[152]. Está situado a 10º de latitud septentrional y a 161º de longitud de la línea de demarcación[153].

22 de marzo de 1521. — Regalos de los isleños
El viernes, 22 del mes, los isleños cumplieron su palabra y vinieron con dos canoas llenas de nueces de coco, naranjas, un cántaro con vino de palmera y un gallo, para que viésemos que tenían gallinas. Les compramos todo lo que trajeron. Su jefe era un viejo; tenía pintada la cara y llevaba en las orejas pendientes de oro. Los de su séquito llevaban brazaletes de oro en los brazos y pañuelos alrededor de la cabeza.
Pasamos ocho días cerca de esta isla, y el capitán saltaba diariamente a tierra para visitar a los enfermos, a los que llevaba vino de cocotero, que les sentaba muy bien. Grandes agujeros en las orejas
Los habitantes de las islas cercanas de la en que estábamos tenían tan grandes agujeros en las orejas y el extremo de ellas tan alargado, que se podía por ellos meter el brazo[154].

Costumbres
Estos pueblos son cafres, esto es, gentiles[155]. Van desnudos, no teniendo más que un trozo de corteza de árbol para ocultar las partes naturales, que algunos de los jefes cubren con una banda de tela de algodón bordada en seda en los dos extremos. Son de color aceitunado, y generalmente metidos en carnes. Se tatúan y se engrasan todo el cuerpo con aceite de cocotero y de jengeli, para preservarse, según dicen, del sol y del viento. Tienen los cabellos negros, y tan largos que les pasan de la cintura. Sus armas son machetes, escudos, mazas y lanzas guarnecidas de oro. Usan como instrumentos de pesca los dardos, arpones y redes semejantes a las nuestras. Sus embarcaciones se parecen también a las que utilizamos nosotros.

25 de marzo de 1521. — El autor en peligro.
El lunes santo, 25 de marzo, corrí un grandísimo peligro. Estábamos a punto de hacernos a la vela, y yo quería pescar; habiendo puesto el pie sobre una verga mojada por la lluvia, para hacerlo más cómodamente, me escurrí y caí en el mar sin que nadie me viese. Afortunadamente la cuerda de una vela que pendía sobre el agua apareció ante mis ojos; me agarré a ella, y grité con tanta fuerza, que me oyeron y me salvaron con el esquife, lo que, sin duda, no hay que atribuir a mis merecimientos, sino a la misericordiosa protección de la Santísima Virgen.

Cénalo, Abarien
Partimos el mismo día, y gobernando entre el Oeste y el Suroeste pasamos por medio de cuatro islas llamadas Cénalo, Huinangan, Ibusson y Abarien.

28 de marzo de 1521
El jueves, 28 de marzo, habiendo visto durante la noche hogueras en una isla, por la mañana pusimos proa hacia ella, y estando a poca distancia vimos una barquita, que se llama boloto y con ocho hombres, aproximándose a nuestro navío.

Lengua malaya
El capitán tenía un esclavo nacido en Sumatra, a la que antiguamente llamaban Taprobana[156]; probó a hablarles en la lengua de su país; le comprendieron[157] y se colocaron a alguna distancia de nuestro navío; pero no quisieron subir a bordo y aun parecían temer el acercarse demasiado. El capitán, viendo su desconfianza, lanzó al mar un gorro rojo y algunas bagatelas atadas a una tabla. Las recogieron demostrando una gran alegría, mas se marcharon pronto, y supimos en seguida que iban presurosos a advertir a su rey nuestra llegada.
Dos horas después vinieron hacia nosotros dos balangués (nombre que dan a sus barcos grandes) llenos de hombres. El rey estaba en el más grande, bajo una especie de baldaquino de esteras. Cuando el rey estuvo cerca de nuestro navío, el esclavo del capitán le habló algunas palabras, que comprendió muy bien, porque los reyes de estas islas hablan muchas lenguas, y ordenó a algunos de los que le acompañaban que subiesen a nuestro navío; pero él permaneció en su balangué, y tan pronto como los suyos regresaron, partió.

Isleños de Rutilan
El capitán acogió afablemente a los que subieron a bordo y les hizo también algunos regalos. Habiéndolo sabido el rey, antes de partir quiso dar al capitán un lingote de oro y una cesta llena de jengibre; pero el capitán, agradeciéndoselo, rehusó aceptar el presente. Al anochecer, la escuadra ancló cerca de la casa del rey.

29 de marzo de 1521. — Visita del rey
Al día siguiente el capitán mandó a tierra al esclavo que le servía de intérprete para que dijese al rey que, si tenía algunos víveres que enviarnos, se los pagaríamos bien, asegurándole al mismo tiempo que no veníamos hostilmente, sino como amigos. El rey mismo vino al navío en nuestra chalupa, con seis u ocho de sus principales personajes. Subió a bordo, abrazó al capitán y le regaló tres vasos de porcelana llenos de arroz crudo, cubiertos con hojas, dos doradas muy gordas y otras cosas. A su vez el capitán le ofreció una túnica de tela roja y amarilla, hecha a la turca, y un gorro fino rojo. También regaló algunos objetos a los hombres de su séquito: a unos les dio espejos; a los otros, cuchillos. En seguida mandó servir el desayuno, y ordenó al esclavo intérprete que dijera al rey que quería vivir fraternalmente con él, lo que pareció complacerle en extremo.

Astucia del capitán
Puso en seguida delante del rey telas de diferentes colores, paños, coral[158] y otras mercancías. Le enseñó todas las armas de fuego, incluso la artillería gruesa, y mandó tirar algunos cañonazos, de que se espantaron los isleños. Hizo armarse a uno de los nuestros con todas las piezas de la armadura, y ordenó a tres hombres que le diesen sablazos y le apuñalasen para demostrar al rey que nada podía herir a un hombre armado de esta manera, lo que le sorprendió mucho, y volviéndose hacia el intérprete le hizo decir al capitán que un hombre así podía combatir contra ciento.
«Sí — respondió el intérprete en nombre del capitán —; y cada uno de los tres navíos lleva doscientos hombres armados de esta manera.» Se le enseñó después separadamente cada pieza de la armadura y todas nuestras armas, mostrándole la manera de servirse de ellas.
Después de esto le condujo al castillo de popa, y haciéndose llevar el mapa de marear y la brújula, le explicó, siempre con ayuda del intérprete, cómo había encontrado el estrecho para llegar al mar en que estábamos, y cuántas lunas había pasado en el mar sin ver tierra.
El rey, extrañado de lo que veía y oía, pidió licencia al capitán, rogándole que enviase con él a dos de los suyos para que viesen asimismo algunas particularidades de su país. El capitán me nombró juntamente con otro para que acompañase al rey.

El autor va con el rey
Cuando pisamos tierra, el rey elevó las manos al cielo y se volvió en seguida hacia nosotros, que hicimos otro tanto, así como todos los que nos seguían. Tomóme después el rey de la mano, y uno de los principales hizo lo mismo con mi camarada, y de este modo llegamos bajo un cobertizo de cañas en el que había un balangué de cerca de cincuenta pies de largo, semejante a una galera. Nos sentamos en la popa, y procuramos hacernos entender por gestos, porque no teníamos intérprete. Los del séquito rodeaban al rey, en pie, armados con lanzas y escudos.

Merienda
Nos sirvieron en seguida un plato de carne de cerdo, con un gran cántaro lleno de vino. A cada bocado de carne bebíamos una taza de vino, y cuando no la apurábamos del todo (lo que apenas sucedía) se vertían las sobras en otro cántaro. La taza del rey estaba siempre cubierta, y nadie se atrevía a tocarla más que él y yo.

Ceremonias al beber
Siempre que el rey quería beber, elevaba las manos al cielo antes de coger la taza, dirigiéndolas después hacia nosotros, y en el momento que la cogía con la mano derecha, extendía hacia mí la izquierda con el puño cerrado, de manera que la primera vez que hizo esta ceremonia creí que me iba a dar un puñetazo; en esta actitud permanecía durante todo el tiempo que bebía; notando yo que los demás le imitaban en esto, hice otro tanto con él. Así tomamos nuestro refrigerio, y no pude por menos de comer carne, aunque fue un viernes santo. Antes que llegase la hora de cenar, di al rey muchas cosas que para este efecto llevaba conmigo, y al mismo tiempo le pregunté el nombre de muchos objetos en su lengua; quedaron muy sorprendidos al vérmelos escribir.

Cena
Llegó la cena; trajeron dos grandes platos de porcelana y otro con cerdo cocido en su propio jugo. Hubo las mismas ceremonias que en la merienda. Desde allí pasamos al palacio del rey, que tenía la forma de una pila de heno. Estaba cubierto con hojas de banano, sostenido y aislado del suelo a bastante altura por cuatro gruesas vigas, por lo cual necesitamos una escalera para subir.
Cuando estuvimos en él nos hizo sentar el rey sobre esteras de cañas, con las piernas cruzadas. Media hora después trajeron un plato de pescado asado, cortado en trozos, jengibre recién cogido y vino. El hijo mayor del rey vino y su padre le hizo sentarse a mi lado. Sirvieron después otros dos platos, uno de pescado en salsa y otro de arroz, los cuales comí en compañía del príncipe heredero. Mi compañero de viaje bebió sin tasa y se embriagó.
Sus luces están hechas con una especie de goma que extraen de un árbol[159], a la que llaman anime, envuelta en hojas de palmera o de higuera.

La cama
El rey, después de habernos hecho señales de que deseaba acostarse, se fue, y nos dejó con su hijo, con el que dormimos sobre una estera de cañas, apoyando la cabeza en almohadas de hojas de árboles.
30 de marzo de 1521.
A la mañana siguiente vino el rey a verme muy temprano, y tomándome de la mano me condujo al cobertizo en que habíamos cenado la víspera, para desayunarnos juntos; pero como nuestra chalupa había venido a buscarnos, di mis excusas al rey y partí con mi compañero. El rey estaba de muy buen humor; nos besó las manos y nosotros a él.
Su hermano, que era rey de otra isla[160], nos acompañó con tres hombres. El capitán general le retuvo hasta la hora de comer y le regaló algunas bagatelas.

El rey de Butuán
El rey que nos acompañó nos dijo que en su isla había pepitas de oro tan gruesas como nueces, y aun como huevos, mezcladas con la tierra, cribando ésta para encontrarías, y que todos sus vasos y platos y hasta algunos adornos de su casa eran del mismo metal[161].

Sus vestidos
Estaba muy bien vestido según la moda del país, y era el hombre más guapo que vi entre estos pueblos. Sus cabellos negros le caían sobre la espalda; un velo de seda cubría su cabeza, y llevaba en las orejas dos pendientes de oro en forma de anillo.

Adornos
De la cintura a las rodillas le cubría una tela de algodón bordado en seda; llevaba al costado una como daga o espada con largo mango de oro; la vaina era de madera muy bien trabajada. Sobre cada uno de sus dientes relucían tres motas de oro[162], de manera que se hubiera dicho que sus dientes estaban sujetos con este metal. Se perfumaba con estoraque y benjuí. Su piel, aceitunada, ostentaba dibujos en colores.
Residía ordinariamente en una isla en que están los países de Butuán y de Calagán[163]; pero cuando los dos reyes querían conferenciar juntos, lo hacían en la isla de Massana, en la que estábamos entonces. El primero se llamaba rajá (rey) Colambu, y el otro, rajá Siagu.

31 de marzo de 1521. — Misa dicha en tierra
El domingo de Pascua, último día de marzo, el capitán general envió a tierra muy temprano al capellán con varios marineros para que preparasen lo necesario para decir misa, y al mismo tiempo despachó al intérprete con el fin de comunicar al rey que iríamos a la isla, no para comer con él, sino para celebrar una ceremonia de nuestro culto; el rey lo aprobó todo y nos mandó dos cerdos recién sacrificados.
Bajamos cincuenta hombres, sin la armadura completa, más armados, sin embargo, y vestidos lo mejor posible. En cuanto nuestras chalupas tocaron a la orilla, se dispararon seis bombardazos en señal de paz. Saltamos a tierra, donde los dos reyes, que habían salido al encuentro, abrazaron al capitán y le pusieron en medio de ellos.
Fuimos así formados hasta el lugar en que se diría la misa, que no estaba muy lejos de la orilla. Antes de comenzar la misa, el capitán roció a los dos reyes con agua almizclada. En la oblación fueron como nosotros a besar la cruz, y en la elevación adoraron la eucaristía con las manos juntas, imitando siempre lo que hacíamos. En este momento los navíos, previa señal, hicieron una descarga cerrada con la artillería. Después de la misa comulgaron algunos de los nuestros, y en seguida, por orden del capitán, ejecutamos una danza de espadas que agradó muchísimo a los dos reyes.

Se planta la cruz
Inmediatamente mandó traer una gran cruz con los clavos y la corona de espinas, delante de la cual nos prosternamos, imitándonos también los isleños. Entonces el capitán, por medio del intérprete, dijo a los reyes que esta cruz era el estandarte que le había confiado su emperador para plantarla allí donde pisase, y que, por consiguiente, quería elevarla en esta isla, a la cual el santo signo sería además favorable, porque todos los navíos europeos que en adelante la visitasen conocerían al verla que a nosotros nos habían recibido como amigos y no harían ninguna violencia ni a ellos ni a sus propiedades, y que en el caso de que alguno de ellos fuese hecho prisionero, no tendría más que mostrar la cruz para que en el acto le pusiesen en libertad. Añadió que era preciso colocar la cruz sobre la más elevada cima de las cercanías, a fin de que todos pudiesen verla, y que cada mañana debían de adorarla, pues siguiendo su consejo ni el rayo ni las tormentas les ocasionarían daños. Los reyes, que no dudaban de ningún modo lo que el capitán acababa de decirles, le dieron las gracias y le aseguraron por el intérprete que estaban muy satisfechos y que tendrían un gran placer en ejecutar lo que acababa de proponerles.

Religión
Les preguntó cuál era su religión, si eran moros o gentiles, y respondieron que no adoraban a cosa terrestre, e hiciéronle comprender, elevando las manos juntas y los ojos al cielo, que adoraban a un Ser supremo que llamaban Abba, lo que complació a nuestro capitán. Entonces, el rajá Colambu, elevando las manos al cielo, dijo que hubiera deseado darle algunas pruebas de su amistad. El intérprete le preguntó que por qué tenía tan pocos víveres, y él respondió que la razón era porque no residía en esta isla, adonde solamente venía para cazar o para reunirse con su hermano, y que su residencia ordinaria la tenía en otra isla, donde vivía también su familia.
El capitán dijo al rey que, si él tenía enemigos, que se juntaría gustoso a él con sus navíos y sus guerreros para combatirlos. El rey respondió que, en verdad, estaba en guerra con los habitantes de dos islas, pero que no era ocasión oportuna para atacarlos, y le dio las gracias. Acordaron que al mediodía se plantaría la cruz en la cumbre de una montaña, y la fiesta terminó disparando nuestros mosqueteros formados en línea de batalla, después de lo cual el rey y el capitán general se abrazaron y volvimos a nuestro navío.
Terminada la comida saltamos a tierra sin armas, en jubón, y acompañados de los dos reyes subimos a la cima de la montaña más elevada de los alrededores y plantamos la cruz. Durante la ceremonia, el capitán insistió en enumerar las ventajas que de ello resultarían para los isleños. Adoramos todos la cruz, incluso los reyes. Al descender atravesamos por extensos campos cultivados y llegamos al cobertizo en que estaba el balangué, donde nos sirvieron unos refrescos.
El capitán general preguntó cuál era el puerto cercano más a propósito para avituallar sus navíos y traficar con sus mercancías, y le dijeron que había tres, a saber: Ceylon, Zubu y Calagán[164], pero que Zubu era el mejor; y como le vieron decidido a ir allí, le ofrecieron pilotos para conducirle. Acabada la ceremonia de la adoración de la cruz, el capitán fijó nuestra partida para la mañana siguiente, y ofreció rehenes a los reyes para responder de la vuelta de los pilotos. Los reyes consintieron.

1, 2, 3 y 4 de abril. — Recolección del arroz.
Por la mañana, ya a punto de levar anclas, el rey Colambu dijo que de buena gana nos serviría de piloto él mismo; pero que tenía que permanecer allí unos días para la recolección del arroz y otros productos de la tierra, y rogaba al mismo tiempo al capitán que le hiciese el favor de enviarle algunos hombres de la tripulación para acabar más pronto el trabajo. El capitán le mandó, efectivamente, algunos de los nuestros; pero los reyes habían comido y bebido tanto el día precedente, que ya por hallarse indispuestos, ya a consecuencia de la borrachera, no pudieron dar ninguna orden, y nuestras gentes no hicieron nada. Los dos días siguientes trabajaron mucho y acabaron la tarea.

Usos y costumbres
Pasamos siete días en esta isla, durante los cuales tuvimos ocasión de observar sus usos y costumbres. Se pintan el cuerpo y van desnudos, cubriendo solamente sus partes naturales con un trozo de tela. Las mujeres llevan una faldeta de corteza de árbol, de cintura abajo. Sus cabellos negros les llegan algunas veces hasta los pies. Las orejas, horadadas, se las adornan con aretes y pendientes de oro.

Areca
Son buenos bebedores, y mascan continuamente un fruto llamado areca[165], parecido a una pera.

Betel
Le cortan en pedazos y le envuelven en hojas del mismo árbol, llamado betre[166], que semejan a las de la morera, mezclándolo con un poco de cal. Después de haberlo mascado bien lo escupen, y su boca se pone toda roja. Todos los isleños mascan el fruto del betre, pues, según ellos, refresca el corazón y morirían si no lo hiciesen.

Animales
Los animales de esta isla son los perros, los gatos, los cerdos, las cabras y los pollos.

Vegetales
Los vegetales comestibles son el arroz, el mijo, el panizo, el maíz, las nueces de coco, la naranja, el limón, la banana y el jengibre. También hay cera.

Oro
El oro abunda, como lo prueban dos sucesos de que fui testigo. Un hombre nos trajo un tazón de arroz e higos, y pidió en cambio un cuchillo. El capitán, en vez del cuchillo, le ofreció algunas monedas, entre ellas una dobla de oro; pero las rehusó y prefirió el cuchillo. Otro ofreció un grueso lingote de oro macizo por seis hilos de cuentas de vidrio; pero el capitán prohibió expresamente el hacer este cambio, temiendo que por ello comprendiesen los isleños que apreciábamos más el oro que el vidrio y las otras mercancías.
La isla de Massana está a 9º 40' de latitud Norte y 162º de longitud occidental de la línea de demarcación, y a veinticinco leguas de la isla de Humunu[167].
Desde allí, dirigiéndonos al Sureste, partimos, y pasamos por entre cinco islas, que se llaman Ceylon, Bohol, Canigán, Baybay y Gatigán[168].

Murciélagos
En esta última vimos murciélagos del tamaño de águilas. Matamos uno y nos lo comimos, encontrándole un sabor a pollo.

Anades
Hay también pichones, tórtolas, papagayos y otras aves negras y grandes como una gallina, que ponen huevos tan gordos como los del ánade y que son comestibles. Nos dijeron que la hembra pone sus huevos en la arena, y que el calor del sol basta para incubarlos. De Massana a Gatigán hay veinte leguas.
6 de abril de 1521 — Polo, Ticobón y Pozón.
Partimos de Gatigán dejando el cabo al Oeste, y como el rey de Massana, que quería ser nuestro piloto, no podía seguirnos con su piragua, le esperamos cerca de tres islas llamadas Polo, Ticobón y Pozón[169]. Cuando nos alcanzó, le hicimos subir a nuestro navío con algunos de su séquito, lo que le gustó mucho, y llegamos a la isla de Zubu. De Gatigán a Zubu hay quince leguas.

7 de abril de 1521.
El domingo, 7 de abril, entramos en el puerto de Zubu. Pasamos cerca de muchas aldeas, donde vimos casas construidas sobre los árboles. Cuando estuvimos cerca de la villa, que tiene el mismo nombre que la isla, el capitán mandó izar todos los pabellones y amainar velas, y se disparó en descarga cerrada toda la artillería, lo que causó gran alarma entre los isleños.

Embajada al rey
El capitán envió entonces a uno de sus discípulos, con el intérprete, de embajador al rey de Zubu. Llegados a la villa, encontraron al rey rodeado de una inmensa multitud, alarmada por el estruendo de las bombardas. El intérprete comenzó por calmar al rey, diciéndole que era una costumbre nuestra, y que este estrépito no era más que un saludo en señal de paz y amistad para honrar al mismo tiempo al rey y a la isla. Con ello se aquietó todo el mundo. El rey, por intermedio de su ministro, preguntó al intérprete qué podía atraernos en su isla y qué queríamos. El intérprete respondió que su amo, comandante de la escuadra, era capitán al servicio del rey más grande de la Tierra, y que el objeto de su viaje era llegar a Malucco; pero que el rey de Massana, en donde había tocado, le hizo grandes elogios de su persona, habiendo venido para tener el placer de visitarle, y al mismo tiempo para avituallarse, dando en cambio nuestras mercancías.
El rey mandó que le dijeran que le daba la bienvenida, pero que al mismo tiempo le advertía que todos los navíos que entraban en su puerto para comerciar debían empezar por pagarle un impuesto, y para probarlo añadió que no hacía cuatro días que este tributo le había pagado un junco[170] de Ciam[171], que compró esclavos y oro; llamó en seguida a un comerciante moro que venía también de Ciam con el mismo fin para que él atestiguase la verdad de lo que acababa de anticipar.
El intérprete respondió que su amo, por ser capitán de un monarca tan grande, no pagaría impuestos a ningún rey de la Tierra; que si el rey de Zubu quería la paz, traía la paz; pero que si quería la guerra, le haría la guerra. El comerciante de Ciam, aproximándose entonces al rey, le dijo en su lenguaje: Cata rajá chita, esto es: «Señor, tened cuidado. Estas gentes (nos creían portugueses) son los que han conquistado Calicut, Malacca y todas las Grandes Indias.» El intérprete, que había comprendido lo que el comerciante acaba de decir, añadió que su rey era mucho más poderoso por sus ejércitos y por sus escuadras que el de Portugal, de que el siamés acababa de hablar; que era el rey de España y el emperador de todo el mundo cristiano, y que si hubiera preferido tenerle más por enemigo que por amigo, habría enviado los bastantes hombres y navíos para destruir por completo su isla. El moro confirmó al rey lo que acababa de decir el intérprete. El rey, encontrándose confuso, dijo que lo trataría con los suyos y a la mañana siguiente daría la respuesta. Entretanto, hizo servir al diputado del capitán y al intérprete un desayuno de muchos platos, todos de carne, en vasos de porcelana.
Después del desayuno, nuestros comisionados volvieron a bordo y relataron todo lo que les había sucedido. El rey de Massana, que, salvo el de Zubu, era el más poderoso de estas islas, saltó a tierra para anunciar al otro rey las buenas disposiciones del capitán general para con él.
Al día siguiente, el escribano de nuestro navío y el intérprete fueron a Zubu. El rey salió a su encuentro acompañado de sus jefes, y después de que se sentaron delante de él, les dijo que, convencido por lo que acababa de saber, no solamente no pretendía ningún impuesto, sino que, si se le exigía, estaba presto a ser él mismo tributario del emperador.

Tratado concluso entre el capitán y el rey
Se le contestó que no se pedía otra cosa que el privilegio de tener el comercio exclusivo de la isla.

Ceremonia en señal de amistad
El rey accedió y les encargó que asegurasen a nuestro capitán que si quería ser verdaderamente su amigo no tenía más que sacarse un poco de sangre del brazo derecho y enviársela, y que por su parte haría otro tanto, lo cual sería la señal de una amistad leal y sólida. El intérprete aseguró que todo se haría como deseaba. El rey añadió que todos los capitanes, sus amigos, que venían a su puerto le hacían regalos, y que en reciprocidad ellos recibían otros; que dejaba al capitán la elección de ser el primero en dar los regalos o en recibirlos. El intérprete respondió que puesto que, al parecer, concedía tanta importancia a esta costumbre, no tenía más que comenzar; el rey consintió.

9 de abril de 1521. — Mensaje del mercader moro
El martes por la mañana, el rey de Massana vino a nuestro navío con el comerciante moro, y después de haber saludado al capitán de parte del rey de Zubu, dijo que traía el encargo de prevenirle que el rey se ocupaba en reunir todos los víveres que podía encontrar para regalárselos, y que por la tarde le enviaría a su sobrino con algunos de sus ministros para establecer la paz. El capitán les dio las gracias y les hizo ver al mismo tiempo un hombre armado de pies a cabeza, diciéndoles que en caso de que fuera preciso combatir todos nos armaríamos de la misma manera. El moro tembló de miedo viendo a un hombre armado de este modo; pero el capitán le tranquilizó, asegurándole que nuestras armas eran tan ventajosas a nuestros amigos como fatales a los adversarios. Que estábamos dispuestos a aniquilar a los enemigos de nuestro rey y de nuestra fe con la misma facilidad con que nos enjugábamos el sudor de la frente con un pañuelo. Esto lo dijo el capitán en tono fiero y amenazador, para que el moro lo contase al rey.

Embajada al capitán
Efectivamente, después de comer vimos venir al sobrino[172] del rey, que era su heredero, con el rey de Massana, el moro, el gobernador o ministro y el preboste mayor, con ocho jefes de la isla, para concertar un tratado de paz con nosotros. El capitán les recibió con mucha dignidad: se sentó en un sillón de terciopelo rojo, dando sillas de la misma tela al rey de Massana y al príncipe; los jefes se sentaron en sillas de cuero y los otros en esteras.

Alianza
Preguntó el capitán, por el intérprete, si era su costumbre hacer los tratados en público, y si el príncipe y el rey de Massana tenían los poderes necesarios para concluir un tratado de alianza con él. Respondieron que estaban autorizados y que se podía hablar en público. El capitán les hizo comprender las ventajas de esta alianza, rogó a Dios que la confirmase en el cielo y añadió otras muchas cosas que les inspiraron amor y respeto por nuestra religión. Preguntó si el rey tenía hijos varones, y le contestaron que no tenía más que hijas, de las cuales la mayor era la mujer de su sobrino el enviado como embajador y que a causa de este matrimonio se le consideraba como príncipe heredero.

Sucesión de los hijos
Hablando de la sucesión entre ellos, supimos que cuando los padres tienen cierta edad, sin consideración ninguna el mando pasa a sus hijos. Esto escandalizó al capitán, que condenó esta costumbre diciendo que Dios, creador del cielo y de la Tierra, ordenó expresamente que los hijos honrasen a su padre y a su madre, amenazando con el castigo del fuego eterno a los que transgrediesen este mandamiento; y para que se compenetrasen mejor con la fuerza de este divino precepto, les explicó que todos estamos igualmente sujetos a las leyes divinas, porque todos descendemos de Adán y Eva.

Comienza la conversión
Continuó exponiéndoles otros pasajes de la Historia Sagrada, que agradaron a los isleños, excitando en ellos el deseo de instruirse en los principios de nuestra religión, de tal manera que rogaron al capitán que cuando marchase les dejara uno o dos hombres capaces de enseñarles y que los honrarían debidamente; pero el capitán les dio a entender que la cosa más esencial era que se bautizasen, lo que podían hacer antes de su partida; que no podía ahora darles ninguna persona de su tripulación, mas que volvería otra vez trayendo sacerdotes y frailes para que les instruyeran en los misterios de nuestra santa religión. Testimoniaron su satisfacción después de estos discursos, afirmando que les contentaría recibir el bautismo, pero que antes querían consultar al rey sobre el asunto. Les advirtió el capitán que no debían bautizarse solamente por el temor que pudiéramos inspirarles o por la esperanza de obtener ventajas materiales, pues su intención era no inquietar a ninguno de ellos porque prefiriese conservar la fe de sus padres; sin embargo, no disimuló que los que se hiciesen cristianos serían los preferidos y los mejor tratados. Todos exclamaron que no era por miedo ni por complacencia su deseo de abrazar nuestra religión, sino por impulso de su propia voluntad.
El capitán les prometió darles armas y una armadura completa, según la orden que recibió de su soberano, advirtiéndoles al mismo tiempo que deberían también bautizarse sus mujeres, sin lo cual tendrían que separarse de ellas y no tener relaciones carnales con ellas, so pena de caer en pecado mortal. Habiendo sabido que pretendían tener frecuentes apariciones del diablo, lo que les causaba mucho miedo, les aseguró que si se hacían cristianos, el diablo no se atrevería a presentarse ante ellos hasta el instante de la muerte[173]. Los isleños, convencidos y persuadidos de todo lo que acababan de oír, respondieron que tenían plena confianza en él, por lo que el capitán, llorando de ternura, los abrazó a todos.

Alianza con España
Tomó la mano del príncipe y la del rey de Massana y dijo que por la fe que tenía en Dios, por la fidelidad debida al emperador su señor, y por el hábito[174] que llevaba, establecía y prometía paz perpetua entre el rey de España y el de Zubu. Los dos embajadores prometieron lo mismo.

Regalos del rey
Después de esta ceremonia se sirvió el desayuno, e inmediatamente los indios presentaron al capitán, en nombre del rey de Zubu, grandes cestas llenas de arroz, cerdos, cabras y gallinas, excusándose de que el regalo que le ofrecían no fuera digno de tan gran personaje.

Regalos del capitán
Por su parte, el capitán general dio al príncipe una tela blanca finísima, un gorro rojo, algunos hilos de cuentas de vidrio y una taza de vidrio dorado[175]. No regaló nada al rey de Massana, porque acababa de donarle una túnica de Cambaya[176] y otras cosas. También hizo regalos a todos los que acompañaban a los embajadores.

Pigafetta lleva los regalos al rey.
Después que se fueron los isleños, el capitán me envió a tierra con otro para llevar los regalos destinados al rey, los cuales consistían en una túnica a la turca de seda amarilla y violeta, un gorro rojo, varios hilos con cuentas de cristal, todo en un plato de plata, y dos tazas de vidrio dorado que llevábamos a la mano.

El vestido y los adornos del rey
Llegados a la villa, encontramos al rey en su palacio acompañado de un gran cortejo. Estaba sentado en el suelo sobre una esterilla de palma. Desnudo del todo, excepto las partes naturales cubiertas con una tela de algodón, un velo bordado a mano alrededor de la cabeza, un valioso collar y en las orejas grandes aretes de oro rodeados de piedras preciosas. Era pequeño, gordo y pintado caprichosamente a fuego[177]. A su lado, sobre otra esterilla, había dos vasos de porcelana con huevos de tortuga, que estaba comiendo, y delante tenía cuatro cántaros de vino de palmera, cubiertos con plantas aromáticas. En cada uno de los cántaros había una caña hueca, por la que chupaba cuando quería beber[178].
Después de saludarle, el intérprete le dijo que el capitán, su amo, le daba las gracias por el regalo que le hizo, y a su vez le enviaba algunas cosas, no como recompensa, sino como muestra de la amistad sincera que acababa de concertar con él. Terminado el preámbulo, le pusimos la túnica, le colocamos el gorro sobre la cabeza y le presentamos los otros regalos que para él llevábamos. Antes de ofrecerle las tazas de vidrio, las besé y las puse sobre mi cabeza, y el rey hizo lo mismo al recibirlas. En seguida nos invitó a comer con él los huevos y a beber con las cañas, y mientras comíamos, los que estuvieron en el navío le contaron todo lo que el capitán dijo relativo a la paz y la manera en que les exhortó a abrazar el cristianismo.

Música
El rey quería que nos quedásemos también a cenar, pero con su permiso nos excusamos. El príncipe, su yerno, nos condujo a su propia casa, en donde encontramos a cuatro muchachas que tocaban a su manera una extraña música: una golpeaba un tambor parecido a los nuestros, pero puesto en el suelo[179]; otra redoblaba alternativamente en dos timbales, empuñando sus manos sendas clavijas o macitos con una punta guarnecida con tela de palma; la tercera hacía lo mismo en un timbal más grande, y la cuarta manejaba diestramente dos cimbalitos que producían dulces acordes. Llevaban tan bien el compás, que se veía que eran muy inteligentes en música. Los timbales, que son de bronce o de otro metal, se fabrican en el país del Sign Magno[180] y les sirven también de campanas; les llaman agón. Tocan, además, los isleños una especie de violín con cuerdas de cobre.

Desnudez de las muchachas
Estas muchachas eran muy bonitas y casi tan blancas como los europeos, y no por ser ya adultas dejaban de estar desnudas; algunas, sin embargo, llevaban un trozo de tela de corteza de árbol desde la cintura hasta las rodillas; pero las otras estaban completamente desnudas; el agujero de sus orejas era muy grande, y le llevaban guarnecido de un cilindro de madera para ensancharle y redondearle[181]; tenían los cabellos largos y negros, y un velillo ceñía su cabeza. No llevan nunca sandalias ni otra clase de calzado. Merendamos en casa del príncipe y volvimos en seguida a nuestros navíos.

10 de abril de 1521. — Entierro
Murió uno de los nuestros durante la noche, y volví el miércoles por la mañana con el intérprete a casa del rey a pedirle permiso para enterrarle y que nos indicase el sitio. El rey, al que encontramos rodeado de un numeroso cortejo, respondió que puesto el capitán podía disponer de él y de todos sus súbditos, con mayor razón podía disponer de su tierra. Añadí que para enterrar al muerto teníamos que consagrar el lugar de la sepultura y plantar una cruz. El rey, no sólo dio su consentimiento, sino que prometió adorar la cruz.
Para inspirar a los indios una buena opinión de nosotros, consagramos según los ritos de la Iglesia, y lo mejor que fue posible, la plaza de la villa, destinándola a cementerio de los cristianos, y enterramos en seguida al muerto. El mismo día por la noche enterramos a otro.

Comercio. Pesas y medidas
Desembarcamos muchas mercancías y las almacenamos en una casa bajo la protección del rey y la custodia de cuatro hombres que el capitán dejó allí, para traficar al por mayor. Este pueblo, amante de la justicia, tiene pesas y medidas. Sus balanzas son un palo de madera, pendiente en medio de una cuerda; a un lado un platillo suspendido de tres cordelitos, y al otro un peso de plomo equivalente al del platillo, y al que añaden pesas equivalentes a las libras, medias libras, etc., después de poner las mercancías en el platillo, para hacer las pesadas. Tienen también medidas de longitud y de capacidad.
Se entregan apasionadamente los isleños al placer y a la ociosidad. Ya dijimos cómo tocan los timbales, y añadimos que también tocan una especie de dulzaina muy parecida a la nuestra y a la que llaman subin.

Casas
Hacen sus casas con vigas, tablas y cañas, y tienen habitaciones como nosotros. Están construidas sobre estacas, de manera que debajo hay un espacio vacío que sirve de establo y de gallinero, para los cerdos, las cabras y las gallinas.

Aves que matan a las ballenas
Nos dijeron que en estos mares hay unas aves negras, semejantes a los cuervos, que cuando una ballena aparece en la superficie del agua esperan que abra la garganta para lanzarse dentro y van derechas a arrancarle el corazón, que arrebatan para comérselo. La única prueba que nos dieron acerca de esto es que se ve al ave negra comiéndose el corazón de la ballena, y que se encuentra la ballena muerta sin corazón. Llaman al ave negra lagan; tiene el pico dentado, las plumas negras, pero tiene la carne blanca y comestible[182].

12 de abril de 1521. — Tráfico.
El viernes abrimos nuestro almacén y expusimos nuestras mercancías, que los isleños admiraron extrañados. Por objetos de bronce, hierro y otros metales nos daban oro. Nuestras joyas y otras bagatelas se convertían en arroz, en cerdos, en cabras y otros comestibles. Por catorce libras de hierro nos daban diez piezas de oro, de un valor equivalente a ducado y medio cada una. El capitán general prohibió que se demostrase demasiada codicia por el oro; sin esta orden, cada marinero hubiera vendido todo lo que poseía para procurarse este metal, lo que hubiera arruinado para siempre nuestro comercio.

14 de abril de 1521. — Bautismo del rey de Zubu
Prometió el rey a nuestro capitán abrazar la religión cristiana; se fijó para la ceremonia el domingo 14 de abril. Se aderezó, al efecto, en la plaza ya consagrada un tablado adornado con tapicerías y ramas de palmeras. Saltamos a tierra cuarenta hombres, más dos armados de pies a cabeza, que daban guardia de honor al pendón real. Al pisar tierra los navíos dispararon toda la artillería, lo que asustó a los isleños. El capitán y el rey se abrazaron. Subimos al tablado, en el que había para ellos dos sillas de terciopelo verde y azul. Los jefes isleños se sentaron en cojines, y los otros en esteras.

Ventajas para el rey de hacerse cristiano.
Hizo el capitán decir al rey que, entre las muchas ventajas de que iba a gozar haciéndose cristiano, tendría la de vencer más fácilmente a sus enemigos. El rey respondió que estaba muy contento de convertirse, aun sin beneficio ninguno; pero que le agradaba el poder hacerse respetar de ciertos jefes de la isla que rehusaban sometérsele, diciendo que eran hombres como él y no querían obedecerle. Entonces el capitán mandó que los trajeran, y les dijo que si no obedecían al rey como soberano, los haría matar a todos y confiscaría sus bienes en provecho del rey. Con esta amenaza todos los jefes prometieron reconocer su autoridad.
A su vez el capitán aseguró al rey que a su vuelta a España volvería a su país con fuerzas mucho más considerables, y que le haría el más poderoso monarca de aquellas islas, recompensa merecida por haber sido el primero que abrazó la religión cristiana. El rey dio las gracias levantando las manos al cielo, y le rogó insistentemente que dejase algunos hombres con él para que le instruyesen en los misterios y deberes de la religión cristiana, lo cual prometió el capitán; mas a condición de que le confiase dos hijos de personajes de la isla para llevarlos con él a España, donde aprenderían la lengua española, para que a su vuelta pudiesen dar una idea de lo que hubieran visto.
Después de haber plantado una gran cruz en medio de la plaza se pregonó que cualquiera que quisiese cristianarse debería destruir todos sus ídolos, colocando la cruz en su lugar. Todos consintieron. El capitán, tomando al rey de la mano le condujo al tablado; vistiéronle enteramente de blanco, y se le bautizó con el rey de Massana, el príncipe su sobrino, el mercader moro y otros muchos, hasta quinientos. Al rey, que se llamaba raja Humabon, se le puso el nombre de Carlos, por el emperador; los demás recibieron diversos nombres. Se dijo en seguida misa, después de la cual el capitán invitó al rey a comer; pero éste se excusó y nos acompañó hasta las chalupas, que nos volvieron a la escuadra; al llegar dispararon otra descarga cerrada.

Bautizo de la reina.
Acabada la comida fuimos a tierra muchos con el capellán para bautizar a la reina y a otras mujeres. Subimos con ellas al tablado, y yo mostré a la reina una imagen pequeña de la Virgen con el niño Jesús, que le agradó y enterneció mucho. Me la pidió para colocarla en lugar de sus ídolos, y se la di de buena gana[183]. Se puso a la reina el nombre de Juana, por la madre del emperador; el de Catalina a la mujer del príncipe, y el de Isabel a la reina de Massana. Bautizamos este día más de ochocientas personas entre hombres, mujeres y niños.

Los vestidos de la reina.
La reina, joven y bella, vestía por completo de tela blanca y negra; se tocaba con un gran sombrero de hojas de palmera en forma de quitasol, y en la copa, también de las mismas hojas, una triple corona la asemejaba a la tiara del Papa; no salía nunca sin ella. Llevaba la boca y las uñas teñidas de un rojo muy vivo. A la caída de la tarde el rey y la reina vinieron hasta la orilla en que estamos anclados, y oyeron complacidos el estruendo inocente de las bombardas, que tanto les había asustado antes.

22 de abril de 1521. —Religión.
Durante todo este tiempo bautizamos a los indígenas de Zubu y de las islas adyacentes. Sin embargo, hubo una aldea en una de las islas en que los habitantes nos desobedecieron; la quemamos y plantamos una cruz porque eran idólatras; si hubieran sido moros, esto es, mahometanos, hubiésemos plantado una columna de piedra para representar el endurecimiento de su corazón.
El capitán general bajaba a tierra todos los días a oír misa, a la que acudían muchos nuevos cristianos, para los cuales hizo un catecismo explicándoles muchos misterios de nuestra religión.

La reina oye misa
Un día, con pompa extraordinaria, vino la reina a oír misa. La precedían tres jóvenes, que llevaban tres de sus sombreros; vestía una túnica blanca y negra, y un gran velo de seda a rayas de oro cubríale cabeza y espaldas. Acompañábanla muchas mujeres, que llevaban un velillo bajo un sombrero, sueltos los cabellos, desnudas hasta los pies, excepto una tela de palmera que les ocultaba las partes naturales. La reina, después de haber hecho una reverencia ante el altar, se sentó sobre un cojín de seda bordada, y el capitán le roció a ella y a su séquito con agua de rosas almizclada, olor que agrada infinito a las mujeres de este país.

Juramento de los jefes al rey
Con el fin de que el rey fuese más respetado y obedecido aún, nuestro capitán general le hizo un día venir a misa vestido con su túnica de seda, y mandó que trajeran a sus dos hermanos, llamados uno Bondara, que era padre del príncipe, y el otro Cadaro, con muchos jefes llamados Simiut, Sibuaia, Sisacai[184], Magalibe, etc. Les exigió juramento de obediencia al rey, y después que le besaran la mano.

Juramento del rey a España
Inmediatamente el capitán hizo jurar al rey de Zubu que permanecería sometido y fiel al rey de España. Jurado que hubo, el capitán general depositó su espada delante de la imagen de Nuestra Señora, y dijo al rey que, después de tal juramento, debía morir antes que faltar a él, y que él mismo estaba presto a perecer mil veces antes que faltar a sus juramentos por la imagen de Nuestra Señora, por la vida de su señor el emperador y por su hábito. En seguida le regaló una silla de terciopelo, advirtiéndole que debía hacerla llevar por un jefe delante de él, adondequiera que fuese, y la manera de conducirse.

Joyas para el capitán.
El rey prometió al capitán acatar exactamente lo que acababa de decirle, y para demostrarle su adhesión personal mandó preparar las joyas que quería regalarle, y que consistían en dos pendientes de oro muy grandes, dos brazaletes y dos ajorcas de oro, adornados con piedras preciosas. Estas alhajas son el adorno más bello de los reyes de estas comarcas, que van siempre desnudos y descalzos, no llevando, como ya he dicho, más vestido que un pedazo de tela desde la cintura a las rodillas.

Continúa la idolatría
El capitán, que había conminado al rey y a los otros neófitos a quemar sus ídolos, cosa que todos habían prometido, viendo que no sólo los conservaban sino que les hacían sacrificios según su antigua costumbre, se lamentó de la desobediencia y les regañó. No pretendieron negarlo; pero creyeron disculparse diciendo que no hacían los sacrificios por ellos, sino por un enfermo, cuya salud esperaban de los ídolos. El enfermo era el hermano del príncipe, considerado como el hombre más sabio y más valiente de la isla, y su mal había llegado hasta el punto de perder el habla hacía cuatro días.

Curación milagrosa
Oyó el capitán el relato, y animado de un santo celo, dijo que si tenían verdadera fe en Jesucristo, quemaran todos sus ídolos y bautizasen al enfermo, que curaría, pues estaba tan convencido de ello, que apostaba la cabeza a que lo que prometía sucedería inmediatamente. El rey asintió. Fuimos, entonces, con la mayor pompa posible, en procesión desde la plaza en que estábamos a la casa del enfermo, que encontramos, efectivamente, en tristísima situación, inmóvil y sin poder hablar. Le bautizamos, y a dos de sus mujeres y diez hijos. El capitán, inmediatamente después del bautismo, le preguntó qué tal se encontraba, y él respondió repentinamente que, gracias a Nuestro Señor, ya estaba bien. Fuimos todos testigos de vista de este milagro, dando gracias a Dios, especialmente el capitán. Dio al príncipe una bebida refrescante, enviándosela a diario hasta que se restableció por completo, y al mismo tiempo le mandó un colchón, sábanas, un cobertor de lana y una almohada.

Destrucción de los ídolos
Al quinto día sanó el enfermo y se levantó. Su primer deseo fue quemar en presencia del rey y del pueblo un ídolo al que veneraba grandemente y que algunas viejas guardaban con mucho cuidado en su casa. Mandó derribar muchos templos que había a orillas del mar, en los que el pueblo se reunía para comer la carne consagrada a los ídolos. Todos los indígenas aplaudieron su resolución y se dedicaron a destruir ídolos, incluso los de la casa del rey, al grito de ¡Viva Castilla!, en honor del rey de España.

Su figura
Los ídolos de este país son de madera, cóncavos o vaciados por detrás, con los brazos y las piernas separadas y los pies vueltos hacia arriba; la cara grande, con cuatro colmillos semejantes a los del jabalí[185]; generalmente están pintados.

Bendición del cerdo
Puesto que hablamos de ídolos, voy a contar a vuestra señoría algunas de sus ceremonias supersticiosas, entre ellas la bendición del cerdo. Comienzan redoblando grandes timbales; en seguida traen tres grandes platos: dos llenos de pescado asado, tortas de arroz y mijo cocido, envueltos en hojas, y otro con telas de Cambaya y dos tiras de tela de palma. Extienden en el suelo uno de estos lienzos, y aparecen dos viejas con sendos trompetones de caña[186]. Se colocan sobre la tela, saludan al Sol, y se envuelven en los otros paños que había en el plato. La primera vieja cubre su cabeza con un pañuelo, atando las puntas en forma de cuernos, y con otro pañuelo en la mano, baila y toca la trompeta, invocando de vez en cuando al Sol. La otra coge una de las dos tiras de tela de palma, toca la trompeta, y volviéndose hacia el Sol murmura algunas palabras. A continuación, la primera coge la otra tira, arroja el pañuelo de la mano, y las dos tocan las trompetas y danzan un buen rato alrededor del cerdo, que yace en el suelo bien atado, hablando y respondiendo en voz baja al Sol respectivamente. Coge una taza de vino la primera sin dejar de bailar ni de dirigirse al Sol, y finge beber cuatro o cinco veces, vertiendo el líquido sobre el corazón del cerdo. Deja la taza y toma una lanza, que blande, siempre bailando y hablando, amagando al corazón del cerdo muchas veces, hasta que, al fin, le atraviesa de parte a parte con golpe rápido y certero. En seguida de arrancar la lanza, curan la herida, cerrándola con yerbas salutíferas. Durante la ceremonia alumbra una antorcha que la vieja que atravesó al cerdo apaga al final metiéndosela en la boca. La otra vieja moja su trompeta en la sangre del cerdo, y con ella toca y mancha la frente de los asistentes, empezando por su marido; pero no lo hizo con nosotros. Acabado todo, se desnudan las viejas, comen lo que había en los dos platos, e invitan a hacer lo mismo a las mujeres, pero no a los hombres, y chamuscan y afeitan al cerdo. Nunca comen carne de este animal que no hayan purificado antes de esta manera, y solo las viejas pueden realizar esta ceremonia.

Ceremonias fúnebres
Cuando muere un jefe se celebran también singulares ceremonias, de las que fui testigo. Las mujeres más respetadas del país fueron a casa del muerto, cuyo cadáver estaba en una caja, alrededor de la cual innumerables cuerdas, sujetando ramas de árboles, formaban una especie de muralla, de la que pendían telas de algodón en pabellones, bajo los que se sentaron las mujeres dichas, cubiertas con un trapo blanco. A cada mujer le daba aire con un abanico de palma una criada. Las demás, con semblante triste, se sentaron alrededor de la habitación. Una cortó lentamente con un cuchillo los cabellos del muerto. Otra, que había sido su mujer principal (porque, aunque cada hombre puede tener tantas mujeres como le plazca, una sola es la principal), se tendió sobre él de modo que puso su boca, sus manos y sus pies sobre la boca, las manos y los pies del cadáver, y mientras la primera cortaba los cabellos, ella lloraba, y cuando se paraba la primera, cantaba. Alrededor de la habitación había muchos braseros, en los que a menudo se echaba mirra, estoraque y benjuí, que esparcían un olor muy agradable. Duran estas ceremonias cinco o seis días, con el cadáver en casa, yo creo que con el deseo de embalsamar al muerto con alcanfor para preservarle de la putrefacción. Se le entierra en la misma caja, clavada con clavijas de madera, en el cementerio, que es un lugar cerrado y cubierto con tablones.

Pájaro de mal agüero.
Me aseguraron que todas las noches, de madrugada, venía un pájaro negro, del tamaño de un cuervo, a posarse sobre las casas, y con sus gritos espantaba a los perros, que aullaban toda la noche, no cesando de ladrar hasta el alba. No quisieron nunca decirnos la causa de este fenómeno, del que todos fuimos testigos.

Infibulación
Añadiré otra observación sobre sus extrañas costumbres. Ya dije que van estos indios desnudos por completo, salvo un paño de tela de palmera para cubrir sus partes naturales. Todos los hombres, viejos y jóvenes, tienen una especie de infibulación en el prepucio, por la cual pasan un cilindrito de oro o de estaño, del grueso de una pluma de oca, que le horada de alto a bajo, con una abertura en medio para dejar paso a la orina, y en los extremos con dos cabezas parecidas a las de nuestros clavos grandes, algunas veces erizadas con puntas en forma de estrella.
Me dijeron que no se quitaban nunca este adorno, ni aun durante la cópula, que eran las mujeres quienes lo querían, y asimismo ellas preparaban la infibulación de sus hijos desde la infancia[187]; ignoro lo que habrá de cierto, pero a pesar del extraño aparato, todas las mujeres nos preferían a sus maridos[188].

Productos de la isla
Abundan los víveres en la isla. Además de los animales ya citados, hay perros y gatos, que también se comen. Produce arroz, mijo, panizo y maíz, naranjas, limones, cañas de azúcar, nueces de coco, calabazas, ajos, jengibre, miel, vino de palmera y otras cosas, y mucho oro.

Hospitalidad
Cuando bajábamos a tierra, fuera de día o de noche, encontraba siempre indios que nos invitaban a comer o beber. Cuecen a medias solamente sus guisos, y los salan excesivamente, lo que les obliga a beber mucho y frecuentemente, chupando con cañas huecas el vino de los vasos. Pasan cinco o seis horas ordinariamente a la mesa.

Las ciudades y sus jefes
En esta isla hay muchas ciudades, con personajes respetables que son sus jefes. He aquí algunos: Cingapola, sus jefes son Cilatón, Ciguibucan, Cimaninga, Cimaticat, Cicambul; Mandani, que tiene por jefe a Aponoaan; Lalan, cuyo jefe es Tetén; Lalutan, jefe Japall; Lubucin, jefe Cilumai. Todas nos obedecían y nos pagaban un tributo.

Matán
Cerca de la isla de Zubu hay otra llamada Matán, con un puerto de igual nombre, donde anclaron nuestros navíos. La ciudad principal de esta isla se llama también Matán, y sus jefes eran Zula y Cilapulapu. En esta isla estaba la ciudad de Bulaia, que nosotros quemamos.

26 de abril de 1521. — Zula contra Cilapulapu
El viernes, 26 de abril, Zula, uno de los jefes de la isla de Matán, envió al capitán a uno de sus hijos con dos cabras, para decirle que si no le enviaba todo lo que le había prometido no era culpa suya, sino de Cilapulapu, el otro jefe, que no quería reconocer la autoridad del rey de España; mas que si el capitán quería socorrerle, solamente con una chalupa de hombres armados, a la noche siguiente se comprometía a combatir y subyugar completamente a su rival.

Bajamos a Matán
Con este mensaje, el capitán se determinó a ir en persona con tres chalupas. Rogámosle que no fuese; pero contestó que un buen pastor no debe nunca abandonar a su rebaño.
Salimos a media noche sesenta hombres armados con casco y coraza. El rey cristiano, su yerno el príncipe y muchos jefes de Zubu, con bastantes hombres armados, nos siguieron en balangués. Llegamos a Matán tres horas antes del alba. No quiso el capitán atacar entonces, sino que envió a tierra al moro para que dijese a Cilapulapu y a los suyos que si querían reconocer la soberanía del rey de España, obedecer al rey cristiano y tributar lo que se le pedía, serían considerados como amigos; pero, si no, que reconocerían la fuerza de nuestras lanzas. Los isleños no se amedrentaron con nuestras amenazas, y respondieron que también las tenían, aunque fuesen de cañas y de estacas aguzadas a fuego. Suplicaron sólo que no los atacáramos de noche, porque esperaban refuerzos y serían muchos más después; fue un ruego capcioso para encorajinarnos y que les atacásemos inmediatamente, esperando que caeríamos en los fosos que cavaron entre la orilla del mar y sus casas.

27 de abril de 1521. — Combate
Esperamos el día, efectivamente, y saltamos a tierra con agua hasta los muslos, pues las chalupas no podían aproximarse por los arrecifes. Éramos cuarenta y nueve, porque dejamos a once guardando las chalupas. Necesitamos andar por el agua un rato antes de ganar tierra.
Los isleños eran mil quinientos y estaban formados en tres batallones, que apenas nos vieron se lanzaron contra nosotros con un ruido horrible; dos batallones nos atacaron de flanco y el tercero de frente. Nuestro capitán dividió su tropa en dos pelotones. Los ballesteros y los mosqueteros tiraron desde lejos durante media hora, causando al enemigo poco daño, porque aunque las balas y las flechas, atravesando las delgadas tablas de los escudos, les hiriesen algunas veces en los brazos, esto no les detenía, porque no les mataba instantáneamente como se habían imaginado; al contrario, les enardecía y enfurecía más. Confiando en la superioridad del número, nos arrojaban nubes de lanzas y estacas agudizadas a fuego, piedras y hasta tierra, siéndonos muy difícil defendernos. Algunos lanzaron estacas con punta de hierro contra nuestro capitán general, quien, para alejarlos e intimidarlos, ordenó que incendiásemos sus casas, lo que hicimos inmediatamente. Al ver las llamas se enfurecieron y encarnizaron aún más; corrieron algunos a sofocar el incendio y mataron a dos de los nuestros en la plaza. Su número parecía aumentar, así como la impetuosidad con que nos acometían. Una flecha envenenada atravesó la pierna al capitán, que mandó la retirada en orden; pero la mayor parte de los nuestros huyeron precipitadamente, quedando sólo siete u ocho con el capitán.

Muerte de Magallanes
Comprendiendo los indios que sus golpes a la cabeza o al cuerpo no nos dañaban por la protección de la armadura, pero que las piernas estaban indefensas, a ellas nos tiraron flechas, lanzas y piedras, tan abundantes que no pudimos resistir. Las bombardas que llevamos en las chalupas eran inútiles, porque los arrecifes impedían acercarse bastante. Nos retiramos lentamente, combatiendo siempre, y estábamos a tiro de ballesta, con agua hasta las rodillas, cuando los isleños, siempre a nuestros alcances, volvieron a coger y nos arrojaron hasta cinco o seis veces la misma lanza. Como conocían a nuestro capitán, contra él principalmente dirigían los ataques, y por dos veces le derribaron el casco; sin embargo, se mantuvo fírme mientras combatíamos rodeándole. Duró el desigual combate casi una hora. En fin, un isleño logró poner la punta de la lanza en la frente del capitán, quien, furioso, le atravesó con la suya, dejándosela clavada. Quiso sacar la espada, pero no pudo, por estar gravemente herido en el brazo derecho; diéronse cuenta los indios, y uno de ellos, asestándole un sablazo en la pierna izquierda le hizo caer de cara, arrojándose entonces contra él. Así murió nuestro guía, nuestra luz y nuestro sostén.
Al caer, viéndose asediado por los enemigos se volvió muchas veces para ver si nos habíamos salvado. No le socorrimos por estar todos heridos; y sin poderle vengar, llegamos a las chalupas en el momento en que iban a partir.
A nuestro capitán debimos la salvación, porque en cuanto murió todos los isleños corrieron al sitio en que había caído.
Pudo socorrernos el rey cristiano, y lo hubiera hecho sin duda; pero el capitán general, lejos de prever lo sucedido, cuando pisó tierra con su gente le ordenó que no saliese del balangué y que permaneciera como mero espectador viéndonos cómo combatíamos. Lloró amargamente al verle sucumbir.

Elogio de Magallanes
Pero la gloria de Magallanes sobrevivirá a su muerte. Adornado de todas las virtudes, mostró inquebrantable constancia en medio de sus mayores adversidades. En el mar se condenaba a sí mismo a más privaciones que la tripulación. Versado más que ninguno en el conocimiento de los mapas náuticos, sabía perfectamente el arte de la navegación, como lo demostró dando la vuelta al mundo, lo que nadie osó intentar antes que él[189].
La desdichada batalla se dio el 27 de abril de 1521, que fue un sábado, día que escogió el capitán por tenerle particular afición. Ocho de los nuestros y cuatro indios bautizados perecieron con él, y pocos volvieron a los navíos sin heridas.
Imaginaron al fin protegernos con las bombardas los que en las chalupas quedaron; pero por estar tan distantes nos hicieron más daño que a los enemigos, los cuales, sin embargo, perdieron quince hombres.

Rehúsan devolvernos el cuerpo del capitán
Por la tarde, el rey cristiano, con nuestro consentimiento, envió a decir a los habitantes de Matán, que si querían devolvernos los cadáveres de nuestros soldados muertos, y particularmente el del capitán, les daríamos las mercancías que pidiesen; pero respondieron que por nada se desprenderían del cadáver de un hombre como nuestro jefe, y que le guardarían como trofeo de su victoria sobre nosotros.

Gobernadores de la escuadra
Al saber la pérdida del capitán, los que estaban en la ciudad para traficar hicieron transportar inmediatamente las mercancías a los navíos. En su lugar elegimos dos gobernadores: Odoardo Barbosa[190], portugués, y Juan Serrano, español.

Disgusto del intérprete
Enrique, nuestro intérprete, el esclavo de Magallanes, resultó ligeramente herido en el combate, lo que le sirvió de pretexto para no bajar a tierra, donde se necesitaban sus servicios, y pasaba el día entero ocioso, tumbado en su estera. Odoardo Barbosa, gobernador del navío que antes mandaba Magallanes, le reprendió severamente, advirtiéndole que, a pesar de la muerte de su amo, continuaba siendo esclavo, y que a nuestra vuelta a España le entregaría a doña Beatriz, viuda de Magallanes, amenazándole con azotarle si inmediatamente no bajaba a tierra para el servicio de la escuadra.

Conjuración contra los españoles
El esclavo se levantó tranquilamente, como si no hubiera oído las injurias y amenazas del gobernador, y una vez en tierra fue a casa del rey cristiano, a quien dijo que esperábamos partir a poco, y que, si quería seguir su consejo, podría apoderarse de los navíos con todas sus mercancías. El rey le escuchó favorablemente, y urdieron juntos la traición. Volvió en seguida el esclavo a bordo, y mostró más actividad e inteligencia que antes.

1 de mayo de 1521. — La traición
La mañana del miércoles primero de mayo, el rey cristiano envió a decir a los gobernadores que tenía preparado un regalo de piedras preciosas para el rey de España, y que para dárselas les rogaba que viniesen a comer con él, acompañados de algunos de su séquito. Fueron, en efecto, veinticuatro, entre ellos nuestro astrólogo, llamado San Martín de Sevilla. Yo no fui porque tenía la cara hinchada por haberme herido en la frente una flecha envenenada.

Sospechas
Juan Carvajo y su ayudante volvieron inmediatamente a los navíos, sospechando la mala fe de los indios al ver, según dijeron, que el enfermo curado milagrosamente conducía a nuestro capellán a su casa.

Asesinato
Apenas habían terminado sus palabras cuando oímos gritos y ayes. Levamos anclas en seguida y nos acercamos a la costa, disparando muchos bombardazos contra las casas.

Juan Serrano, abandonado
Vimos entonces cómo conducían hasta la orilla del mar a Juan Serrano, herido y agarrotado. Rogó que no disparásemos más, porque le asesinarían. Le preguntamos qué les había sucedido a sus compañeros y al intérprete, y respondió que a todos los degollaron, excepto al esclavo, que se pasó a los isleños. Nos conjuró a que le rescatásemos por mercancías; pero Juan Carvajo, su compadre, con algunos más, rehusaron intentar siquiera su rescate, y no consintieron que las chalupas se aproximaran a la isla, porque el mando de la escuadra les correspondía por la muerte de los dos gobernadores.
Juan Serrano siguió implorando la compasión de su compadre, diciendo que en cuanto nos hiciésemos a la vela le asesinarían; y viendo, al fin, que sus lamentaciones eran inútiles, lanzó terribles imprecaciones, rogando a Dios que el día del juicio final hiciera dar cuenta de su alma a Juan Carvajo, su compadre.

Partida de Zubu
Pero no le hicieron caso y partimos, sin haber tenido nunca noticias de su vida o de su muerte.
La isla de Zubu es grande; tiene buen puerto, con dos entradas, una al Oeste y otra al Estenordeste. Está a 10º de latitud Norte y a 154º de longitud de la línea de demarcación. En esta isla tuvimos noticias acerca de las islas Malucco, antes de la muerte de Magallanes[191].

Libro III
Desde la partida de Zubu hasta la salida de las islas Malucco.

Isla de Bohol
Dejamos la isla de Zubu y anclamos en la punta de una isla llamada Bohol, a diez y ocho leguas de Zubu.

Quemamos un navío
Viendo que las tripulaciones, disminuidas por tantas pérdidas, no eran suficientes para los tres navíos, decidimos quemar uno (la Concepción), después de transportar a los otros dos todo lo que podía sernos útil.

Panilongón
Pusimos rumbo al Suroeste, costeando una isla llamada Panilongón, cuyos indígenas son negros como los etíopes.
Seguimos la ruta y llegamos a una isla que se llama Butuán[192], donde anclamos.

Alianza con el rey
El rey de la isla subió a nuestro navío, y para darnos una prueba de amistad y de alianza se sacó sangre de la mano izquierda y untóse con ella el pecho y la punta de la lengua; nosotros hicimos lo mismo Pigafetta va solo con él
Cuando se marchó fui solo con él para ver la isla. Entramos en un río[193], en donde encontramos muchos pescadores que ofrecieron pescado al rey, el cual, como todos los indígenas de estas islas, iba desnudo, sin más que un trozo de tela para cubrir las partes sexuales, cuya tela también se quitó; los personajes de la isla que iban con él hicieron lo mismo; empuñaron los remos y comenzaron a bogar cantando. Pasamos de largo muchas casas situadas a la orilla del río, y a las dos de la madrugada llegamos a la del rey, que estaba a dos leguas de distancia del sitio en que habíamos anclado.

Cena
Cuando entramos nos salieron al encuentro con antorchas de cañas y hojas de palmera arrolladas e impregnadas con la goma llamada anime. Mientras preparaban la cena, el rey, con dos de sus mujeres, bastante bonitas, y dos de sus jefes, vaciaron un gran vaso de vino de palmera, sin comer nada. Me invitaron a beber; pero me excusé diciendo que había ya cenado y que no bebía más que una vez. Al beber hacían las mismas ceremonias que el rey de Massana.
Sirvieron la cena, compuesta solamente de arroz y de pescado muy salado, en tazones de porcelana. Comían el arroz a guisa de pan.

Cocción del arroz
El arroz le cuecen así: ponen en un puchero de tierra, parecido a nuestras marmitas, una hoja grande que cubre enteramente su fondo; echan agua y arroz, y lo tapan, dejándolo cocer hasta que el arroz tiene la dureza de nuestro pan, y lo sacan en trozos. De este modo cuecen el arroz en todas las islas de estos parajes.

Camas.
Terminada la cena, el rey mandó que trajeran una estera de cañas, con otra de palmera y una almohada de hojas. Eran mi cama, en la que me acosté con uno de los jefes. El rey se acostó en otra parte con sus dos mujeres.

Excursión por la isla.
Al día siguiente, mientras preparaban la comida, hice una excursión por la isla; entré en muchas casas, construidas como las que ya habíamos visto, y noté que tenían muchos utensilios de oro, pero pocos víveres. Volví a casa del rey, y comimos arroz y pescado.

Visito la casa de la reina.
Traté de hacer comprender por gestos al rey que deseaba ver a la reina. Me hizo signos de que le agradaba, y nos encaminamos a la cima de una montaña, donde estaba la morada de la reina. Hícele al entrar una reverencia, que me devolvió; me senté cerca de ella, que estaba tejiendo esteras de palma para una cama. Toda la casa la adornaban vasos de porcelana pendientes de las paredes, así como cuatro timbales: uno muy grande, otro mediano y dos pequeños; la reina se entretenía tocándolos. Tenía para servirla esclavos de ambos sexos. Pedimos permiso para retirarnos, y volvimos a casa del rey, quien me hizo servir un desayuno de cañas de azúcar.

Minas de oro.
Encontré en la isla cerdos, cabras, arroz, jengibre y todo lo que vimos en las otras. Pero lo que, sin embargo, abunda más es el oro. Me señalaron, por gestos, unos vallecitos, dándome a entender que en ellos había más oro que pelo teníamos en la cabeza; pero que, no teniendo hierro, se necesitaba un gran trabajo para explotarlo, y habían renunciado a ello.

Castigo de los malhechores.
Por la tarde pedí que me llevasen a nuestros navíos, y el rey, con algunos de los personajes de la isla, quiso acompañarme en el mismo balangué. Durante el descenso por el río vi a la derecha, en un montículo, tres hombres suspendidos de un árbol, y a mis preguntas respondieron que eran malhechores.
Esta parte de la isla, llamada Chipit, es una prolongación de la misma tierra que Butuán y Calagán; va por sobre Bohol y limita con Massana. El puerto es bastante bueno. Está a los 8º de latitud Norte, a 167º de longitud de la línea de demarcación y a cincuenta leguas de Zubu[194]. Al Noroeste yace la isla de Lozón[195], a dos jornadas; es grande, y a ella vienen todos los años seis o siete juncos de los pueblos llamados lequíes[196], para comerciar. Más adelante hablaré de Chipit.

Junio de 1521. — Cagayán
Partimos de esta isla, y navegando al Oestesuroeste anclamos junto a una isla casi desierta. Los pocos habitantes son moros desterrados de una isla llamada Burné (Borneo). Van desnudos como los de otras islas, y sus armas son cerbatanas, carcajes llenos de flechas y una yerba para envenenarlas. Tienen también puñales con mangos de oro y piedras preciosas, lanzas, mazas y coracitas de piel de búfalo. Creyeron que éramos dioses o santos. Hay en la isla grandes árboles, pero pocos víveres. Está a 7º 30' de latitud septentrional y a cuarenta y tres leguas de Chipit. Se llama Cagayán[197].

Penuria de la tripulación.
Desde esta isla, siguiendo el mismo rumbo Oestesuroeste, llegamos a otra mayor, que encontramos bien provista de toda clase de víveres, lo que fue una fortuna para nosotros, porque estábamos tan hambrientos y tan mal aprovisionados, que estuvimos muchas veces a punto de abandonar los navíos y establecernos en cualquier tierra, para terminar en ella nuestros días.
Esta isla, llamada Palaoán[198], nos proporcionó cerdos, cabras, pollos, gallinas, bananas de muchas clases, algunas de un codo de largo y gruesas como el brazo; otras de un palmo de largo, y otras más pequeñas, que eran las mejores; hay también nueces de coco, cañas de azúcar y raíces parecidas a los nabos. Cuecen el arroz en cañas huecas o en cuencos de madera, conservándose éste mejor que el cocido en marmitas. Obtienen del arroz, por medio de una especie de alambique, un vino más fuerte y mejor que el de palmera. En una palabra, fue para nosotros esta isla una tierra de promisión. Está a los 9º 20' de latitud septentrional y a 171º 20' de longitud de la línea de demarcación.

Alianza con el rey.
Nos presentamos al rey, que concertó alianza y amistad con nosotros, y para garantía, con un cuchillo nuestro se pinchó en el pecho, sacándose sangre, con la que se mojó la frente y la lengua; nosotros repetimos la misma ceremonia.

Costumbres.
Los indígenas de Palaoán van desnudos como todos estos pueblos, pero les gusta adornarse con sortijas, cadenas de latón y cascabeles; pero lo que más les gusta es el alambre, al que atan sus anzuelos. Casi todos cultivan sus propios campos.

Armas.
Tienen cerbatanas y gruesas flechas de madera de un palmo de largo y con arponcillo; en otras la punta es una espina de pescado, y en otras de caña envenenada con cierta yerba; el contrapeso no es de plumas, sino de una madera muy blanda y ligera. En la punta de las cerbatanas sujetan un hierro, y cuando se les acaban las flechas la usan como lanza.

Riña de gallos
Crían unos gallos grandes, que no se los comen por superstición, pero los adiestran en combatir, haciendo apuestas y ganando premios los propietarios de los vencedores.
Desde Palaoán, con rumbo Suroeste, después de navegar diez leguas, reconocimos otra isla. Al largo de la costa nos pareció subir[199]. La costeamos cincuenta leguas al menos[200] antes de encontrar fondeadero. Apenas anclamos se desencadenó una tempestad, el cielo se obscureció y vimos el fuego de San Telmo sobre nuestros mástiles.

9 de julio de 1521. — Embajada del rey
Al día siguiente el rey envió una linda piragua, con la popa y la proa doradas. En la proa flotaba un pabellón blanco y azul, con un penacho de plumas de pavo real en el tope del palo. Venían en la piragua músicos que tocaban cornamusas y tambores, y otras muchas personas.

Regalos
La piragua, que es una especie de fusta o de galera, remolcaba dos almadías, que son barcos de percadores. Ocho personajes viejos de la isla subieron a bordo y se sentaron sobre un tapiz que les habíamos preparado en la popa. Nos ofrecieron un cuenco de madera cubierto con un paño de seda amarilla lleno de betel y de arec, raíces que mascan continuamente, con flores de azahar y jazmín; dos jaulas llenas de gallinas, dos cabras, tres vasos de vino de arroz destilado y cañas de azúcar. Hicieron el mismo regalo al otro navío, y después de abrazarnos, nos pidieron licencia y se marcharon.
El vino de arroz es tan claro como el agua; pero tan fuerte, que muchos de nuestra tripulación se emborracharon. Le llaman arach.

15 de julio de 1521. — Otros regalos del rey
Seis días después el rey nos envió otras tres piraguas muy adornadas, que, al son de cornamusas, timbales y tambores, dieron una vuelta alrededor de nuestros navíos, saludándonos los hombres quitándose y agitando sus gorros de tela, tan pequeños que apenas les cubre la coronilla. Correspondimos al saludo con una salva de las bombardas, sin carga de piedras. Nos trajeron muchos platos, todos de arroz, ya en trozos oblongos y envueltos en hojas, ya en forma cónica de panal, ya en tortas con huevos y miel.
Después de habernos entregado los regalos en nombre del rey, nos dijeron que le agradaría que hiciésemos en la isla provisión de leña y de agua y que podíamos traficar cuanto quisiéramos con los isleños.

Regalos para la corte
Nos determinamos al oírlo a ir siete para entregar nuestros regalos al rey, a la reina y a los ministros. Los del rey consistían en una túnica a la turca de terciopelo verde, una silla de terciopelo violeta, cinco brazas de paño rojo, un gorro, una taza de vidrio dorado, otra también de vidrio con tapadera, un tintero dorado y tres cuadernos de papel; los de la reina: tres brazas de paño amarillo, un par de zapatos plateados y una caja de plata llena de alfileres; para el gobernador o ministro del rey, tres brazas de paño rojo, un gorro y una taza de vidrio dorado; para el rey de armas o heraldo que vino con la piragua, una túnica a la turca de paño rojo y verde, un gorro y un cuaderno de papel; a los otros siete personajes que le acompañaron les hicimos también regalos, tales como algunas varas de tela, un gorro o un cuaderno de papel. Cuando todos estuvieron preparados entramos en una de las tres piraguas.

Ceremonias
Al llegar a la ciudad tuvimos que esperar dos horas en la piragua a que vinieran dos elefantes cubiertos con gualdrapas de seda y doce hombres con sendos vasos de porcelana cubiertos de seda para colocar en ellos los regalos. Montamos en los elefantes, y precedidos de los doce hombres portadores de los vasos con los regalos, llegamos a casa del gobernador, que nos dio una cena de muchos platos.

Camas
Pasamos la noche acostados en colchones de seda rellenos de algodón, con sábanas de tela de Cambaya.
16 de julio de 1521. — El palacio real
La mañana del día siguiente transcurrió sin que hiciésemos nada en la casa del gobernador. A mediodía fuimos al palacio real montados en los mismos elefantes y precedidos de los hombres con los regalos. Desde la casa del gobernador hasta el palacio real, todas las calles estaban guardadas por hombres armados con lanzas, espadas y mazas, por orden expresa del rey.
Entramos en el patio del palacio, echamos pie a tierra y subimos por una escalera acompañados del gobernador y algunos oficiales; en seguida entramos en un gran salón lleno de cortesanos, a los que llamaremos barones del reino. Allí nos sentamos en un tapiz con los regalos cerca.
Al extremo de este salón había otra sala, un poco más pequeña, tapizada con paños de seda, en donde alzaron dos cortinas de brocado que nos dejaron ver dos ventanas que daban luz a la sala. Había allí trescientos hombres de la guardia real, armados con puñales, cuya punta apoyaban en el muslo.

El rey de Borneo
Al fondo de esta sala había una gran puerta oculta con otra cortina de brocado, que alzaron igualmente, y entonces vimos al rey sentado ante una mesa, con un niño y mascando betel. Detrás de él no había más que mujeres.

Modo de hablarle
Uno de los cortesanos nos advirtió que no se permitía hablar al rey; pero que si queríamos decir algo podíamos dirigirnos a él, quien lo diría a un cortesano de categoría superior, quien lo diría al hermano del gobernador, que estaba en la salita, el cual, por medio de una cerbatana colocada en un agujero del muro, expondría nuestras peticiones a uno de los oficiales principales cerca del rey, el que se las diría.

Reverencia y mensaje
Nos advirtió que debíamos hacer tres reverencias al rey, elevando juntas las manos por encima de nuestras cabezas, y levantando alternativamente los pies. Después de las tres reverencias que nos habían indicado hicimos saber al rey que pertenecíamos al rey de España, que deseaba vivir en paz con él y no pedía otra cosa que poder traficar en su isla.

Respuesta del rey.
El rey mandó que nos respondiesen que estaba contento de que el rey de España fuese su amigo, que podíamos aprovisionarnos en sus estados de madera y de agua y traficar libremente.
Ofrecimos después los regalos que le llevábamos, y a cada cosa que recibía hacía un leve movimiento de cabeza. Nos dieron a cada uno paños de brocatel, de oro y de seda, poniéndonoslos sobre la espalda, a la izquierda, y quitándolos en seguida para guardárnoslos. Nos sirvieron un desayuno de clavos de especia y canela, después de lo cual dejaron caer las cortinas y cerraron las ventanas.

Lujo de los cortesanos.
Todos los que estaban en el palacio real llevaban a la cintura paños de oro para cubrir las partes naturales, puñales con mango de oro con perlas y piedras preciosas, y muchas sortijas en los dedos. Montamos de nuevo en los elefantes, y volvimos a casa del gobernador. Siete hombres, con los regalos que nos dio el rey, nos precedían, y cuando llegamos nos los entregaron, colocándonoslos en la espalda como habían hecho antes. Dimos de propina dos cuchillos a cada uno de los siete hombres que nos acompañaron.
Inmediatamente llegaron a casa del gobernador nueve hombres con sendos platos de madera, en cada uno de los cuales traían diez u once tazones de porcelana, con carne de diferentes animales: de vaca, de capón, de gallina, de pavo y de otros, con muchas clases de pescados; sólo de carne había más de treinta platos diferentes.

Cena.
Cenamos sentados en el suelo sobre una estera de palma. A cada bocado bebíamos en una taza de porcelana del tamaño de un huevo el licor destilado del arroz. Comimos también arroz y otros platos preparados con azúcar, con cucharas de oro parecidas a las nuestras.
Nos acostamos en el mismo sitio que la noche antes, y mientras dormíamos lucieron dos velas de cera blanca en dos candelabros de plata y dos grandes lámparas de aceite de cuatro mecheros. Hicieron guardia dos hombres toda la noche.

17 de julio de 1521. — La ciudad de Burné
Al día siguiente volvimos a la orilla del mar, en donde encontramos dos piraguas para conducirnos a nuestros navíos.
La ciudad está construida en el mar mismo, excepto la casa del rey y las de algunos jefes. Se compone de veinticinco mil hogares o familias[201]. Las casas son de madera, sobre gruesas vigas para aislarlas del agua. Cuando sube la marea, las mujeres que venden mercancías atraviesan la ciudad en barcas. Protegiendo el palacio real hay una gran muralla de gruesos ladrillos, con barbacanas a manera de fortaleza, sobre la cual se ven cincuenta y seis bombardas de bronce y seis de hierro; dispararon muchas veces durante los dos días que pasamos en la ciudad.
El rey, que es moro, se llama rajá Siripada. Es muy gordo, y tendrá unos cuarenta años. Le sirven solamente mujeres, hijas de los principales habitantes de la isla. Nadie puede hablarle más que por medio de una cerbatana, como nos obligaron a hacerlo. Tiene diez escribas, dedicados únicamente a escribir lo que le interesa, en cortezas muy delgadas de árbol, que llaman chiritoles. No sale nunca de su palacio, salvo para ir de caza.

19 de julio de 1521. — Alarma.
La mañana del 29 de julio, que fue lunes, vimos venir hacia nosotros más de cien piraguas, divididas en tres escuadras, y otros tantos tungulis, que son sus barcos pequeños. Como temíamos que nos atacasen a traición, inmediatamente nos hicimos a la vela, con tanto apresuramiento que nos vimos obligados a abandonar un ancla. Nuestras sospechas aumentaron cuando nos fijamos en muchas embarcaciones grandes, llamadas juncos, que el día antes anclaron alrededor de nuestros navíos, por lo que tuvimos miedo de que nos asaltasen por todas partes. Nuestra primera precaución fue desembarazarnos de los juncos, contra los que hicimos fuego, matando a mucha gente. Cuatro juncos llegaron a nuestra proa; los otros cuatro se salvaron varando en tierra.

El hijo del rey de Lozón, prisionero
En uno de los juncos que cogimos estaba el hijo del rey de la isla de Lozón, que era capitán general del rey de Burné y venía de conquistar con los juncos una gran ciudad llamada Laoé[202], construida en una punta de la isla, hacia la gran Java. En esta expedición saqueó esta ciudad porque sus habitantes preferían obedecer al rey gentil de java en lugar del rey moro de Burné.

Puesto en libertad.
Juan Carvajo, nuestro piloto, sin advertírnoslo, le puso en libertad, cohechado, como después supimos, por una fuerte suma de oro que le prometió. Si hubiésemos retenido a este capitán, el rey Siripada nos hubiera dado por su rescate cuanto hubiésemos querido, porque le temían formidablemente los gentiles, que son enemigos del rey moro.

Ciudad de los gentiles
En el puerto en que estábamos, además de la ciudad en que manda Siripada, hay otra habitada por gentiles, construida igualmente en el mar y mayor que la de los moros. La enemistad entre los dos pueblos es tan grande, que no pasa día sin disturbios y combates. El rey de los gentiles es tan poderoso como el de los moros, y no es tan vano sin embargo; me pareció fácil introducir entre los suyos el cristianismo[203].
Supo el rey moro el daño que hicimos a sus juncos y se apresuró a hacernos saber por uno de los nuestros que sus embarcaciones no iban contra nosotros, sino para guerrear contra los gentiles; y para probarlo nos enseñaron algunas cabezas de éstos últimos, muertos en la batalla. Hicimos decir al rey que, siendo así, debía devolvernos los dos hombres que estaban en tierra con nuestras mercancías y el hijo de Juan Carvajo; pero el rey no quiso acceder.
Así fue castigado Carvajo con la pérdida de su hijo (que nació durante su estancia en el Brasil), que hubiera recobrado sin duda en cambio del capitán general, al que libertó por oro.

Moros prisioneros.
Retuvimos a bordo diez y seis personajes de la isla y tres mujeres, que esperábamos conducir a España para presentarlas a la reina; pero Carvajo se las apropió.

Agosto de 1521. — Costumbres y supersticiones
Los moros van desnudos como todos los habitantes de estos parajes. Aprecian sobre todo el azogue, el cual beben, pretendiendo que preserva la salud y cura las enfermedades. Adoran a Mahoma y siguen su ley; por esta razón no comen cerdo. Se lavan la parte posterior con la mano izquierda, que no usan nunca para comer, y no orinan de pie, sino en cuclillas. Se lavan la cara con la mano derecha; pero jamás se frotan los dientes con los dedos. Están circuncisos como los judíos. No matan cabras ni gallinas sin antes dirigirse hacia el Sol; cortan la punta de las alas a las gallinas y la membrana de las patas e inmediatamente las hienden en dos; no comen ningún animal que no hayan matado ellos mismos.

Productos de la isla.
Esta isla produce alcanfor[204], especie de bálsamo que destila gota a gota de entre la corteza y la madera del árbol; las gotas son pequeñitas, como las briznas del salvado; si se deja el alcanfor expuesto al aire se evapora insensiblemente. El árbol que ¡o produce se llama capor. Hay también canela, jengibre, ciruelas amarillas, naranjas, limones, cañas de azúcar, melones, calabazas, rábanos, cebollas, etc. Entre los animales hay elefantes, caballos, búfalos, cerdos, cabras, gallinas, ocas, cuervos y otras muchas clases de aves.

Perlas enormes del rey.
Dicen que el rey de Borneo tiene dos perlas tan gruesas como huevos de gallina y tan perfectamente redondas, que, puestas sobre una tabla completamente lisa, no pueden estar quietas. Cuando le llevamos los regalos di a entender por señas que deseaba mucho verlas; prometió enseñárnoslas, pero no las vimos; algunos de los jefes me dijeron que ellos las conocían.

Tráfico.
Los moros de este país tienen una moneda de bronce perforada para ensartarla; en el anverso lleva cuatro letras, que son los cuatro caracteres del rey de la China; le llaman pici[205]. En nuestro tráfico nos daban: por un cathil (peso de dos libras) de azogue, seis tazones de porcelana; por un cuaderno de papel recibíamos aún más; el cathil de bronce valía un vasito de porcelana; tres cuchillos, un vaso más grande; un bahar (peso equivalente a doscientos tres cathiles) de cera, por ciento sesenta cathiles de bronce; por ochenta cathiles, un bahar de sal, y por cuarenta cathiles, un bahar de anime, especie de goma con la que calafatean los barcos, pues en este país no hay brea. Veinte tabiles hacen un cathil. Las mercancías más buscadas son el cobre, el azogue, el cinabrio, el vidrio, los paños de lana, las telas y, sobre todo, el hierro y los espejos.

Juncos.
Los juncos de que hemos ya hablado son sus mayores embarcaciones. He aquí como son: las obras vivas, hasta dos palmos de las obras muertas, están hechas de tablas unidas con clavijas de madera y su construcción es bastante sólida. En la parte superior son de cañas gruesas, que sobresalen fuera del junco para hacer contrapeso[206]. Soportan los juncos una carga tan fuerte como nuestros navíos. Los mástiles son de cañas también, y las velas, de corteza de árbol.

Porcelana
Viendo tanta porcelana en Borneo, procuré tomar algunas notas sobre ella. Me dijeron que la hacen con una tierra muy blanca, que se deja en el suelo durante medio siglo para refinarla, por lo que tienen un proverbio que dice que al padre se entierra por el hijo. Aseguran que si en uno de estos vasos de porcelana se echa veneno, en el acto se vuelve inofensivo.
La isla de Burné (Borneo) es tan grande, que para dar la vuelta a ella con una embarcación se tardarían tres meses. Está a los 5º 15' de latitud septentrional y a 176º 40' de longitud de la línea de demarcación[207].

Salida de Borneo
Al salir de esta isla volvimos atrás para buscar un lugar a propósito para carenar nuestros navíos, pues uno tenía una vía de agua, y el otro, falto de piloto, había chocado con un arrecife, cerca de la isla llamada Bibalón[208], aunque, gracias a Dios, pudimos ponerle a flote. Corrimos otro gran peligro: un marinero, al despabilar una luz, tiró inadvertidamente el pabilo encendido sobre una caja de pólvora; pero lo retiró tan pronto que la pólvora no se prendió.

Captura de una piragua
En la ruta encontramos cuatro piraguas; capturamos una cargada de nueces de coco para Burné, pero su tripulación se salvó en un islote; las otras tres escaparon por detrás de otros islotes.

Cimbombón
Entre el cabo norte de Burné y la isla de Cimbombón, a 8º 7' de latitud septentrional, encontramos un puerto muy cómodo para carenar nuestros navíos; pero como nos faltaban muchas cosas necesarias para ello, tuvimos que emplear cuarenta y dos días. Todos y cada uno trabajábamos lo mejor que sabíamos: unos de una manera, otros de otra. Lo más fatigoso era ir a buscar madera en los bosques, porque el terreno estaba cubierto de zarzas y arbustos espinosos e íbamos descalzos.

Jabalíes. Cocodrilos. Tortugas
Hay en esta isla grandísimos jabalíes. Matamos uno cuando pasaba a nado de una isla a otra; tenía su cabeza dos palmos y medio de larga, con gruesas defensas[209]. También se encuentran cocodrilos anfibios, ostras, mariscos de todas clases y tortugas muy grandes; de éstas cogimos dos; sólo la carne de una pesaba veintiséis libras, y la de la otra, cuarenta y cuatro. Cogimos también un pescado cuya cabeza, parecida a la de un cerdo, tenía dos cuernos, el cuerpo revestido con una substancia ósea y sobre el dorso una especie de banquillo; no era muy grande.

Hojas animadas
Lo que hallé más extraño fueron unos árboles cuyas hojas, al caer, se animaban. Son semejantes a las de morera, o más largas, con pecíolo corto y puntiagudo, y cerca del pecíolo, a ambos lados, tienen dos pies. Si se les toca, se escapan; pero al partirlas no sale sangre. Guardé una durante nueve días en una caja, y cuando la abría se paseaba alrededor; opino que viven del aire[210].

Septiembre de 1521.— Captura del gobernador de Pulaoán.
Al dejar esta isla, mejor dicho, el puerto, encontramos un junco que venía de Burné. Le hicimos señas para que se detuviese; pero como no quiso obedecer, le perseguimos, le cogimos y le saqueamos. Conducía al gobernador de Pulaoán, con uno de sus hijos y su hermano; le emplazamos a que en el término de siete días pagase por rescate cuatrocientas medidas de arroz, veinte cerdos, otras tantas cabras y ciento cincuenta gallinas. No sólo dio todo lo que pedíamos, sino que añadió espontáneamente nueces de coco, bananas, cañas de azúcar y vasos llenos de vino de palmera. Para corresponder a su generosidad le devolvimos una parte de sus puñales y fusiles y le dimos un estandarte, una túnica de damasco amarillo y quince brazas de tela; a su hijo le regalamos un manto de paño azul, etc., y su hermano recibió una túnica de paño verde. Hicimos también regalos a los que les acompañaban, de manera que nos separamos buenos amigos.

Cagayán y Chipit.
Retrocedimos y volvimos a pasar entre la isla de Cagayán y el puerto de Chipit, navegando al Este cuarto Sureste para buscar las islas Malucco. Pasamos cerca de ciertos islotes, donde vimos el mar cubierto de yerbas, aunque había gran profundidad; nos pareció estar en otros parajes[211].
Dejando Chipit al Este, reconocimos al Oeste las dos islas de Zoló[212] y Taghima[213], donde, según nos dijeron, se pescan las perlas más bellas.

Perlas del rey de Zoló
Allí encontraron las ya citadas del rey de Burné; he aquí cómo las poseyó: este rey se había casado con una hija del rey de Zoló, quien le dijo un día que su padre tenía dos gruesas perlas; envidioso el rey de Burné, una noche salió con quinientas embarcaciones llenas de hombres armados, se apoderó del rey de Zoló, su suegro, y de dos de sus hijos, y les libertó a condición de que le darían dichas dos perlas.

Cavit, Subanin, Monoripa
Singlando al Oeste cuarto Nordeste costeamos dos lugares habitados que se llaman Cavit y Subanin, y pasamos cerca de una isla, también habitada, llamada Monoripa, a diez leguas de los islotes mencionados. Los habitantes de esta isla no tienen casas; viven siempre en sus barcas.

Butuán y Calagán.
Las ciudades de Cavit y Subanín están en las islas de Butuán y de Calagán, donde crece la mejor canela. Si hubiéramos podido detenernos hubiésemos cargado el navío; pero no quisimos perder tiempo para aprovechar el viento, porque teníamos que doblar una punta y pasar algunos islotes que la rodeaban. Navegando vimos isleños, que se aproximaron a nosotros, dándonos diez y siete libras de canela por dos grandes cuchillos de los que cogimos al gobernador de Pulaoán.

Octubre de 1521. — Canelo.
Puedo describir el canelo por haberlo visto. Tiene cinco o seis pies de altura y el espesor de un dedo. Nunca tiene más de tres o cuatro ramas; su hoja semeja la del laurel; la canela que usamos es su corteza, que se cosecha dos veces al año; la madera y las hojas verdes tienen igual sabor que la corteza; le llaman cainmana (de donde viene el nombre de cinnamomum), porque cain significa madera, y mana, dulce.

Octubre de 1521. — Maingdanao
Con rumbo al Nordeste llegamos a una ciudad llamada Maingdanao[214], situada en la misma isla donde están Butuán y Calagán, para averiguar exactamente la posición de las islas Malucco.

Captura de un bignadai.
Encontramos en la ruta un bignadai, barco parecido a una piragua, y nos decidimos a capturarle; pero como hicieron alguna resistencia, matamos siete hombres de los diez y ocho que componían su tripulación. Estaban mejor formados y eran más robustos que los que hasta entonces vimos. Eran jefes de Maingdanao, entre los cuales estaba el hermano del rey, que nos aseguró que sabía muy bien la posición de las islas Malucco.
Por sus noticias cambiamos de rumbo, poniendo la proa al Sureste. Estábamos entonces a 6º 7' de latitud Norte y a treinta leguas de distancia de Cavit.

Los Benayanos, antropófagos.
Nos dijeron que en un cabo de esta isla, cerca de un río, había unos hombres velludos, grandes guerreros y excelentes arqueros, armados además con dagas de un palmo de largo, y que cuando cogen a algún enemigo, se le comen el corazón crudo, con zumo de naranja o de limón. Les llaman Benayanos[215].
Ciboco, etc. — Encontramos con rumbo al Sureste cuatro islas llamadas Ciboco, Biraham-Batolach, Sarangani y Candigar[216].

26 de octubre de 1521. — Tempestad. Luces eléctricas. Devoción a San Telmo
El sábado 26 de octubre, al anochecer, costeando la isla de Biraham-Batolach, sufrimos una borrasca, durante la cual recogimos velas y rogamos a Dios que nos salvase. Vimos entonces en el tope de los mástiles a nuestros tres santos, que disiparon la oscuridad durante más de dos horas: San Telmo en el palo mayor, San Nicolás en el de mesana y Santa Clara en el trinquete. En reconocimiento de la gracia que nos concedieron, prometimos a cada uno un esclavo, y les hicimos ofrendas.

Sarangani.
Prosiguiendo la ruta entramos en un puerto que hay en medio de la isla de Sarangani, hacia Candigar; anclamos cerca de unas casas de Sarangani, donde abundan las perlas y el oro. Está el puerto a 5º 9' a cincuenta leguas de Cavit. Los habitantes son gentiles, y van desnudos como los demás pueblos de estos parajes.

28 de octubre de 1521.
Nos detuvimos allí un día, y a viva fuerza cogimos dos pilotos para que nos condujesen a las islas Malucco.

Cheava, Caviao, etc
Por su consejo navegamos al Sursuroeste, y pasamos por entre ocho islas, mitad habitadas y mitad desiertas, que forman como una calle. He aquí sus nombres: Cheava, Caviao (sic), Cabiao, Camanuca, Cabaluzao, Cheai, Lipan y Nuza; al final de éstas nos encontramos enfrente de una isla bastante bella[217], pero teníamos viento contrario y no pudimos doblar la punta, dando bordadas durante toda la noche.

Nuestros cautivos se salvan a nado
Aprovechando esta ocasión, los prisioneros que cogimos en Sarangani saltaron del navío y se escaparon a nado, con el hermano del rey de Mindanao; pero, según supimos después, su hijo no pudo sostenerse sobre las espaldas del padre, y se ahogó.

Sanghir.
Siendo imposible doblar la punta de la isla grande, pasamos de largo cerca de muchos islotes. La isla se llama Sanghir y tiene cuatro reyes: rajá Matandatu, rajá Laga, rajá Bapti y rajá Parabú; está a 3º 30' de latitud septentrional y a veintisiete leguas de Sarangani.

Noviembre de 1521. — Chéoma, Carachita, etcétera
Navegando siempre en la misma dirección pasamos cerca de cinco islas: Chéoma, Carachita, Pará, Zangalura, Ciau[218], distante la última diez leguas de Sanghir; vimos allí una montaña bastante extensa, pero de poca elevación; su rey se llama rajá Ponto.

Paghinzara
Divisamos la isla de Paghinzara[219], en la que hay tres altas montañas; su rey se llama rajá Babintan. A doce leguas al este de Paghinzara, además de Talaut, dos islitas habitadas: Zoar y Mean[220].

6 de noviembre de 1521.
El miércoles 6 de noviembre, después de pasar estas islas, reconocimos otras cuatro bastante altas, a catorce leguas al Este.

7 de noviembre de 1521. — Vemos las islas Malucco.
El piloto que cogimos en Sarangani nos dijo que eran las islas Malucco. Dimos gracias a Dios, y en señal de regocijo disparamos toda la artillería. No debe extrañar nuestra gran alegría al ver estas islas, si se tiene en cuenta que hacía veintisiete meses menos dos días que corríamos los mares y que habíamos visitado una infinidad de islas, buscando siempre las Malucco.

Impostura de los portugueses.
Los portugueses han propalado que las islas Malucco están situadas en medio de un mar innavegable a causa de los arrecifes que se encuentran por todas partes y de la atmósfera nebulosa y empañada de espesas nieblas; sin embargo, es todo lo contrario, y nunca, hasta las mismas Malucco, hubo menos de cien brazas de agua.

8 de noviembre de 1521. — Llegada a Tadore
El viernes 8 de noviembre, tres horas antes de la puesta del Sol, entramos en el puerto de una isla llamada Tadore[221]. Anclamos cerca de tierra, con veinte brazas de agua, y disparamos toda la artillería.

9 de noviembre de 1521. —Visita del rey.
A la mañana siguiente vino el rey en una piragua y dio la vuelta en torno de nuestros navíos. Salimos a su encuentro en las chalupas para testimoniarle nuestro reconocimiento; nos hizo entrar en su piragua y nos colocamos a su lado. Estaba sentado bajo un quitasol de seda, que le cubría enteramente. Delante de él, en pie, un hijo suyo llevaba el cetro real; dos hombres con sendos vasos de oro llenos de agua para lavarse las manos, y otros dos con dos cofrecillos dorados llenos de betre (betel).
Nos dio la bienvenida, diciéndonos que desde hacía mucho tiempo había soñado que algunos navíos debían venir de países lejanos, y que para asegurarse de si el sueño era verdadero había examinado la Luna, en la cual había notado que, efectivamente, arribarían, y que era a nosotros a quien esperaba.
Subió en seguida a bordo y todos le besamos la mano. Le llevamos al castillo de popa, donde, por no agacharse, entró por la abertura de encima. Allí le sentamos en una silla de terciopelo rojo y le pusimos una túnica a la turca de terciopelo amarillo, y para demostrarle mejor nuestro respeto nos sentamos en el suelo enfrente de él.

Acogida del rey.
Cuando supo quiénes éramos y el objeto de nuestro viaje, nos dijo que él y todos sus pueblos tendrían gran alegría siendo amigos y vasallos del rey de España; que nos recibiría en su isla como a sus propios hijos; que podíamos bajar a tierra y estar en ella como en nuestras casas; y que, por amor a nuestro soberano, era su voluntad que desde aquel día en adelante su isla dejase el nombre de Tadore y tomase el de Castilla.

Regalos al rey.
Le regalamos la silla en que estaba sentado y la túnica que tenía puesta; una pieza de paño fino, cuatro brazas de escarlata, una túnica de brocado, un paño de damasco amarillo, otros paños indios tejidos en oro y seda, una pieza de tela de Cambaya, muy blanca, dos gorros, seis hilos de cuentas de vidrio, doce cuchillos, tres espejos grandes, seis tijeras, seis peines, algunas tazas de vidrio doradas y otras cosas. A su hijo le dimos un paño indio de oro y de seda, un espejo grande, un gorro y dos cuchillos. Cada uno de los nueve personajes que le acompañaban recibió un paño de seda, un gorro y dos cuchillos. También regalamos un gorro, un cuchillo, etc., a cada uno de los de su séquito, hasta que el rey nos advirtió que no diésemos más. Dijo que estaba disgustado por no tener nada que regalar digno del rey de España, más que le ofrecía su persona. Nos aconsejó que aproximásemos los navíos a las habitaciones, y que si alguno de los suyos osaba durante la noche intentar robarnos, que le matásemos de un balazo. Después partió muy satisfecho, pero no quiso inclinar nunca la cabeza, a pesar de las muchas reverencias que le hicimos; disparamos la artillería cuando salía.

Vestidos del rey.
Este rey es moro, esto es, árabe, de unos cuarenta y cinco años de edad, de buen aspecto y fisonomía. Sus vestidos consistían en una camisa muy fina con mangas bordadas en oro; un paño le cubría desde la cintura hasta los pies; un velo de seda ceñido a la cabeza, y sobre el velo una guirnalda de flores. Su nombre es rajá sultán Manzor. Es un gran astrólogo.

10 de noviembre de 1521.— Curiosidad del rey.
El domingo 10 de noviembre tuvimos otra entrevista con el rey, quien nos preguntó cuáles eran nuestros sueldos y qué ración nos daba a cada uno el rey de España. Satisficimos su curiosidad. Nos rogó también que le diésemos un sello del rey y un estandarte real, pues quería, según dijo, que tanto su isla como la de Tarenate[222], en la que se proponía proclamar rey a su sobrino Calanogapi, fuesen en adelante tributarias del rey de España, por quien en lo futuro combatiría, y que si por desdicha sucumbiese a sus enemigos, iría a España en uno de sus barcos, llevando consigo el sello y el estandarte. Nos rogó en seguida que le dejáramos algunos de los nuestros, que le serían más preciados que todas las mercancías, las cuales — añadió — no le recordarían tanto tiempo como los hombres al rey de España y a nosotros.
Viendo nuestra prisa por cargar los navíos con clavos de especia, nos dijo que los de la isla no estaban bastante secos para nuestro objeto y que los buscaría en la isla de Bachián, en donde esperaba encontrar cantidad suficiente.
No hicimos ninguna compra aquel día, porque era domingo. El día de fiesta de estos isleños es el viernes.

Detalles sobre las islas Malucco. Gobiernos
Os será sin duda agradable, monseñor, conocer algunos detalles sobre las islas en que crecen los árboles que producen los clavos de especia. Son cinco: Tarenate, Tadore, Mutir, Machián y Bachián[223].
Tarenate (Ternate) es la principal. El citado rey dominaba casi completamente en las otras cuatro.
Tadore (Tidor), en la que estábamos, tiene su rey propio, así como Bachián. Mutir y Machián no tienen rey; su gobierno es popular, y cuando hay guerra entre los reyes de Tarenate y Tadore, ambas repúblicas democráticas suministran combatientes a los dos partidos. Toda la provincia donde crece el clavo se llama Malucco (Molucas).

Francisco Serrano.
Al llegar a Tadore nos dijeron que ocho meses antes había muerto un tal Francisco Serrano, portugués. Era capitán general del rey de Tarenate, que estaba en guerra con el de Tadore, al que obligó a dar su hija en matrimonio al rey de Tarenate, exigiendo además, en rehenes, a casi todos los hijos varones de los personajes de Tadore.
Con este arreglo hicieron las paces, y del matrimonio nació el nieto del rey de Tadore, Calanogapi, ya mencionado. Sin embargo, el rey de Tadore no perdonó jamás sinceramente a Francisco Serrano, y juró vengarse de él.

Serrano muere envenenado.
En efecto, algunos años después Serrano se dispuso un día a ir a Tadore para comprar clavos de especia, y el rey le envenenó con un tósigo preparado en hojas de betel, no sobreviviendo mas que cuatro días. Quiso el rey hacerle funerales y entierro según los usos del país; pero tres criados cristianos que tenía Serrano se opusieron. Al morir Serrano dejó un hijo y una hija, niños, que tuvo con una mujer con la que se casó en Java. Toda su fortuna consistía en doscientos bahars de clavos de especia.

Invitación de Serrano a Magallanes para venir a Malucco
Serrano fue gran amigo y creo que pariente de nuestro desdichado capitán general, y fue quien le decidió a emprender este viaje, porque durante la estancia de Magallanes en Malaca supo por sus cartas que Serrano estaba en Tadore, donde se podía hacer un comercio ventajoso. Magallanes no olvidó lo que Serrano le escribió cuando el difunto rey de Portugal, D. Emanuel, rehusó aumentar su sueldo en un testón[224] al mes, recompensa que creía sobrado merecida por los servicios prestados a la corona.

Proyecto de Magallanes
Para vengarse vino a España y propuso a su majestad el emperador ir a Malucco por el Oeste, obteniendo el real permiso.

El rey de Tarenate envenenado por su hija
Diez días después de la muerte de Serrano, el rey de Tarenate, llamado rajá Abuleis[225], que se había casado con una hija del rey de Bechián, declaró la guerra a su yerno y le expulsó de su isla. Su hija intervino como mediadora entre su padre y su marido, y envenenó a aquél, que sobrevivió solamente dos días a la ponzoña. Murió dejando nueve hijos: Chechili-Momuli, Jadore-Vunghi, Chechilideroix, Cilimanzur, Cilipagi, Chialiuchechilin, Cataravajecu, Serich y Calanogapi.

11 de noviembre de 1521.— Visita de Chechilideroix
El lunes 11 de noviembre, Chechilideroix, uno de los hijos del rey de Tarenate que acabamos de mencionar, se acercó a nuestros navíos con dos piraguas, en las que había músicos con timbales. Vestía una túnica de terciopelo rojo. Supimos que traía consigo la viuda y los hijos de Serrano; sin embargo, no se atrevió a subir a bordo, ni tampoco le invitamos nosotros a ello sin el consentimiento del rey de Tadore, su enemigo, en cuyo puerto estábamos, a quien preguntamos si podíamos recibirlo, contestándonos que éramos dueños de hacer lo que quisiésemos. En este intervalo, Chechilideroix, viendo nuestra incertidumbre, concibió algunas sospechas y se alejó, por lo que tuvimos que ir a buscarle con la chalupa, regalándole una pieza de tela india de seda y oro, algunos espejos, tijeras y cuchillos, que aceptó de mala gana, y partió.

Manuel. Pedro Alfonso de Lorosa.
Tenía con él un indio que se había hecho cristiano, llamado Manuel, criado de Pedro Alfonso de Lorosa, que después de la muerte de Serrano había venido de Bandán a Tarenate.

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Figura 1. Mapa de la América meridional, según Pigafetta. Se advierten el cabo de Santa María, el río de la Plata, descubierto por Juan de Solís, la región patagónica, el mar Océano, el cabo de las Once mil Vírgenes, el estrecho patagónico, el cabo Deseado y el mar Pacífico.

Manuel hablaba el portugués; subió a bordo y nos dijo que los hijos del rey de Tarenate, aunque enemigos del rey de Tadore, estaban dispuestos a abandonar a Portugal para incorporarse a España. Escribimos por su conducto una carta a Larosa invitándole a venir a vernos sin el menor temor. A continuación veremos cómo aceptó.

Costumbres del rey de Tadore
Informándome de las costumbres del país, supe que el rey puede tener para su placer tantas mujeres como le parezca; pero una sola es su esposa, y las demás, esclavas.

Su serrallo
Tenía fuera de la ciudad una gran casa, donde vivían doscientas de sus más bonitas mujeres, con igual número de criadas. El rey come siempre solo o con su esposa en una especie de estrado elevado, desde donde ve a todas las otras mujeres, sentadas alrededor, y después de haber cenado, escoge la que compartirá su lecho aquella noche. Cuando el rey termina su comida, sus mujeres comen todas juntas si él lo consiente, y si no, cena cada una en su habitación. Nadie puede ver a las mujeres del rey sin su permiso especial, y si algún imprudente se acercara a su habitación, de día o de noche, le matarían en el acto. Para proveer el serrallo real, cada familia tiene la obligación de dar una o dos hijas. El rajá sultán Manzor tenía veintiséis hijos, ocho varones y diez y ocho hembras[226]. Hay en la isla de Tadore una especie de obispo[227], que tenía cuarenta mujeres y muchos hijos.

12 de noviembre de 1521. — Tráfico.
El martes 12 de noviembre el rey mandó construir un cobertizo, que acabaron en un día, para nuestras mercancías; allí llevamos todo lo que destinábamos para cambiar, y quedaron guardándolo tres de los nuestros. El valor de las mercancías que íbamos a dar en trueque de clavos de especia se fijó de esta manera: por diez brazas de paño rojo de buena calidad debían darnos un bahar de clavos; el bahar equivale a cuatro quintales y seis libras, y cada quintal pesa cien libras; por quince brazas de paño de clase mediana, un bahar de clavos; por quince hachas, un bahar; por treinta y cinco tazas de vidrio, un bahar (todas las tazas de vidrio las cambiamos así con el rey); por diez y siete cathiles de cinabrio, un bahar, y lo mismo por otro tanto de azogue; por veintiséis brazas de tela, un bahar, y de tela más fina sólo dábamos veinticinco brazas; por ciento cincuenta cuchillos, un bahar; por cincuenta pares de tijeras o por cuarenta gorros, un bahar; por diez brazas de paño de Guzzerate[228], un bahar; por un quintal de cobre, un bahar. Llevábamos una gran partida de espejos; pero se quebraron la mayor parte en la travesía, y el rey se apropió casi todos los que habían quedado enteros. Parte de estas mercancías provenían de los juncos que apresamos. Hicimos, como se ve, un tráfico muy ventajoso, no sacando, sin embargo, todo el provecho que hubiéramos podido, porque deseábamos apresurar en lo posible el regreso a España. Además de los clavos, hacíamos a diario buena provisión de víveres; los indios venían sin cesar con sus barcas para traernos cabras, gallinas, nueces de coco, bananas y otros comestibles, que nos daban por cosas de poco valor.

Agua caliente
También nos aprovisionamos de un agua excesivamente caliente, pero que expuesta al aire durante una hora se ponía muy fría. Dicen que esto proviene que el agua mana de la montaña de los árboles del clavo[229]. Reconocimos por esto la impostura de los portugueses, que quieren hacer creer que falta por completo el agua dulce en las islas Malucco, y que deben ir a buscarla muy lejos en otros países.

13 de noviembre de 1521.— Prisioneros en liberteni.
Al día siguiente el rey envió a su hijo Mossahap a la isla de Mutir para buscar clavos y que pudiéramos prontamente acabar nuestro cargamento. Los indios que habíamos capturado en la travesía hallaron ocasión de hablar al rey, quien se interesó por ellos, y rogó que se los entregásemos para enviarlos a sus países acompañados de cinco isleños de Tadore, que tendrían en el camino ocasión para elogiar al rey de España, y conseguirían que el nombre español fuese querido y respetado por todos estos pueblos. Le enviamos las tres mujeres que esperábamos presentar a la reina de España y todos los hombres, excepto los de Borneo.
El rey nos pidió otro favor: que matásemos a todos los cerdos que teníamos a bordo, por lo que nos ofreció amplia compensación en cabras y en volatería. Le complacimos una vez más, y los degollamos en el entrepuente para que los moros no se apercibiesen, porque sentían tal repugnancia por estos animales, que cuando por casualidad encontraban alguno, cerraban los ojos y se tapaban la nariz para no verlos ni olerlos.

Relato de Lorosa
La misma tarde, el portugués Pedro Alfonso de Lorosa vino a bordo del navío en una piragua. Supimos que el rey le envió a buscar para advertirle que, aunque él fuese de Tarenate, debía guardarse muy mucho de mentir en las respuestas a nuestras preguntas. Efectivamente, cuando vino nos dio todas las noticias que podían interesarnos. Dijo que estaba en las Indias hacía diez y seis años, diez de los cuales los pasó en las islas Malucco, adonde llegó con los primeros portugueses, que verdaderamente se habían establecido allí desde diez años antes; mas que guardaron el más profundo silencio sobre el descubrimiento de estas islas; añadió que hacía once meses y medio un gran navío vino de Malaca a las islas Malucco para cargar clavos de especia e hizo su cargamento, pero que el mal tiempo les retuvo algunos meses en Bandán. Procedía el navío de Europa, y el capitán portugués, que se llamaba Tristán de Menezes, dijo a Lorosa que la noticia más importante por entonces era que una escuadra de cinco navíos, al mando de Fernando Magallanes, había partido de Sevilla para ir a descubrir las Malucco en nombre del rey de España; y que el rey de Portugal, tanto más disgustado de la expedición, cuanto que aquél era uno de sus súbditos que buscaba su daño, envió navíos al Cabo de Buena Esperanza y al cabo de Santa María[230], en el país de los caníbales, para interceptarle el paso en el mar de las Indias; pero que no le habían encontrado.

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Figura 2. Isla de los Ladrones, según Pigafetta. La barca está emparejada con otra a modo de balancín o batanga.


Supo en seguida que pasó por otro mar y que iba a las islas Malucco por el Oeste, y ordenó a D. Diego López de Sichera, su capitán en jefe en las Indias[231], que enviase seis navíos de guerra a Malucco contra Magallanes; mas que a Sichera llegó la nueva de que en este tiempo los turcos preparaban una flota contra Malaca, y se vio obligado a mandar sesenta barcos de guerra al estrecho de la Meca, en la tierra de Judá[232], los cuales encontraron las galeras turcas encalladas a la orilla del mar, cerca de la bella y fuerte ciudad de Adem, y las quemaron todas.
Esta expedición impidió al capitán general portugués hacer lo que le habían encargado contra nosotros; mas poco después envió a nuestro encuentro un galeón a dos manos de bombardas[233], mandado por el capitán Francisco Faría, portugués; no llegó el galeón a las islas Malucco, porque, ya por los arrecifes que hay cerca de Malaca, ya por las corrientes y vientos contrarios que encontró, tuvo que volver al puerto de donde había salido. Lorosa añadió que, pocos días antes, una carabela con dos juncos habían venido a las islas Malucco para obtener noticias sobre nosotros; los juncos esperaron en Bachián para cargar clavos de especia, llevando a bordo siete portugueses, los que, a pesar de las amonestaciones del rey, no quisieron respetar ni a las mujeres de los indígenas ni a las del mismo rey, y fueron todos asesinados. Al saber esta noticia el capitán de la carabela juzgó oportuno partir a toda prisa y volverse a Malaca, abandonando en Bachián los dos juncos con cuatrocientos bahars de clavos y mercancías bastantes para cambiarlas por otros ciento.

Comercio de Malaca.
Nos dijo también que anualmente van muchos juncos de Malaca a Bandán a comprar macis y nuez moscada, y desde allí a las Malucco para cargar clavos. En tres días se hace el viaje de Bandán a las islas Malucco, y en quince se va de Bandán a Malaca. Este comercio, decía, es, entre el de estas islas, el que rinde más beneficio al rey de Portugal, por lo cual tiene gran cuidado en ocultárselo a los españoles.
Lo que Lorosa acababa de decir era en extremo interesante, y procuramos persuadirle a que se embarcase con nosotros para Europa, prometiéndole grandes gajes de parte del rey de España.

15 de noviembre de 1521
El viernes 15 de noviembre el rey nos dijo que iba a Bachián para apoderarse de los clavos de especia que los portugueses habían dejado, y nos pidió regalos para los gobernadores de Mutir, a los cuales se los entregaría en nombre del rey de España. Se divirtió mucho en nuestro navío viéndonos manejar las armas: la ballesta, el fusil y el bersil[234], que es mayor que un fusil; tiró tres ballestazos, pero no quiso ni tocar los fusiles.

Giailolo
Enfrente de Tadore hay una isla muy grande llamada Giailolo[235], habitada por moros y gentiles. Los moros tienen dos reyes, y, según nos dijo el rey de Tadore, uno tenía seiscientos hijos, y el otro, quinientos veinticinco. Los gentiles no tienen tantas mujeres como los moros, ni son tan supersticiosos; la primera cosa que encuentran por la mañana es el objeto de su adoración durante todo el día; su rey se llama rajá Papúa, es riquísimo en oro y habita en el interior de la isla. Crecen entre las rocas cañas tan gruesas como la pierna de un hombre, llenas de un agua excelente para beber[236]; compramos muchas. La isla de Giailolo es tan grande, que una canoa apenas puede dar la vuelta completa en cuatro meses.
16 de noviembre de 1521. — Visita del rey de Giailolo.
El sábado 16 de noviembre, uno de los reyes moros de Giailolo vino con muchas embarcaciones a bordo de nuestros navíos. Le regalamos una túnica de damasco verde, dos brazas de paño rojo, algunos espejos, tijeras, cuchillos, peines y dos tazas de vidrio dorado, que le gustaron mucho. Nos dijo muy graciosamente que, puesto que éramos amigos del rey de Tadore, debíamos serlo suyos, porque amaba a éste como a un hijo. Nos invitó a ir a su país, asegurándonos que nos rendiría grandes honores. Este rey es muy poderoso y respetadísimo en todas las islas cercanas; es de bastante edad y se llama rajá Jussu.

17 de noviembre de 1521.
Al día siguiente, domingo, por la mañana, el mismo rey volvió a bordo, deseoso de ver cómo combatíamos y disparábamos las bombardas, lo que ejecutamos con gran satisfacción suya, porque en su juventud fue muy guerrero.
El mismo día bajé a tierra para examinar el árbol del clavo y ver cómo produce su fruto. He aquí lo que observé: tiene una gran altura y su tronco es de grueso como el cuerpo de un hombre, más o menos, según su edad; sus ramas se extienden mucho hacia el medio del tronco, pero en la copa forman una pirámide; su hoja se asemeja a la del laurel, y la corteza es de color aceitunado; los clavos nacen en la punta de las ramitas, en grupos de diez a veinte; da más fruto en un lado que en otro, según las estaciones; los clavos son al principio blancos, al madurar rojizos y al secarse negros; se cosechan dos veces al año, la primera por Navidad y la segunda por San Juan, esto es, poco más o menos, hacia los dos solsticios, estaciones en que el aire es más templado en este país; que en el solsticio de invierno es más cálido porque el Sol está entonces en el cénit. Cuando el año es cálido y hay poca lluvia, la cosecha de clavos es en cada isla de tres a cuatrocientos bahars. El árbol crece solamente en las montañas, y perece cuando se le trasplanta al llano[237]; la hoja, la corteza y la parte leñosa del mismo árbol tienen un olor y sabor tan fuertes como el fruto, el cual, si no se coge en plena madurez, engorda tanto y se pone tan duro, que no sirve de él mas que la corteza; no hay árboles de clavo mas que en las montañas de las cinco islas Malucco, y algunos en la isla de Giailolo y en el islote de Mare, entre Tadore y Mutir, pero sus frutos no son tan buenos; dicen que la niebla le da cierto grado de perfección; lo cierto es que a diario vimos una niebla, en forma de nubecitas, rodeando tan pronto una, tan pronto otra de las montañas de estas islas; cada habitante posee algunos árboles, que vigila y recoge los frutos, pero sin pensar siquiera en el cultivo; en cada isla se llama de modo diferente a los clavos: gomode en Tadore, bongalavan en Sarangani y chianche en las islas Malucco.

Nuez moscada.
También produce la isla nuez moscada[238], parecida a nuestras nueces, tanto por el fruto como por las hojas. La nuez moscada, cuando se la cosecha, semeja al membrillo por su forma, color y pelusilla que la cubre, pero es más pequeña; su primera corteza es tan espesa como el pericarpio de nuestra nuez; debajo hay una tela delgada, o mejor dicho, de cartílago, bajo la cual está el macis, de un rojo muy vivo, que envuelve la corteza leñosa que contiene la nuez moscada propiamente dicha.

Jengibre.
Produce asimismo la isla, jengibre, que comimos verde como si fuera pan; no nace en un árbol, sino en un arbusto con tallos a flor de tierra de un palmo de largo, parecidos a los pimpollos de las cañas, a los que también se asemeja en las hojas, aunque las del jengibre son más estrechas; no sirven para nada los tallos; sólo se aprovecha la raíz, que es el jengibre usual en el comercio; el jengibre verde no es tan fuerte como el seco; para secarle se espolvorea de cal, pues de otro modo no podría conservarse.

Casas. — Las casas de estos isleños están construidas como las de las islas vecinas, aunque no tan elevadas sobre la tierra, y rodeadas de cañas en forma de seto.

Mujeres y hombres.
Las mujeres de este país son feas; van desnudas como las de las otras islas, cubriendo sus partes sexuales con un paño hecho de corteza de árbol; los hombres van igualmente desnudos, y a pesar de la fealdad de sus mujeres, son muy celosos; se enfadaban mucho al vernos llegar a tierra con las pretinas abiertas[239], porque se imaginaban que esto podría inducir a malas tentaciones a sus mujeres; hombres y mujeres van descalzos.

Paños de corteza de árbol.
Sus telas de corteza de árbol las hacen del siguiente modo: cogen un trozo de corteza y la ponen en agua hasta que se ablanda; la golpean después con una especie de látigos para extenderla a lo largo y a lo ancho, según creen conveniente, hasta que parece una tela de seda cruda con hilos entrelazados interiormente, como si fuese tejida[240].

Pan de madera.
Con la madera de un árbol parecido a la palmera hacen su pan, así: toman un trozo de esta madera y la quitan ciertas espinas negras y largas; en seguida la machacan y hacen un pan al que llaman sagou; llevan provisión de este pan en sus viajes por mar. Los isleños de Tarenate venían diariamente con sus canoas a ofrecernos clavos de especias; pero como esperábamos que el rey los trajera, no quisimos comprarlos de los otros isleños, contentándonos con tomarles víveres; los indígenas de Tarenate se lamentaban mucho de esto.

24 de noviembre de 1521
La noche del domingo 24 de noviembre volvió el rey al son de timbales y pasó por entre nuestros dos navíos. Le saludamos con salvas de las bombardas para testimoniarle nuestro respeto. Nos dijo que, a consecuencia de las órdenes que dio, nos traerían, durante cuatro días, una considerable cantidad de clavos.

25 de noviembre de 1521.
En efecto, el lunes nos trajeron ciento sesenta y un cathiles, que pesamos sin descontar la tara. Descontar la tara es tomar las especias a menos peso del que realmente tienen, porque entonces están frescas; pero después, indefectiblemente, disminuyen en peso y en calidad al secarse. Los clavos enviados por el rey eran los primeros que embarcábamos y constituían el principal objeto de nuestro viaje; disparamos la artillería, al almacenar los primeros, en señal de regocijo.

26 de noviembre de 1521. — Invitación del rey
El martes 26 de noviembre nos visitó el rey para decirnos que, saliendo de su isla, hacía por nosotros lo que nunca hicieron sus predecesores; pero que le placía determinarse a darnos esta muestra de su amistad al rey de España y a nosotros, a fin de que pudiéramos cuanto antes partir hacia nuestro país y volver en poco tiempo con más fuerzas para vengar la muerte de su padre, a quien mataron en una isla llamada Buru[241], y cuyo cadáver echaron al mar. Añadió que era costumbre en Tadore, cuando se cargaban clavos en un navío o en un junco por primera vez, que el rey diese un festín a los marineros y a los mercaderes del barco, y al mismo tiempo rogar al cielo para que llegasen felizmente a sus casas. Esperaba aprovechar la ocasión para dar un banquete al rey de Bachián, que venía a visitarle con su hermano, para lo cual hizo limpiar las calles y los caminos.

Rehusamos.
Nos inspiró la invitación sospechas, porque supimos que en el lugar en que hacíamos la aguada tres portugueses fueron asesinados por isleños ocultos en un bosque vecino. Además, frecuentemente conferenciaban los de Tadore con los indios que hicimos prisioneros, de modo que, a pesar de la opinión de algunos de los nuestros, que aceptaron gustosos la invitación del rey, el recuerdo del funesto festín de Zubu nos hizo rehusarla. Sin embargo, enviamos al rey nuestras gracias y excusas, rogándole que viniese lo antes posible a los navíos, para entregarle los cuatro esclavos que le prometimos, pues nuestra intención era partir en cuanto hiciese buen tiempo.
Vino el rey el mismo día y subió a bordo sin mostrar la menor desconfianza, diciendo que entre nosotros se hallaba como en su propia casa, asegurándonos que le era muy sensible una partida tan repentina y tan poco corriente, porque todos los navíos empleaban ordinariamente treinta días en completar su carga, y nosotros lo hicimos en mucho menos tiempo; añadió que si nos ayudó hasta saliendo de su isla para que cargásemos más pronto los clavos, no pensó con esto acelerar nuestra marcha, a más que la estación no era propia para navegar en aquellos mares, porque hay rompientes cerca de Bandán, y que también podríamos encontrar algunos barcos de nuestros enemigos los portugueses.
Cuando vio que todo lo dicho no bastó para retenernos, repuso: «¡Está bien! Os devolveré lo que me habéis dado en nombre del rey de España, porque si partís sin darme tiempo para preparar a vuestro rey otros regalos dignos de él, todos los reyes vecinos dirán que el rey de Tadore es un ingrato, por recibir beneficios de un rey tan grande como el de Castilla sin enviarle nada a su vez. Dirán también que partís tan precipitadamente por miedo a una traición mía, y toda mi vida llevaré la afrenta de traidor.» Entonces, para asegurarnos contra toda sospecha que pudiéramos tener de su buena fe, mandó que le llevasen su alcorán; le besó devotamente y púsole sobre su cabeza cuatro o cinco veces, mascullando entre dientes ciertas palabras que eran una invocación llamada zambehan. Después dijo en voz alta, en presencia de todos, que juraba por Alá (Dios) y por el corán, que tenía en la mano, que sería siempre un fiel amigo del rey de España. Profirió todo esto casi llorando y con tal aspecto de sinceridad, que le prometimos pasar quince días más en Tadore.
Dímosle el sello del rey y el estandarte real. Supimos a poco que algunos de los personajes de la isla le aconsejaron, efectivamente, que nos asesinase a todos, con lo que hubiera conseguido la benevolencia y el reconocimiento de los portugueses, que le hubiesen ayudado mejor que los españoles a vengarse del rey de Bachián; pero el rey de Tadore, leal y fiel al rey de España, con el cual había jurado la paz, respondió que nada le induciría a tal perfidia.

27, 29 y 30 de noviembre de 1521.
El miércoles 27 el rey mandó pregonar un aviso para que todo el que quisiera nos vendiese libremente clavos; aprovechamos la ocasión y compramos gran cantidad.
El viernes vino a Tadore el rey de Machián con muchas piraguas; pero no quiso saltar a tierra porque su padre y su hermano, desterrados de Machián, se habían refugiado en esta isla.
El sábado vino el rey a los navíos con el gobernador de Machián, su sobrino Humai, joven de veinticinco años, y al saber que no teníamos paño, envió a buscar a su casa tres aúnas de paño rojo y nos las dio, para que, con otros objetos que aún teníamos, pudiésemos hacer al gobernador un regalo digno de su rango, como lo cumplimos; a su partida disparamos muchos bombardazos.

1, 2, 4, 5 y 6 de diciembre de 1521. —Fiesta de Santa Bárbara. — Compramos a poco precio clavos de especia
El domingo, primero de diciembre, se marchó el gobernador de Machián; nos dijo que también el rey le hizo algunos regalos para que cuanto antes nos enviase clavos.
El lunes el rey hizo fuera de su isla otro viaje con el mismo objeto.
El miércoles, día de Santa Bárbara, para festejarle, y en honor del rey, que había regresado, hicimos una descarga cerrada de la artillería, y por la noche quemamos fuegos artificiales, que divirtieron mucho al rey.
El jueves y el viernes compramos muchos clavos que nos ofrecieron muy baratos, porque sabían que estábamos a punto de partir; nos dieron un bahar por dos aúnas de cinta y cien libras por dos cadenitas de latón, que no costaban más que un márcelo[242]; y como cada marinero quería llevar a España, cambiaron todos hasta sus ropas por clavos.

7, 8 y 9 de diciembre de 1521. — Visita de los hijos del rey de Tarenate.
El sábado, tres hijos del rey de Tarenate, con sus mujeres, hijas del rey de Tadore, vinieron a los navíos. El portugués Pedro Alfonso iba con ellos. Regalamos sendas tazas de vidrio dorado a los tres hermanos, y a las mujeres, tijeras y otras bagatelas; también enviamos algunas baratijas a otra hija del rey de Tadore, viuda del rey de Tarenate, que no quiso subir a bordo.
El domingo, día de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, disparamos con gran regocijo bombardazos, bombas y cohetes.
El lunes por la tarde el rey vino a bordo con tres mujeres que llevaban su betel. Debo advertir que solamente los reyes y los miembros de la familia real tienen derecho a llevar consigo mujeres. El mismo día volvió por segunda vez el rey de Giailolo para ver el manejo de la artillería.
Como el día fijado para nuestra partida se aproximaba, el rey nos visitaba con frecuencia y se le veía verdaderamente conmovido, diciéndonos, entre otras cosas lisonjeras, que le parecía ser cual un niño de pecho a quien su madre va a destetar. Nos rogó que le dejáramos algunos bersiles para su defensa.

Aviso del rey.
Nos advirtió que no navegásemos durante la noche, por los escollos y arrecifes que hay en este mar; y cuando le dijimos que nuestra intención era navegar día y noche para llegar lo más pronto posible a España, nos respondió que en ese caso no podía hacer nada mejor que pedir y mandar que rogasen a Dios por la prosperidad de nuestra navegación.

Lorosa viene a bordo.
Durante este tiempo, Pedro Alfonso de Lorosa vino a bordo con su mujer y todos sus efectos, para volver con nosotros a Europa.

Chechilideroix quiere llevársele
Dos días después, Chechilideroix, hijo del rey de Tarenate, vino con una canoa, repleta de hombres armados, y le invitó a que se fuera con él; mas Pedro Alfonso, sospechando su mala intención, se guardó muy bien de ello, y nos advirtió que no le dejásemos subir al navío; seguimos su consejo. Después supimos que Chechili, gran amigo del capitán portugués de Malaca, tenía el proyecto de apoderarse de Pedro Alfonso y enviárselo. Cuando vio frustrado su intento, gritó y amenazó a los de la casa en que se alojó Lorosa, por haberle dejado partir sin su permiso.

15 de diciembre de 1521. — Casamiento de una hija del rey
El rey nos previno que el rey de Bachián iba a venir con su hermano, que debía casarse con una de sus hijas, y nos rogó que hiciésemos en su honor una descarga de artillería. Vino, en efecto, el 15 de diciembre por la tarde, y cumplimos lo que el rey pidió, aunque sin disparar la artillería gruesa, porque los navíos estaban demasiado cargados.
El rey de Bachián, con su hermano, el futuro esposo de la hija del rey de Tadore, vinieron en un gran barco, con tres filas de remeros a cada lado; ciento veinte hombres en total. Estaba el barco adornado con muchos pabellones de plumas de papagayo, blancas, amarillas y rojas; mientras bogaban, los timbales y la música acompasaban el movimiento de los remos. En otras dos canoas estaban las muchachas que debían presentar a la esposa. Nos saludaron dando la vuelta alrededor de nuestros navíos y del puerto.

Etiquetas y ceremonias
Como la etiqueta no permite que un rey pise la tierra de otro, el rey de Tadore visitó al de Bachián en su propia canoa. Este, al verle llegar, se levantó del tapiz en que estaba sentado y se colocó al lado, cediendo el sitio al rey de Tadore, el cual, por cortesía, tampoco quiso sentarse en el tapiz y se puso al otro lado, dejando el tapiz en medio de los dos. Entonces el rey de Bachián ofreció al de Tadore quinientos patolles, como compensación por la esposa que daba a su hermano. Los patolles son paños de oro y seda fabricados en China y muy apreciados en estas islas; vale cada uno tres bahars de clavos, poco más o menos, según el trabajo y el oro que tenga; cuando algún personaje del país muere, los parientes, para honrarle, se visten con estos paños.

16 de diciembre de 1521.
El lunes el rey de Tadore envió una cena al de Bachián; llevábanla cincuenta mujeres, cubiertas de paños de seda desde la cintura a las rodillas, yendo de dos en dos, con un hombre en medio, con sendos platos grandes, en los que había otros platitos conteniendo diferentes guisos; los hombres llevaban grandes vasos de vino; diez mujeres de las de más edad hacían de maestras de ceremonias. Llegaron en este orden al barco y presentaron todo al rey, que estaba sentado sobre un tapiz bajo un dosel rojo y amarillo.
A su regreso, las mujeres se juntaron a algunos de nosotros, a los que la curiosidad impelió a ver el convoy, y no pudieron librarse de ellas sino después de hacerles algunos regalitos. El rey de Tadore nos envió en seguida víveres, tales como cabras, cocos, vino y otros comestibles.
Este mismo día pusimos en los navíos velas nuevas, sobre las que pintamos la cruz de Santiago de Galicia, con esta inscripción:

ESTA ES LA FIGURA DE NUESTRA BUENAVENTURA

17 de diciembre de 1521.—Regalos al rey.
El martes dimos al rey algunos de los fusiles que cogimos a los indios cuando nos apoderamos de sus juncos, y algunos bersiles, con cuatro barricas de pólvora.
Embarcamos en cada navío ochenta toneles de agua; la leña la tomaríamos en la isla de Mare, cerca de la cual íbamos a pasar, y adonde el rey había enviado cien hombres para prepararla.

Alianza con el rey de Bachián.
El mismo día, el rey de Bachián obtuvo permiso del rey de Tadore para venir a tierra y pactar una alianza con nosotros. Le precedían cuatro hombres con largos puñales en la mano; dijo, en presencia del rey de Tadore y de todo su séquito, que estaría siempre pronto a ponerse al servicio del rey de España; que guardaría para él solo los clavos de especia que habían dejado los portugueses en su isla hasta la llegada de otra escuadra española, y no los cedería a nadie sin su consentimiento, y que por medio de nosotros iba a enviarle un esclavo y dos bahars de clavos; hubiera gustosamente dado diez, pero nuestros barcos estaban tan cargados, que ya no soportaban más.

Aves del Paraíso.
Nos dio también para el rey de España dos pájaros muertos muy hermosos; tenían el tamaño de un tordo: la cabeza, pequeña; el pico, largo; las patas, del grueso de una pluma de escribir y de un palmo de largo; la cola, parecida a la del tordo; sin alas, y en su lugar largas plumas de diferentes colores, parecidas a penachos; las plumas, obscuras, salvo las de las alas; no vuelan mas que cuando hace viento; dicen que vienen del Paraíso terrestre, y les llaman bolondinata, esto es, pájaro de Dios[243].

Extraña costumbre del rey de Bachián.
Representaba el rey de Bachián unos setenta años. Nos contaron de él una cosa muy extraña: siempre que iba a combatir a los enemigos, o cuando iba a emprender algo de importancia, se entregaba antes dos o tres veces a los placeres de uno de sus criados destinado a tal fin, así como César, según el relato de Suetonio, acostumbraba a entregarse a Nicomedes.

Brujos.
Un día el rey de Tadore envió a decir a los nuestros que guardaban el almacén de nuestras mercancías, que no saliesen durante la noche, porque había isleños que por medio de ciertos ungüentos tomaban la figura de un hombre sin cabeza; de este modo se paseaban por la isla, y cuando encontraban alguno a quien no querían, le tocaban untándole la palma de la mano, por lo que el hombre caía enfermo y moría al cabo de tres o cuatro días; si encontraban tres o cuatro personas a la vez, no les tocaban, pero poseían el arte de aturdirlas. Añadió el rey que era preciso velar para conocer a estos brujos, y que ya habían prendido a muchos.

Casa nueva.
Antes de habitar una casa nueva recién construida encienden alrededor una gran hoguera y celebran muchos festines; en seguida cuelgan del techo una muestra de todo lo bueno que produce la isla, y están muy persuadidos de que así no faltará en ninguna ocasión nada a los que han de habitarla.

18 de diciembre de 1521. — Retrasamos la partida por tener una vía de agua el «Trinidad».
El miércoles por la mañana, todo estaba dispuesto para partir. Los reyes de Tadore, de Giailolo y de Bachián, así como el hijo del rey de Tarenate, vinieron para acompañarnos hasta la isla de Mare. El navío Victoria desplegó velas el primero y ganó el largo, donde esperó al Trinidad; pero éste levó anclas con mucha dificultad, y los marineros descubrieron que sufría una vía de agua en la cala. Volvió a anclar entonces el Victoria donde estaba antes. Se descargó en gran parte el Trinidad para buscar la vía y taponarla; pero aunque se le acostó de babor, el agua entraba cada vez con más fuerza, como por un caño, sin que pudiéramos encontrar la vía; este día y el siguiente dimos a las bombas sin cesar, pero sin éxito.

Se busca la vía de agua en vano.
Llegó la noticia a oídos del rey de Tadore, y vino al navío para ayudarnos.

Buzos
Mandó que se sumergiesen cinco de sus buzos, acostumbrados a permanecer mucho tiempo bajo el agua; trabajaron más de media hora sin encontrar el agujero por donde entraba el agua, y como, a pesar de las bombas, el agua subía siempre, envió a buscar al otro extremo de la isla a tres buzos más hábiles aún que los primeros.

19 de diciembre de 1521.— Proyecto de abandonar al « Trinidad».
Volvió al día siguiente de madrugada. Bucearon los hombres en el mar, con la cabellera flotante, porque se imaginaban que el agua al entrar por la vía arrastraría sus cabellos, indicándoles así el lugar del agujero[244]; pero después de una hora subieron definitivamente a la superficie del mar sin encontrar nada. El rey pareció que se afectaba vivamente con este contratiempo, hasta el punto de que se ofreció él mismo para ir a España y relatar al rey lo que nos sucedía; pero le respondimos que, teniendo dos navíos, podríamos hacer el viaje con el Victoria solo, que no tardaría en partir aprovechando los vientos del Este que empezaban a soplar; durante este tiempo carenarían al Trinidad, el cual podría aprovechar en seguida los vientos del Oeste para ir a Darién, al otro lado del mar, en la tierra del Diucatán[245]. Dijo entonces el rey que tenía a su servicio doscientos cincuenta carpinteros, a los que emplearía en este trabajo bajo la dirección de los nuestros, y que aquellos de nosotros que se quedaran en la isla serían tratados como sus propios hijos. Pronunció estas palabras con tanta emoción, que a todos nos hizo derramar lágrimas.

Se aligera el «Victoria».
Los que tripulábamos el Victoria, temiendo que su carga fuese excesiva, por lo que podría abrirse en alta mar, decidimos enviar a tierra sesenta quintales de clavos, y los llevamos a la casa en que se alojaba la tripulación del Trinidad. Hubo algunos, sin embargo, que prefirieron quedarse en las islas Malucco mejor que volver a España, ya por temor de que el navío no resistiera tan largo viaje, ya porque el recuerdo de lo que sufrieron antes de llegar a las Malucco les amedrentase, pensando que morirían de hambre en medio del Océano.

21 de diciembre de 1521.— Salida del «Victoria».
El sábado, 21 del mes, día de Santo Tomás, nos trajo dos pilotos, que pagamos por anticipado, para que nos condujeran fuera de las islas. Nos dijeron que el tiempo era excelente para el viaje y que debíamos partir cuanto antes; pero tuvimos que esperar a que nos trajesen las cartas que nuestros camaradas que se quedaban en las Malucco mandaban a España, y no pudimos levar anclas hasta el mediodía. Entonces, los barcos se despidieron con una descarga recíproca de la artillería; nuestros compañeros nos siguieron en su chalupa tan lejos como pudieron, y nos separamos, al fin, llorando.
Juan Carvajo quedó en Tadore con cincuenta y tres europeos. Nuestra tripulación se componía de cuarenta y siete europeos y trece indios.

Cargamos madera en Mare
El gobernador o ministro del rey de Tadore vino con nosotros hasta la isla de Mare, y apenas llegamos allí, cuando cuatro canoas se acercaron, cargadas de madera, que en menos de una hora pasó a nuestro navío.

Productos de las islas Malucco.
Todas las islas Malucco producen clavos de especia, jengibre, sagú (que es la madera de que se hace el pan), arroz, nueces de coco, bananas, higos, almendras más gordas que las nuestras, granadas dulces y agrias, caña de azúcar, melones, cohombros, calabazas, un fruto que llaman comilicai[246], muy refrescante y del tamaño de una sandía, otro fruto parecido al melocotón, que llaman guave[247], y otros vegetales comestibles; también hay aceite de coco y de ajonjolí. De animales útiles tienen cabras, gallinas y una especie de abeja no más grande que una hormiga, que hace su colmena en los troncos de los árboles, donde deposita su excelente miel. Hay muchas variedades de papagayos, entre otros unos blancos que llaman catara, y otros rojos llamados nori, que son los más apreciados, no sólo por la belleza de su plumaje, sino porque pronuncian más claramente que los otros las palabras que aprenden. Un papagayo vale un bahar de clavos.

Conquista de las islas Malucco.
Apenas hace cincuenta años que los moros conquistaron y habitan las islas Malucco, adonde llevaron su religión. Antes de la conquista de los moros no había más que gentiles, los cuales no se preocupaban casi de los árboles del clavo. Aun se encuentran algunas familias de gentiles, que se retiraron a las montañas, lugares muy convenientes para el desarrollo de dichos árboles.

Posición de las islas Malucco
La isla de Tadore está a 27' de latitud septentrional y a 161º de longitud de la línea de demarcación. Dista 9º 30' de Zamal, primera isla de este archipiélago, al Sureste cuarto Sur.
La isla de Tarenate está a 40' de latitud septentrional.
Mutir está exactamente bajo la línea equinoccial.
Machián está a 15' de latitud Sur.
Bachián, a 1º de la misma latitud.
Tarenate, Tadore, Mutir y Bachián tienen altas montañas piramidales, en que crecen los árboles del clavo. Bachián no se divisa desde las otras islas, aunque es la más grande de las cinco. Su montaña con los mencionados árboles no es tan alta ni tan puntiaguda como las de las otras islas; pero su base es más ancha[248].

Libro IV
Regreso a España desde las islas Malucco.

Diciembre de 1521.—Muchas islas.—Los pigmeos de Cafi.
Continuamos nuestra ruta, pasando por entre muchas islas, llamadas: Cayoán, Laigoma, Sico, Giogi, Cafi, Laboán[249], Tolimán, Titameti, Bachián[250], de la que hemos ya hablado; Latalata, Jaboli, Mata y Batutiga. Nos dijeron que en la isla de Cafi los hombres son pequeños como pigmeos; están sometidos al rey de Tadore. Pasamos al oeste de Batutiga y pusimos rumbo al Oeste Suroeste. Al Sur vimos muchas islas. Aconsejaron los pilotos molucenses que anclásemos en algún puerto para no chocar durante la noche con los islotes y los arrecifes. Navegamos al Sureste, y anclamos junto a una isla que está a 3º de latitud Sur y a cincuenta y tres leguas de distancia de Tadore.

Antropófagos.
Esta isla se llama Sulach[251]; sus habitantes son gentiles y no tienen rey; son antropófagos, y hombres y mujeres van desnudos, sin más que un pedacito de corteza de árbol, de dos dedos de largo, delante de las partes naturales; cerca de ella hay otras islas cuyos indígenas comen carne humana; se llaman Silán, Noselao, Biga, Atulabaón, Leitimor, Tenetum, Gonda, Kayalruru, Manadán y Benaya[252].
Costeamos las islas de Lamatola y Tenetum.
Después de recorrer diez leguas, desde Sulach, en la misma dirección, anclamos junto a una isla grande llamada Buru, donde encontramos víveres en abundancia: cerdos, cabras, gallinas, cañas de azúcar, nueces de coco, sagú, unos platos compuestos de bananas, a los que llaman canali, y chicares, que aquí les llaman nanga. Los chicares[253] son frutos parecidos a la sandía, pero su cáscara está llena de nudos; dentro están llenos de semillitas rojas parecidas a las pepitas de melón, sin cáscara leñosa, de una substancia medular como las judías blancas, pero más grandes, muy tiernas y con sabor a castañas.

Comilicai
Encontramos otro fruto en forma de piña, pero de color amarillo, blanco por dentro, y al cortarle tiene alguna semejanza con la pera, pero mucho más tierno y de un sabor exquisito; le llaman comilicai.
Los habitantes de esta isla no tienen rey, son gentiles y van desnudos como los de Sulach. La isla de Buru está a 3º 30' de latitud meridional y a setenta y cinco leguas de distancia de las islas Malucco[254].

Ambón.
A diez leguas al oeste de Buru hay una isla mayor que confina con Giailolo; llámase Ambón; está habitada por moros en la costa y por gentiles antropófagos en el interior. Los productos son los mismos que en Buru.
Entre Buru y Ambón hay tres islas rodeadas de escollos: Vudia, Kailaruru y Benaya[255], y a cuatro leguas al sur de Buru está la de Ambalao[256].
A treinta y cinco leguas de Buru, al Suroeste cuarto Sur, se encuentra la isla de Bandán, con otras trece. En seis de ellas hay macis y nuez moscada; la mayor es Zoroboa, y las pequeñas, Chelicel, Saniananpi, Pulai, Puluru y Rasoghin[257]; las otras siete son: Univeru, Pulán, Baracán, Lailaca, Mamicán, Man y Meut[258]. Cultivan sagú, arroz, cocoteros, bananeros y otros árboles frutales; están muy cerca unas de otras, y habitadas por moros que no tienen rey. Bandán está a 6º de latitud meridional y a 163º 30' de longitud de la línea de demarcación. Se hallaba fuera de nuestra ruta y por eso no fuimos a ella.

Zolor, Nocemamor y Galián.
Desde Buru, al Suroeste cuarto Oeste, después de recorrer 8º de latitud, llegamos a tres islas cercanas unas de otras: Zolor[259], Nocemamor y Galián.

10 de enero de 1522. — Tempestad.
Mientras navegábamos por estas islas sufrimos una tempestad que puso en peligro nuestras vidas, e hicimos el voto de ir en peregrinación a Nuestra Señora de la Guía si nos salvábamos.

Mallua
Con viento en popa navegamos hacia la isla de Mallua, bastante elevada, en donde anclamos; pero antes de llegar tuvimos que luchar contra las corrientes y las ráfagas que soplaban de las montañas.

Usos y costumbres de sus habitantes.
Los indígenas de esta isla son salvajes, más parecidos a bestias que a hombres, antropófagos, y van desnudos, con un trocito de corteza de árbol tapándoles las partes sexuales; pero cuando van a combatir se cubren el pecho, la espalda y los costados con pieles de búfalo adornadas con corniolas y colmillos de cerdo, atándose por detrás y por delante rabos de piel de cabra[260]. Llevan los cabellos levantados sobre la cabeza por medio de una peineta de caña con largos dientes, que pasan de lado a lado; envuélvense la barba en hojas, encerrándola en estuches de caña, moda de que nos reimos mucho. En una palabra, son los hombres más feos que encontramos durante todo nuestro viaje.
Tienen sacos hechos con hojas de árboles, en los que guardan su comida y bebida; sus arcos y flechas son de cañas. En cuanto nos divisaron sus mujeres, avanzaron contra nosotros, arco en mano, en actitud amenazadora; pero con algunos regalitos nos hicimos amigos pronto.

Animales y productos.
Pasamos quince días en esta isla para carenar los costados de nuestro navío, que habían sufrido mucho. Encontramos cabras, gallinas, pescados, nueces de coco, cera y pimienta; por una libra de hierro viejo nos dieron quince libras de cera.

Pimienta.
Hay dos clases de pimienta: larga y redonda; el fruto de aquélla se asemeja a las flores amentáceas del avellano, y la planta, como la hiedra, se enlaza igualmente a los troncos de los árboles, pero sus hojas se parecen a las del moral; llámase luli. La redonda crece de la misma manera, pero sus frutos nacen en mazorcas como las del maíz y se las desgrana también lo mismo; llámase lada. Los campos están cubiertos con pimenteros formando bóvedas.
Tomamos a nuestro servicio en Mallua un hombre, que se encargó de conducirnos a una isla en la que abundaban muchísimos víveres. Mallua está a 8º 30' de latitud meridional y a 169º 40' de longitud de la línea de demarcación.

Arucheto.Pigmeos.
Nos contó nuestro piloto moluqués que en estos parajes hay una isla, llamada Arucheto, cuyos habitantes, hombres y mujeres, no tienen más de un codo de alto, y con orejas más largas que todo el cuerpo, de tal manera que cuando se acuestan una les sirve de colchón y la otra de manta; van desnudos y rapados; su voz es áspera, y corren ágilmente; habitan en subterráneos, y se alimentan de pescado y de una clase de fruto blanco y redondo como los confites, que encuentran entre la corteza y la madera de cierto árbol, al que llaman ambulón[261]. Hubiéramos ido de buena gana a esta isla, si los escollos y las corrientes no lo hubiesen impedido.

25 y 26 de enero de 1522. — Conseguimos víveres.
El sábado 25 de enero, a las veintidós (dos horas y media), partimos de Mallua, y después de navegar cinco leguas al Sursuroeste, llegamos a la gran isla de Timor. Fui a tierra solo para tratar con el jefe de la población, llamada Amabán, para obtener algunos víveres; me ofreció búfalos, cerdos y cabras; pero al fijar las mercancías que daríamos en cambio no nos pusimos de acuerdo, porque él quería mucho y nosotros teníamos ya muy pocas cosas que dar. Tomamos la resolución de retener en el navío a otro jefe llamado Balibo, que de buena fe había subido a bordo.

A la fuerza
Le dijimos que si quería recobrar la libertad debía procurarnos seis búfalos, diez cerdos y otras tantas cabras; temiendo que le matásemos, ordenó inmediatamente que nos llevasen lo que pedíamos, y como no poseía más que cinco cabras y dos cerdos, nos dio siete búfalos en vez de seis; le enviamos libre a tierra, muy contento de nosotros, porque le regalamos una tela, un paño indio de seda y algodón, varias hachas, cuchillos indios y europeos y unos espejos.

Usos y costumbres.
El jefe de Amabán, en cuya casa estuve, no tenía a su servicio mas que mujeres, que iban desnudas como las de las otras islas; en las orejas llevaban aretes de oro con flequitos de seda, y en los brazos, hasta el codo, brazaletes de oro y de latón; los hombres, también desnudos, con collares de chapas redondas de oro, sujetos los cabellos con peinetas de caña, adornados con aretes de oro; algunos llevaban en las orejas el cuello de una calabacita seca.

Sándalo blanco y otros productos.
El sándalo blanco sólo se encuentra en esta isla. Hay búfalos, cerdos, cabras, gallinas, papagayos de diferentes colores, arroz, bananas, jengibre, cañas de azúcar, naranjas, limones, almendras, judías y cera.

Ciudades.
Anclamos en un sitio en que había algunas ciudades habitadas con sus jefes; en otra parte de la isla, en cuatro poblaciones, llamadas Oibich (que es la mayor), Lichsana, Suai y Cabanaza, vivían los cuatro reyes, que eran hermanos. Nos dijeron que en una montaña cercana a Cabanaza había mucho oro, con cuyos granos compran los indígenas cuanto necesitan. Los de Malaca y Java hacen aquí todo el tráfico de madera de sándalo y cera. Encontramos un junco que llegó de Lozón para comerciar en sándalo.

Usos y creencias.
Estos pueblos son gentiles. Nos dijeron que, cuando van a cortar el sándalo, el demonio se les aparece en diferentes formas y les pregunta muy cortésmente si necesitan algo; pero, a pesar de esta cortesía, su aparición les da tanto miedo, que caen enfermos durante algunos días[262]. Cortan el sándalo en ciertas fases de la Luna, para que sea mejor.

Comercio
Las mercancías apropiadas para cambiarlas por sándalo son: paño rojo, telas, hachas, clavos y hierro.
La isla, completamente habitada, se extiende mucho de Este a Oeste; pero es muy estrecha de Sur a Norte. Está a 10º de latitud meridional y a 174º 30' de longitud de la línea de demarcación.

Mal de Job.
En todas las islas de este archipiélago que visitamos reina el mal de Job, y sobre todo aquí, donde lo llaman for franchi, esto es, enfermedad portuguesa[263].

Islas cercanas a Timor.
Nos dijeron que a la distancia de una jornada al oestenoroeste de Timor está la isla Ende, en la que hay mucha canela; habitada por gentiles, sin rey. Cerca se extiende una cadena de islas hasta Java la mayor y el cabo de Malaca. Se llaman Ende, Tanabutón, Crenochile, Birmacore, Azanarán, Main, Zubava, Lumboch, Chorum y Java la mayor, a la que los indígenas llaman Jaoa.
Las mayores poblaciones del país están en Java, y la principal es Magepaher, cuyo rey, el rajá Patiunus Sunda, cuando vivía, se le reputaba como el monarca más grande de las islas que hay en estos parajes. Cosechan mucha pimienta. Las otras islas son: Dahadama, Gagiamada, Minutarangam, Ciparafidain, Tubancressi y Cirubaya. A media legua de Java la mayor están las islas Bali o pequeña Java, y Madura de la misma extensión las dos.

Costumbres de Java. - Las mujeres se queman con los cadáveres de sus maridos.
Nos dijeron que es costumbre en Java quemar los cuerpos de los personajes que mueren, y que su mujer favorita la queman viva en la misma hoguera; adornada con guirnaldas de flores, cuatro hombres la conducen en una silla de mano por toda la ciudad, y con aspecto tranquilo, sonriendo, anima a sus parientes, que lloran su próximo fin, diciéndoles: «Esta noche voy a cenar con mi marido, y después me acostaré con él.» Ya junto a la pira, les consuela de nuevo con frases parecidas y se arroja a las llamas, que la devoran. Si rehusase hacerlo, la mirarían como a una mujer deshonesta y mala esposa.

Cascabeles en el prepucio
Nuestro viejo piloto nos contó una costumbre aun más extraña: cuando los jóvenes se enamoran de alguna mujer y pretenden sus favores, se atan cascabelitos entre el glande y el prepucio, y van así bajo las ventanas de su querida, a la que excitan con el tintín de los cascabeles; aquélla exige que no se los quiten.

Isla habitada por mujeres
También nos dijeron que en la isla Ocoloro, más abajo de Java, no hay más que mujeres, a las que fecunda el viento; cuando paren, si es varón le matan inmediatamente; si es hembra, la crían; matan a los hombres que se atreven a visitar su isla.

Historia fabulosa de unas aves colosales y un árbol gigantesco.
Nos contaron otras historias. Al norte de Java la mayor, en el Golfo de China, que los antiguos llamaron Sinus Magnus, hay, según decían, un árbol enorme, llamado campanganghi, donde se posan ciertas aves, a las que denominan guruda, tan grandes y tan fuertes que pueden elevar un búfalo y hasta un elefante, y le llevan volando al lado del árbol llamado puzathaer; el fruto del árbol, al que designan con el nombre de buapanganghi, es mayor que una sandía. Los moros de Borneo nos dijeron que habían visto dos de estas aves, que su rey recibió del reino de Ciam; no puede nadie aproximarse al árbol por los torbellinos que en torno de él forma el mar hasta la distancia de tres a cuatro leguas. Añadieron que todo lo que nos contaban lo supieron del modo siguiente: Un junco fue arrebatado por estos torbellinos cerca del árbol, donde naufragó; perecieron todos los hombres, excepto un niño, que se salvó milagrosamente sobre una tabla; gateó por el árbol y se ocultó bajo el ala de una de estas colosales aves, sin que lo notase; a la mañana siguiente, el ave descendió a tierra para arrebatar un búfalo, y entonces el niño, de un salto, se salvó. Así supieron la historia de las aves y de dónde venían los grandes frutos que frecuentemente se encontraban en el mar.

Febrero de 1522. - Malaca. - Aves. - Camogia. Chiempa. - Ruibarbo.
El cabo de Malaca está a 1º 30' de latitud Sur. Al Este hay muchas ciudades y villas, a saber: Cingapola, sobre el cabo mismo; Pahán, Calantán, Patani, Bradlini, Benán, Lagón, Cherigigharan, Trombón, Jorán, Ciu, Brabri, Banga, Judia (residencia de Siri Zacabedera, rey de Ciam), Jandibún, Laún y Langonpifa. Todas construidas como las nuestras y sujetas al rey de Ciam. Nos dijeron que a orillas de un río de este reino hay grandes aves, que sólo se alimentan de carroñas, pero que no las comen sin que antes otras aves hayan devorado el corazón.
Más allá de Ciam está Camogia, cuyo rey se llama Saret Zarabadera; después, Chiempa: su rey es el rajá Brahanu Martu. Crece en este país el ruibarbo[264], que recogen así: un grupo de veinte o veinticinco hombres pasa la noche en los bosques, subidos a los árboles para librarse de los leones y de otras fieras, y al mismo tiempo para olfatear mejor el olor del ruibarbo, que el viento lleva hacia ellos; por la mañana se dirigen al lugar de donde el olor venía y buscan el ruibarbo hasta que lo encuentran. El ruibarbo es la madera podrida de un árbol grueso que adquiere su olor con su misma putrefacción; la mejor parte es la raíz, aunque el tronco, llamado calama, tiene las mismas virtudes medicinales.

Cocchi. - China.
Viene después el reino de Cocchi; el rey se llama rajá Siri Bummipala. Inmediatamente se encuentra la Gran China, cuyo rey Santoa, rajá, es el más poderoso príncipe de la tierra. Dependen de él setenta reyes coronados, y, a su vez, de cada uno de éstos, otros diez o quince. El puerto de este reino es Guantán[265], y entre sus numerosas ciudades, las dos más importantes son Nankín y Comlaha, en la que el rey reside.
Cerca de su palacio están sus cuatro principales ministros, en las cuatro fachadas orientadas a los cuatro puntos cardinales; cada uno da audiencia a todos los que de aquella parte vienen.
Todos los reyes y señores de la India mayor y superior tienen la obligación de poner, en señal de dependencia, en medio de la plaza la estatua en mármol de un chinga, animal más fuerte que el león, que también está grabado en el sello real; y todos los que quieren entrar en su puerto deben llevar sobre el navío la misma figura en marfil o en cera. Si alguno, entre los señores de su reino, se niega a obedecerle, desuéllanle, y su piel, seca al sol, salada y empajada, la ponen en lugar ostensible de la plaza, con la cabeza baja y las manos juntas sobre la cabeza, en actitud de zonga, esto es, de reverencia al rey[266]. No está nunca visible para nadie, y cuando quiere ver a los suyos se hace llevar sobre un pavo real hecho con mucho arte y ricamente adornado, acompañado de seis mujeres vestidas exactamente como él, de modo que no se le puede diferenciar de ellas. En seguida se coloca dentro de la figura de una serpiente llamada naga, soberbiamente decorada, que tiene un cristal en el pecho, por el cual el rey ve sin ser visto. Se casa con sus hermanas, para que la sangre real no se mezcle con la de sus súbditos. Rodean a su palacio siete murallas, y en cada recinto hay diariamente de guardia diez mil hombres, que se relevan cada doce horas. Cada recinto tiene una puerta, y cada puerta, su guardián; en la primera hay un hombre con un gran látigo en la mano; en la segunda, un perro; en la tercera, un hombre con una maza de hierro; en la cuarta, otro con un arco y flechas; en la quinta, otro con una lanza; en la sexta, un león, y en la séptima, dos elefantes blancos. Tiene su palacio setenta y nueve salas, constantemente alumbradas por antorchas, y en las cuales no hay más que mujeres para el servicio del rey.
Se emplea un día, al menos, para dar la vuelta al palacio por fuera. En un extremo del mismo hay cuatro salas, donde los ministros hablan con el rey; en la primera las paredes, la bóveda y el pavimento están adornados con bronce; en la segunda, con plata; en la tercera, con oro, y en la cuarta, con perlas y piedras preciosas. Ponen en ellas el oro y todas las riquezas que tributan al rey.
Yo no he visto nada de todo lo que acabo de contar; pero escribo estos detalles simplemente según el relato de un moro que me aseguró haberlo visto.
Los chinos son blancos y van vestidos; tienen, como nosotros, mesas para comer, y en sus casas se ven cruces, aunque ignoro el uso que de ellas hacen.

Almizcle.
De la China viene el almizcle; el animal que le produce es el castor, especie de gato parecido a la civeta, que se alimenta con un árbol dulce, del grueso de un dedo, llamado chamaru. Para extraer el almizcle de este animal se le aplica una linta o sanguijuela, que se aplasta cuando está repleta de sangre, la cual se recoge en un plato para secarla al sol durante cuatro o cinco días; así mejora. Cualquiera que alimente un castor tiene que pagar un tributo. Los granos de almizcle que llevan a Europa no son mas que pedacitos de carne de cabrito mojados en el verdadero almizcle. La sangre sale algunas veces en grumos, pero se purifica fácilmente.
Siguiendo la costa de China se encuentran muchos pueblos, a saber: los chiencis, que habitan las islas en que se pescan las perlas y donde hay también canela; los lecchiis, que habitan la tierra firme cercana a estas islas; la entrada de su puerto está atravesada por una gran montaña, por lo que hay que desmantelar los juncos y navíos que quieran entrar en él. El rey de este país se llama Moni, y obedece al rey de la China, pero él tiene bajo su obediencia a veinte reyes.

Catai.
Su capital es Baranaci, donde está el Catai oriental.
Han es una isla alta y fría, en que hay cobre, plata y seda; su rey es el rajá Zotru. Mili, Jaula y Gnio son tres países muy fríos del continente. Friagonla y Frianga son dos islas en las que hay cobre, plata, perlas y seda. Bassi es una tierra baja en el continente. Sumbdit-Pradit es una isla riquísima en oro, donde los hombres llevan una gruesa ajorca de este metal en el tobillo. En las montañas vecinas habitan pueblos que matan a los padres cuando llegan a cierta edad para evitarles los males de la vejez. Todos los pueblos citados son gentiles.

11 de febrero de 1522. — Salida de Timor.
El martes 11 de febrero, por la noche, salimos de la isla de Timor y entramos en el gran mar llamado Laut-Chidol. Con rumbo al Oestesuroeste dejamos al Norte, a la derecha, por miedo a los portugueses, la isla de Sumatra, llamada antiguamente Taprobane; Pegu, Bengala, Urizza, Chelim, en la que viven los malayos, súbditos del rey de Narsinga, como los de Calicut; Cambaya, habitada por los Guzzerates; Canamor, Goa, Armus[267] y toda la costa de la India mayor.
En este reino hay seis clases de personas:nairi, panicali, franai, pangelini, macuai y poleai. Los nairi son los principales o jefes; los panicali son los ciudadanos; estas dos clases conviven juntas. Los franai cosechan el vino de palmera y las bananas; los macuai son pescadores; los pangelini son marineros, y los poleai siembran y cosechan el arroz[268]. Estos últimos habitan siempre en los campos y no entran nunca en las ciudades. Cuando se les quiere dar alguna cosa, se tira ésta al suelo y ellos la recogen. Cuando van por los caminos, gritan continuamente: po, po, po, esto es: ¡cuidado! Nos contaron que un nairi, al que casualmente tocó un poleai, se hizo matar para no sobrevivir a tan gran infamia.

Abril de 1522.— Cabo de Buena Esperanza.
Para doblar el Cabo de Buena Esperanza nos elevamos hasta los 42º de latitud Sur, y tuvimos que permanecer nueve semanas enfrente de este Cabo, con las velas recogidas, a causa de los vientos del Oeste y del Noroeste que tuvimos constantemente y que acabaron en una horrible tempestad. El Cabo de Buena Esperanza está a 34º 31' de latitud meridional, a mil seiscientas leguas del cabo de Malaca. Es el más grande y peligroso cabo conocido de la tierra.

Proyecto de quedar en Mozambique.
Algunos de nosotros, y sobre todo los enfermos, hubieran querido tomar tierra en Mozambique, donde hay un establecimiento portugués, porque el barco tenía vías de agua, el frío nos molestaba mucho y, sobre todo, porque no teníamos más alimento que arroz ni más bebida que agua, pues toda la carne, por no tener sal con qué salarla, se pudrió. Sin embargo, la mayor parte de la tripulación, esclava más del honor que de la propia vida, decidimos esforzarnos en regresar a España cualesquiera que fuesen los peligros que tuviéramos que correr.

6 de mayo de 1522.— Paso del Cabo.
Finalmente, con la ayuda de Dios, doblamos el terrible Cabo; pero tuvimos que aproximarnos a él a una distancia de cinco leguas, sin lo cual nunca le hubiéramos pasado.

Junio de 1522. — Observaciones sobre los cadáveres.
Navegamos en seguida hacia el Noroeste, durante dos meses enteros, sin descanso, y en este intervalo perdimos veintiún hombres, cristianos e indios. Hicimos una observación curiosa al arrojarlos al mar: los cadáveres de los cristianos quedaban siempre cara al cielo, y los de los indios, boca abajo, cara al mar.

9 de julio de 1522. — Islas de cabo Verde.
Carecíamos completamente de víveres, y si el cielo no nos hubiera concedido un tiempo favorable, hubiésemos muerto todos de hambre. El miércoles 9 de julio descubrimos las islas de Cabo Verde, y anclamos en la que llaman Santiago.

Mentimos para no ser detenidos.
Como sabíamos que allí estábamos en tierra enemiga y que sospecharían de nosotros, tuvimos la precaución de que los de la chalupa que enviamos a tierra a por víveres dijeran que recalábamos en este puerto porque nuestro mástil de trinquete se rompió al pasar la línea equinoccial; perdimos mucho tiempo en componerle, y el capitán general, con otros dos navíos, continuó su ruta a España. De tal manera les hablamos, que creyeron de buena fe que veníamos de las costas de América y no del Cabo de Buena Esperanza; dos veces recibimos la chalupa llena de arroz en cambio de nuestras mercancías.

Nos damos cuenta de haber ganado un día.
Para ver si nuestros diarios eran exactos, preguntamos en tierra qué día era de la semana, y nos respondieron que jueves, lo cual nos sorprendió, porque según nuestros diarios estábamos a miércoles. No podíamos persuadirnos de que nos habíamos equivocado en un día, y yo menos que ninguno, porque sin interrupción y con mucho cuidado marqué en mi diario los días de la semana y la data del mes. Supimos pronto que no era erróneo nuestro cálculo, pues habiendo navegado siempre al Oeste, siguiendo el curso del Sol, al volver al mismo sitio teníamos que ganar veinticuatro horas sobre los que estuvieron quietos en un lugar; basta con reflexionar para convencerse.

La chalupa detenida con trece hombres.
Volvió la chalupa a tierra para cargarla por tercera vez, y como tardaba, nos dimos cuenta que la retenían, sospechando por las maniobras de algunas carabelas que intentaban apresar también el navío, y decidimos hacernos a la vela inmediatamente.

Continuamos el viaje.
Supimos que se apoderaron de la chalupa porque uno de los marineros descubrió nuestro secreto, diciéndoles que el capitán general había muerto y que nuestro navío era el único de la escuadra de Magallanes que volvía a Europa.

6 de septiembre de 1522. — Llegamos diez y ocho a Sanlúcar.
Gracias a la Providencia, entramos el sábado 6 de septiembre en la bahía de Sanlúcar, y de sesenta hombres que componían la tripulación cuando salimos de las islas Malucco, no quedábamos más que diez y ocho, la mayor parte enfermos. Los demás, unos se escaparon en la isla de Timor, otros fueron condenados a muerte por los crímenes que cometieron, y otros, en fin, perecieron de hambre.

Longitud del viaje.
Desde nuestra salida de la bahía de Sanlúcar, hasta el regreso, calculamos que recorrimos más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas, dando la completa vuelta al mundo, navegando siempre del Este al Oeste.

8 y 9 de septiembre de 1522.— Llegada a Sevilla.
El lunes 8 de septiembre echamos anclas junto al muelle de Sevilla y disparamos toda la artillería.
El martes saltamos todos a tierra, en camisa y descalzos, con un cirio en la mano, y fuimos a la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y a la de Santa María de la Antigua, como lo habíamos prometido en los momentos de angustia.
Desde Sevilla fui a Valladolid, donde presenté a la sacra majestad de don Carlos V, no oro ni plata, sino algo más grato a sus ojos. Le ofrecí, entre otras cosas, un libro, escrito de mi mano, en el que día por día señalé todo lo que nos sucedió durante el viaje.
Dejé Valladolid lo más pronto que me fue posible y llegué a Portugal para relatar al rey Juan lo que había visto. Pasé en seguida a España, y luego a Francia, donde regalé algunas cosas del otro hemisferio a la regente, madre del cristianísimo Francisco I.
Regresé, por fin, a Italia, donde me consagré para siempre al excelentísimo e ilustrísimo señor Felipe de Villers l'Isle-Adam, gran maestre de Rodas, a quien también entregué el relato de mi viaje.

El caballero Antonio Pigafetta.

VOCABULARIOS

de los pueblos en que el

CABALLERO PIGAFETTA

hizo escala durante su viaje.

Prefacio del traductor francés

Es una gran desventaja, sin duda, para el hombre que viaja por países lejanos, no poder expresar sus deseos o sus ideas, viéndose obligado a indicar lo que siente por signos, siempre insuficientes y con frecuencia equívocos. Para evitar este inconveniente, los navegantes han tratado de proporcionarse intérpretes o un vocabulario de los pueblos que visitaban, y cuando no le había, han procurado formar uno.
Cuando Magallanes concibió el proyecto de ir al mar del Sur por el Oeste sabía muy bien que Juan Carvajo, que pasó cuatro años en el Brasil, y su esclavo Enrique, natural de Sumatra, le ayudarían grandemente, uno en las costas de América y otro en las de las Indias; pero no tenía vocabulario para la parte más meridional de América, ni para las islas del mar del Sur.
Este vocabulario no existía. El primero a quien se le ocurrió compilar uno fue el caballero Pigafetta; pero parece que no pensó en ello hasta que había ya desembocado del estrecho de Magallanes, puesto que del Brasil no recogió mas que diez o doce nombres; y aunque pasó muchos meses en la bahía de San Julián, tampoco pensó en formar un vocabulario del lenguaje patagón hasta que navegaba ya tranquilamente por el mar Pacífico, donde, quizás ocioso, pasaba el tiempo haciéndose dictar por el patagón que llevaban a bordo los nombres de las cosas que veía o de las que podía acordarse.
Es probable que en las islas Marianas hubieran sido mejor recibidos los españoles si hubiesen podido decir a los indígenas sus pacíficas intenciones y el mal y el bien que podían hacerles. En el barco de Magallanes había un esclavo de Sumatra, pero no hablaba más que la lengua malaya, que no se extendía entonces, ni ahora tampoco, más allá de las islas Filipinas[269]. Pigafetta no pudo recoger ninguna palabra de las islas Marianas.
En las Filipinas sintió más de una vez el disgusto de no entender la lengua de los pueblos que las habitan, porque, aunque el esclavo Enrique fue su intérprete, tuvo nuestro autor que tratar solo con los indígenas en varias ocasiones; y esto sucedió continuamente cuando el esclavo les traicionó y abandonó en Zubu, fue el encargado de tratar con el rey de Chipit, en la isla de Mindanao, después con el de Borneo y con todos los de las islas en que anclaron los españoles, particularmente con los reyes de las Molucas.
De esta manera Pigafetta compuso un vocabulario de ciento sesenta palabras en Zubu, y otro de cuatrocientas cincuenta en las Molucas. ¿Por qué Fabre, que dio todas las palabras brasileñas y casi todas las de los patagones, no copió ni una sola de las Filipinas y sólo cuarenta y seis de las Molucas? Quizás para evitarse la molestia, como lo ha hecho notar su traductor Ramusio.
Pigafetta colocó las palabras recogidas al fin de la descripción de los países a que pertenecen; pero he creído más conveniente reunirlas todas aquí, al fin del viaje. He puesto en dos columnas contiguas las de las Filipinas y las de las Molucas, para que se vea mejor la analogía. El autor las escribió según las aprendía; pero pienso que era más útil colocarlas por orden de materias, excepto los verbos, que no son casi susceptibles de este arreglo. Si Pigafetta hubiera recogido más palabras brasileñas, las habría yo colocado al lado de las patagonas, para que se notase mejor la relación entre estas palabras y las que dio el padre Hervás[270].
Todos los que han fijado su atención sobre las lenguas del mar del Sur han observado que el mismo idioma se encuentra en casi todas las islas, al menos en las que se extienden desde la Nueva Zelandia hasta California; y Forster[271], para probar esta aserción nos ofreció un cuadro de los nombres que los habitantes de las diferentes islas dan a los mismos objetos; nombres que se parecen y que indudablemente tienen una raíz común.
Comparando este cuadro con las notas de Pigafetta, se notará tal analogía, que no se podrá dudar de la verdad de lo que él dice relativo a este asunto; pero para que se pueda juzgar más sabiamente, añadiré á las dos columnas de Pigafetta otras dos, una de las palabras recogidas por Forster, otra de las malayas reunidas por David Haex para uso de los establecimientos holandeses y traducidas al latín para el uso de la Congregación de la Propaganda[272].
De esta identidad o analogía del lenguaje, algunos escritores deducen que estos pueblos tienen un origen común, y juzgan que sus emigraciones se han hecho del Asia hacia el Oriente. Pigafetta creyó que los reyes de las islas del mar del Sur habían estudiado las lenguas extranjeras; pero se equivocó, sin duda, en esta conjetura como en otras muchas, siempre que quiso explicar fenómenos físicos.

Vocabulario Brasileño

Rey Cacich Cascabeles Hanmaraca
Bueno Tum Tijeras Pirame
Casa Boi Anzuelo Pinda
Cama Hamac Barco Canos
Peine Chipag Mijo Maíz
Cuchillo Tarse Harina Huí

Vocabulario Patagón

Demonio (grande) Setebos Partes de la mujer Isse
Demonio (pequeño) Cheleule Culo Schiaguen
Nubil Benibeni Nalgas Hoii
Casado Babai Testículos Sachancos
Joven Calemi Muslos Chiave
Guia Anti Rodilla Tepin
Tuerto Calischen Pierna Coss
Cabeza Her Tobillo Ti
Ojo Oter Talón Tire
Cejas Ochecel Planta del pie Caotschoni,
Párpado Sechecel Uña Colmi
Nariz Or Brazo Riaz
Fosas nasales Oresche Sobaco Salischin
Boca Chian Mano Chene
Labios Schiaine Palma de la mano Canneghin
Dientes For Dedo Cori
Lengua Scial Pulso Holion
Barbilla Secheri Perro Holl
Barba Archiz Lobo Ani
Orejas Sane Oca Cache
Garganta Ohumez Grajo Cleo
Cuello Scialeschiz Pez Hoi
Espaldas Pelles Ostra Siameni
Pecho Ochii Raíz que sirve de pan Capac
Corazón Tol Paño Terechai
Senos Otón Cinturón Cathechin
Cuerpo Aichet
Partes del hombre Sachet Rojo Faiche
Negro Oinel Escudilla Etlo
Amarillo Peperi Flecha Seche
Sol Calexchem Ir Rei
Estrellas Settere Coito Hor
Fuego Gialeme Combatir Ohomagse
Agua tíoli Cubrir Tiam
Nieve Theu Cocer Irocoles
Humo Giache Pedir Gheglie
Mar Aro Rascar Gechare
Viento Oni Comer Mechiere
Huracán Ohone Olfatear Os
Oro Pelpeli Mirar Conne
Joya Sechey Venir Hai
Marmita Aschame

Vocabulario de las Islas del Mar del Sur

EspañolFilipinasMolucasMalacaIslas vecinas
Dios abbaAllá
Mezquita Meschit
Sacerdote MaularíaLebe
Devoto Mussai
Ceremonias Zambahean
Cristiano Nacerán,
Idólatra Cafre
Moro IslamIsalam
Turco Rummo
Hombre BaranOránOrang
Mujer ParapuánPorompuánParampuáfl
Niño Canacana
Nubil Ugan BongiangNongare
Casado Subababial
Viejo TuaFatuaTuwa
Padre BapaPapaBappa
Madre Mama, AmbuiIbu
Hijo Anach Anac
Hermano SóndalaSondara
Abuelo NiniNiniBuno
Suegro MintuaMintwwaTometua
Yerno Minantu Menanton
Primo Sopopa
Discípulo Lascar,
Amigo Sandara Canda
Enemigo SanbatSobat
Rey RajáRajáRajáRagiá
Reina PutliPutrizPutri
Señor TuánTuán
Esclavo Alipin
Escribano ChiritolesSurat tulls
Intérprete GiorobazaJurebassa
Alcahuete Zoroan-pagnoroSuroang
Hombre adornado Pixao
Grande Bassal BassalBesar
Pequeña ChechilKilsgil
Cabeza CapalaCapailaTacupo
Cabellos Boho LambutRambutBuc
Frente GuaiDaiDaia
Ojo MattaMatta Matta
Cejas Chilei,Chilai
Párpados PilacCenin
Nariz IlónIdónIlónEdén, Idóng
Boca BabaMulut Mulut
Labios OlolBebereBibirOlou
Dientes NipinGigiGhigiEnichio
Encías Leghex Issi
Lengua DillaLadaLida
Lenguaje Baasa
Palacio Langhi
Barbilla SilánAgaiDagou
Barba Bongot JangutJangutGiangot
Bigotes Missai
Mandíbula ApinPipi
Oreja DetenganTalinga Talinga Telinga
Garganta LiochLaerLeher
Cuello TangipTundunTingio
Espaldas BagaDiardBahowTua
Lomo MalacanBalacan
Pecho DuganDada Dada
Corazón AttiAtAotu
Senos Sussu Susu
Ombligo Pusut LusatPitu
Estómago Parut Paraca
Cuerpo TiamIundum
Partes del hombre UtimBoto
Partes de la mujer BillatButhi
Testículos Boto Boapelet
Nalgas SamputBuriPantat
Muslos PanaTahaPahaPia
Rodillas Tuhud Lutut
Piernas Mina
Hueso de la pierna BassagTula
Pantorrilla Bittis Tilurcaci
Tobillo BolboLBuculali
Pie BatísBitis
Talón TiochisTumiTumit
Planta del pie LapalapaEmpacaque
Uña CocoCucu
Sobaco Hot
Brazo BochenLanganLingan
Codo SicuSicuSicon
Mano ChamatTangan, Sangan
Palma de la mano Palari
Dedo DudloIdun
Pulgar IduntanganIboutangan
Indice Iduntungun
Dedo medio Idungeri
Anular Idunmani
Meñique Iduncalinghlm
Sangre DaraDaraToto
Vena DoveseUrat
Pulso Molangai
Piel Culit
Frío DinghimDingin
Caliente Panas Pannos
Gordo Gamut Gomoc
Flaco GolosGutus
Bueno Main • Maic
Elefante GagiaGagia
Caballo CubaCuda
Búfalo CarbanCarban
Vaca LambuLembu
León Uriman
Ciervo RozaRoussa
Cerdo BabuiBabiBabiBabui
Cabra Candín Cambín Cambang
Oveja Biri
Perro Cuin
Liebre Buaya
Gato Cochln, PutirContsing
Gato almizclero Mozán
Rata TiensTivo
Animal del almizcle CastoreCasthouri
Pájaro BolónBourongElo
Oca ItichItich
Anade AnsaAnsa
Gallo Sambutían
Gallina MonahAcabatinaAyamMoa
Huevo SilogTalorTelur
Carne DagniDaging
Pez IssidaIcónIcónIsda
Pez rojo Timuán
Pez de colores Paoap-sapun
Cangrejo Cubán
Carcoma Capanlotos
Pólipo Calabutón
Sanguijuela Linta
Serpiente Ullat
Abeja Aermadu
Cera Lelin Lilling
Miel Gula
Trigo DanaGandun
Panizo Humas
Mijo Batat
Trigo de Turquía Ma'is
Arroz BaraxBugaxBras
Torta de arroz Tinapai
Nabo Ubi
Patata Gumbili Gomo la
Coco LupiBiazzao, Nlor
Banana SaghinPisanPissang
Chiaccare (sic) Mendlcal, Slcu
Calabaza Baghin
Melón Antimón Antimón
Sandía LabuLabo
Caña de azúcar TuboTubu TebuEtu
Vino Nionipa
Vinagre Zeluca
Aceite de coco Mignach
Aceite de ajonjolí Lana-linfa
Naranja Acfua
Ajo Laxima
Jengibre LuyaAhiaAhia
Ruibarbo Calama
Pimienta redonda Manissa LadaLadaAva
Pimienta larga Subí
Nuez moscada • BuapalaGologaPalla
Clavo de especia ChiancheGhiancheGinche
Canela ManaCalnmanaCayumaoís
Civeta Jabat
Sal Acin GaransiraGaran
Yerba venenosa Ipu
Madera de los castores Comorin
Dulce Manís
Amargo Azón
Vestidos Abaya Chebun Chenines
Paño Caín
Seda Sutra Sutra
Tela Baladán
Una braza Dapa
Medida Socat
Velo Gapas
Gorra Dastar Distar
Camisa SabúnBaín
Sombrero Sundun-
Rojo MiraMera
Negro ItánItam
Blanco FutePuti
Verde IgaoIgiu
Amarillo Cunin
El mismo Siama-siamaSiama-siama
Corto Sandach Pandach
Igual Casi-casi
Villa NaghiriNegri
Castillo Cuta Cotia
Casa BalaiRumaRuma Balai
Cojín Ulimán BantalBantal
Estera JaghicanTical
Marmita Prin
Plato de madera Dulam DulamDulang
Plato de barro Pingam Pingón
Cuba CalimpanBalunga
Escudilla TagaManchu
Porcelana Mobulut
Cuchara Gandán SandochSondoch
Cuchillo Cepo!, SundaFicao Pissau
Tijeras CañeGuntimGonting
Peine Cvtlel, MisamisSussri Sisir
Espejo ChielaminGieremin
Sortija Sinsin Sintsing
Joya Premata Permatta
Perla Mutiara Mutiara
Madreperla Tipai
Cueitas de vidrio Tacle, BalusManich
Cascabel Colóa-colónGlrín girín
Abanico Chipat
Cornamusa Subin
Timbal Agón
Cuerda de violín Gotzap
Aguja Dagu»Talun Giarong
Hilo Pintal Benang
Martillo Palme, Colbasi
Clavo PacuPacu
Mortero Lozón
Pilón Atán Antang
Balanzas Timbón
Peso Tahil
Cepos BalanguBarraga
Horca Boíl
Carta SuratSurat
Papel CartasChartas
Pluma CalamCalam
Tintero Padantam
Madera Tatamue
Anzuelo MatacaineCail Gayl
Cuerda Trinda
Seda, pelo Cupia
Cebo Umpán
Red Pucatlaya
Cañita Bombón BouloBambú
Caña Canagán
Cerbatana Simpitán
Arco Bossug Boscón
Flechas OgónDamach
Carcaj Bolo
Coraza Baluti
Broquel Calassán
Lanza Bancán
Espada Callx, BaladasGole, PadánBantangTao
Estilete CampilánCalix, Goloc
Manga Dagarián
Mundo BumiBumi
Fuego AppiApi
Humo AssuAsapAssap
Ceniza AbuAbu Aldao
Agua TubinTubiEtanbangTubig
Sol AdíoMutahariMatahariIntai
Luna SongotBulánBulaiBulan
Estrellas Bolán, BantarBintamBintang
Lluvia UnjauUgiang
Trueno GunturGontor
Río TariSongaiSonghei
Año TanTatvon
Mes Bullón
Día AllíHariMara
Aurora Mene
Mañana VernaPatán-patán
Tarde Mallamanl
Ayer CalamariCalamarín
Anteayer Lirza
Mediodía TambahalllTangahari
Noche MallánMalam
Mar LautLaut
Puerto Lahuón
Tierra firme Buchit tana
Isla PolánPolón
Promontorio Gonumbuchlt
Montaña GonumGunungMona
Barcos grandes Balangai Hurugán
Barquitos BolotoParao, Prao
Navio BenaoaCapalCappal
Galera Gurap
Lancha, bote Sampán Sampac
Popa BiritónBoritán
Proa Allón
Mástil TiánTiang
Cofa Slmbulaya
Verga Layan
Vela LeyerLayarEvier
Remo DarinDayong
Ancla SauSau
Cable Danda
Pabellón, bandera Tongol
Bombarda Badil
Viento AnghinAngin
Norte Trapa
Sur SalatánSalatán
Este TimorTimor
Oeste BaratapatBarat
Nordeste Ufara
Suroeste Berdaga
Noroeste Bardant
Sureste Tungara
Oro Baloain AmaxMas
Plata PiratPilaPerac
Hierro Bufan BaciBessi
Cobre BucachTombaga
Plomo Tima Tima
Alambre Canat
Azogue RazaRassa
Cinabrio Galugasa-dalingán
Piedra BafuBafu
Verdad BenarBenar
Mentira DustaDustahan
Dolor SacherSucar
Salud BaiBaic
Beso Salap Sium
Agalla CodisCudis
Viruela AlupalanFor franchi
Ahora SaracánSacatán
Antes SatucaliSacali
¡Buenos días! Salam allcumSalamat
(Respuesta) Alicum salam
¡Buenas tardes! Sabal ch'aer
(Respuesta) Chaer sandat
Si Ca, UeBe, Ta
No Tida, LeTida
Ciertamente ZenguSongo
Poco Serich
Mitad Satana
Mucho BagnaBaniac
Aquí SiniIni
Allí SanaSanna
Lejos JauGiau
Cuanto BarapaBarappa
Uno UsoSarusSaIsa
Dos DuaDua DuaDua
Tres ToloTigaTigaToro
Cuatro UpatAmpat Ampat,Apat
Cinco LimaLimaLimaRima
Seis OnomAnamOnamOnón
Siete PitíoTugaTujuTiddo
Ocho GualuDualapánDualapúnVara
Nueve CiamSambelánSambilúnIva
Diez PoloSapo loSapo loPolo
Veinte DuápoloDuapulo
Ciento SaratusRatos
Doscientos Duaratus
Mil SalibuRibus
Dos mil Dualibu
Diez mil Salacza
Veinte mil Dualacza
Cien mil Sacati
Doscientos mil Duacati
Dos cosas Malupo
Sentarse DuadoDuodoc
Tener AdaAdda
Golpear BripocolPucol
Beber Mimincubil Minom
Cazar Hagabalai
Cohabitar TiamAmputTali
Combatir Guzar
Comerciar Biniaga,
Cocinar Azap
Coser Banam
Danzar Manan
Pedir Panghil
Dar Ambíi, MintaAmbil, Bry
Dormir Tidor
Escribir ManguraMenjurat
Oir TaoItia
Fatigar Carajar
Gozar Mamain
Levantar PandanAncat
Comer MacúnMacúnÑeca!, MacánMalón
Navegar Belayar
Pagar BayariBayar
Hablar CataCatta
Peinar Monsugut
Llevar PalaturBiriacan
Tomar Na,AmbilAmbil
Mirar LiatNiataLiat
Despertar RanunchenBugón aca'a
Esquilar Gotlng acáa
Matar MatiMatteMattiacán
Venir DinamaDatang
Robar MancbluriMantsiuri

F I N


Notas:
[1] Así se encuentra anotado en el mapamundi de Behaim, del que hablaré en el párrafo XII.
[2] Los historiadores nos hablan de la invasión de los musulmanes en las Molucas; tenemos un testimonio en nuestro mismo autor: Sono forsi cinquanta anny — dice — chequesti morí habitarlo in Malucho prima li habitavano gentilli. (Pag. 203.) Transcribo literalmente las palabras del manuscrito de Pigafetta, y así lo haré, siempre que haya ocasión, para dar idea de su estilo.
[3] Heródoto, lib. IV, cap. IV; Estrabón, lib. I, y otros, que pueden verse en Riccioli, Geogr., lib. III, cap. XX.
[4] Aristóteles (De Ccelo, lib. II) habla de ello como de cosa conocida. Parece que los matemáticos de Egipto habían medido un grado en {la latitud de Menfis, esto es, a 30° de latitud boreal, cuando determinaron la posición y tamaño de las pirámides, porque cada uno de los cuatro lados de la Gran Pirámide tiene de anchura de 1/500 de grado; de modo que se debe conjeturar que dividieron el grado en mil partes, y han dado a cada lado de la pirámide 2/1000, (Venini, Delle misuri francesi, opuscul. Scelti, tomo XX, pág. 98). Se sabe, además, que Hiparco, tres siglos antes de la era vulgar, había determinado la longitud y la latitud de muchas estrellas en el cielo, y que Ptolomeo, en el siglo II, determinó por su método la posición geográfica de muchos lugares de la Tierra con una precisión que supone observaciones astronómicas. (Robertson, An historical disquisition concerning antient India, sect. II.)
[5] Tiraboschi, Storia della letter. Ital., tomo VI. Sin embargo, el conocimiento de la desviación no debía ser muy común entonces, puesto que lo ignoraban los pilotos de la escuadra de Magallanes.
[6] Léase Fernández de Navarrete, Viajes de Cristóbal Colón, volumen número 18 de la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.
[7] Este cabo había sido dibujado en 1450 por Fr. Mauro, camandulense del convento de Murano, cerca de Venecia, sobre un mapamundi que yo vi en 1790 y que aun está en dicho convento.
[8] Si hemos de creer a nuestro autor, éste encontró en 1521, en las Molucas, a Pedro de Lorosa, quien le dijo:Como ja sedizi anni stava ne la India ma X in Malucho, e tanti erano che Malucho stava discoperto ascosamente.
[9] Robertson, loc. cit., sect. 4.
[10] Petri Anglerii, Opus. epist., epíst. 767.
[11]Hist. génér. des voyag., tomo I, pág. 126, edición de París.
[12]Hist. génér. des voyag., tomo I, pkg. 125, edición de París.
[13]Hist. rer. indic., lib. VIII.
[14] Idem id. id.
[15] Léase López de Gomara, Historia general de las Indias, en la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.
[16] Egli piü giustamente che homo fossi al mondo carteava et navigava.
[17] II oapitano generóle che sapeva de dover fare la sua navi- gazione per uno streto molto ascoso, como vite ne la thesoraria del re de Portugal in una carta fata per quello excelentissimo huomo Martin de tíoemia, mando due navi, etc.
[18] Véase párrafo XXIII.
[19] Es cierto que su verdadero nombre era Behaim. Cluverius dice que se le apelaba de Bohemia porque sus antepasados eran originarios de este reino, o porque él se estableció allí a causa del comercio.
[20]Notice sur le chevalier Martin Behaim, célebre navigateur portugais, avec la description de son globe terrestre .
[21]Oppuscoli scelti di Milano, tomo XV, pág. 72.
[22]Geogr. gener., cap. 12.
[23]Historia della conquista delle Indie orientali, prefacio.
[24]Epístola de Massimiliano Transilvano, presso Ramusio, tomo I, pág. 348.
[25] Castañeda, loc. cit.
[26] La linea de la repartitione e trenta gradi longi dal meridio- nale; el meridionali e tre gradi al levante longi da Capo Verde.
[27] Epístola 797.
[28] Angel Gabriele de Santa María, Biblioteca e Storia de' scrittori Vicentini, vol. IV, pág. 1. «Hice investigaciones en Vicencio para obtener datos sobre la persona y familia de nuestro viajero, pero sin lograr mucha luz. En un manuscrito que tiene por título Genealógica Storia delle famiglie nobili vicentine, vol. II, se lee que era hijo de Domitio qm. Antonio y de Bartolomea Marostica, y que fue elegido jurisconsulto en 1470, lo que no concuerda con el caballero Antonio, a menos que el jurisconsulto no sea su padre Domitio. En lo que respecta al caballero Antonio, sólo hay dos líneas en el epitaHo que el caballero Capra, heredero de los bienes de Felipe Pigafetta, hizo poner en la iglesia de dominicos, en la que se lee: Philippus Pigafeta. Peregrinandi cupidus, et Antonii geniilis sai eq. hierosolim., qui primus terranim orbem circumiit, gloriae emulus, abditissimas regiones adivit, etc. Aun existe en Vicencio su casa, en la calle de Luna; es de estilo gótico, y fue construida por sus antepasados en 1481; pero a su vuelta hizo adornar la puerta con un festón de rosas, en el que mandó esculpir estas palabras: II. Nest. Rose. sans. espine, quizás aludiendo a la gloria conquistada por su circunnavegación y las penalidades sufridas en ella. Debo estos pormenores a los condes Francisco de Thiene y Francisco de San Giovanni, a los cuales me complazco en testimoniarles aquí públicamente mi reconocimiento.»
[29]Storia di Vicenza, al V anno 1480.
[30] Véase el párrafo XXXII de esta Introducción.
[31]Recherches sur les Américains, tomo I, pág. 289.
[32] Prefacio a la disertación sobre los Recherches.
[33] Epístola 770.
[34] Epístola 767.
[35]Petri Martyris ab Anglería. De rebus Oceanicis et orbe novo, 1516.
[36] Pariéndome da Seviglia andai a Vagliádolit ove apresen- tai a la sacra majesta de D. Cario, non oro ne argento, ma cose da essere assai apreciati da un símil Signore. Fra le altre cose tí detti uno libro scripto de mia mano, de tucte le cose passate de giomo in giorno nel viaggio nostro.
[37] Epístola 797.
[38] Discorso sopra il Viaggio fatto dagli Spagnuoli intomo al mondo, tomo I, pág. 346.
[39] Véase la Epístola dedicatoria.
[40] Véase el Ruolo generóle de’ cav. gerosoliminis, di Fr. Bartolomeo del Pozzo, Torino, 1714, donde hay que notar que el autor no pone más que los nombres, las dignidades y los cargos de los otros caballeros; pero al hablar de Pigafetta, después de haber dichocomendador de Norsia, añade: célebre por sus viajes en las Indias.
[41]Historia sui temporis, lib. XXXIV.
[42] Ramusio, loc. cit.
[43] Me había fiado de Ramusio, quien se expresa de tal manera que hace creer que fue el primero que pensó en traducir al italiano el Extrait du voyage de Pigafetta hecho por Fabre y la carta de Maximiliano Transilvano; pero después he averiguado que Ramusio no hizo más que copiar una traducción impresa en Venecia en 1536, en 4.º menor, con el título de II viaggio fatte dagli spa- gnuoli atorno al mondo, MDXXXVI. No cambió mas que muy pocas palabras. Abrevió el discurso preliminar, suprimió los números de los ciento catorce capítulos en que Fabre había dividido la obra, y añadió los títulos de los capítulos en que la dividió. Copió las más torpes faltas, puesto que tradujo la palabra veilles por vele, que significa gardes. (Véase el párrafo XXXIV de mi Introducción.) También hay alguna diferencia en lo que dice acerca de la infibulación de los habitantes de Zubu, como haré notar. Falta decir que ningún bibliógrafo conocía esta traducción, que nuestra biblioteca acaba de adquirir por una dichosa casualidad.
[44]Navigation aux Terres Australes, tomo I, pág. 121.
[45]Bibliotheca bibliothecarum, pág. 185, b. in bibliotheca regis, núm. 10.270. Existen actualmente en la Biblioteca Nacional de París dos manuscritos de una traducción francesa del Voyage d’Antoine Pigafetta: uno, en papel, que parece el más antiguo, con el número 10.270; el otro, en vitela, con el número 4.537. Este proviene de la biblioteca de la Valliére. No tienen fecha, y no consta que sea la traducción de Fabre que cita Amoretti, y de la cual son diferentes hasta en el título: Navigation et descouvrement de la Indie supérieure faicte par moy Antoyne Pigaphete, vicentin, chevallier de Rhodes.
[46] Loc. cít.
[47] Idem id.
[48] Idem id.
[49] La escritura cancilleresca se parece un poco a la que hoy llamamos financiera.
[50] Multa admiranda observandaque posteris pictura et scriptis adnotata deposuit , etc. Loc. cit.
[51] Filiberto de la Forest vivía en 1513, y Juan de Foret estaba sitiado en Rodas en 1522. (Bosso, Istoria delta sacra religione e illma. milizia Gerosolimitana, parte II.)
[52] Loc. cit., tomo I, pág. 97.
[53] Tomo I, prefacio.
[54] Otros geógrafos antiguos, y particularmente Ramusio y Urbano Monti, han puesto en la misma posición en sus cartas a los lugares de que hablan. El último, al que citaré con frecuencia, era un gentilhombre milanés que en 1590 dibujó e hizo grabar un gran mapa geográfico que comprendía toda la tierra conocida de su tiempo. Está compuesto de sesenta y cuatro hojas que, formando cuatro elipsoides, parecen destinadas a cubrir un globo. A cada hoja añadió el autor una descripción muy extensa de la historia política, religiosa, civil y natural del país representado. Toda la obra estaba preparada para imprimirse; pero, sin embargo, no se publicaron más que las planchas. Este manuscrito se encuentra en nuestra biblioteca, y Sassi habla de él.
[55]Histoire genérale des voy ages, tomo XV, p kg. 77, edición de Holanda.
[56] Léanse los Viajes de James Cook, volúmenes 11, 12, 13, 14, 15 y 16 de la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.
[57] Léase Bougainville (L. A. de), Viaje alrededor del mundo, en la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.
[58] Carlos V fue elegido emperador el 28 de junio de 1519; por consiguiente, no era mas que rey de Romanos cuando Pigafetta llegó a Barcelona.
[59] Clemente VII, de la casa de Médicis, fue elegido pontífice en 1523 y murió en 1534.
[60] Los turcos acababan de adueñarse de la isla de Rodas, y preocupaban entonces los medios de reconquistarla o de establecerse en otro sitio la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, para lo cual el emperador Carlos V les dio en 1530 la isla de Malta. Esperando esto, la Orden se había establecido en Viterbo.
[61] Pigafetta escribe Magaglianes; los portugueses Magalhaens; los españoles, Magallanes; y los franceses, Magellan.
[62] De conserva: juntos. (N. del T.)
[63] Esta cuerda se llama en español strenghe, y se hace de esparto macerado en agua, seco después al sol o al humo; es muy apropiada para este uso. (En español se llama estrenque. N. del T.)
[64] Pigafetta dice siempre bombardas; pero es sabido que en aquel tiempo se llamaba también así a los cañones, y que se los cargaba frecuentemente de piedras en vez de balas.
[65] La legua de que habla nuestro autor es de cuatro millas marítimas, como se verá claramente a continuación.
[66] Esto es un cuento viejo. Los sabios pretenden que esta isla es la Pluviala o la Ombrion, citadas por Plinio (Iib. VI, capítulo XXXVII), poniéndolas entre las Canarias, y dice que en la primera sólo se bebe agua de lluvia, y que en la segunda no llueve nunca; mas que los habitantes recogen el agua que destilan las ramas de un árbol. Los navegantes que después visitaron esta isla no hablaron del fenómeno.
[67] Los antiguos creían que no llovía nunca entre los trópicos, y por esta razón se imaginaban que esta región era inhabitable.
[68] Hay muchas clases de tiburones. El célebre Spallanzani, profesor que fue de la Universidad de Pavía, es el naturalista que estudió mejor a este pez, particularmente en lo relativo a la forma, disposición y uso de sus dientes (Viaggi alie due Sicilie, tomo IV). Tenemos en el museo de nuestra biblioteca una cabeza de tiburón, cuya garganta tiene dos pies y medio de abertura perpendicular, con cinco filas de dientes, cada uno de pulgada y media de largo. En el mismo museo poseemos algunos dientes fósiles de tiburón, que tienen tres pulgadas de largo, por lo que puede imaginarse a qué enorme animal pertenecieron. Es probable que Septala encontrase estos dientes en las colinas del Tortonois (véase Mus. Septal., pág. 225), en donde yo mismo encontré algunos cuando han reconstruido el castillo.
[69] En todos los tiempos se han visto estos fuegos en la punta de los mástiles durante la tempestad, y se les ha considerado siempre como un signo de la protección del cielo. Los idólatras veían en ellos a Castor y Pollux, y los cristianos a sus santos, y, sobre todo, a San Telmo. Cuando había tantos fuegos como mástiles, además de San Telmo se creía que aparecían San Nicolás y Santa Catalina. Los marineros ingleses, poco amigos de los santos, forjaron de este fenómeno un duendecillo, al que llaman Davy Jones (Dixon, Voy age autour du monde, 1785-88). En nuestro siglo, los físicos han descubierto que esta luz no es otra cosa que el efecto de la electricidad, la cual, más o menos abundante, tan pronto positiva como negativa, se agita con mayor o menor vivacidad; y como la electricidad es la causa de la tempestad, es natural que cese en el momento en que los fuegos desaparecen de lo alto de los mástiles. De esta manera se explican físicamente los fenómenos que admiraba el caballero Pigafetta en estos fuegos, y de los cuales habla frecuentemente.
[70] Se creía antiguamente que el ave del paraíso, de la que hablaremos en el libro III, careciendo de patas, no anidaba, y que la hembra empollaba sus huevos en la espalda del macho; pero el autor se refiere a otra ave acuática que tiene las patas muy cortas y cubiertas de plumas, de manera que parece que no las tiene, y aunque anida en tierra, la madre transporta sobre su espalda a los polluelos apenas salen del cascarón. Bougainville vió estos pájaros en las islas Malvinas. (Tomo I, pág 117.)
[71] Las cagacelas o estercorarios (Larus parasitus, de Linneo) son aves de rapiña que, no siendo anfibios, acechan para alimentarse de pescado a que los anfibios salgan del agua con su presa; entonces los persiguen hasta que les abandonan la pesca, de la que se apoderan. La presa que dejan caer es la que, equivocadamente, se ha tomado por su excremento.
[72] El verzino, o madera del Brasil, es el nombre de la madera roja que se importaba antes de Asia y de Africa, y que ahora se trae casi únicamente del reino al que ha dado su nombre, a causa de la abundancia de sus árboles. Américo Vespucio, que estuvo en ella en 1502, cuando dio su nombre a América, dice que encontróinfinito verzino e molto buono. (Bartolozzi, Ricerche storiche sulle scoperte d’Amerigo Vespucci.)
[73] Este fruto es la anana (Bromelia ananas, de Linneo), tan conocido hoy; se parece efectivamente al fruto del pino. Los españoles le llaman pina de América, y los ingleses, applepine.
[74] Son las cañas de azúcar (Arundo saccharifera, de Linneo).
[75] El anta (Tapir americanus, de Linneo) es como un cerdo grande.
[76] La batata o patata es el solanum, o, mejor dicho, el Helio- tropium tuberosum, de Linneo.
[77] En seguida se llamó Río Janeiro.
[78] Vespucio cuenta la misma cosa; dice también cómo por medio de guijarros le calcularon sus años, y cómo le probaron su longevidad presentándole el hijo, el padre, el abuelo y el tatarabuelo, todos vivos. (Lettres d'Americ Vespuce, en Bartolozzi, loc. cit.)
[79] En nuestro manuscrito se le llama unas veces Carruaio y otras Caruaio; pero no cabe duda que es Juan Carvalhos, de quien hablan Castañeda y otros autores de la época.
[80] Muchos pueblos salvajes hacen hoy lo mismo, sirviéndose de conchas bivalvas por no tener pinzas.
[81] Vespucio (Lettera al Gonfalón. Soderini, en Ramusio, tomo I, pág. 131) víó estos cilindros a los habitantes del Brasil. Cook se los vió a los habitantes de California, y Stedman a los de Surinam. Keate (An account of the Pelen Islands) cree que estos cilindros fueron al principio de maderas aromáticas, y que los pasaban a través del cartílago de la nariz para disfrutar continuamente de un olor agradable.
[82] Especie de monos que en el Brasil se llaman aquiqui. (Hist. gen. des voyages, tomo XX, pág. 552.)
[83] Todos los navegantes que han viajado por el Sur hablan del sagú, pan hecho con la medula de una clase de palmera. Se le llama palmito (Stedman, Voyage a Surinam, tomo II, pág. 226.)
[84] Este cerdo es el pécari o tajacu, que tiene una glándula dorsal creída ombligo para los primitivos exploradores de Indias. (Nota D.)
[85] Son las espátulas (Anas rostro plano ad verticem dilatato, de Linneo)
[86] Esta manera de pensar y obrar, que a nosotros nos parece muy extraña, es común a todos los habitantes de las islas del mar del Sur. (Cook, Viaje hacia el Polo Sur y alrededor del mundo.)
[87] Ni Fabre ni Ramusio hablan de esta aventura; pero, en cambio, dicen que en el momento en que los navíos se acercaron a la costa pusieron en tierra a unas mujeres esclavas que estaban embarazadas y que se encontraban en los barcos; que salieron solas completamente, parieron, y cogiendo a sus hijos en brazos volvieron a los buques. Pigafetta no dice de esto ni una palabra, por lo que no parece posible. Además, hemos visto que Magallanes había dado órdenes rigurosas para que ninguna mujer fuese a bordo durante el viaje.
El autor pone aquí una lista pequeña de palabras brasileñas, que nosotros añadimos al vocabulario del fin del viaje.
[88] Los salvajes con que al presente se topara Magallanes en la costa del Brasil eran de la gran familia Tupi-guaraní. Vivían en ranchos temporales y mudables (tabas); cultivaban algodón, maíz y mandioca o cazabe. El jefe guerrero — morubixabá —, de autoridad omnímoda en tiempo de guerra, venia condicionado en tiempos de paz por las decisiones de un consejo (nhimongaba). Eran antropófagos y polígamos, y reconocían un poder superior, llamado Tupá (¿Quién eres?), y muchos espíritus malignos con supervivencias del remoto chamanismo asiático. (Nota D.)
[89] El río de que se trata es el de la Plata, en el que Solís, su descubridor, murió devorado por caníbales. (Nota D.)
[90] Se detuvieron en Puerto Deseado, donde hay dos islas, llamada una isla de los Pingüinos y la otra isla de los Leones. Pigafetta llamó a aquéllos gansos y a éstos lobos. Los primeros son los Aptenodita demersa, y los segundos, la Phoca ursina, de Linneo, llamada comúnmente vaca marina o foca.
[91] Los habitantes de las islas del mar del Sur se echan agua en la cabeza en señal de paz. (Cook, Viaje hacia el Polo Sur y alrededor del mundo.)
[92] Monsieur de Paw, del cual he hablado en la Introducción (párrafo XIX), para sostener su sistema sobre América, que, según él, es un país nuevo surgido de las aguas, donde la Naturaleza está degradada, no queriendo admitir la existencia de gigantes patagones, cosa que argumentaría contra su sistema, dice que Pigafetta no vio bien a estos hombres y que aumentó mucho su verdadero tamaño natural, para tener maravillas que contar. Pero Paw no merece ciertamente tanta fe como Pigafetta, que ha sido un testigo ocular siempre fiel y seguro cuando se refiere a lo que él mismo vio. Halló que los brasileños eran de la forma y estatura ordinaria del hombre, y dijo: Sono disposti homini e femine come noi. Así, cuando asegura que los patagones eran gigantes, hay motivo para creer que le parecieron de una estatura gigantesca. No se puede suponer razonablemente que se equivocara, puesto que vivió mucho tiempo con ellos, confrontó sus dimensiones con las suyas propias, habló frecuentemente con ellos, aprendió muchas palabras de su lengua, y le sorprendieron su voz, su peso, su fuerza y la enorme cantidad de comida y bebida que necesitaban; de manera que todo estaba proporcionado a su tamaño. He aquí las palabras exactas de nuestro viajero: Vene uno de la statura casi como uno gigante nella nave capitanía... Haveva una voce simile a uno toro... Fugendo facevano tanto gran passo , che noi saltando non poteva- no avanzare li suoi passi... Vene uno homo de statura de gigante... Questo era tanto grande che li davamo alia cintura e ben disposto, haveva la faza grande et dipinta... Certamente questi giganti core- no piu che cavalli... Ognuno de li due che pigliassemo mangiava una sporta de bescoto, et beveva in una fiata mezo sechio de hac- qua et mangiava li sorgi senza scorticarli. Podría, sin embargo, permitirse a Paw tener dudas sobre las aserciones de nuestro autor, si no hubieran sido confirmadas por otros viajeros. El célebre presidente De Brosses ( Navig. aux Terres Austr., tomo II, pág. 324) ha recogido todos los testimonios de los que han visto a los patagones y que han hablado de ellos como de hombres de un tamaño extraordinario. Los navegantes que estuvieron allí después de aparecer su obra, tales como Biron, Wallis, Carteret, Coolc y Forster, han confirmado todos esta opinión, después de haber examinado bien a esta raza monstruosa, sobre la existencia de la cual había muchas dudas. Es cierto que Winter y Narbourough, y últimamente Bougainville, han dicho que los patagones no tienen más de seis pies y medio de altura; pero ¿debe preferirse su aserción negativa a tan tos testigos positivos que hablan de lo que han visto, examinado y medido? De Brosses ha hecho notar que pueden conciliarse estos testimonios a pesar de las contradicciones que parecen ofrecer. Los habitantes de las costas más meridionales de América no son todos de gigantesca estatura, sino únicamente los individuos de algunas tribus tienen esta talla alta. Como no habitan siempre en el mismo sitio, ha sucedido que algunos navegantes no los vieron Pigafetta, que los vio, pudo hablar con conocimiento de causa [Los patagones, chonek o maleen, esto es, hombres, son de alta talla (¡1,73 a 1,83 metros!), no tanta como en un principio se supuso. Estaban en los últimos grados del salvajismo, carentes de organización social. Comían moluscos y lobos marinos, a más de guanacos, con cuyas pieles sin adobar se cubrían escasamente. Nota D.].
[93] Este animal es el guanaco (Camelus huanacus, de Linneo), semejante al que los naturalistas denominan llama y vicuña, especie de camello o de oveja, muy conocido por su preciosa lana. La descripción que da el autor de este animal conviene perfectamente al guanaco, y todos los navegantes dicen que los patagones se visten con su piel. Tenemos en nuestro museo una pata de este animal, que tiene un exacto parecido con la descripción hecha por Buffon (Supplém., tomo VI, pág. 204). Tiene la pata un pie y doce pulgadas de largo, aunque está cortada por bajo de la rodilla.
[94] Por estos zapatos, que hacían parecerse los pies del gigante a las patas de un oso, Magallanes los llamó patagones.
[95] Es observación general de todos los países y tiempos que cuanto menos civilizados son los hombres, tanto más maltratadas son las mujeres.
[96] En donde puede estudiarse cuanto toca al guanaco y sus costumbres es en Darwin (C.), Diario del Viaje de un naturalista alrededor del mundo, tomo I, en la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.
[97] Sabido es que los salvajes envenenan sus flechas, y nuestros viajeros tuvieron más pruebas que ésta.
[98] Debry ha dibujado un patagón en esta actitud; se ve cómo ingurgita una flecha para curarse, vomitando la indigestión. Algunas veces los salvajes ante sus ídolos se meten una varita en la boca para demostrarles que no tienen nada impuro dentro del cuerpo.
[99] La religión era el chamanismo, que todavía practican muchos pueblos, y especialmente mongoles siberianos. Léase Orjan Olsen, Los soyotos: Nómadas pastores de origen mongol, en la colección de Viajes modernos editada por Calpe.
[100]Vehador o veador, en antiguo portugués, significaba el administrador de un conjunto de hombres; en español se le llama veedor, de la palabra veer, que significa ver o inspeccionar. Algunos escritores han pretendido demostrar que Juan de Cartagena era obispo; pero Pigafetta no hubiera olvidado el mencionar esta circunstancia, y Magallanes no le hubiera castigado tan cruelmente si hubiese ostentado esta dignidad.
[101] Este clérigo era Sánchez Reina.
[102] Cuando Gómez, mandando el navío San Antonio, después de haber abandonado a Magallanes en el estrecho, pasó de nuevo por el puerto de San Julián, recogió a los dos a bordo y los llevó otra vez a España.
[103] El avestruz de América es mucho más pequeño que el de África. Los brasileños le llaman manduguacu, y Linneo, Struthio rhea.
[104] Es el río de Santa Cruz, que Cook situó en los 51º de latitud meridional. Le llamaron así porque entraron en él el 14 de septiembre, día de la exaltación de la Cruz (Véase el Anoyme portugais, en De Brosses.)
[105] Es cierto que mientras la escuadra estaba en este río, el 11 de octubre hubo un eclipse de Sol, del que hablan todos los que han escrito acerca de la historia de esta navegación, y que está anotado en las tablas astronómicas. Asimismo pretenden que Magallanes se aprovechó de este eclipse para determinar la longitud. Mas Pigafetta no dice nada, ni debía decirlo, porque este eclipse, visible para nosotros, no pudo serlo en el extremo meridional de América.
[106] Véase la Introducción, párrafo XI y siguientes.
[107] Véase para la topografía del estrecho de Magallanes el mapa de Bougainville, en el Viaje alrededor del mundo, tomo I, volumen 3 de la colección de Viajes clásicos editada por Calpe; iluminada, damos la parte meridional de América, tal como se encuentra dibujada y pintada en el manuscrito de Pigafetta. El dibujo está lejos de ser exacto; mas los geógrafos del siglo XVI no lo hacían mucho mejor, como puede cualquiera convencerse examinando la geografía de Hortelius. La bahía de que habla aquí Pigafetta es la bahía de la Posesión.
[108] Cabo de la Posesión.
[109] Primer canal.
[110] Bahía Boucault.
[111] Segundo canal.
[112] El canal al Sureste es el que se encuentra cerca del cabo Monmouth, llamado Detroit Supposé en el mapa de Bougainville.
[113] Los navegantes posteriores no mencionan este río, el cual desciende probablemente de la Tierra del Fuego. No hablan tampoco de las sardinas que sorprendieron a nuestro autor por su gran cantidad, lo que no es extraño, porque estos peces, en sus emigraciones, permanecen muy poco tiempo en el mismo sitio.
[114] El cabo Deseado forma el extremo occidental de la costa meridional que costeó la chalupa; pero los navíos navegaron cerca de la costa septentrional, y se alejaron de América en el cabo Victoria, llamado así del nombre del navío que le dobló primero y que volvió solo a Europa.
[115] La montaña que Bougainville llamó el Padre Aymón.
[116] La isla de los Leones.
[117] Como es sabido, se le llamó en seguida estrecho de Magallanes, del nombre de este navegante.
[118]Apium dulce; Cook le encontró también, así como mucha codearía, y a causa de esta abundancia de yerbas antiescorbúticas creyó preferible el paso del estrecho al del cabo de Hornos.
[119]Trigla volitans, de Linneo. Probablemente, el pez de que habla el autor es el Exocetus volitans.
[120] Daremos este vocabulario a continuación del viaje.
[121] No es raro que el hambre fuerce a los marineros a comer ratones y el cuero de los cables. En 1540, una rata valía cuatro escudos en la escuadra de Pizarro. Las tripulaciones de Bougainville (tomo II) y de Cook (Tercer viaje, tomo I) comieron también cuero.
[122] Efectos del escorbuto.
[123] Quirós, Bougainville y Cook no fueron ciertamente tan dichosos.
[124] Pigafetta no nos da los datos suficientemente precisos para determinar la posición de las islas Infortunadas. Hay en nuestro manuscrito una figura por la cual se ve solamente que la segunda está al noroeste de la primera; pero leyendo su relación y suponiéndola exacta, hallaremos que pertenecen a las islas de la Sociedad, al norte y al nordeste de Otaiti, pues Pigafetta dice que saliendo del estrecho navegaron por el Noroeste cuarto Oeste; en seguida en dirección del Noroeste hasta la línea equinoccial, que pasaron por el 122º de la línea de demarcación, esto es, por el 152º del primer meridiano. Luego si desde este punto trazamos una línea del Noroeste al Sureste, pasará entre las islas de la Sociedad al norte y después al este de Otaiti. Las islas Infortunadas debían, pues, encontrarse sobre esta línea. Por consiguiente, Jaillot y Nolin las han colocado fuera de su verdadera posición geográfica. Sin embargo, no están mal los nombres que les dieron de San Pedro a una y de Tiburón a otra, porque el Anónimo portugués les da los mismos. El Transilvano dice que nuestros navegantes se detuvieron allí dos días para pescar.
[125] Cincuenta y seis años transcurrieron antes que otro navegante diese la vuelta al Globo. Drake, en 1578, fue el primero después de Magallanes que atravesó este mar.
[126] Dos nubéculas, esto es, dos aglomeraciones de estrellas señalan los astrónomos en el polo austral: una encima y otra debajo de la Hidra. Se ven cerca del polo muchas estrellas que forman la constelación del Octante; pero como estas estrellas son de quinta o sexta magnitud, parece ser que las dos estrellas grandes y brillantes de que habla Pigafetta son la a y la ß de la misma Hidra.
[127]Puntuar, esto es, utilizar la punta de un compás para encontrar el aire del viento que ha de soplar para llegar al lugar donde se quiere ir, siendo conocido el Norte por la brújula. Ayudar a la aguja es añadir o quitar grados en su dirección para hallar la verdadera línea meridiana, por medio de procedimientos de que hablaremos en el Tratado da Navegación al fin de este Viaje.
[128] Dante (Purgat, lib. I)
habla de esta cruz en los versos siguientes: «I' mi volsi a man destra, e posi mente
all' altro polo, e vidi quattro stelle
non viste mai fuorche alia prima gente.
Goder pareva il ciel di lor fíammelle
Oh! septentrional vedovo sito,
poiche privato sei di mirar puelle!»
[129] Línea ideal que, partiendo el Globo en dos hemisferios, separaba las conquistas de los portugueses de las hechas por los españoles, según la bula del papa Alejandro VI. (Veáse la Introducción, párrafo V.)
[130] Esto es, el primer meridiano.
[131]Cipangu es el Japón, que tiene este mismo nombre en el globo de Behaim, donde se dice que esla isla más rica del Oriente. Sumbdit-Pradit es quizás laAntilia del mismo globo, llamada también Septe-Ritade. Pero en dicho globo estas dos islas están en el hemisferio boreal, una hacia los 20º y la otra hacia los 24º. Ramusio (tomo I, tab. III) sitúa Cipangu hacia los 25º; pero en el mapa XIX de Urbano Monti encuentro Sumbdit en los 9º de latitud meridional. Delisle, ignoro con qué fundamento, las coloca en los 17º y 20º de latitud meridional. Sin embargo, debe observarse que Pigafetta no dice que estuvo en ellas, sino que pasó a poca distancia, esto es, que creyó haberse aproximado; como Marco Polo había hecho creer que Cipangu era la isla más oriental del mar de las Indias, por consiguiente, nuestro navegante, yendo por Occidente, debía encontrar la primera; pero no habiéndola encontrado, se imaginó haber pasado a poca distancia de ella. De vuelta en España (libro IV) habla de Sumbdit-Pradit como de una isla situada cerca de las costas de la China.
[132] Con estos datos he marcado en el mapa el camino que recorrió la escuadra desde el estrecho hasta las islas de los Ladrones. Tracé una línea del cabo Victoria hacia el ecuador por el Oestenoroeste cuarto Noroeste. En seguida, partiendo del 122º de longitud de la línea de demarcación bajo el ecuador, de Noroeste al Sureste, tracé una línea que encuentra a la primera y forma con ella un ángulo obtuso en el sitio en que la escuadra cambió de dirección. Más allá del ecuador, en el hemisferio septentrional, tracé una línea por el Oestenoroeste cuarto Oeste, de un largo de ochocientas millas hasta el 13º de latitud Norte, y desde allí hasta las islas de los Ladrones. Reconozco que, no siendo completamente exactos los grados de longitud, lo demás es poco cierto; pero esta línea al menos no ofrece ninguna dificultad y parece tener algún fundamento. El camino de Magallanes trazado por los otros geógrafos es totalmente imaginario.
[133] El cabo Cattigara, que nuestro autor llama Gatticara, estaba, según Ptolomeo, a 180º de longitud de las islas Canarias y al sur del ecuador; pero Magallanes sabia que estaba al norte, y, efectivamente, lo está, a los 8o 27' de latitud septentrional; por consiguiente, para llegar a este cabo se había imaginado que debía encontrar las islas Molucas. Hoy se llama cabo ComOrin. Ves- pucio se equivocó aún más en la latitud, porque le creyó un cabo occidental del continente al cual dió su nombre. (Bartolozzi, locución citada.)
[134] La isla en que ancló Magallanes es probablemente la isla de Guahan, que Maximiliano Transilvano llama Ivagana. Podría creerse que es la isla Rota, donde Jorge Manriques, comandante de un navío de la flota de Loaisa (que en 1526 fue del Perú a las Marianas), encontró a Gonzalvo de Vigo, uno de los marineros de Magallanes, que se estableció allí voluntariamente; pero este Vigo pudo pasar a la isla Rota desde Guahan. (De Brosses, tomo I, pág. 156.)
[135] El autor de la Histoire genérale des voyages dice que los isleños conocieron entonces el fuego por primera vez, y cita a Pigafetta, el cual no dice nada. Parece más bien que no conocían el uso de las flechas.
[136] El uso de ennegrecerse los dientes se practica aún en las islas Pelew, cerca de las Marianas. Sus habitantes hacen con yerbas una especie de pasta que se aplican durante algunos días sobre los dientes, a pesar de las molestias que les produce. (Keate, An account of the Pelew islands, pág. 314.)
[137] Especie de simiente oleaginosa muy común en China. Es el Raphanus oleifer sinensis, de Linneo.
[138] Estos higos son las bananas o frutos de la Musa (Masa paradisiaca). En lo sucesivo emplearé el nombre de banana, en lugar del de higo, que usa el autor.
[139] Son las hojas del bananero o plátano.
[140] En seguida se llamaron islas de las Velas Latinas, por el gran número de embarcaciones que por allí pasaban, y en tiempo del rey de España Felipe IV se les llamó Marianas, en honor de su esposa, María de Austria. Noorth observa que, aun en su tiempo (1599), merecían apropiadamente el nombre de islas de los Ladrones.
[141] Gondolitas largas y estrechas con las que los de Fusina van a Venecia.
[142] Es el balancín, muy bien ideado por estos pueblos para no zozobrar, teniendo barcos muy estrechos con velas de esteras bastante pesadas. Anson y Cook elogian grandemente la construcción de estas embarcaciones con balancín o batanga.
[143] Quizás por ello se denomina isla de los Nadadores a una situada cerca de las Marianas.
[144] En los mapas más modernos se la denomina Samar, y está situada, efectivamente, a los 15º, que hacen un poco menos de trescientas leguas marinas, al oeste de Guahan. Prevot, fiándose del extracto de Fabre, dice que Samar no está más que a treinta leguas de las Marianas (tomo X, pág. 198).
[145] Humunu, que se llamó en seguida la isla Encantada (Histoire general des voyages, tomo XV, pág. 198), está situada cerca del cabo de Guigan, de la isla de Samar.
[146] Habia, sin duda, cogido esta marrana en la isla de los Ladrones, donde todos los navegantes posteriores han encontrado muchos cerdos. (De Brosses, tomo I, pág. 55.)
[147] El bocací es una clase de tela muy usada antiguamente. (Veáse Du Cange.)
[148]Cocos nucífera, de Linneo. Tenemos en nuestro museo muchos frutos del cocotero, de los cuales alguno es más grueso que la cabeza de un hombre; otros tienen la corteza filamentosa.
[149] En 1864, un misionero aprendió en Cowley a hacer de esta manera la leche de coco, que encontró excelente. (De Brosses, tomo II, pág. 55.)
[150]Phoenix dactylifera, de Linneo.
[151]Macias. Nuestro autor la llama matia: es la segunda corteza de la nuez moscada, que tiene cuatro; es muy apreciada por su sabor aromático. (Macis officinalis, de Linneo.)
[152] Se Ies llamó después islas Filipinas, del nombre de Felipe de Austria, hijo de Carlos V.
[153] Las Filipinas están situadas entre los 125º y 135º de longitud occidental de la isla de Hierro; por consiguiente, entre los 195º y los 205º de la línea de demarcación. Este archipiélago no está, pues, en los 161º de longitud de esta línea. Ignoro si al determinar la longitud Magallanes y su astrólogo San Martín obraron de buena fe, o si lo afirmaron así para encontrar las Molucas más acá de los 180º. Sin embargo, es cierto que antes de Dampierre se equivocaban en 25º en la longitud. (De Brosses, tomo II, pág. 72.)
[154] Todos los navegantes hablan de las grandes orejas de los pueblos nuevamente descubiertos. El autor cuenta, además, cosas fabulosas.
[155] Después de haber conquistado los mogoles las Indias, estos países fueron habitados por dos naciones diferentes, es, a saber: los moros y los indígenas, a los que nuestro autor llama tan pronto cafres como gentiles. Los moros recibieron este nombre porque son mahometanos, como los moros de España. Las dos naciones se encuentran aún hoy en muchas de estas islas, casi todas sometidas a los europeos; mas los gentiles disminuyen de día en día de población y de poder y casi no habitan más que las montañas. (Son- NERAT, Voyage aux Indes. tomo I, pág. 35.) A los moros les sucede lo mismo en el centro de Africa. (Voyage de Mungo-Park dans l'intérieur d e l'Afrique.)
[156] La Taprobana de los antiguos es la isla de Ceilán, no Sumatra.
[157] Desde las Filipinas hasta Malaca, se habla en todas partes la lengua malaya. No es, pues, extraño que a un hombre de Malaca le entiendan en Filipinas.
[158] Ramusio dice cuchillos (coltelli), lo que parece más verosímil, pero nuestro manuscrito pone corali; sabido es que frecuentemente los navegantes traficaron ventajosamente con el coral.
[159] Seguramente resina.
[160] Veremos a continuación que los reyes de que se trata poseían dos países en la costa oriental de la isla de Mindanao, de los cuales uno se llamaba Butuán, y conserva aún el mismo nombre, y el otro Calagán, y ahora Caragua. El rey de Butuán lo era tam bien de Massana o Mazzana, que es, probablemente, la Limassava de Bellin.
[161] Sonnerat (tomo II, pág. 117) habla también de Mindanao como de una isla en que abunda el oro. Por esta razón se ha creído que las Filipinas eran las islas de Salomón.
[162] Fabre y Ramusio dicen que en cada dedo tenía tres sortijas de oro, pero en nuestro manuscrito se lee claramente: in ogni dente haveva tre machie d'oro che parevano fosseno legati con oro. Esto parecerá menos extraño sabiendo que en Macassar, isla poco lejana de las Filipinas, algunos se arrancan los dientes naturales para substituirlos con otros de oro. (Hist. gen. des vovaoes, tomo XV, pág. 97.)
[163] Esto es, Mindanao.
[164] Ceylon es la isla de Leyte, que Pigafetta ha dividido en dos, llamando a la parte septentrional Baybay, que es el nombre de un puerto; Calagán es Caragua, en la isla de Mindanao, y Zubu es la isla de Sebu, de la que hablará mucho el autor.
[165] El uso de mascar la areca (Areca cathecu, de Línneo) envuelta en hojas de betel continúa aún.
[166] Es el betel
[167] Limassava está ciertamente en la latitud indicada por el autor; pero hay un gran error en la longitud.
[168] Bohol ha conservado su nombre. Canigán y Gatigán se encuentran en los mapas antiguos, y particularmente en el mapa XVIII de Urbano Monti. Bellin puso estas islas sin nombre.
[169] Polo y Pozón, islas que se ven también en los mapas de Monti y de Ramusio, pero demasiado alejadas una de otra.
[170] Junco, navío grande.
[171] Siam.
[172] El heredero presunto del trono.
[173] Candish y Noorth (Hist. gén. des voyages, tomo XV, página 222) hablan del miedo que los habitantes de Filipinas tienen a la aparición del diablo.
[174] Probablemente el hábito de la orden de Santiago, de la que era comendador.
[175] Estos pueblos aprecian mucho el vidrio.
[176] Cambaya, una de las ciudades más comerciales de la India, particularmente en telas.
[177] Hoy los salvajes no usan el fuego para tatuarse; pero se hacen incisiones en las que vierten líquidos colorantes, o se aplican jugos cáusticos.
[178] La costumbre de beber por cañas la observó también Noorth entre estos pueblos.
[179] Aun hoy, los tambores y los címbalos son los principales instrumentos músicos de los habitantes de las islas del Sur.
[180] El Sinus Magnus, de Ptolomeo, que es el golfo de China.
[181] Cook (Viaje hacia el Polo Sur y alrededor del mundo) explicó la manera de dilatar los agujeros hechos en el lóbulo de las orejas, por medio de cilindros elásticos de hojas de cañas.
[182] Este es uno de los cuentos que Pigafetta oyó y que cuenta de buena fe. Sin embargo, se ha observado que muchas aves viven de la carne de las ballenas muertas y lanzadas por las olas sobre la orilla. Un cuervo que haya entrado en la garganta abierta de una ballena muerta, tal vez dio origen a este cuento.
[183] La casualidad o el cuidado de algún indígena que la miraría como un ídolo la conservaron hasta 1598, en que, habiendo vuelto los españoles con misioneros, la encontraron y la expusieron a la veneración; por ello pusieron el nombre de ciudad de Jesús a la que construyeron. (Hist. genérale des voyages, tomo XV,pág. 35.)
[184] Parece que el prefijo si o ci en nombres propios es un título de honor.
[185] Visnú, en una de sus encarnaciones, es representado con cara de jabalí. (Sonnerat, tomo I, pág. 161.)
[186] Entre los instrumentos músicos de los indios, Sonnerat encontró y dibujó un trompetón igual a los que aquí menciona el autor.
[187] En la primera traducción del extracto de Pigafetta, se lee: Grandi et picoli hanno il membro bucato da una parte all'altra appresso il capo, e in quel buco hanno messo come una verghetta d'oro grossa come una penna d'oca; i altri mettono come una stel- la acuta sopra la testa del membro pur d'oro.
[188] He abreviado mucho por decencia; sin embargo, doy a continuación el origina] del manuscrito: Grandi et picoli hanno passa- to il suo membro circa de la testa de luna parte a laltra con uno fero de oro hovero de stanio grosso como una penna de ocha e in uno capo e laltro del medesimo fero alguni anno como una stella con ponte soura li capí altri como una testa de chiodo da caro as - saissime volte lo volfi vedere da molti cosí vequi como joveni perche non lo poteva credere nel mezo del fero e un buto per il qualle urinano il fero e le stelle sempre stanno ferme. Loro dicono che le sue moglie voleno cussi et se fossero de ultra sorte non uzariano con elli. Quando questi vogliono uzare loro medesime lo pigliano non in ordine... Questi popoli uzanno questo perché sono di debile natura... A tuete da sey anni insu apoco apoco li aprono la natura per cagione , etc. No debe sorprender la lubricidad de las mujeres de este país que han imaginado esto, después de leer en los relatos de los viajeros cuáles son sus costumbres y su industria en este respecto. (Veáse la carta de Américo Vespucio en Ramusio, tomo I, pág. 131; y Paw, Recherches sur les Américains, parte I.) Noorth y Candisch, que viajaron por el mismo mar en 1600, y encontraron la misma costumbre; pero dicen que se podían quitar el cilindro, y les contaron que esta infíbulación la imaginaron las mujeres para impedir la pederastía. (Hist. genérale des voy ages, tomo X, pág. 357.) La moda debe haber pasado, porque los navegantes modernos no hablan de ello.
[189] Magallanes no dió mas que la mitad de la vuelta al mundo; pero Pigafetta dice con razón que la dió casi entera, porque los portugueses conocían muy bien lo que faltaba de la ruta de las islas Molucas a Europa por el Cabo de Buena Esperanza.
[190] Odoardo Barbosa había estado ya en las Molucas, por el Cabo; dejó una Relación de las Indias muy interesante (Ramusio, tomo I, pág. 288). Uno de sus compañeros escribió también una Relación abreviada del mismo viaje.
[191] En el manuscrito de Pigafetta hay aquí un vocabulario de los isleños de Zubu, que daremos al fin del viaje.
[192] Parte de Mindanao.
[193] Río que forma la bahía de Chipit.
[194] Es la isla de Mindanao, que nuestro autor escribe Maing- danao. En el mapa de Bellin, como en el de nuestro manuscrito, se ven los puertos de Chipit, de Butuán y de Calagán. Se extiende más allá de Bohol, y limita su punta septentrional con Massana.
[195] Luzón o Manila.
[196] En la lámina III de Ramusio se lee al oeste de Luzón (que escribe él Pozón): Canali donde vengono gli Lequii.
[197] En la lámina III de Urbano Monti, la isla de Cagayán, rodeada de islitas, está marcada en la misma dirección. Igualmente cercada de islas está en el atlas de Robert.
[198] En los mapas antiguos, Palaoán está al noroeste de Manila; por consiguiente, esta isla no se encontraba en la ruta de nuestro viajero, porque Manila (está al nordnordeste de Cagayán. En esta ruta se encuentra la isla de Paragua o Paragoia, y leo Palaoán en un globo de cuatro pies de diámetro perteneciente a la familia Cusani, en cuya casa he tenido la dicha de vivir desde hace casi treinta años; aprovecho expresamente esta ocasión para testimoniarle públicamente mi reconocimiento. Este globo, lo mismo que otro celeste, los hizo, hacia mediados del siglo xvii, el padre Silvestre Amangio Moroncelli di Fabriano monje celestino. En el mapa adjunto al viaje de Macartney, se lee cerca de esta isla Palawan o Paragua, lo que prueba que Palaoán y Para- gua o Paragoia no son mas que el mismo nombre, o dos nombres diferentes de la misma isla.
[199] Esto es, ir contra la corriente.
[200] Fabre señala diez leguas y Ramusio dice cinco leguas; en nuestro manuscrito se lee claramente cincuenta, y ésta es la distancia verdadera.
[201] Parece exagerado el número. Actualmente no hay más de dos o tres mil casas. (Hist genérale des voyages, tomo XV, página 138.)
[202] Laoe no es una ciudad, sino una islita cerca de la punta meridional de Burné. Pigafetta, como no estuvo en ella, comprendió sin duda mal lo que le dijeron acerca de esto.
[203] Los portugueses introdujeron allí el cristianismo, que se mantuvo hasta el 1590. (Sonnerat, loc. cit.; donde dice también que los moros forzaron a los gentiles a abandonar la orilla del mar y a retirarse a las montañas.)
[204] El mejor alcanfor viene ahora de Borneo (Hist. genérale des voyages, loc. cit., pág. 140.)
[205] El pici, que hoy llaman peda, es la moneda más pequeña de las Indias Orientales.
[206] Es el balancín. El texto no dice que las cañas de bambú sobrepasan las bordas del junco; pero es preciso creerlo, puesto que nuestro autor dice que sirven de contrapeso.
[207] En esta latitud está la punta septentrional de Borneo. La longitud no es exacta, como puede verse en un mapa. Tuvo cuidado Pigafetta de señalar en el dibujo de la isla de Borneo su viaje a cincuenta leguas de la punta al puerto, y Laoe en la punta meridional de la isla. No oyó hablar de los otros países, y dio a la isla forma triangular, colocando las dos ciudades situadas sobre la bahia.
[208] Hoy Balaba.
[209] Es el babirusa (Sus-babirussa, de Linneo), que sabe nadar, y cuyo hocico alargado está armado con largas defensas. (Véase la descripción de este animal en Voyage par le Cap de Bonne-Espérance et Batavia á Samarang, a Macassar, á Amboine et á Surate, par Stavorinus, tomo I, pág. 254, en el que también está dibujado.)
[210] Otros viajeros han visto hojas semejantes y las han examinado mejor. Algunos creen que las hojas se movían por un insecto en ellas alojado. (Hist gen. des voyages, tomo XV, pág. 58); otros han notado que no son hojas, sino una clase de saltamontes cubiertos con cuatro alas de forma oval y de cerca de tres pulgadas de largo, replegadas las alas superiores de tal manera que semejan exactamente una hoja obscura con sus fibras. (Stedman, Voyage á Surinam, tomo II, pág. 261.)
[211] Stedman, casi en la misma latitud, encontró el mar cubierto de yerbas en el océano Atlántico. (Tomo III, pkg. 211.)
[212] Bellín le llama Joló, y Cook, Sooloó.
[213] Hoy Basilán.
[214] Maingdanao es Mindanao, ciudad situada cerca de un lago, del mismo nombre de la isla.
[215] Benayán, cabo septentrional de la isla del mismo nombre.
[216] En el mapa de Bellin no encuentro más que dos islas, de las cuales una tiene el nombre de Saranga. En la nota de las ochenta y dos islas que en 1682 pertenecían al rey de Ternate se cita a Sarangani. (Hist. genérale des voyages, tomo XI, pág. 17, edición de Holanda.) Esta isla tiene un excelente fondeadero para aprovisionar los barcos.
[217] Las islas aquí mencionadas pertenecen al grupo en que los geógrafos modernos sitúan a Kararotán, Linop y Cabrocana, después de las cuales se encuentra Sanghir, que es la isla bastante bella de que habla el autor. Al sursuroeste de esta isla hay muchos islotes, de los que habla Pigafetta más adelante. Cabiou, Ca- balousu, Limpang y Noussa se citan en la nota de islas pertenecientes en 1682 al rey de Ternate.
[218] En el atlas de Robert hay aquí muchos islotes, y entre ellos Regalarda y Siapi, nombres que tienen alguna semejanza con Zangalura y Ciau o Siau. Sonnerat habla también de esta última. En la nota de las islas del rey de Ternate se lee Karkitang, Para, Sangalouan, Siau.
[219] Paghinzara, Talaut y Mahono están en la nota dicha.
[220] Zoar y Meán están en el lugar en que Robert situó a Sa- rambal y Meyán.
[221] Hoy Tidor.
[222] Hoy Ternate
[223] Se creía que dichos árboles no crecían mas que en estas cinco islas, llamadas propiamente las Molucas; pero en seguida se encontraron en otras muchas, a las cuales, por esta razón, se extendió también el nombre de Molucas, de manera que con él se comprenden todas las islas que hay entre las Filipinas yjava. Los holandeses, para tener el comercio exclusivo de los clavos de especia, trataron de destruir, por fuerza o astucia, todos los árboles de este género; pero no lo consiguieron. Después de la revolución francesa, hubo muchos cambios en el mar del Sur. Pigafetta dibujó las Molucas, y junto a ellas un árbol del clavo, que apenas se parece a los naturales.
[224] El testón valía medio ducado, y el ducado, un zequí.
[225] Cuando Brito o Breo fue enviado de gobernador a las Molucas en 1511, el rey Abuleis reinaba en Ternate con el nombre de rajá Beglid.
[226] Forster (Cook, Tercer viaje, tomo V, pág. 356) observa que donde los hombres, y aun los animales, son polígamos, nacen más hembras que machos; lo que puede explicarse muy bien por las moléculas orgánicas de Buffon. La familia del rey de Tador sirve para probar este aserto.
[227] Esto es, un mufti.
[228] Guzzerate era un reino de los indios sometidos al rey de Cambaya, de que habla Barbosa, compañero de Pigafetta. (Véase Ramusio, tomo I, pág. 295.)
[229] Se ha observado que muchas islas del mar del Sur son volcánicas; por consiguiente, esta agua caliente será sencillamente un agua termal, y no un agua calentada por los árboles del clavo.
[230] Cabo septentrional de Río de la Plata.
[231] Boismelé, Histoire de la marine, dice que López de Sichera fue a las Indias en 1518.
[232] Después Idda, en el mar Rojo, puerto utilizado para el comercio de la Meca. Esto se refiere a la desdichada expedición que Solimán el Magnífico emprendió, a instigación de los venecianos contra los establecimientos de los portugueses en las Indias, para atraer al mar Rojo el comercio que la navegación de los portugueses por el Cabo de Buena Esperanza había anulado. Los venecianos les proporcionaron para ello maderas de construcción y armas. (Robertson, Disquis. on ant India, sect. III.)
[233] Con dos filas de cañones.
[234] El bersil es una especie de gran ballesta.
[235] Gilolo.
[236] Bambú, caña que contiene naturalmente un licor muy bueno.
[237] Los holandeses comprobaron que el árbol del clavo crece muy bien en las llanuras.
[238]Myristica officinalis, de Linneo.
[239] Esto se refiere al antiguo traje español.
[240] Hoy se hace una clase de tela, o mejor dicho, de paño de corteza de árbol de la misma manera, como puede verse en la descripción que da Cook (Primer viaje, tomo II).
[241] Bouro, de que se hablará después.
[242] Monedita de Venecia que el dogo Nicolás Marcello acuñó en 1473 y que valía unos diez sueldos franceses.
[243] El caballero Pigafetta fue quizás el primero que enseñó a los europeos que el ave del Paraíso (Avis paradisiaca, de Linneo) tiene patas como las otras aves, pues tan persuadidos estaban antes de que no las tenían (porque se las cortaban a todos los que empajaban para venderlos), que el gran naturalista Aldovrando (De Avibus, tomo I, pág. 807) vitupera a nuestro autor, que al hacer la descripción se las atribuye.
[244] Pudo suceder esto que el autor cuenta; los cabellos flotantes hubieran sido seguramente atraídos por el agua que entraba en el barco, al acercarse a la vía. Ahora se ponen estopas en una vela que se pasa bajo el barco; el agua arrastra adentro las estopas, y de esta manera se sabe dónde está la vía de agua.
[245] El Yucatán, en América, cerca del golfo de Méjico, donde está el istmo de Darién. Sin embargo, el navío permaneció en Tidor y fue apresado por los portugueses. (Hist. genérale des voyages, tomo XIV, pág. 99.)
[246] Especie de ananas o pina de América.
[247] Guayaba, fruto del guayabero. (Psidium pyriferum, de Linneo.)
[248] El autor pone aquí el vocabulario de las Molucas, que nosotros damos al fin del viaje.
[249] Laboán o Labocca, considerada hoy como formando parte de Bachián. (Hist. genérale des voyages, tomo XI, pág. 14.)
[250] Bachián, una de las cinco principales islas Molucas. Casi todas estas islas están marcadas en el mapa XVIII de Monti, que no dice sobre qué datos las dibujó. Muchos de los nombres de estas islas figuran en la nota de los dominios del rey de Ternate.
[251] Xulla, de Robert, y Xoula, de los mapas holandeses.
[252] El autor, como escribió los nombres con los datos que le daban los pilotos, es frecuentemente inexacto. Cita diez islas y no dibujó mas que seis, y de las diez, cuatro vuelve a mencionarlas más adelante. Leytimor no es sino una península unida a Amboine.
[253] Quizás la Cucúrbita verrucosa, de Linneo.
[254] Bougainville llama Boero a esta isla, la coloca en la misma latitud, y en su mapa XVII ha puesto Sulla, Boero, Kilang y Bonoa, que son: Sulach, Buru, Kailaruru y Benaya, de nuestro autor. (Léase Bougainville (L. A. de), tomo II de suViaje alrededor del mundo, en la colección de Viajes clásicos editada por Calpe.)
[255] En el atlas de Robert se ven aquí las islas de Menga, Kelam y Bone; en el mapa de los holandeses (Hist. genérale des voyages, tomo XI), las de Manipa, Kelam y Bonoa.
[256] Actualmente Amblau.
[257] En el mapa holandés: Guananapi, Puloay, Pulorhun y Rosingen.
[258] El Recueil des voyages pour l'établissement de la Compagnie des Indes, tomo II, pág. 213, habla de las islas de Vayer, Tonjonburong y Mamuak.
[259] Solor en los mapas modernos.
[260] Las corniolas a que alude el autor parecen ser conchas univalvas, etc.
[261] Es notable que ya en Estrabón se lea esta fábula burda (Geogr., lib. XV), el cual la copia de Megasteno, uno de los capitanes de Alejandro Magno. Aun hoy estos isleños se divierten contando a los extranjeros cosas maravillosas. A Cook le quisieron hacer creer que en una isla eran tan fuertes y grandes los hombres, que fácilmente hubieran transportado su navio.
[262] Bomare dice que los que cortan el sándalo (Santalum álbum, de Linneo) caen enfermos por los miasmas que exhala esta madera.
[263] Si el mal de Job era el virus venéreo, según la opinión general, le encontramos en las Molucas y en las Filipinas al comienzo del siglo XVI; y como allí le llamaban mal portugués, debemos creer que fueron los portugueses quienes le llevaron. Verdad es que la palabra franchi servía para designar a todos los europeos; pero también es cierto que solamente los portugueses habían llegado entonces a las islas del mar del Sur. Sin embargo, el mal de Job podría ser asimismo la lepra, tan común en Asia.
[264] La descripción que da Pigafetta del ruibarbo está lejos de la exactitud; pero hay que tener en cuenta que al autor le refería estos cuentos un moro que iba en el navio. Fabre añade que no lo creía.
[265] Cantón.
[266] Bruce (Voyage aux sources du Nil) vió más de una vez en Abisinia a los personajes rebeldes castigados de esta manera.
[267] Ormus.
[268] Estas clases, llamadas castas, existían ya en la India en tiempo de Alejandro, y aun continúan. (Estrabón, Geogr., lib. XV; Diódoro, lib. II; Sonnerat, Voyage aux Indes.)
[269] El capitán Wilson lo experimentó al naufragar en las islas Pelew en el mes de agosto de 1783, entre las Marianas y las Filipinas. Su intérprete, Tom Rose, que hablaba el malayo, no pudo hacerse comprender más que por medio de otro malayo que le sirvió de intérprete en su lengua porque había residido algún tiempo en Pelew. (An account of the Pelew Islands, por G. Keate, pág. 22, edición de Basel).
[270]Delle lingue dell' America, pág. 16.
[271] Cook, Segundo viaje.
[272]Dictionarium malaico-latinum. Roma, 1631.